Tres acontecimientos del último mes resumen la coyuntura: primeros pasos de un drástico realineamiento en Suramérica; incorporación de Bolivia al Alba y acuerdo firmado por Evo Morales, Hugo Chávez y Fidel Castro en La Habana, para llevar a cabo un plan de acción que rompe el molde capitalista de relación entre naciones; la orden dada por George W. Bush al director nacional de inteligencia, John Negroponte, para que con las 16 agencias de espionaje a su cargo y un presupuesto de 40 mil millones de dólares anuales, aumente el número de agentes de espionaje y operaciones encubiertas en América Latina.
“Los ejes de preocupación (estadounidense) son varios: el presidente Hugo Chávez, la Triple Frontera, Cuba, los vínculos entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el narcotráfico, la porosidad de la frontera terrestre con México”, explicó con inusual despliegue el diario La Nación, de Argentina. En honor a la verdad, la precisión y la síntesis, podría decirse de otro modo: las democracias tuteladas ya no le sirven a Washington, que cambia la estrategia y apela a la violencia como último recurso.
En rigor, ese viraje estratégico lo dio el Departamento de Estados después de que la hipócrita bandera de la democracia cayó de sus manos con el fracaso del golpe contra la Revolución Bolivariana, en abril de 2002. El hecho es que ahora la Casa Blanca admite públicamente que multiplica los ejércitos de espías y provocadores que desde siempre actúan encubiertos en todos los ámbitos (prensa, partidos, sindicatos, asociaciones civiles, etc).
No cuenta en ese presupuesto el costo de los ejercicios militares conjuntos realizados por la marina de guerra de Estados Unidos con efectivos de República Dominicana, ni la posterior gira de una escuadra encabezada por el portaaviones de propulsión nuclear George Washington, que incluyó al crucero Monterrey, el destructor Stout, la fragata porta-misiles Underwood y 6.500 soldados. Será “una ocasión para prestar atención a la zona”, declaró el general de brigada Kenneth J. Glueck, jefe del estado mayor del Comando Sur. El citado despacho de La Nación precisó la idea: “Aviones, barcos, satélites y radares móviles fueron desplegados por el Caribe para monitorear, entre otras tareas, las rutas clandestinas que usan las avionetas que trasladan droga”.
Política por otros medios
Como en Irán, Washington prepara su escalada bélica planetaria. Está a la vista que el descontrolado déficit gemelo que corroe las entrañas de la economía estadounidense no impide este despilfarro demencial: 40 mil millones anuales para espionaje. Del mismo modo carece de fundamento la esperanza de que la Casa Blanca no abrirá otro frente de guerra porque se hunde día a día en Irak. Zbigniew Brzezinski dice en su último libro: “La capacidad para intervenir rápida y decisivamente es más importante para la seguridad estadounidense que la insistencia (un tanto teórica) de algunos planificadores militares en que Estados Unidos mantenga la capacidad suficiente para implicarse en dos guerras locales (de duración indeterminada) al mismo tiempo”. El alter ego de James Carter aboga por la decisión rápida, es decir, el uso de armas atómicas. Ahora que un imprevisto Caballo de Troya sacude el entramado político doméstico, con la entrada en escena de millones de inmigrantes, los jefes imperialistas serán menos reflexivos ante lo que sientan como amenaza en cualquier parte del mundo. A la vez, acelerarán en una dirección ya adoptada: el estrechamiento de las libertades democráticas y los derechos civiles dentro de Estados Unidos.
Es preciso mirar de frente esta realidad. Y entender en toda su dimensión la necesidad de pugnar por la convergencia suramericana, que a la vez que se profundiza en el sentido demostrado por Cuba, Venezuela y Bolivia con su trascendental acuerdo, asume banderas unificadoras de miles de millones de seres humanos en todo el planeta: paz y democracia. Basta ver el manifiesto de 1800 científicos contra la utilización de bombas atómicas para confirmar el enorme potencial educativo y aglutinante que tienen estas consignas.
Pero tal estrategia requiere un rescate de la política. Convertida en sinónimo de trampa y latrocinio, reducida a variantes de la argucia y enaltecida con el calificativo de pragmática, desde hace más de un cuarto de siglo la política se transformó en mala palabra. Fue rechazada por las mayorías y puesta al margen por quien debiera ser su musa mayor: la juventud. No podría minimizarse la contribución que para semejante desenlace se hizo desde las izquierdas. Es hora de acabar con eso. El pensamiento político riguroso, la integridad moral, la audacia revolucionaria, con cimas como Bolívar, Martí, el Che, reaparecen en el nuevo escenario latinoamericano. Encarnados en nuevos líderes y en ideas que no tienen edad, esos valores deben ser enarbolados de manera intransigente. Porque la democracia y la paz, en este difícil momento de la Historia, sólo pueden ser alcanzados acorralando y venciendo al imperialismo. Y dando paso al socialismo del siglo XXI.