Recomponer las fuerzas marxistas a escala de cada país e internacionalmente supone arribar a un diagnóstico común de la realidad mundial y su dinámica, elaborar un programa de acción, acordar los trazos generales de una estrategia, reafirmar métodos y criterios de organización y de combate. Tras ese propósito, los análisis, las caracterizaciones, las líneas y métodos para la acción asumidos ante el mundo por la dirección del Partido Comunista de Cuba a través de los discursos de Fidel Castro, constituyen documentos programáticos de importancia clave para el debate de la vanguardia
Crítica expuso en la edición anterior su posición respecto de las causas de la guerra contra Yugoslavia y adelantó el significado de la reformulación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Se trata de un aspecto crucial de la coyuntura histórica que atraviesa el mundo, frente al cual han trastabillado organizaciones de todas las tendencias del pensamiento revolucionario (y algunas han caído estrepitosamente). Corresponde entonces publicar una edición extra para dar la palabra a la dirección revolucionaria cubana a través de sucesivos pronunciamientos de Fidel Castro (en el Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo, el 11 de junio; ante jefes de Estado y de gobierno en Río de Janeiro, el 28 de junio y frente a una multitud de estudiantes brasileños, en Belo Horizonte, el 1° de julio) respecto de la nueva y complejísima fase de la crisis capitalista mundial inaugurada por estos acontecimientos.
Estudiar y debatir estos materiales es parte inseparable de la tarea de rearme teórico encarada desde diversos ángulos por numerosos luchadores marxistas.
Un año atrás, en su N° 19 Crítica propuso entablar «un debate sin concesiones que interprete y busque el saldo de cuatro décadas de accionar de la dirección encabezada por Fidel Castro».
El propósito no era limitarse a cantar loas o hallar deficiencias en esa dirección, sino encarar un análisis comparado de las posturas adoptadas por las diversas variantes revolucionarias, utilizando el parámetro cubano «como espejo de los errores e injusticias cometidos por las diferentes organizaciones y corrientes que se consideran marxistas».
No hubo debate sin embargo. Su lugar continuaron ocupándolo la apología vacía o el dicterio irresponsable, formas diferentes de una misma conducta, consistente en no asumir la propia historia; en no encarar el análisis marxista de las corrientes que se proclaman marxistas.
Hacia fines del año pasado, ya con la crisis capitalista internacional gravitando con el máximo de fuerza y de manera directa sobre todas las tendencias de izquierda, y en lo que parece ser el non plus ultra en la fragmentación y debilitamiento de las organizaciones revolucionarias marxistas, se multiplicaron las voces críticas y autocríticas en todas las regiones del planeta.
Bien es verdad que en no pocos casos tales intentos emprendieron un camino sin retorno hacia el pensamiento idealista. Pero no lo es menos que, entre los restantes, se observan calificados esfuerzos por reapropiarse del arma de la teoría, sea a través de un accionar envarado en la voluntad revolucionaria, sea a través de ensayos autocríticos. Entre estos últimos, no obstante, casi sin excepción se omite la trayectoria de la Revolución Cubana como punto de referencia para el análisis.
Esto responde a tradiciones de diferente origen. Las corrientes provenientes del stalinismo maoísta -algunas de las cuales han desplegado en los últimos años un enérgico accionar en favor del reagrupamiento de sus fuerzas- no pueden revisar la posición que a fines de los ’60 las llevó a denunciar irresponsablemente a Fidel Castro como agente de lo que caracterizaron como «imperialismo soviético» (algunas llegaron a acusarlo de haber asesinado al Che), sin que se les desplome todo el andamiaje teórico-político sobre el que todavía se apoyan.
Algo análogo ocurre a la casi totalidad de las diversas denominaciones trotskystas. Entre éstas, destacan tendencias caracterizadas por su solidez teórica y seriedad en el posicionamiento político. Pero como regla general la omisión se explica porque las miradas autocríticas parten de una premisa tan arraigada como carente de fundamentos, según la cual desde los años 30 no existieron corrientes revolucionarias marxistas por fuera del así llamado «movimiento trotskysta internacional».
Con el monopolio del pensamiento revolucionario sobre sus espaldas, para tales corrientes la revisión crítica se circunscribe necesariamente a sus maestros y cultores. El precio de semejante concepción metafísica es que así como años atrás frente a un desafío de la realidad se apelaba, como criterio de verdad, a lo que Trotsky había dicho en tal ocasión, en tal lugar, ahora se llenan páginas y más páginas para mostrar que en tal ocasión, en tal lugar, el revolucionario ruso estaba completa e insanablemente errado, y allí se halla la causa de los desaguisados propios.
El panorama se completa con una variedad de organizaciones de carácter centrista, provenientes del stalinismo de cuño soviético, para las cuales el espejo cubano es doblemente gravoso, a menos que se lo utilice exclusivamente de manera superficial y apologética.
Así, el debate continúa postergado. Pero el agravamiento de la situación mundial lo hace más urgente y necesario que nunca. Y la Revolución Cubana, con sus 40 años de gallarda permanencia es, más aún que en cualquier otro momento de su historia, el parámetro insoslayable para llevarlo a cabo.
No faltan, en la militancia marxista internacional, cuadros de sólida formación y rica experiencia. Sería imperdonable negar o desconocer su contribución, incluso si tales virtudes están acompañadas por errores muy graves del pasado en cuanto a diagnósticos y líneas de acción. Igualmente, sería imperdonable desconocer el valor potencial de análisis y opiniones por el hecho de que los autores no hayan logrado formar y mantener en el tiempo una organización revolucionaria de peso. Semejante conducta implicaría desconocer el sinuoso y contradictorio recorrido de la lucha de clases internacional durante el siglo que termina; supondría partir de una interpretación no marxista respecto del desarrollo del pensamiento y la organización marxistas.
¿Qué decir entonces de los pronunciamientos de Fidel Castro? Estos no son documentos elaborados por un individuo o un equipo aislado de las masas y sin gravitación en el terreno político, sino por la dirección revolucionaria de todo un pueblo que, a despecho de su pequeñez geográfica, pesa extraordinariamente en el escenario político mundial. A lo largo de 40 años (es imperativo leer hoy el discurso de Fidel en mayo de 1959, cuando cinco meses después de la victoria revolucionaria anunció el comienzo de la Reforma Agraria), estos documentos trazan con nitidez el esfuerzo de una dirección marxista por extender la revolución, afianzar su poder, contrarrestar el peso mortal del stalinismo y superarse a sí misma en todos los terrenos. El desprecio que a menudo practican valiosos marxistas hacia esta columna fundamental de la revolución mundial contemporánea no logra disimular flaquezas de honda y compleja raigambre en los cuadros que adoptan tal actitud.
Cometido pendiente
Aquilatar el significado del marxismo cubano durante la segunda mitad del siglo XX es una tarea pendiente e insoslayable para quienquiera se sienta involucrado en la recomposición de fuerzas. La posición respecto de la Revolución Cubana es una divisoria de aguas no sólo respecto de las expresiones ideológicas y políticas del capital, sino también respecto de las propias organizaciones marxistas.
De hecho, la posición de los revolucionarios frente a una Revolución -desde la Comuna de París hasta nuestros días- ha sido siempre motivo de grandes controversias y son incontables los casos de figuras notorias que no aprobaron la aparentemente sencilla prueba de reconocer si estaban frente a una Revolución o su contrario.
Pues bien: se trata de distinguir una vez más si la dirección cubana encarna o no una Revolución en marcha y qué papel juega frente a la contrarrevolución. Tal conclusión determina alineamientos estratégicos que ningún sofisma puede desdibujar. Por imperiosa que sea la necesidad de sumar fuerzas, no puede haber unidad organizativa en un partido revolucionario marxista sin acuerdo sobre este punto, decisivo para definir la situación y las perspectivas de la crisis mundial.
Por eso, entre otras razones, a la consigna unidad de la izquierda oponemos el concepto de recomposición de fuerzas marxistas. Sólo un pensamiento anquilosado podría confundir esta noción con el seguidismo acrítico o la imposibilidad de señalar diferencias allí donde las hubiere, respecto de una fuerza a la que se caracteriza como revolucionaria en el cuadro político internacional.
Ante la inminencia de un colapso mundial del capitalismo y la necesidad de ofrecer una respuesta efectiva, el pensamiento marxista y su expresión política organizada deberán trabajar conscientemente por una negación de todo aquello que durante décadas negó la teoría científica de la lucha de clases y la organización de los revolucionarios. En esa ardua labor participarán, cada una con su bagaje histórico, las diferentes corrientes en que se fraccionaron los revolucionarios por causas objetivas y subjetivas que transcienden a cada organización. El debate teórico y la práctica como único criterio de verdad producirán, en su momento, un salto cualitativo.
A eso denominamos recomposición de fuerzas. Cuando finalmente plasme, tal síntesis superará necesariamente a las vertientes que la compongan. Lejos de cualquier eclecticismo, las corrientes de pensamiento y acción revolucionario negarán sus componentes enfrentados con las necesidades de la evolución humana y rescatarán en un plano superior los valores de la teoría marxista y la política revolucionaria. Quedarán en el pasado sus antecedentes, algunos contradictorios al punto de representar lo inverso de lo que pretendieron sus postulados.
Sobre ese pasado, no corresponde exigir unanimidad. La Historia no puede ponerse a votación. Por el contrario, es preciso alentar todo impulso hacia la investigación y la crítica, a las que sólo se le opondrá el arma de la dialéctica materialista, aferrada por revolucionarios probados en la lucha cotidiana y en el marco de un partido disciplinado para el combate de clases.
El marxismo cubano -¡¿quién lo duda?!- tendrá un papel preponderante como vertiente histórica y como fuerza palpitante en la recomposición. Sus lagunas teóricas y sus debilidades políticas se han probado menos gravosas que las de la mayoría -si no la totalidad- de las demás corrientes proclamadas marxistas en cualquier parte del mundo. Emerger de esta década contrarrevolucionaria con las mismas banderas de hace 40 años y tener la capacidad de enarbolarlas con todo un pueblo y centenas de miles de militantes en todo el mundo tras ellas, es prueba irrefutable de un vigor y potencialidad que no ha mostrado ninguna otra tendencia marxista. Ese es el significado del arsenal teórico y político disparado en los discursos de Fidel Castro que se reproducen a continuación.
No hay que decir que si alguien piensa lo contrario, o se siente autorizado para hacer un aporte crítico que supere el papel objetivo y subjetivo de esta dirección, tiene no sólo el derecho sino la obligación de tomar estos textos y ponerlos bajo el fuego de la crítica marxista. Lo único inaceptable es la diatriba basada en amalgamas, sofismas, desconocimiento del accionar cotidiano de la dirección encabezada por Fidel Castro y liviandades ajenas por definición a la conducta de un revolucionario serio.
Nuestras tareas
Un destacamento marxista responsable no le exigirá jamás a otra organización revolucionaria lo que no puede hacer él mismo. Nuestra línea de acción en pos de la recomposición de fuerzas marxistas, no está basada en lo que pueda realizar el PC de Cuba, aunque lo cuenta como protagonista y principal punto de referencia.
Es un hecho que a la orientación destinada a lograr la unidad de los revolucionarios, o su par unidad de izquierda (a la de una u otra manera se ha sumado prácticamente la totalidad de las tendencias marxistas), le hemos opuesto la estrategia de unidad social y política de las masas explotadas y oprimidas -con prescindencia de su definición ideológica- y la recomposición de fuerzas marxistas.
De ningún modo consideramos que la dirección cubana esté obligada, por la consideración que sea, a encabezar esa tarea de recomposición. Una constante en los discursos de Fidel Castro es la alusión a las limitaciones que afronta cuando habla en público. Son las mismas que ponen obstáculos insalvables durante largos períodos a una dirección revolucionaria con el gobierno de un país bajo su responsabilidad. Basta seguir la secuencia durante 40 años, para observar si estas barreras han sido una excusa para no tomar compromisos y eludir responsabilidades o una realidad impuesta por el marco objetivo en el que actúa siempre una dirección revolucionaria.
Por nuestra parte, vemos allí una rara combinación de firmeza y ductilidad frente a las exigencias de cada coyuntura, que tiende siempre a romper el límite planteado por las relaciones de fuerzas objetivas y a la vez cuida que esa ruptura no se vuelva en contra de lo ya obtenido. Se trata de una escuela de accionar político revolucionario (Lenin fue el pionero y máximo exponente) en la que todo militante debería formarse, para eludir a la vez las trampas del posibilismo y las del maximalismo como norma, la estridencia como método y como constante la ausencia de correspondencia entre palabra y acción.
Como quiera que sea, la inexistencia de organizaciones marxistas con arraigo real en las masas es, además de lo obvio, una barrera para que un partido que conduce el gobierno de un país se relacione públicamente con pequeños agrupamientos que se consideran revolucionarios. Así, se establece una interacción negativa, que tiende a aislar y debilitar en diferentes planos a unos y otros. Para nosotros éste es un dato objetivo que sólo cambiará cuando organizaciones revolucionarias marxistas se muestren capaces en los hechos de encabezar la lucha de las masas.
Mientras tanto, la elaboración propia de posiciones respecto de cuestiones centrales de la realidad mundial y nacional y su permanente cotejo con las posturas oficiales del PCC -así como el estudio y consideración rigurosos de opiniones y análisis de otras corrientes en las que reconocemos voluntad revolucionaria y esfuerzos por reafirmar la teoría marxista- constituyen la metodología para avanzar en la doble e inseparable brega por la unidad social y política de las masas y la recomposición de fuerzas marxistas. Se trata en todo caso de mantener una inalterable independencia de criterio, que no escatimará respaldo a quien sea que cumpla la hoy más difícil que nunca tarea de sostener ante las masas del mundo la bandera roja, la propuesta socialista y la conducta comunista.
Así, mediante la educación, la persuasión y el combate franco de ideas y líneas de acción, se avanzará por el camino de la recomposición de fuerzas. El marxismo cubano será una palanca poderosa para ese movimiento. Y a su vez, todo éxito redundará en una superación del cuerpo teórico y el accionar político de la dirección revolucionaria cubana.
De allí que esta tarea de elaboración crítica es una obligación respecto de la Revolución Cubana misma. Es evidente que ésta ha dado de sí más de lo que pudiera esperar la inteligencia más optimista. Pero su resistencia encuentra como límite el curso de la lucha revolucionaria y socialista a escala mundial. Y ésta tiene como factor decisivo la recomposición de fuerzas marxistas y su capacidad para afrontar exitosamente la batalla por el socialismo. Mientras esta perspectiva no produzca un salto cualitativo, el marxismo cubano estará constantemente acosado por tendencias centristas e incluso francamente contrarrevolucionarias, como lo puso dramáticamente de manifiesto Raúl Castro, a nombre del Buró Político, en su célebre Informe al Comité Central en marzo de 1996 (*). Esto lo ratifican las medidas de depuración interna del PCC que en junio pasado pusieron al margen de sus filas a 1500 integrantes acusados por «maltrato a la población», «desvíos y uso indebido de recursos estatales o presunta malversación», «descontrol económico e irregularidades y falta de exigencia administrativa», «conducta social impropia de militantes», «falta de prestigio» e «inconformidad con medidas disciplinarias y maltrato a trabajadores» (**).
La humanidad asiste a la peor crisis en la historia del sistema capitalista. Sin una recomposición de fuerzas marxistas en todos los planos, el proletariado y los pueblos oprimidos de la tierra no podrán evitar que las potencias imperialistas arrastren al mundo a la barbarie (***). Nada más ajeno al pensamiento marxista que la idea de que éste puede rearmarse y proyectarse como arma decisiva de lucha sobre la experiencia exclusiva de un pueblo o la genialidad -supuesta o real- de algunos dirigentes. Esa es una deformación metafísica que ha causado estragos en las filas revolucionarias.
Y debe ser descartada de antemano al empeñarnos en multiplicar esfuerzos para difundir, estudiar y confrontar con la teoría y la práctica el pensamiento vivo del marxismo cubano, como parte insoslayable del debate mundial contemporáneo. Desde su primer número Crítica ha tratado de cumplir con ese objetivo. Hoy, nuestro llamado es a realizar orgánica y públicamente ese debate a nivel nacional, regional e internacional.
Notas
*.- Ver Informe al CC del PCC, de Raúl Castro, en Crítica N° 14, pág. 12 y la Introducción de la Redacción, ib. pág. 4.
**.- Granma, reproducido en El Espejo N° 67; pág. 4.
***.- Ver Carta abierta a la militancia; Crítica N° 21; pág. 4.