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Rediseño del mapa suramericano

porLBenLMD

 

La imprevista reunión, a finales de abril pasado en Asunción, entre los presidentes de Uruguay, Paraguay, Bolivia y Venezuela, seguida de otra en San Pablo, de la que participaron los de Argentina, Brasil y –una vez más– Venezuela, suponen un punto de inflexión en la historia del Mercosur y de la Unión Suramericana. Hugo Chávez asume el protagonismo ideológico y ejecutivo ante las vacilaciones de los demás.

 

Siete años atrás el Dipló adelantó que la brújula suramericana había girado para fijar un nuevo eje, con apoyo en Caracas y Brasilia, que cambiaría por completo el rumbo de la región(1). Algunos años después, la aguja dio un salto brusco y Buenos Aires pasó a ser también un soporte del eje gravitante desde entonces sobre la totalidad del sub-hemisferio, que arrastraría incluso a aquellos países y gobiernos explícitamente opuestos a los postulados y perspectivas de esta novedad geopolítica. La creación de la Comunidad Suramericana de Naciones y el ingreso de Venezuela al Mercosur comenzaban a dar carnadura al nuevo proyecto(2). El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) cayó demolido durante este vertiginoso período. Pero a partir de allí un impulso contrario proveniente del Norte se introdujo en el complejo juego de fuerzas regionales. Uno de los instrumentos de esa cuña poderosa fueron los Tratados de Libre Comercio (TLC) impuestos por Estados Unidos a países suramericanos, aunque no faltaron las presiones extremas del Departamento de Estado ni las acciones conspirativas de la CIA. Era la contraofensiva de Washington, que en Mar del Plata, en la Cumbre de las Américas, había sufrido una humillación intolerable. La brújula comenzó a oscilar sin sentido; el movimiento centrípeto se descompuso; la dinámica de convergencia se convirtió en lo contrario.

 

 Una dinámica diferente

La cumbre de Presidentes que el pasado 19 de abril reunió en Asunción a Nicanor Duarte Frutos, Evo Morales, Tabaré Vázquez y Hugo Chávez, con la inédita composición que supone el encuentro de Paraguay, Bolivia y Uruguay con Venezuela, sin Brasil ni Argentina, puede ser tomada como quiebre definitivo de aquel eje de convergencia. O, a la inversa, también puede ser interpretada como punto de partida para una dinámica diferente, basada no ya en tres gobiernos, sino en un polígono de fuerzas que, sin desechar aquella base de sustentación, se proyecta sobre planos de naturaleza diferente: países de menor envergadura, gobiernos provinciales y movimientos sociales.

Como quiera que sea, lo cierto es que en Asunción ocurrieron tres acontecimientos llamados a conmover los cimientos del cuadro geopolítico regional y la estrategia de todos sus componentes: además de afirmarse un sub-bloque con países relegados hasta ahora en el rediseño del mapa hemisférico, Chávez anunció el retiro de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y, a la vez que ratificaba la importancia del Mercosur, dijo aquello que todo el mundo sabe: «el Mercosur debe ser ‘formateado’ para que funcione, porque nació bajo la sombra del neoliberalismo y tiene problemas para trabajar como instrumento de integración; (…) el neoliberalismo y el capitalismo no son elementos de integración, sino de desintegración»(3).

 

 «Urupabol» más Venezuela

En la década de 1970 hubo un efímero intento de trazar una línea que conectase Uruguay, Paraguay y Bolivia. Se lo llamó Urupabol y no prosperó. Ahora, la capacidad gasífera de Bolivia y la amenazante situación energética mundial (Sarkis, pág. 14) le dan un nuevo impulso, que aparece realizable por el hecho de que Venezuela podría aportar capacidad técnica y financiera para respaldar la construcción de un gasoducto que una a los tres países.

Es una suma inesperada. Y además integra un factor que cambia el signo de la ecuación: Chávez actúa en función del programa estratégico denominado ALBA (Alianza Bolivariana para los pueblos de América), cuyo deus ex machina es la complementariedad solidaria, en un proyecto de integración suramericana no amarrado a transnacionales y grandes grupos económicos. Venezuela no busca rédito económico con este movimiento estratégico que cayó como un rayo sobre los socios mayores del Mercosur; lo que busca -y obtiene- es rédito político. Con prescindencia del interés que mueve a cada uno de los tres gobiernos del Cono Sur (y no hace falta decir que están claramente diferenciados), se establece un nuevo centro de gravitación que no busca confrontar con Argentina y Brasil, pero les hace sentir que deben ser tenidos en cuenta. La dinámica cambia por el simple hecho de que no está ya sujeta a la voluntad de Buenos Aires y Brasilia, que han llevado a límites por demás mezquinos y poco inteligentes su escasa consideración hacia los dos socios de menor envergadura en el Mercosur. Basta observar la discusión sobre la posibilidad de que el gasoducto se convierta en hidrovía entre Paraguay y Uruguay para comprobar hasta qué punto ha llegado el rechazo a los vecinos hegemónicos: se trata de que el gasoducto no toque territorio argentino ni brasileño.

 

 Los TLC matan a la CAN

Estados Unidos ganó varios puntos en su arremetida post-Mar del Plata. Esgrimiendo TBI y TLC (Tratados Bilaterales de Inversiones y de Libre Comercio), consiguió clavar cuñas importantes no sólo en aquellos países de antemano subordinados a su voluntad anexionista a través del ALCA. Sin embargo, cada victoria tuvo costos enormes, inmediatos y de mediano plazo. En Ecuador la firma del TLC levantó una oleada de movilizaciones masivas que difícilmente dejará de traducirse en las próximas presidenciales del 15 de octubre. En Perú, el descarado gesto de Alejandro Toledo, que se abrazó con George Bush y luego firmó el TLC en medio de la campaña electoral que designará a su sucesor, contribuyó en no poco para que el candidato anti-establishment se alzara con la mayoría en la primera vuelta. Y hasta en Colombia, donde no se esperan cambios dramáticos, grandes capas medias de agricultores y comerciantes que se saben afectados por el TLC han girado su preferencia electoral y, en detrimento de Alvaro Uribe, pasan a engrosar el previsto caudal de un recientemente formado frente de izquierdas. Pero nada de esto es comparable con el imprevisto golpe sobre la mesa que dio Chávez en el inmejorable escenario ofrecido por la cumbre de Asunción: Venezuela se va de la CAN y ésta, irremediablemente, ingresa en la fase final de su decadencia: «La Comunidad Andina de Naciones está herida de muerte y hoy puedo decir que está muerta. La mataron. No existe. Venezuela se sale de la Comunidad Andina. No tiene sentido. Hay que hacer otra cosa», dijo Chávez a los Presidentes reunidos. Y ratificó que esa decisión era irrevocable: «no hay marcha atrás. (…) Lo lamentamos mucho, pero eso ya no sirve, lo destruyó el imperio»(4).

De inmediato, la ministra venezolana de Industrias Ligeras y Comercio (Milco), María Cristina Iglesias, ofreció argumentos de naturaleza estrictamente económica: «bajo la tutela ejercida de los TLC sobre la CAN tendríamos inmediatamente desregulaciones de mercado que implican abrir a importaciones que vendrían trianguladas a través de Colombia, pero procedentes de Estados Unidos»; y agregó: «salir de la tutela de esos concentrados de malignidad que son los TLC es absolutamente saludable para la industria nacional»(5).

No menos contundente fue la argumentación del canciller venezolano Alí Rodríguez, quien detalló los efectos negativos de los TLC: «la flexibilización laboral que desmejora al trabajador, nuevos fenómenos de concentración de capital, renuncia del Estado a la generación de políticas públicas, daño al desarrollo agrícola autónomo por la entrada de productos altamente subsidiados y bloqueo del desarrollo endógeno que impulsa Venezuela»(6).

Contra quienes imaginaron una impensada decisión circunstancial de Chávez, Rodríguez anunció de inmediato la decisión a la Unión Europea en Bruselas, mientras Iglesias informaba que a partir del lunes siguiente se iniciarían reuniones de trabajo con los sectores productivos del país y se programaría una agenda de reuniones bilaterales con las otras naciones de la CAN, para analizar la posible firma de tratados en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). La primera de estas reuniones tratará sobre el sector automotor.

El país que se verá más afectado por la decisión venezolana será Colombia, que exporta unos 2.000 millones de dólares anuales a Venezuela y sólo le compra por alrededor de 1.000 millones de dólares. Las exportaciones de Venezuela a los otros tres países (Perú, Ecuador y Bolivia) ascienden a unos 800 millones de dólares y sus importaciones a más de 500 millones de dólares. El comercio intrarregional de la Comunidad Andina asciende a 8.000 millones de dólares, de los cuales la mitad corresponden a exportaciones de Colombia. De allí la perplejidad y los lamentos en Bogotá, Lima y Quito.

Chávez, quien gusta repetir que «la política va adelante», se vale de la economía para llevar a cabo el proyecto «bolivariano», precisamente porque tiene y ejecuta un plan político.

 

 Mercosur formateado

Mientras hacía estos anuncios en Asunción, el Presidente venezolano intentó una reunión con sus pares de Brasil y Argentina al día siguiente, jueves 20, en Iguazú. Se trata de la reunión que debía llevarse a cabo en Mendoza un mes atrás, en coincidencia con el viaje que los Presidentes debían hacer para asistir a la asunción de Michelle Bachelet en Chile, destinada a avanzar sobre el proyectado gasoducto que atravesará de Norte a Sur el sub-hemisferio y se proyecta como eje material de integración económica y política. Al parecer por problemas de agenda, Néstor Kirchner demoró la respuesta hasta que, por fin, anunció que le resultaba imposible. De todos modos, un día después convino con Chávez y Lula un encuentro la semana siguiente en Brasilia (ver recuadro).

De la anécdota se pueden extraer muchas interpretaciones, pero el hecho es inequívoco: cuatro Presidentes se reunieron en Asunción y tres en Brasilia con una semana de diferencia, en ambos casos en torno de un proyecto de integración suramericana cuyos contenidos, lejos de contraponer a los seis países involucrados, los impulsa hacia la convergencia.

El dato nuevo es que esta dinámica, ya vigente desde hace más de un lustro, tiene bases nuevas: es la ratificación de un «Mercosur formateado», es decir, puesto a cero para recomenzar sobre terreno limpio. Es improbable que Argentina y Brasil quieran y puedan negarse a tal empresa. En Uruguay y Paraguay la confrontación con los socios mayores no podría ser más beligerante. Enfrentados entre sí en todo y por todo, los medios de prensa paraguayos tuvieron una única voz para expresar ese álgido estado de ánimo, con titulares estridentes: «Presidentes expresaron malestar por trabas de los socios del Mercosur»(7); «Los países chicos se rebelan contra Brasil y Argentina»(8); «Tabaré fustiga a sus dos vecinos»(9); «Acuerdo con Uruguay y Bolivia tiene fórmula inversa al Mercosur»(10). Ganada por el espíritu atípico de la reunión, la canciller paraguaya Leila Rachid afirmó que el acuerdo consiste en «una nueva fórmula de integración: integrar a los países sobre sus recursos naturales, bajo su propia soberanía y territorialidad»(11), aunque luego morigeró sus palabras y aclaró: «esto no es una fórmula alternativa al Mercosur»(12).

Es pues evidente que en este clima, un paso errado de Itamaraty o del Palacio San Martín provocaría daños imprevisibles en la construcción del Mercosur.

En cualquier hipótesis, la duda mayor está centrada en el curso de acción que tome el gobierno argentino, atenazado por un conflicto hasta el momento fuera de control con Uruguay en torno a las fábricas de celulosa. A este escenario se sumó la flamante Presidenta chilena, que introdujo definiciones nuevas para las relaciones de ambos países. El viaje de Michelle Bachelet a Buenos Aires fue precedido por la difusión de una propuesta inédita: «alianza estratégica» entre Chile y Argentina. Luego, al hacer el balance de su gira la primera magistrada sostuvo: «el Mercosur nos haría retroceder (…) por eso es que nosotros empujamos el ALCA»(13).

Insuficientes para cualquier interpretación sólida, estas declaraciones plantean como mínimo una incongruencia: consumar una alianza estratégica de Chile y Argentina rechazando el Mercosur y empujar el Área de Libre Comercio de las Américas con Argentina, el país que encabezó el rechazo a esa exigencia estadounidense en Mar del Plata. Aceptar en estos términos la oferta chilena supone para Kirchner girar en redondo y abandonar el Mercosur. Es más coherente suponer que se hará lo necesario para restañar heridas con Uruguay y reanudar el trabajo con el nuevo Mercosur.

  1. Luis Bilbao, «La revolución pacífica del comandante Hugo Chávez», Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, noviembre de 1999.
  2. Luis Bilbao, «En busca de un lugar en el mundo»,
    Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2004; Luis Bilbao, «Luces y sombras ante la
    Comunidad Suramericana de Naciones», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2005.
  3. «Chávez pide ‘reformatear'», ABC, Asunción, 20-4-06.
  4. Ministerio de Comunicación e Información; Caracas, 20-04-06.
  5. Entrevista con el autor.
  6. Ibid.
  7. La Nación, Asunción, 20-04-06.
  8. Última Hora, Asunción, 20-04-06.
  9. Ibid.
  10. ABC, Asunción, 21-04-06
  11. Ibid.
  12. Última Hora, Asunción, 21-04-06
  13. Inés Capdevila, «Bachelet: el Mercosur nos haría retroceder», La Nación, Buenos Aires, 25-3-06.
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