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¿qué es el socialismo del siglo xxi?

Desde Caracas se expande un debate de trascendencia mundial

PorLBenAXXI

 

Contrastes: luego del pronunciamiento masivo a favor del socialismo en las elecciones del 3 de diciembre, el presidente Hugo Chávez lanzó una ofensiva múltiple para avanzar tras sus promesas de campaña. Los incipientes órganos en los que se expresa la voluntad popular impulsan con entusiasmo el conjunto de medidas resumidas en los “cinco motores” y en la edificación de un Partido Socialista Unido. Pero estos primeros pasos de la nueva fase de la revolución trazan una línea sutil de diferenciación entre los partidarios de la Revolución Bolivariana. Mientras los opositores se ahogan en reyertas sin destino, en las filas de la revolución se observa -a menudo como sentimientos encontrados de una misma persona- confianza y desasosiego, euforia y perplejidad, hiperactividad y parálisis, fervorosa adhesión o tímido distanciamiento. Son los prolegómenos del gran debate que vendrá.

 

Estados de ánimo contrapuestos predominan en Venezuela por estos días. ¿Qué rumbo debe afirmar la Revolución Bolivariana? ¿Es socialista la transformación en curso? ¿Debe serlo? ¿Qué significa realmente la expresión “socialismo del siglo XXI”?

En el estadio previo a una gran confrontación de ideas y de fuerzas sociales, estas preguntas producen el efecto de un ciclón sideral. Y ocurren en medio del estrépito de instituciones que se derrumban. Incógnitas y choques de opiniones serpentean exclusivamente en las filas de la revolución. La victoria del 3 de diciembre dejó, como contrapartida, la fugaz apariencia de consolidación de una oposición unida. Pero el espejismo se esfumó y el escenario político quedó exclusivamente en manos de organizaciones y dirigencias integrantes o aliadas del gobierno. La oposición no participa ni intelectual ni políticamente en los aprestos previos a la gran batalla que modelará la nueva sociedad. Se limita a lanzar quejas y dicterios, más patéticos y menos audibles a medida que transcurren los días, a la vez que reincide en prácticas conspirativas para desestabilizar al gobierno.

El gran debate, sin embargo, aún no se expresa con nitidez ni responde al vertiginoso desarrollo de los acontecimientos. La objetiva autoridad del Presidente, la contundente adhesión de las mayorías, la sorda lucha de intereses subyacentes y otras razones de corte específico, se combinan en estos primeros tramos para inhibir la expresión franca de respuestas dispares, el debate teórico y político, que invariablemente acompañan una revolución.

Además, Chávez no da tregua. Los “cinco motores” (ver recuadros) están a toda marcha y ponen en movimiento el vehículo con el cual el conjunto social dará forma y sentido a la revolución: un partido político que, si tradujera con exactitud la realidad de las mayorías, más que socialista se denominaría unido por el socialismo.

Como toda manifestación de lo desconocido, la irrupción de la revolución estimula a unos y amedrenta a no pocos; ilumina allí donde reinaba la oscuridad, pero también confunde cabezas lúcidas; desata el coraje y estruja corazones valientes. Y comienza a perfilar las controversias sobre el futuro. En el amplísimo arco ideológico, político y humano que aunó el original proceso denominado Revolución Bolivariana reside ahora la esperanzada alegría de esos raros momentos en que un pueblo entrevé el horizonte y se lanza a su búsqueda. Y también la perplejidad, la confusión. Alimentada por la ola que desde las profundidades de la sociedad inunda el país, inseparable del vigor encarnado en los humildes, campea la vacilación ante el vértigo de los acontecimientos.

Es la Revolución. La misma iniciada en 1999, que ya no es la misma. Porque la transformación política inicial con la nueva Constitución, el vuelco económico con un conjunto de medidas presididas por la recuperación de Pdvsa, alcanza ahora en toda su plenitud la dimensión social, aúna y potencia los dos aspectos anteriores y enfila frontalmente contra el bastión mayor de las clases dominantes: el Estado burgués.

Por eso los actores se redefinen. Ser revolucionario hoy no implica lo mismo que en los últimos ocho años. Es el derrumbe de las instituciones de la sociedad capitalista lo que aturde, enfervoriza o atemoriza; empuja irresistiblemente hacia delante, o frena en un mar de dudas.

 

Metáfora de la transición

Una llana alegoría resume de manera singular la coyuntura histórica que vive Venezuela. Tiempo (¿un año? fecha) atrás se resquebrajó el viaducto de la autopista que une Caracas y el aeropuerto de Maiquetía. Un inmenso puente, vital para el tránsito entre la Capital y la costa, cayó vencido por el tiempo y por fallas estructurales también simbólicas de un sistema insostenible. Era el período preelectoral. El desastre produjo dificultades sin nombre, que la oposición intentó capitalizar. El gobierno construyó una vía de emergencia, precaria, que resolvió a medias el problema. Y encaró la construcción del nuevo puente.

Primero hubo que demoler y quitar de allí los restos del cadáver de acero y cemento. Luego comenzó la construcción del nuevo puente. Una a una se levantaron columnas gigantescas desde la abismal hondonada. Y con febril actividad fue desplegándose la cinta de concreto que debía unir otra vez las dos cimas por sobre el precipicio. Por supuesto la ocasión fue propicia para aprovechados que encarecieron todo, dejó espacio para torpezas varias siempre a expensas del ciudadano común y fue motivo de generalizado malhumor y críticas airadas. Un año después, sólo falta una de las (¿cinco?) columnas. Y ante la mirada sorprendida de quienes transitan por la estrecha y sinuosa trocha -construida con rara eficacia y celeridad por el Ministerio de Infraestructura- por sobre aquellas torres de más de 100 metros se tiende la faja en la cual, en tres o cuatro meses más, volverá a fluir el intensísimo tránsito entre Vargas y Caracas.

Menos fácil será remover los escombros del viejo Estado a punto de colapso y edificar el nuevo. Una dificultad estriba en la incertidumbre o el temor de quienes, comprometidos hasta ahora con el proceso de cambios timoneados por Chávez, vacilan ante la decisión de dar el salto sobre el abismo. Así como hasta el minuto previo al descubrimiento de las fallas irreparables centenares de miles de automovilistas cruzaban a toda velocidad por el viaducto sin conciencia de que estaba a punto de colapsar, en las filas de la revolución no todos asumen que el sistema socioeconómico y político aún vigente no se sostiene más y urge reemplazarlo. Es más: aun a sabiendas de la inviabilidad del capitalismo contemporáneo, no necesariamente hay una respuesta unívoca para asumir cuándo, cómo y con quién se comienza a levantar las columnas del nuevo sistema.

 

Forma y contenido 

A la cascada de medidas adoptadas desde que Hugo Chávez coronó su victoria electoral en el balcón de Miraflores con la consigna “Viva la Revolución Socialista”, ya reseñada en las ediciones anteriores de América XXI, se sumaron en el último mes la nacionalización de empresas clave y la puesta en marcha de los cinco motores de la Revolución, más la aceleración en la edificación de un partido que unifique y capacite para la gran batalla a las fuerzas comprometidas con la Revolución.

No podría sorprender que a la par de millones de hombres y mujeres anónimos que abrazan las tareas de la nueva etapa con desmesurada energía, este conjunto inseparable de medidas estratégicas despierte controversias. Lleva un siglo el debate sobre el carácter de la revolución cuando ésta detona en países de capitalismo desigualmente desarrollado: ¿Están las fases de la transformación amuralladas por etapas históricas rígidamente delimitadas? ¿O constituyen un continuo, cuya velocidad y definición estarán determinadas por un conjunto de factores de orden nacional e internacional en constante mudanza?

La disyuntiva de avanzar hacia el socialismo o afirmar una etapa de desarrollo capitalista y liberación nacional se entrelaza con otra: ¿Qué es este socialismo apellidado siglo XXI?

Pese a la densidad de estos temas polémicos, las críticas discurren por otros caminos. Por ejemplo: ¿Por qué Chávez presentó de manera tan perentoria la cuestión de Partido Socialista Unido? ¿Por qué arremete con tanta rudeza contra altos funcionarios, ajenos y propios? ¿Por qué pide la habilitación para dictar leyes de excepción durante 18 meses, si tiene un Parlamento de unánime adhesión? ¿Adónde lleva esto de trasladar el poder a los consejos comunales en detrimento de las autoridades constituidas?

Mientras algunas voces se limitan a criticar cuestiones de forma o a demandar más tiempo, cabe al Partido Comunista de Venezuela (PCV) el mérito de haber presentado de manera metódica, formal y pública su resuelto respaldo a algunas de aquellas cuestiones vitales, así como sus puntos de vista contrarios a otras, no menos decisivas. En el documento destinado al debate interno preparatorio del XIII Congreso del 3 y 4 de marzo, convocado especialmente para responder al llamado a la disolución de los partidos para edificar la fuerza unitaria, dice el PCV bajo el título Una caracterización necesaria de la Revolución: “Transitamos un proceso revolucionario de liberación nacional que debe culminar con éxito las tareas de recuperación plena de la soberanía e independencia nacional, avanzar en la conquista de la justicia e igualdad social; profundización de la democracia popular revolucionaria, de contenido participativo y protagónico, de transformación y liquidación del viejo Estado oligárquico”. Y agrega más adelante: “Esta fase del proceso revolucionario demanda (…) una multifacética alianza de clases y capas sociales, que va desde la burguesía no monopólica (la que no mantiene vínculos de subordinación al gran capital transnacional imperialista), la pequeña burguesía, las capas medias, la clase obrera y demás sectores de trabajadores/ trabajadoras, el campesinado y otras capas sociales explotadas (…) en torno a un programa mínimo de transformaciones democráticas y populares”.

La noción de “programa mínimo”, la distinción tajante entre “proceso revolucionario de liberación nacional” y “revolución socialista”, trae el eco de antiguos debates. Por eso produjo escozor un episodio aparentemente trivial durante la juramentación de los nuevos ministros, el 8 de enero. En esa oportunidad, al presentar a su ministro de Trabajo, Rivero González, Chávez contó que antes de aceptar el cargo éste le había dicho: “Presidente, yo quiero decirle algo antes de que se lo vayan a decir por otra parte: yo soy trotskista”. Ante la multitud en el teatro Teresa Carreño, Chávez repitió su respuesta al ministro: “¿Bueno y cuál es el problema? Yo también soy trotskista. Yo soy muy de la línea de Trotsky: la revolución permanente”.

Nadie tomará la frase al pie de la letra. El Presidente tiene esa manera particular -y efectiva- de buscar sobreponerse a dicotomías a menudo desvirtuadas e impulsar constantemente una recomposición unificadora de fuerzas comprometidas con la lucha revolucionaria. De hecho, un instante antes Chávez había anunciado la designación de un dirigente del PCV, David Velásquez, como ministro de Participación y Desarrollo Social.
No obstante, por anacrónico que parezca, aquel debate iniciado por el propio Carlos Marx sobre la permanencia de la revolución reaparece hoy en Venezuela e involucra de hecho a toda América Latina: aparte de ser o no deseable ¿Es posible una transformación real sin adoptar desde el comienzo mismo de la revolución medidas anticapitalistas? ¿Es posible una alianza duradera con el gran capital no monopolista?

 

Nombres y apellidos 

El otro gran tema en cuestión es la definición misma de socialismo. ¿Qué determina a una persona: su nombre o su apellido? ¿su individualidad o su estirpe? ¿Es posible una persona plena sin individualidad? ¿Es pensable una individualidad sin estirpe, un ser sin historia? En la Edad Media se discutía si el alma residía o no en la Silla Turca. La fórmula empleada por Chávez tiene la virtud, ya constatable, de haber replanteado para miles de millones de personas en todo el mundo la necesidad y viabilidad del socialismo. No hay exageración en la cifra; y éste es un factor mayor al evaluar la validez de la consigna. Como contrapartida, se mantiene ambigua en torno a cuestiones sustanciales y da lugar a confusiones y deliberadas tergiversaciones.

En buena parte de la sociedad venezolana, a la par de quienes identifican como socialistas las nacionalizaciones, las medidas de redención social (atención sanitaria, alfabetización, subsidios, etc.), o los ataques al imperialismo, están quienes no hallan nexo alguno entre estos pasos y la perspectiva anticapitalista.

El alcalde de Caracas, Freddy Bernal, tomó el toro por los cuernos: puso en movimiento un peculiar “Congreso comunal de Caracas hacia el socialismo del siglo XXI”. Una multitud colmó el remozado Teatro Municipal el 10 de febrero, donde comenzó un periplo que hasta el 19 de abril recorrerá palmo a palmo la ciudad, dividida a este fin en 14 grupos de Parroquias, que analizarán y debatirán cuatro temas: caracterización económica, política y social de Venezuela y su inserción en la mundialización; el socialismo del siglo XXI; Partido Unido; Poder popular y reforma constitucional. Cada tema será dividido en dos partes, las cuales insumirán cuatro horas cada una. La sesión comenzará con una ponencia de 30 minutos, habrá 30 minutos para preguntas y respuestas, 90 minutos de debate, una relatoría y la presentación de conclusiones. Al cabo de dos meses y medio en esta labor Bernal aspira a reunir un mínimo de 200 mil personas no sólo para recoger las conclusiones decantadas, sino, como lo dijo en su discurso en el Teatro Municipal, “Para implosionar la alcaldía y dar paso a las comunas de Caracas, en un nuevo esquema de gobierno donde el poder esté en manos del pueblo”.

Paralelamente se conocen iniciativas destinadas a realizar el mismo debate pero con un carácter diferente, reuniendo a un número limitado de cuadros nacionales e internacionales identificados con el socialismo, para ganar espacio en el terreno de la teoría y aproximar la noción “socialismo del siglo XXI” a un programa de acción que, si bien parte de la Revolución Bolivariana, involucra a toda América Latina y va más allá, dada la crítica situación mundial. Al cabo de estos procesos de intensa polémica difícilmente alguien podrá definir el socialismo del siglo XXI como “una profundización de la democracia”, o como “la aplicación de la Constitución de 1999”; o confundirlo con un conjunto de empresas nacionalizadas.

 

Aceleración

Los acontecimientos, sin embargo, no están a la espera de tales iniciativas. Una energía invisible dimana de la simbiosis entre Chávez y las mayorías desposeídas del país y hace marchar el mecanismo a velocidad endemoniada. Las decisiones de no renovar la licencia al golpista canal televisivo Rctv, más la compra hostil de las acciones de empresas de electricidad y telecomunicaciones, todo acompañado por la afirmación de que los partidos de la revolución deben disolverse para dar paso a un instrumento único de organización, educación y conducción política, más la inesperada transferencia efectiva del poder a los Consejos Comunales, llamados a conformarse con urgencia, activaron focos de franca oposición y zonas de comprensibles –y en no pocos casos justificables- vacilaciones.

Un fenómeno simple disparó la inflación de precios: aparte la gravitación mercantil de un crecimiento anual del 10,3% en el PIB, un brote de histeria por la obtención de dólares para fugarlos del país llevó la divisa en el mercado paralelo a más de 4.000 bolívares. Por efecto simpático -y por la intención de adquirir esos dólares a costo desmesurado- buena parte del sistema de precios se adecuó a tales niveles, elevando más allá de lo admisible el costo de mercancías de uso masivo, en particular alimentos. Además, para sortear los precios máximos, se optó por acaparar mercancías y dar lugar al desabastecimiento.

Pocos esperaban la fulminante respuesta del Gobierno: implacable actividad para descubrir y decomisar mercancías acaparadas, fijación de nuevos precios máximos, reactivación del aparato del Mercal (Mercado de Alimentos, una red paracomercial montada por el Gobierno para contrarrestar el chantaje de grandes grupos económicos con el abastecimiento alimentario) y, como medida adicional de múltiples implicancias, la eliminación del IVA para los alimentos, reducción en 5 puntos para otros bienes y decisión de abolir ese impuesto a corto plazo, reemplazándolo por gravámenes a la renta y el patrimonio. En su programa Aló Presidente, ahora reestructurado “para afrontar la batalla de ideas”, Chávez repitió una y otra vez que no le temblaría la mano para expropiar empresas de producción, industrialización, transporte o comercialización involucradas en maniobras de desabastecimiento. Y con su nueva facultad legislativa, dictó leyes al respecto.

En otras palabras: una profundización de la revolución, que acaso contribuya a explicar la necesidad de la controvertida Ley Habilitante.

 

Consejos Comunales y Partido 

Mientras esto se desenvolvía fronteras adentro, la creciente gravitación de la Revolución Bolivariana en América Latina, por mero impacto de medidas que en todas las latitudes son interpretadas y reivindicadas por las mayorías, provocó no sólo desde la Casa Blanca la multiplicación de denuncias, amenazas y presiones contra Hugo Chávez. Basta imaginar el impacto regional de esta típica medida de transición sistémica, la abolición del IVA, para interpretar la inquietud reinante en más de una cancillería.

Queda así configurado un cuadro de múltiples conflictos simultáneos, internos e internacionales. Una primera advertencia, más de propios que de extraños, es que no se deben abrir tantos frentes de combate a la vez. Sin embargo, la estrategia no es la materia en la que Chávez se muestra menos capacitado. Antes bien, ocurre que una revolución, incluso si traza milimétricamente sus pasos, en un momento dado no puede eludir la conjunción de sus enemigos, que no están sólo en Washington, ni en cenáculos de escuálidas oligarquías distantes del devenir cotidiano de la economía social. Como muestra, hay pruebas de que funcionarios de diferentes rangos, amenazados por la perspectiva de perder sus lugares a favor de los órganos de poder popular, fueron cómplices de maniobras de desabastecimiento.

Por eso el impulso a los Consejos Comunales, la intransigente decisión de edificar un partido que unifique todas las voluntades revolucionarias y la necesidad de contar con las leyes y disposiciones constitucionales que permitan encauzar la inmensa tarea de remover los escombros de un sistema y levantar las columnas de otro nuevo, no expresan un desvío de carácter en el líder de la revolución, sino requerimientos inapelables para la continuidad del proceso en marcha.

En continuidad potenciada de una tarea que emprendió como diputado (ver América XXI Nº 16), el hoy ministro David Velásquez se esfuerza por producir una transformación cualitativa que convierta a los Consejos Comunales en órganos de poder efectivo, en cada punto y en todas las áreas del país (ver El poder se construye desde abajo). Pero esa tarea es inseparable de la existencia de un órgano político, el partido unido de las masas y las organizaciones comprometidas con la revolución; tanto como lo es la existencia de leyes que viabilicen en el preciso momento en que las condiciones lo reclaman, el accionar contra los enemigos de la revolución.

Va de suyo que también se puede optar por la violencia; por vías no institucionales para avanzar la revolución. No es capacidad de combate -militar y civil- lo que le falta a la Revolución Bolivariana. Y siempre resta la alternativa de ceder y rendirse. El dato sobresaliente, original, clave de esta dirección política presidida por Chávez, es que se esfuerza por no recurrir a lo primero y parece por demás distante de inclinarse hacia lo segundo.

La suerte, entonces, está echada. A tono con el vértigo de la revolución, en las próximas horas, días y semanas, quedará a la vista cómo se instala cada partido, cada organización social, cada intelectual o cuadro militante no organizado, frente a este desafío sin parangón sobre el cual reposa buena parte del futuro de América Latina y el mundo.

 

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