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Réplica a la «Carta a los argentinos»

porLBenCR

 

«Ciertas gentes no debieran hablar de libertad,

de razón, de Humanidad.

Deberían abstenerse de hacerlo por motivos de decencia»

Thomas Mann

Doktor Faustus

«Pero hombres como yo,

cualquiera sea la hora de sus relojes,

no tienen la malsana costumbre de olvidar a sus enemigos»

Andrés Rivera

La revolución es un sueño eterno

 

En el vórtice de un reacomodamiento histórico de las clases y ante la inminencia de un cambio de política económica -factores ambos que ya desataron la violencia armada interburguesa- la cúpula de la Alianza (Unión Cívica Radical-Frente País Solidario) dio a conocer el pasado 10 de agosto su Carta a los argentinos. «Nuestra visión de la Argentina, sus prioridades y los contenidos centrales de nuestras políticas», dicen los firmantes en la primera de las 35 páginas del folleto.

En la última de ellas, figuran los nombres de los componentes del Instituto Programático de la Alianza (IPA), organismo responsable por la Carta. El coordinador general es el ex presidente Raúl Alfonsín. Los dos coordinadores -Mario Brodersohn y Dante Caputo- son prominentes figuras de la UCR y ocuparon altos cargos en el gobierno de Alfonsín, aunque uno de ellos abandonó amistosamente la organización y recaló poco tiempo atrás en el Partido Socialista Popular, miembro formal de la internacional socialdemócrata en Argentina. En un tercer nivel, calificado como integrantes, sobre 21 miembros (más uno denominado coordinador técnico) no figura ninguno de los economistas que, hasta ahora, eran presentados como portavoces del Frepaso en esa área. Sobresalen en cambio José Luis Machinea -ex presidente del Banco Central durante el gobierno de Alfonsín- y Aldo Ferrer, reconocido autor, ministro de la dictadura militar 1966-1973 durante el fugaz período del general Roberto Levingston y ex presidente del Banco Provincia de Buenos Aires.

La nómina del IPA importa en más de un sentido. Sobresale el hecho de que quien tuvo la última palabra sobre un texto redactado por dos de sus asistentes (Brodersohn y Caputo) fuera Raúl Alfonsín. No obstante, más elocuente es que el equipo no incluya a ninguno de los nombres políticamente representativos del Frepaso.

En cuanto a los economistas, los nombres inicialmente promovidos en el elenco frepasista fueron silenciados hace meses, cuando la Sra. Graciela Fernández señaló como su punto de referencia a Juan Llach, vice del ex ministro Domingo Cavallo(1).

Entre los 22 integrantes no hay ningún dirigente sindical, pese a que para la vertiente peronista del Frepaso fue decisivo el compromiso con esta coalición por parte del sector hegemónico en la conducción de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Figura en cambio Julio Godio, representante de la socialdemocracia para cuestiones sindicales, quien junto con Caputo ingresó al PSP tras haber sido, como el ex canciller, parte del espectro de intelectuales plena y públicamente comprometidos con el gobierno de Alfonsín.

CTERA, el sindicato docente, tomó la delantera en lo que luego sería la total subordinación de la CTA a un partido que, antes de firmar esta Carta, en 1995 llevó como candidato presidencial a José Bordón. El peso de quienes indirectamente hayan trasladado la opinión de esa dirección sindical para la elaboración del documento quedó en evidencia cuando, tres horas antes de la presentación pública del documento, Oscar Shuberoff, rector de la Universidad de Buenos Aires y uno de los integrantes, exigió airadamente -y obtuvo de inmediato- que se retirara del texto inicial la afirmación de que un gobierno de la Alianza apelaría a «la consulta permanente a los sindicatos docentes para la elaboración de la política educativa»(2).

¿Hay que aclararlo? No se trata sólo de que la burguesía predomine. Es preciso que incluso dirigentes sindicales de visible plasticidad ideológica y tan magra representatividad como los que se montaron al Frepaso, carezcan siquiera del derecho a ser consultados.

Ese incidente y su resolución exponen de manera inequívoca la relación de fuerzas -políticas y de clase- sobre la que se apoya la Carta a los argentinos. Se trata del desenlace previsible (y previsto; y denunciado), de la secuencia Frente del Sur -> Frente Grande -> Frepaso -> Alianza; eslabonamiento dramático de la captación de las capas medias, la juventud y franjas del proletariado por parte de la burguesía. (Desenlace por el cual, dicho sea de paso, ante la historia y el futuro inmediato deberán rendir cuenta partidos de izquierda y dirigentes sindicales que contribuyeron a ello, cuando era materialmente posible imprimir a esa dinámica social una perspectiva de clase, antimperialista y anticapitalista).

Tal relación de fuerzas es la que en último análisis define forma y contenido del documento. Pero más allá de lo expuesto en los 136 puntos de la Carta, cuyo significado y carácter será analizado a continuación, cabe adelantar una conclusión que, en definitiva, es la verdadera significación de este material programático: en el aludido proceso de realineamiento de clases y fuerzas políticas, la Alianza no constituye más que una instancia transitoria, ideológica y políticamente heterogénea al extremo, aunque hegemonizada hoy por la socialdemocracia internacional. La amalgama plasmada en la Carta carece de toda y cualquier consistencia y, por lo mismo, no constituye un programa para edificar un país. Los cinco firmantes (y mucho más aún los 22 integrantes) representan intereses, programas y estrategias no sólo diferenciados sino históricamente incompatibles. El gran vencedor coyuntural de esta operación es Raúl Alfonsín, quien ratifica así su condición de único político de la burguesía local con visión estratégica y energía y capacidades para realizarla. Pero el hecho de que Alfonsín sea motor, eje y timón de la Alianza, indica que el Frepaso, como tercera fuerza reclamada a comienzo de los 90 por millones de personas, ha desaparecido.

En términos ideológicos, políticos y práctico-organizativos el Frespaso fue absorbido por la UCR. Y cabe recordar que éste es el partido gobernante durante la Semana Trágica y las matanzas de la Patagonia; el partido de la Unión Democrática bajo el mando de la embajada yanqui; el partido de la Revolución Libertadora; el partido cuyo presidente de entonces, Ricardo Balbín, inventó en 1974 la siniestra amalgama de «guerrilla industrial» para justificar la represión militar contra los obreros y el pueblo de Villa Constitución, el mismo que horas antes del 24 de marzo de 1976 declaró: «soluciones hay, pero yo no las tengo»; el partido que durante los años de terror dictatorial mantuvo intendentes en cuatro centenares de municipios…

La deglución del Frepaso tiene como maestro a Alfonsín. Pero en términos electorales y en lo inmediato el beneficiario es el sector más reaccionario de este partido, representado hoy por Fernando de la Rúa, hijo político del malhadado Balbín. (Esto plantea a su vez una pregunta que sólo el tiempo permitirá responder: ¿se detendrá Alfonsín en este punto? Hay más de un indicio de que la respuesta podría ser negativa).

 

Forma y contenido

La evaporación del Frepaso en el sentido indicado no cambiaría un ápice en la eventualidad de que alguno de los integrantes de su cúpula llegara a asumir cargos relevantes -sin excluir la presidencia de la nación. Cualquiera sea la valoración que se haga del Frepaso nadie podría negar que su nacimiento y fulgurante desarrollo tuvo una causa determinante: la voluntad de miles de luchadores sociales y de jóvenes recién iniciados en la vida política de participar, de hacerse escuchar, de ser protagonistas y defender los reclamos y anhelos de su ámbito de pertenencia en el diseño de un país futuro, cuyo punto de partida fue el rechazo visceral a los dos grandes aparatos políticos del capital.

Antes de ninguna otra consideración, hay que subrayar que la Carta a los Argentinos consuma una estafa histórica a ese sentimiento arraigado y extendido.

Aquellas decenas de miles y luego centenares de miles de luchadores, activistas y militantes, fueron reemplazados en la elaboración del programa por 22 integrantes, entre los cuales figuran nombres cuya sola mención hubiese despertado el rechazo contundente de las fuerzas iniciales del Frente del Sur y su vástago el Frente Grande, útero donde a su vez engendraría el hijo bastardo de un tránsfuga del PJ, quien tras alzarse con cinco millones de voluntades volvió al partido de origen.

Pero eso no es todo. Los 22 fueron reemplazados por dos coordinadores, quienes a su turno pusieron un anteproyecto en manos de Alfonsín, para que éste, tomando en consideración el enmadejado juego de presiones y concesiones, diera los retoques finales (lo cual no evitó el conflicto de última hora ya referido).

Si se da crédito al informe oficial, este proceso denominado de elaboración, demandó casi seis meses, con la participación de 31 comisiones y 45 fundaciones. Que esto no es verdad, lo prueba la edición de Página/12 del 27 de mayo. El título de primera plana era El paquete de Machinea y en la página 2 reproducía los diez puntos principales, que se hallarán en el texto presentado 75 días después. Para más datos, en la página siguiente de la misma edición, el diario informa: «Enrique Martínez llevó la voz cantante en los cuestionamientos de los economistas del Frepaso. Ayer, Martínez, Arnaldo Bocco, Ricardo Gerardi, Julio Godio, Alejandro Rofman y Alvaro Orsatti firmaron un documento de circulación interna dentro de la Alianza, que fue distribuido durante el seminario en el Hotel Bauen, en el que critican duramente la posición de Machinea-Gerchunoff, la dupla más escuchada por los cinco dirigentes máximos de la coalición opositora (…) Es una visión igual a la que sostienen los economistas liberales´, dijo Martínez a Página/12»(3).

No obstante, admítase por un momento como hipótesis que la versión oficial es valedera y que durante el procedimiento las bases gestantes de esa fuerza que irrumpió impetuosamente en el panorama político argentino tuvieron alguna posibilidad de filtrar sus demandas. ¿Fueron consultadas luego respecto del resultado final? ¿Hubo reuniones, asambleas, conferencias, congresos, para estudiar, debatir y votar el programa resultante?

En absoluto. La voluntad, la soberanía y el esfuerzo militante de quienes catapultaron al Frepaso y luego a la Alianza fueron, una vez más, expropiados por un puñado de personas, quienes luego de visitar embajadas, recorrer capitales imperiales, escuchar atentamente y a puertas cerradas a los titulares de los grandes grupos económicos que controlan el país y bailar en público con algún sostenedor y beneficiario de los años de represión y la superexplotación y saqueo que siguió luego bajo el régimen constitucional, pusieron la firma al pie del documento.

Es meramente anecdótico que el maestro de ceremonia de la puesta en escena haya sido Alfonsín. No podía ser de otro modo, dadas las virtudes de sus cuatro consortes. Lo sustantivo es este proceso de expropiación de esfuerzos y anhelos, de intenciones malversadas, de esperanzas estafadas.

Pero esa expropiación no es una mera falla de procedimiento: es una necesidad imperativa: con la participación masiva de las bases, el contenido de esa Carta hubiese sido estentóreamente rechazado.

La cúpula que promete a la nación una «democracia moderna», no puede sino comportarse dictatorialmente con sus propias bases, en un adelanto homeopático de lo que hará si accede al gobierno.

La patraña no termina allí. Tras haber firmado un programa conjunto (no importa cuántas trapisondas se hayan hecho entre sí en el camino), los firmantes ponen ahora a votación… el nombre de quien deberá aplicarla.

Es una caricatura grotesca: se amuralla la posibilidad de participación y expresión colectivas, se impide el debate programático y se pone a votación la opción entre dos rostros que sonríen desde millones de carteles y empachan al estómago más resistente desde los medios de incomunicación de masas.

En este sentido, la Carta a los argentinos clausura un ciclo y plantea la posibilidad objetiva de que antes, durante o después de la campaña electoral la Alianza estalle en pedazos (y no necesariamente sobre las actuales líneas de división partidaria). De este modo, se reactualiza la posibilidad y necesidad de edificar una genuina fuerza política de masas en torno de los trabajadores y con un programa que podrá tomar esta Carta como prueba irrefutable de que no hay caminos intermedios. Porque, como se verá, el programa presentado no es de centroizquierda, ni de centro (para usar esas categorías vacías de la prensa comercial), sino que está a la derecha de la política aplicada actualmente.

 

¿Hacia un destino común?

El primer capítulo del programa aliancista invita a marchar «hacia un destino común, solidario y de progreso». Como todo lo que se encontrará en las páginas de la Carta -a menudo repetitivas y redactadas sin una gota del vigor y la pasión que invariablemente traducen los documentos realmente fundacionales- este apartado expone objetivos vagarosos, para cuyo logro no se trazan metodologías, caminos ni medidas precisas.

«Organizar la Nación como una república democrática moderna» propone el primer punto, que concluye con una expresión sorprendente para este tipo de documentos: «La Alianza tiene con qué hacerlo, tiene capacidad y convicción».

Quizá por lo contrario -es decir, por ausencia de puntos de referencia que hagan creíble la afirmación; por falta de la convicción que dicta conceptos elevados y la capacidad para plasmarlos en propuestas convocantes- los autores recurren a alusiones chabacanas habituales por estos tiempos en programas de televisión destinados al consumo masivo.

Contrastadas ambas afirmaciones con la realidad de lo palpable allí donde gobierna la Alianza como tal, es decir la ciudad autónoma de Buenos Aires, se entiende el recurso. Para tomar un único caso, entre centenares: ¿podrían poner como ejemplo para «organizar una república democrática moderna» el patético ejercicio de tramoyas y ocultamientos, viejo ya de más de un año, durante el cual no han podido designar un titular para la Controladuría de la ciudad y han transgredido de modo ilevantable todo y cualquier concepto de democracia genuina?

Una nota discordante en demasía suena en el séptimo y último punto de capítulo, donde la Alianza afirma que cumplirá su cometido «con la fuerza que nos otorgará una ciudadanía hastiada de delitos sin castigo».

¿Se referirá, por caso, a los delitos cuyo castigo impidieron las leyes de punto final y obediencia debida, votada por todos los legisladores de la UCR y a cuya revisión se opusieron con gestos airados los titulares reconocidos del Frepaso? Aquí la liviandad roza a la burla. Y pone de manifiesto la penosa situación de redactores escribiendo con las manos amarradas, lo cual explica por qué el documento no consigue levantar vuelo siquiera en una de sus 136 tesis.

Con todo, el núcleo del capítulo lo constituye el primer párrafo del punto 7, en el cual los firmantes sostienen -con letras en negrita- que «Para construir la sociedad de progreso es necesaria la conformación de una alianza con consenso democrático».

No se encontrará a continuación ningún lineamiento preciso para la conformación de tal «alianza con consenso democrático». Pero los hechos darán la respuesta ausente en el texto: dos días después de presentado el documento en el muy democrático y popular hotel Bauen, los cinco titulares de la Alianza se reunieron con representantes de partidos del interior.

 «… los provinciales reaccionaron favorablemente -registra el diario Clarín– El santafesino Alberto Natale, los sanjuaninos Nancy Avelín y Leopoldo Bravo (hijo), el mendocino Gustavo Gutiérrez, el ex gobernador salteño Roberto Ulloa, la ex intendenta correntina Ana Pando y el jujeño Pedro Figueroa, entre otros, elogiaron el hecho de discutir en torno a `propuestas concretas´, aunque pidieron mayor énfasis en la protección a las provincias (…) Detrás del acercamiento conjunto a los provinciales, radicales y frepasistas esconden una sorda disputa por obtener apoyo a sus candidatos para la interna presidencial de noviembre, de parte de ésas y otras fuerzas orientadas hacia el centroderecha».

Tal vez algunos jóvenes lectores de Crítica desconozcan que Ulloa es un ex militar directamente involucrado en la última dictadura; que Natale hizo otro tanto -con ventaja- como rancio político civil y el bloquismo es una de las tantas expresiones de corrupción cuasifeudal de las burguesías del interior, a las cuales constituye un acto de piedad ubicarlas en el «centroderecha».

El artículo de Clarín concluye con un cuadro preciso y harto elocuente: «Fernández Meijide busca el respaldo del bloquismo, los demócratas mendocinos y un sector de los renovadores salteños [precisamente Ulloa, LB]. De la Rúa tienta al Partido Demócrata Progresista, a los salteños y asegura contar con el apoyo del MID, los ex peronistas de Solidaridad y grupos de origen liberal y conservador que coordina el ex desarrollista Alfredo Vítolo»(4).

Para decirlo en pocas palabras: una república democrática moderna y un destino común.

Sí: la Carta a los argentinos propone un destino común con militares responsables de la última dictadura, dirigentes políticos de ultraderecha liberal como Natale, partidos corrompidos hasta la médula como el bloquismo sanjuanino y el Demócrata de Mendoza… para nombrar sólo a algunos(*).

 

La propuesta económica de la Alianza 

Resulta evidente, a partir de lo señalado, la inutilidad de ocuparse por responder cada uno de los 136 ítems que componen la Carta. En cambio, es necesario observar de cerca la propuesta económica de este programa de gobierno.

Con mayor brutalidad aún que cuando llaman a un consenso democrático y un destino común con asesinos, ladrones y explotadores, los firmantes de la Carta muestran en el capítulo económico hasta qué punto están presos en algunos casos e identificados en otros con la política en curso (la cual, dicho sea de paso, iniciada por Martínez de Hoz durante la dictadura, fue retomada por Juan Sourrouille tras el rotundo fracaso del intento progresista durante la primera fase del gobierno de Alfonsín).

Tras las vacuas expresiones de buenos deseos, en la primera página del apartado se puede leer: «La Alianza está resuelta a mantener la convertibilidad» [punto 11]. Y para aventar desde el inicio toda sospecha remata inmediatamente: «La Alianza (…) respetará las privatizaciones» [punto 14].

Dada la jerarquía de alguno de los integrantes, sorprende la escualidez del capítulo económico. Aunque hay que admitir que los Hados no facilitan su trabajo.

Al día siguiente de la victoria electoral aliancista del pasado 26 de octubre, un terremoto bursátil internacional avisó que no podría ocultarse por más tiempo la honda crisis de la economía mundial con epicentro en Estados Unidos, Europa y Japón. Diez meses después, mientras la cúpula aliancista sonreía a las cámaras de televisión con la Carta en la mano, los diarios vespertinos anunciaban que el índice de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires había caído esa tarde el 3,9%. Al día siguiente, algún periodista sutil del diario se dio el lujo de una ironía lacerante para los redactores de la Carta: al lado de un grueso titular en el cual describía el contenido central de ese documento: «La Alianza insiste: no tocará la convertibilidad», un recuadro dominante informaba: «La Bolsa está cada vez peor» y a continuación explicaba: «En 20 días bajó casi el 20%. Y ayer se agregó otro dato preocupante: comenzaron a caer los títulos de la deuda externa argentina».

Quien tenga el estoicismo necesario para leer línea por línea la totalidad del documento, respecto de la amenazante crisis de la economía mundial sólo encontrará este párrafo: «el contexto internacional se presenta menos favorable que el de comienzos de los noventa. El ritmo de crecimiento de la economía mundial se desacelera y la volatilidad de los capitales aumenta» [punto 8]. A cambio, abruman las promesas a las PyMEs.

Después de haber atosigado a la opinión pública con vaciedades respecto de la globalización, arcano que todo lo explicaba (y que, entre otras cosas, obligaba a privatizar las empresas públicas y los recursos naturales), los autores de la Carta omiten el análisis del cuadro internacional y del impacto inexorable que éste tiene sobre la economía local. Con desprecio olímpico no ya por la ciencia de la economía política, sino por el rigor de una lógica elemental, los autores practican un salto acrobático y llegan en el punto 25 a la siguiente afirmación: «Para la Alianza la conjunción de una política orientada a alcanzar una tasa de inversión del 30% del PBI y un nivel de exportaciones de 50 mil millones de dólares constituyen los ejes centrales de su estrategia para sostener una tasa de crecimiento del 6% anual del PBI, que es a su vez una precondición esencial para reducir la desocupación al 6% al final de su gobierno».

Póngase de lado el hecho de que esta propuesta progresista excluye por definición la idea de pleno empleo y considera una victoria que en el 2004 Argentina tenga más de un millón de desocupados (es decir, unos cinco millones de personas arrojadas a la marginalidad). Y búsquese en la Carta las vías para alcanzar los objetivos resumidos en el punto 25.

Según el texto, el «núcleo central de la estrategia» consiste en «expandir las exportaciones, incorporando cada vez más valor agregado» [punto 15]; sobre esta base y «el ahorro interno», la Alianza «se compromete a que, al cabo de su primer mandato, la tasa de inversión no sea inferior al 30% del PBI».

Los economistas de la Alianza parecen no haberse enterado de que la inversión productiva viene cayendo sistemáticamente desde comienzo de los años 70 a escala mundial; tampoco parecen saber que el factor dominante hoy en el mercado internacional es la feroz guerra comercial, la sobreproducción y la disminución de la capacidad de demanda; no creen necesario señalar que los precios de las materias primas que Argentina exporta y la única base sobre la cual se podría aumentar los volúmenes vendibles, caen de manera sistemática y, en los últimos tiempos, acelerada, de modo tal que incluso un drástico aumento de volúmenes (cosa harto dificultosa, a la luz del agravamiento de la crisis y la perspectiva cierta de una recesión combinada en los centros imperialistas, con tremendos efectos sobre las economías dependientes ya colapsadas), no aumentaría los montos en divisas.

En línea con la omisión respecto del estado y la dinámica de la economía mundial, los autores no necesitan responder qué, cómo y a quién se exportará para poner en vigencia el «núcleo central» de esta original -revolucionaria, podría decirse- estrategia de la oposición progresista.

Con todo, el texto da algunas pistas respecto de los instrumentos mediante los cuales tratarán de llevar las exportaciones a 50 mil millones anuales: «En primer lugar, una política tributaria que reduzca los costos para los exportadores»; y «en tercer lugar, una política de estímulos a las exportaciones».

Más adelante la Carta explica que «El aumento de las exportaciones es la vía apropiada para insertarse positivamente en un mundo globalizado. Es también la manera de aumentar el empleo al superar la restricción que nos impone el creciente desequilibrio de nuestras cuentas externas» [punto 37] y ofrece precisiones en los siguientes ítems del punto 38: g) Devolución en tiempo y forma del IVA a los exportadores; h) Devolución automática del IVA a las inversiones en proyectos de exportación; j) Los reintegros a las exportaciones no deben ser gravados por el impuesto a las ganancias.

Seguramente por casualidad, al día siguiente de la presentación oficial de la Carta, Clarín reprodujo un reportaje a Machinea. (Claro que por causas obvias las declaraciones debieron ser tomadas el día anterior; ¿tal vez durante la ceremonia en el Bauen?). Las vaguedades de la Carta toman aquí cierta carnadura. Ante la pregunta ¿Qué los diferencia de Roque Fernández?, el candidato a futuro ministro de Economía responde: «Las diferencias son muchas pero esencialmente en lo referente al estímulo a las exportaciones». Más adelante la entrevista continúa de esta manera: ¿Con qué esquema impositivo piensa que van a aumentar la recaudación; con el actual? «Sí, ¿por qué no?» Porque implica rechazar el proyecto de reforma impositiva que impulsa el gobierno. «Yo concuerdo con la baja de los aportes previsionales, con el aumento de la tasa de Ganancias y con la generalización del IVA»(5).

En resumen: la diferencia central respecto de la actual política económica será el estímulo a las exportaciones. Ese estímulo tiene como primer punto la eliminación de gravámenes a los exportadores y de aportes previsionales a los empleadores. Todo lo cual se equilibrará con un aumento en la tasa del impuesto a las ganancias (sí: ése del que estarán exentos los reintegros a las exportaciones; el mismo que ninguna empresa de porte paga como corresponde; ése con el cual se acorrala a pequeños comerciantes, productores y profesionales). Y además, claro, con la generalización del IVA.

Si las palabras tienen alguna significación, resulta translúcido que la Alianza critica al actual gobierno porque no otorga suficiente exenciones o beneficios impositivos a los exportadores, no ha completado el desmantelamiento del sistema previsional, no ha eliminado los aportes patronales y no recauda suficientemente porque no generaliza el IVA.

Pero… ¿quiénes son los exportadores? Si el Indec no miente y la memoria de cualquier argentino no falla, este país exporta productos agropecuarios (una pequeña parte de ellos con algún grado de industrialización) en proporción de 8 sobre 10, petróleo en los últimos tiempos (desde que se privatizó YPF), productos lácteos y algunos automóviles (a Brasil) y, novedad reciente, un rubro en el que Argentina va primera en el mundo: limones.

De modo que los exportadores de estos bienes son los poseedores de grandes extensiones de tierras, los flamantes dueños de YPF, las principales fábricas de autos y el gran capital financiero. Porque del mismo modo que un obrero de Peugeot no es exportador cuando el Sr. Franco Macri despacha un lote de autos a Brasil, los pequeños y medianos propietarios de tierra no exportan lo que producen, sino que lo venden -casi siempre con considerable antelación y a precios irrisorios- a acopiadores que sí exportan el sudor agregado al grano de trigo, al trozo de res o, ahora, a la doble acritud del limón.

A ellos se les rebajarán los impuestos, según la Carta de la desvergüenza argentina. ¿Y a quiénes les serán aumentados? He allí, por fin, una propuesta democrática… ¿o acaso el IVA no lo pagan todos?

En efecto. El impuesto al consumo, lo pagan democráticamente todos los que consumen. Se le cobra el 21% sobre lo que consume al jubilado que cobra $150 y ni un punto menos al Sr. Gregorio Pérez Companc, quien según informa la prensa comercial, días atrás compró su enésimo auto, una Ferrari de colección, en 650 mil dólares(6).

Este es, negro sobre blanco, «el núcleo central de la estrategia» presentada por la Alianza: ofrecer aún más facilidades y posibilidades de enriquecimiento desmedido al gran capital, para que éste exporte más. Sobre esa base, sostiene la Carta, crecerá la economía y habrá trabajo para todos (menos un 6%).

 

Paréntesis para la memoria

Como si estuviesen inaugurando una nueva etapa histórica los autores proclaman con énfasis: «Queremos generar una cultura exportadora» [punto 24]. Pero si esa clase de cultura no necesita promotores en algún lugar del planeta, ése es Argentina. Y no sólo porque nadie, en ningún punto del arco ideológico, negaría la importancia de las exportaciones (aunque, claro, desde una concepción ajena al lucro como motor de la economía éstas cambian radicalmente de carácter).

Una fugaz mirada a la historia puede ilustrar al respecto. «Todo lo que estas repúblicas necesitan es intercambio comercial con alguna nación fuerte y poderosa», decía en su época de oro el brigadier general Don Juan Manuel de Rosas. Entonces como ahora, lo obvio era entendido por cada quién según sus intereses. Manuel José García, quien fuera ministro de Hacienda de Rosas, luego de haber cumplido análogas funciones durante el período en el que Rivadavia forjó su gloria (sí: no es de ahora esto de cambiar de barco para seguir navegando en el mismo rumbo), además de ser el gestor del empréstito con la banca Baring Brothers y de haber transmutado la victoria militar de Ituzaingó en derrota política frente al imperio lusitano entendía las exportaciones del modo que describe en sus memorias el brigadier general Pedro Ferré, quien pretendía poner coto a la voracidad de Gran Bretaña y sus socios porteños: «El señor García procuraba eludir mis razones con otras puramente especiosas, pero que les daba alguna importancia la natural persuasiva del que las vertía. Entonces le dije que prometía callarme y no hablar jamás de la materia, si me presentaba, por ejemplo, a alguna nación del mundo, que en infancia o mediocridad, hubiese conseguido su engrandecimiento sin adoptar los medios que yo pretendía se adoptasen en la nuestra (el autor se refiere a medidas proteccionistas). El señor García confesó que no tenía noticia de ninguna, pero que nosotros no estábamos en circunstancias de tomar medidas contra el comercio extranjero, particularmente inglés, porque hallándonos empeñados en grandes deudas con aquella nación, nos exponíamos a un rompimiento que causaría grandes males; que aquel arreglo era obra del tiempo pues en el día tenía también el inconveniente, que con él disminuirían las rentas de Buenos Aires y no podría hacer frente a los inmensos gastos de aquel gobierno»(7)

Para ciertos politólogos y comentaristas contemporáneos puede resultar decepcionante comprobar que las argumentaciones basadas en la globalidad y el posibilismo no son hallazgos propios ni flores de estos tiempos. Incluso puede que les resulte incómodo verse citados avant la lettre por un personaje como García, a quien Lord Ponsonby calificaba como ‘un perfecto caballero inglés´.

En las antípodas de conducta, intencionalidad y nivel intelectual con respecto a García, Juan Bautista Alberdi, en un punto de la evolución de su pensamiento decía lo siguiente: «Con sólo producir materias brutas, la América del Sur es capaz de la misma vida civilizada que lleva Europa, nada más que con cambiar aquellas materias por los artefactos en que las convierte Europa (…) La industria rural vale bien la industria fabril. La producción de una vaca es tan peculiar y propia de la civilización más perfecta y adelantada como la de una máquina a vapor»(8).

Puesto que la verdad es concreta, hay que decir que Alberdi pensaba a mediados del siglo XIX, que sus opiniones avanzaron a medida que asimilaba los acontecimientos que sacudían a Europa y agregar que murió en el exilio y en la pobreza extrema, todo lo cual diferencia cualitativamente aquella posición de quienes la repiten hoy, cuando todavía resuenan los denuestos de Sarmiento contra «la oligarquía con olor a bosta», incapaz de hacer otra cosa que enviar vacas a Europa y derrochar en París el dinero obtenido por las exportaciones. Proponer bajarles los impuestos y darles incentivos a los herederos de aquellos señoritos huele a algo peor.

Pese a haber sido presentada en un ámbito posmoderno, la Carta del Bauen está por detrás del Plan Económico de Esteban Echeverría: «Mi objeto, como veis, es mostrar que para que nuestra industria progrese de un modo normal y seguro es preciso que echando mano de las materias primas, que ofrece nuestra tierra las transforme y beneficie cuanto sea dable, les imprima un valor, y así los expenda al extranjero, y nadie negará que esto es muy realizable en todos y con todos los productos vacunos y lanares»(9).

A mucha distancia de Echeverría, en todos los órdenes, en 1940 Federico Pinedo expuso ante el Senado la siguiente propuesta de país: «La vida económica del país gira alrededor de una gran rueda maestra que es el comercio exterior. Nosotros no estamos en condiciones de reemplazar esa rueda maestra, pero estamos en condiciones de crear, al lado de ese mecanismo, algunas ruedas menores que permitan cierta circulación de la riqueza, cierta actividad económica, la suma de la cual mantenga el nivel de vida del pueblo a cierta altura»(10).

Sería un exceso remover declaraciones de Adalbert Krieger Vasena o Alfredo Martínez de Hoz, ministros de sucesivas dictaduras, para compararlas con el descubrimiento de la Carta. Pero tal vez tenga alguna utilidad citar a autores actuales, como por ejemplo Eduardo Conesa, quien en Los secretos del desarrollo, expone su clave en el capítulo XII, titulado casualmente Las exportaciones como motor del desarrollo. Dice Conesa: «… no tenemos economías de escala porque nuestro mercado interno es pequeño. Y porque no exportamos lo suficiente. Nuestros industriales exportadores no pueden invertir para exportar porque no obtienen ganancias exportando (…) Con el tipo de cambio bajo vigente no hay rentabilidad en la exportación y por lo tanto no habrá inversión para exportar. No se le pueden pedir peras al olmo»(11).

Conesa al menos es consecuente y denuncia la convertibilidad como una farsa que afecta al sector cuyos intereses defiende. Continúa el autor que sitúa al tipo de cambio como ‘el más bajo de todo el período 1913-1993´: «El dólar barato puede ser fatal por varias razones. Las mismísimas cifras de las nuevas cuentas nacionales dadas a conocer por el ministerio de Economía, revelan que nuestro país tiene el récord mundial por sus menores exportaciones en relación al valor de su producción: solamente el 6,6%. De acuerdo al ingreso per cápita de la Argentina de 6900 dólares por año, y al tamaño de su población, lo ‘normal´ sería que la Argentina exporte alrededor del 22% de su producción, es decir, más de 50 mil millones de dólares por año contra los magros 15 mil millones de 1992»(12).

Casualmente, la Alianza propone en 1998, como núcleo central de su estrategia -e incluso con el mismo monto- lo que este autor planteaba como imprescindible en 1994… Pero la casualidad es más sugestiva aún si se tiene en cuenta que Conesa fue un puntal de la UCD. Desde esa mirada progresista, el autor sin embargo es coherente: «el tipo de cambio bajo equivale a una retención sobre las exportaciones agropecuarias e industriales de más de 50% ya que como estudiamos oportunamente, el tipo de cambio histórico de la Argentina de los últimos 30 años es de 2,20 pesos por dólar».

Otras proporciones también reclaman sustento teórico: «creemos en la existencia de un dramático retraso cambiario, que puede superar el 70%» dice el economista peronista Eduardo Curia, en su curioso libro titulado La convertibilidad: ¿el peronismo en crisis? prologado por Antonio Cafiero. Desde esa óptica, se puede leer: «La Argentina debía proyectar una plataforma exportadora sumamente ambiciosa, donde la fuerte colocación de nuestra producción transable en general no inhibiría -sino que traduciría- un modelo de neta vocación industrial (…) esta percepción de un modelo exportador integrado, con vocación industrial, no debía comenzar irritando las propias bases inmediatas del desarrollo exportador posible. Por ejemplo, perturbando -a través del agudo retraso cambiario- la expansión ponderable de nuestros commodities industriales y agrarios. La búsqueda de una proyección exportadora con mayor valor agregado y detentación de cuasirrentas, no se da en desmedro de los commodities…»(13).

Desde el ángulo opuesto a Conesa y Curia, el economista que encandiló a Castagnola sostiene lo siguiente en su libro Otro siglo, otra Argentina: «(según proyecciones) las exportaciones totales de bienes y servicios, partiendo de sólo el 7% del PBI en 1991, llegan al 11 – 12% del PBI en el año 2000 y al 15 – 16% en el año 2010. De cumplirse estos pronósticos, sin embargo, las exportaciones estarían más que duplicando su participación en el PBI en 20 años. Por esta razón, y por la posibilidad de aumentar el contenido de valor agregado a los bienes primarios exportables, ellas serán un motor cada vez más importante del crecimiento de la economía»(14).

Como se ve, entre todos estos autores hay mucho más en común que su conflictiva relación con la lengua castellana. Pero vale un esfuerzo adicional para leer con atención lo siguiente: «Unos objetivos importantes de las reformas comerciales fueron disminuir el prejuicio tradicional contra las exportaciones en los regímenes comerciales latinoamericanos y provocar un alza de las exportaciones. En realidad, partiendo del modelo del Este asiático, un número cada vez mayor de dirigentes latinoamericanos han reclamado la transformación del sector exterior en el motor del crecimiento de la región. Se prevé disminuir el tradicional prejuicio contra las exportaciones a través de tres cauces: un tipo real de cambio más competitivo -es decir, más devaluado-, una reducción en el costo de bienes de capital e intermedios que se importan para producir mercaderías exportables, y un giro completo en los precios relativos para favorecer las exportaciones».

No; no es un párrafo de la Carta. Es «el núcleo central» del libro Crisis y Reforma en América Latina -del desconsuelo a la esperanza- firmado por Sebastián Edwards(15).

Este autor, ex economista jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, es miembro de una tradicional familia chilena, reconocida por sus posiciones ultraconservadoras y por haber sido uno de los puntales de la dictadura de Augusto Pinochet. En este libro realiza un concienzudo y documentado balance de lo resumido por el título: las políticas económicas aplicadas en la región en las dos últimas décadas que, según el autor, tuvieron como avanzada al Chile de Pinochet y llevan del desconsuelo a la esperanza.

Si se exceptúa el punto relativo a la devaluación necesaria para contar con un tipo de cambio más competitivo, la fórmula es la de la Carta. (Incluso Edwards ha sido copiado en esta insólita noción de que es preciso forjar una cultura de exportación, por el tradicional prejuicio que la habría bloqueado). Y aunque la identidad de este documento se extiende en lo fundamental a todos los autores citados, es evidente que por la omisión del apoyo a la industria y el énfasis puesto en las exportaciones primarias, el programa de la Alianza se ubica a la derecha de propuestas como las de Curia, Cafiero e incluso Llach. Para decirlo con las palabras ya citadas del economista Martínez, del Frepaso, el programa expuesto en la Carta parte de ‘una visión igual a la que sostienen los economistas liberales´.

Decididamente la originalidad no es el rasgo sobresaliente de la Carta. Pero el problema mayor no es la falta de pensamiento renovador, sino la identidad con la argumentación utilizada históricamente para favorecer a las oligarquías dominantes a costa de la cesión de riquezas y soberanía, es decir, del empobrecimiento del país, la superexplotación de los trabajadores y la opresión de nueve de cada diez habitantes. Basta comparar los conceptos de Manuel García, Federico Pinedo, Eduardo Conesa y la Carta de la Alianza para saber cómo se ha resuelto el sordo debate interno de esa coalición.

Además de lo obvio, este desplazamiento plantea un riesgo mayor: sin duda las masas percibirán el alineamiento de la oposición progresista con el liberalismo de ultraderecha y, dada la ausencia de una alternativa real, previsiblemente se fraccionarán entre el escepticismo y la búsqueda de representación en la derecha. Sea quien sea el candidato del PJ (o de la nueva formación que eventualmente se presente en su reemplazo si el aparato queda en las manos actuales), no desperdiciará esta posibilidad.

 

Estridente silencio

Pero volvamos al texto de la Carta. Pese a la significación irrefutable que en todos los órdenes tiene el hecho de centrar una estrategia en la maximización de beneficios para la oligarquía terrateniente, industrial y financiera, el documento es más elocuente aún en lo que calla que en lo que enuncia.

Entre las innumerables omisiones deliberadas de la Carta, no es posible eludir la consideración de tres de ellas. En las 35 páginas del documento, no figura siquiera una alusión colateral al aumento de salarios, en un país donde el 60% de los trabajadores ocupados gana $600 o menos, es decir, entre la mitad y un cuarto del costo de la canasta familiar; tampoco se dice una palabra respecto de las jubilaciones. Y sobre un tema decisivo para la economía como es la deuda externa hay sólo dos expresiones, que se reproducen textualmente a continuación: «Endeudarse para consumir, despilfarrar y especular es fatal» [punto 113]; y «La pérdida de participación de empresas nacionales en la producción de bienes y servicios y el endeudamiento externo, no tienen precedentes en el país y probablemente en el resto del mundo»(16).

Podría agregarse que la pérdida de seriedad teórica, vigor político y vergüenza individual tampoco tienen precedentes en el país y, probablemente, en el resto del mundo.

En un texto reciente, Aldo Ferrer dice lo siguiente: «La presidencia de Alfonsín (1983-1989) heredó una economía con una gigantesca deuda externa, seriamente dañada y con profundos desequilibrios macroeconómicos (…) América Latina realizó una transferencia de u$s 220 mil millones en el período 1983-1991. Este extraordinario proceso de ajuste y la crisis fiscal generalizada provocaron la contracción económica y el aumento del desempleo, la pobreza y la inflación (…) La vulnerabilidad instalada con la deuda externa introdujo en la Argentina y los otros países deudores de América Latina restricciones sin precedentes en la administración de la política económica»(17).

Ahora bien: Alfonsín asumió el gobierno con una deuda externa de alrededor de 43 mil millones de dólares. Y tras haber pagado una cifra imprecisa estimada entre 15 y 20 mil millones, entregó la banda presidencial, con la premura conocida, junto con una deuda de alrededor de 63 mil millones. Desde entonces, luego de la enajenación de todo el patrimonio nacional para pagar la deuda, ésta es hoy superior a los 125 mil millones(18).

En el último párrafo del texto citado de Ferrer, el autor dice lo siguiente: «(Es indispensable) recuperar capacidad de decisión frente a los acreedores financieros internacionales y disminuir la necesidad de financiamiento externo. De allí la importancia de (…) establecer mecanismos regionales para la negociación coordinada y solidaria con los centros financieros internacionales»(19).

Ferrer, recuérdese, figura como integrante del equipo que elaboró la Carta. Como queda dicho, en ese documento no se habla de la deuda externa. Mucho menos de este propósito, avalado por una lógica elemental (y, subráyese, intentado por Alfonsín durante el primer tramo de su gobierno, mediante el ministro Bernardo Grinspun), de «establecer mecanismos regionales para la negociación coordinada y solidaria con los centros financieros internacionales».

Claro que hay gente insensata(20), empeñada en no entender que éste es un recurso para engañar a los ingenuos gerentes de la banca acreedora.

Para refutar a ese tipo de personas, figura lo siguiente en el punto 114: «La adopción de decisiones nacionales autónomas no es sólo un problema de dignidad, sino una exigencia irrenunciable del sistema republicano y representativo, sin lo cual la consolidación de la democracia, el desarrollo dinámico y sustentable y el ejercicio de una genuina justicia social, son utopías inalcanzables»(21).

En efecto. Todos los firmantes de la Carta tienen claro que la consolidación de la democracia, el desarrollo dinámico y sustentable y el ejercicio de una genuina justicia social, son utopías inalcanzables si el gobierno depende de los centros imperialistas, que utilizan la deuda externa como cepo y rebenque. Pero no lo dicen por una razón táctica: una vez llegado a la Casa Rosada, naturalmente, se hará todo lo contrario, es decir, se enfrentará valientemente al imperialismo para que la consolidación de la democracia, el desarrollo dinámico y sustentable y el ejercicio de una genuina justicia social dejen ser fantasías.

Sin necesidad de recordar que -en un cuadro nacional e internacional incomparablemente menos grave, Grinspun fue cambiado por Juan Sourrouille y Alfonsín no pudo completar su mandato- el significado real del doble discurso queda en evidencia si se entiende que reducir impuestos a los exportadores, mantener los actuales niveles salariales y proponer como núcleo central de la estrategia aliancista llegar a exportaciones por 50 mil millones de dólares, son mecanismos destinados a pagar la deuda externa.

Porque ésa es la intención, es imprescindible el silencio; tanto más indigno cuando se toma cuenta de que los miembros del IPA conocen con exactitud el significado económico, social y político del saqueo sin precedentes que presupone el pago de esa falsa deuda(22).

Se entienden entonces otros guiños, como por ejemplo «Las fuerzas armadas constituyen el eslabón más importante de la defensa nacional y para que cumplan con los objetivos que fija la Constitución Nacional deben contar con misiones establecidas por el poder político, con presupuestos suficientes que garanticen una vida digna a sus integrantes y con niveles de equipamiento eficientes que privilegien las capacidades operativas» [punto 134]; (¿Hace falta decir que no se hallará en la Carta la exigencia de juicio y castigo a todos los culpables por el asesinato masivo que inició con los desaparecidos y continuó sin pausa con las víctimas de la miseria extrema y la represión cotidiana?). O la propuesta de «modernización de las relaciones laborales» léase: flexibilización [punto 75]. O la aviesa propuesta de «autonomía de los actores sociales para elegir aquellos con los que han de negociar» equivalente a la destrucción de los sindicatos obreros [punto 79; ítem a, por el cual viene trabajando desde hace años el centro de estudios de ATE]. O la frase siguiente: «La Alianza se opone a la privatización del Banco de la Nación Argentina», aún más tramposa que las anteriores, porque encubre la falta de un pronunciamiento en oposición a la privatización del Banco de la Provincia de Buenos Aires y del Banco Hipotecario (omisión obvia, porque la Alianza ha estado involucrada en la privatización de bancos de Estados provinciales y del Hipotecario). O la más sutil pero no menos significativa transformación, según la norma de los nuevos propietarios de las empresas de servicios públicos, de usuarios en consumidores… [ punto 27]. O el velado apoyo al arancelamiento de los hospitales públicos [punto 27]. O el alineamiento sin reservas con la propuesta del Banco Mundial para la reforma educativa [puntos 64; 65; 67; 68; 69; 71].

Aunque todavía falte mucho por ver, lo mostrado es suficiente para afirmar que en su propuesta económica la Carta es una ofensa a la inteligencia. Y el programa que promete mayores libertades democráticas, ética en los funcionarios y gradual mejoría para todos es, lisa y llanamente, un fraude. Porque los autores saben que sin un vuelco de campana en el reparto de la renta nacional, sin bases objetivas para el crecimiento económico, no habrá más democracia, más libertad, ni más ética, sino exactamente lo inverso.

 

¿Por qué este viraje anacrónico del progresismo?

La explicación de tan violento giro hacia posiciones retrógradas en el plano económico no reside en la ignorancia o la maldad del coordinador general o los integrantes del IPA. Hay allí personas dotadas y cultivadas y no faltan -aunque tampoco abundan- quienes obran movidos por buenas intenciones.

Todo estriba en el punto de partida que se adopte: responder a las necesidades del conjunto de la población del país; o admitir que toda resistencia es inviable y buscar la salida sobre la base de someterse a las exigencias del gran capital imperialista y local.

Si se opta por la primera alternativa, es necesario hacer que todas las tierras produzcan; que se edifiquen los dos millones de viviendas que faltan para que todos tengan su techo; que no haya un solo habitante -de origen argentino o de cualquier otro- sin la posibilidad de estudiar y tener atención sanitaria adecuada; que no haya un solo trabajador/a o jubilado/a con un ingreso menor al de la canasta familiar. Poner en marcha un plan para resolver tales necesidades (que nadie, ni los autores de la Carta, cuestionan como objetivos válidos) automáticamente daría trabajo a todos. No habría ni el 6 ni el 1% de desocupados. Incluso, se podría convocar a trabajar aquí a tantos hermanos latinoamericanos que sufren la desocupación y la miseria en sus países.

Desde luego, todo esto exige recursos. ¿De dónde obtenerlos? La respuesta a este dilema presupone la adopción de medidas de neta confrontación con las bases mismas del sistema capitalista y, desde luego, con sus beneficiarios. No repetiremos aquí los lineamientos de tal programa, desarrollados en las sucesivas ediciones de Crítica y específicamente en Bases para edificar una alternativa los trabajadores y el pueblo(23).

Si la resistencia es considerada inviable; si de verdad, por invencibles relaciones de fuerza, el punto de partida de todo gobierno lo trazan el imperialismo y los señores del gran capital local (esos que, en Washington, Buenos Aires o Bariloche, bailan con la más fea si es necesario a sus intereses, llámese Videla o como sea); si no hay manera de imponerse a los gestores de la decadencia y la miseria; si cualquier opción de confrontación es más onerosa a los intereses del país y sus habitantes que la de la sumisión y la aquiescencia, entonces, sí, es necesario hacer lo que demandan los imperialistas y sus asociados locales, y adecuar a este principio todas las medidas de orden económico, político y social.

En este caso, no basta con asumir ese punto de partida: es preciso mostrarle a los amos que se es más confiable y eficiente en la tarea de gobernar para ellos, a quienes se les pedirá como limosna, para cederla a las víctimas, una milésima parte del saqueo.

La dramática realidad que prueba el contenido de la Carta es que la crisis mundial del capitalismo no deja el menor espacio para soluciones intermedias: o se corta de un tajo la dependencia respecto del imperialismo y el gran capital local en todas sus expresiones, o se le rinde pleitesía sin condiciones.

Este año Argentina paga sólo por intereses de la deuda externa 6800 millones de dólares. Esa cifra sumada a las amortizaciones de la deuda, las remesas de ganancias de las empresas imperialistas que predominan en todas las áreas de la economía, más los pagos de patentes, más el descomunal déficit comercial, más el igualmente gigantesco déficit presupuestario, hacen que en 1998 Argentina tenga un saldo negativo de 21 mil millones de dólares. O bien se explica que sin detener esa sangría es redondamente inaplicable cualquier plan de desarrollo, aumento de salarios y jubilaciones, eliminación de la desocupación, mejora en la educación y la atención sanitaria para las grandes mayorías… o se omite toda referencia a la deuda externa misma, se elude hablar de salarios, se olvida a los jubilados, se adoptan los planes del Banco Mundial para la educación, se entrega sin chistar la salud pública a empresas privadas de capitales imperialistas y locales que lucran sobre el dolor de millones de personas… se condonan las fraudulentas privatizaciones.

Del mismo modo, se proclama la necesidad de una radical reforma agraria o se propone el crecimiento aumentando aún más las fabulosas ganancias de la burguesía terrateniente.

Estas son las opciones. En un ciclo de gravísima crisis del capitalismo mundial no hay espacio para la comodidad de cambios progresistas sin medidas extremas, como no hay chance de extirpar un cáncer con caricias.

Las reformas progresistas -sea cual sea la posición que se tenga en términos históricos frente a ellas- son posibles en períodos de auge del capitalismo. En su fase agónica, son materialmente imposibles, por mucho que crean en ellas quienes las propugnan. El capitalismo en crisis sólo deja la posibilidad de la revolución… o de la contrarrevolución.

De tal manera, cuando afrontan la realidad, quienes en un pasado muy reciente (y a la vez muy lejano) encarnaron la voluntad de cambio de millones de personas descreídas de los partidos del capital, y puesto que para ellos -por convicción o conveniencia, ése es otro debate- excluyen la noción de revolución, se deslizan sistemáticamente hacia las posiciones de la derecha más conservadora.

¿No es ésa la conducta de quienes desde 1991 ocuparon (podría decirse usurparon) la representación de aquella voluntad de masas?

No caben aquí los juicios morales a individuos. Desde luego que hay allí sinvergüenzas, mentirosos, tránsfugas y pequeños aprovechados. Pero no es ése el factor dominante ni el nudo del problema. Es la opción de hierro que plantea el capitalismo de nuestro tiempo. La Carta plasma una opción. Y exige a su vez la opción de todos respecto de ella, particularmente de quienes directa o indirectamente, desde organizaciones sociales o sindicales hacen de apoyatura electoral a la Alianza(24).

 

Argentina y el mundo 

Plantear una interpretación y un programa de acción para Argentina al margen de lo que ocurre en el mundo es la prueba que evidencia con mayor nitidez la impotencia práctica del equipo redactor del programa de la Alianza.

Ante la inconveniencia de diluir la réplica a la Carta en un informe sobre la marcha de la crisis, se incluye un Apéndice a continuación de este texto. Allí se registran y analizan los hechos más salientes del último período, en línea de continuidad con la cobertura que Crítica realiza sistemáticamente desde su primera edición.

A partir de los datos de esa realidad puede afirmarse que el programa de la Carta, limitado a un juego que se verá a continuación, no sólo es contrario a los intereses de la clase obrera y del conjunto de la nación, sino que es rotundamente inaplicable y, en la eventualidad de que la Alianza llegue al gobierno, sólo podría plasmar sus aspectos más negativos.

 

Coyuntura y perspectivas: ¿todos iguales?

De lo dicho hasta aquí no debería extraerse la conclusión de que la propuesta de la Alianza es idéntica a la política actual.

De ningún modo. En más de un sentido, la Alianza es lo opuesto a lo que hoy es dominante en las decisiones de gobierno. Observar esas diferencias es clave para comprender qué está ocurriendo en Argentina y qué hacer frente a ello.

Desde el punto de vista del capital, se replantea por estos días la misma coyuntura observada cuando fue reemplazado Cavallo. La diferencia estriba en que esta renovada agudización de la disputa interburguesa ocurre sobre una base económica internacional y local completamente diferente a la de 1996: se ha desatado la crisis financiera mundial e, incluso con prescindencia de ella, la economía argentina no sostiene por más tiempo los enormes déficits comercial y de pagos, el endeudamiento descontrolado, el déficit fiscal.

Estas diferencias conllevan consecuencias de magnitud en el corto y largo plazos.

En aquella oportunidad, el resultado fue un gambito de Cavallo por Roque Fernández. Como lo reconocen ahora públicamente todos los actores, desde entonces la fractura en el Ejecutivo resultó en la imposibilidad de continuar con la aplicación sistemática del programa económico aplicado por Cavallo, pero sin cambiarlo por otro. En suma, la inercia.

Durante la misión en marzo de los técnicos del FMI se hizo patente la confrontación entre el partido de gobierno y el equipo de Economía (en representación del FMI). Es un error –en muchos casos una línea deliberada- reducir el choque a los intentos reeleccionistas. Hay aquí un conflicto de naturaleza completamente diferente. Y, de hecho, se puede entender el fenómeno a la inversa: es por la complicación del cuadro internacional y nacional que reapareció la idea –impensable hasta fines del año pasado- de reelegir una vez más al actual elenco.

Aquí se presenta la paradoja de que el gran capital financiero internacional confronta hoy con el partido oficialista respecto de cuestiones claves (ley laboral, reforma impositiva, precio de los combustibles, etc). Pero, al mismo tiempo, es evidente que un hipotético gobierno de la Alianza, más exigido por el movimiento obrero y el pueblo, con mayor dependencia de las masas para sustentar su fuerza política, estaría a la vez con mayores posibilidades de resistir las exigencias imperialistas en general y estadounidenses en particular.

En este intríngulis tan confuso como la situación que lo genera, todo indica que ante la aceleración de la crisis, Washington (corresponde diferenciar aquí al imperialismo USA de los restantes) optó por no cambiar de asno a la hora del descenso abrupto por un camino de cornisas.

La confusión deriva, ante todo, del hecho de que asistimos a los prolegómenos de un reacomodamiento histórico de las clases, en todos los órdenes.

Se trata de un reacomodamiento sin estrategias definidas por parte de ninguna de ellas, y en consecuencia sin planes precisos, organizaciones vigorosas ni liderazgos válidos y creíbles. La Carta es una patética prueba de esta afirmación: toma las indicaciones de funcionarios del FMI y tecnócratas académicos estadounidenses, quienes fueron hasta ayer defensores del libremercadismo a ultranza y hoy, dando un salto en el aire, se muestran empeñados en que el Estado regule y ponga barreras aduaneras para disminuir el déficit de la balanza comercial y poder así servir los intereses de la deuda externa. Lo más significativo, sin embargo, es que la alianza política precedió al programa, de esta manera reducido a objeto de negociación pragmática, lo cual a su vez reduce la noción de estrategia a la condición de estratagema.

Esa carencia, producto de la falta de energía tanto de la burguesía como del proletariado (tema sobre el que hemos abundado en sucesivos materiales), otorga fuerza hegemónica al plan que coincide con los intereses de Estados Unidos, es decir: política anticrisis basada en la acentuación sin límites de la superexplotación; eliminación de barreras aduaneras para el continente (ALCA), para dar libre curso a las mercancías del imperio; remate de las riquezas nacionales a cambio de la autorización para latrocinios varios y del espejismo de la estabilidad; creación en el corto plazo de mecanismos políticos y militares de dominación hemisférica, obligadamente basados en recortes crecientes de las libertades democráticas y los derechos civiles de las masas.

 

Cambios bajo la superficie

En su momento subrayamos como dato esencial para comprender la situación nacional el hecho de que la burguesía local había cedido a Estados Unidos el papel de árbitro entre sus diferentes sectores, a cambio de garantías de gobernabilidad y participación en el saqueo denominado privatizaciones. La burguesía estaba entonces entre dos fuegos, con la ofensiva brutal del capital financiero internacional por un lado y la agudización de la crisis social por el otro.

Al inicio de aquel ciclo no hubo fisuras. En medio de la hiperinflación y ante el riesgo de explosiones sociales de magnitud, con puntos de unidad social para los trabajadores y una izquierda pequeña pero relativamente organizada y en desarrollo, todos los bloques del gran capital local, con explícito y entusiasta apoyo de las capas medias, refrendaron esta política. Tras las grandes huelgas de ferroviarios y metalúrgicos en 1991 y la deserción política de sus dirigentes, y ante la evidencia de la estabilidad de la moneda, incluso la clase obrera y el conjunto de los trabajadores respaldaron esta política dictada por el imperialismo.

Que la aplicara el partido supuestamente representante de los intereses «nacionales y populares» y que esa línea de acción se viera refrendada en sucesivas elecciones, fueron otros tantos indicadores de que el enemigo de clase, a la vez y en aparente contradicción, bajaba un escalón decisivo en el agravamiento de su crisis mientras lograba una victoria ideológica de magnitud, a partir de la cual se aceleraría la descomposición en la conciencia y la organización del proletariado.

Pero aquella fase de consenso burgués ha terminado, como ha terminado el aval de masas a aquella política. La fuerza centrípeta del arbitraje seguro y la estabilidad de precios se ha transformado en su contrario: una poderosísima fuerza centrífuga que pulveriza todo. O para ser más precisos: completa la pulverización de las ya agónicas instituciones del capital, y también de las instancias organizativas en las que hasta ahora estuvieron contenidos la clase obrera y el pueblo.

El fenómeno que ahora ocupa el primer plano –la centrifugación de fuerzas- no comenzó hoy, por supuesto, ni en octubre pasado. Convivió constantemente con la fuerza hegemónica que circunstancialmente lo negaba. Y se manifestó en diferente grado a través de las más diversas formas sindicales y políticas desde 1991.

La secuencia que culminó en la Alianza fue precisamente la plasmación de la contradicción con la política anticrisis del capital. Que esa contradicción tomara cuerpo en organizaciones, dirigentes y programas de la burguesía, es algo a tomar en cuenta cuando se analizan las plataformas, propuestas y capacidades tácticas de los partidos y dirigentes que debían encauzar la alternativa contraria.

El hecho es que a mayor oposición a los efectos económicos y sociales de las políticas oficiales, le correspondió un mayor aglutinamiento de fuerzas en torno de programas sustancialmente idénticos al del oficialismo e incluso de las mismas personas que delinearon y aplicaron aquellas políticas.

Pero hubo un salto de cantidad en calidad: la constitución de la Alianza y las elecciones de octubre pasado.

Los receptores de los votos se constituyeron como Alianza porque ese rechazo incluye a sectores de peso del capital.

Corresponde subrayar, sin embargo, que estos no se expresan sólo en la Alianza, sino también -y acaso con mayor beligerancia en un futuro cercano- en el PJ.

El Frepaso es una fuerza de naturaleza pequeño-burguesa, definiciones vagas y políticas erráticas. Su cerebro motor fue un hombre del Vaticano, Carlos Auyero, el mismo que en los años 60 fundó en Argentina la Democracia Cristiana, como parte del dispositivo ideológico-político montado por la iglesia para contrarrestar la fuerza de la Revolución Cubana. Es esta fuerza la que en lo que va de la década captó el descontento masivo. Pero al converger con la UCR, el rancio partido de la oligarquía liberal argentina, plasma a la vez la conclusión del contenido reaccionario del proyecto encarnado en el Frepaso, consolida la estrategia de la UCR –incluso si ésta se da mediante figuras advenedizas- y configura la muerte del Frepaso como nonato continente real y efectivo de la protesta y el descontento de los trabajadores, el grueso de la juventud e incluso sectores muy amplios de las capas medias.

Esto último es el dato decisivo de la coyuntura política y su evolución a mediano y largo plazos, pero corresponde a un desarrollo futuro, que aún no tiene signo definido.

Por ahora, lo dominante es que el imperialismo ha cobrado excesivamente cara su función de árbitro interno supremo. El saldo económico resultante, exige el reacomodamiento de sus socios sometidos. La situación económico-financiera del país es insostenible. Las clases dominantes locales tienen como alternativa la aplicación lisa y llana de las medidas preventivas exigidas por el FMI, la certeza de un colapso a corto plazo, o un cambio de rumbo para el cual no existe margen sin jugar la riesgosa carta de un realineamiento basado en la lucha interimperialista. Y ésa es la carta en la manga presentada en el Bauen.

El ciclo se agotó cuando el ensueño de un arbitraje signado por la equidad y el equilibrio entre las diferentes fracciones de la burguesía dejó paso a la realidad. Una realidad exigida por la crisis en los países centrales, ellos mismos compelidos a eliminar a los socios sobre los que se sustentan. Aniquilados ya, o amenazados de muerte en el corto plazo, sectores significativos del capital buscan paliativos a la despiadada voracidad del imperialismo.

No hay líneas claras para ello. Lejos de unir a la burguesía local, esta situación ha ahondado sus antiguas fracturas. Entre otros factores –a los que nos hemos referido en documentos anteriores- esto ocurre porque la crisis bursátil y sus demoledores efectos no estaban en los planes de los estrategas de la burguesía local.

La crisis bursátil y su ya indiscutible continuidad y profundización replantean un escenario de corridas financieras, hiperinflación (o su contracara, la hiperdeflación), convulsiones sociales y desestabilización política. Parece innecesario insistir en que un eventual gobierno de la Alianza no puede afrontar semejante perspectiva.

Como quiera que sea, el hecho es que irrumpió el cataclismo financiero y se abrieron las múltiples compuertas de la crisis. Esto significa que se ha acelerado la necesidad de redefiniciones de las clases, sus organizaciones y sus liderazgos, frente a una nueva situación cuyos rasgos distintivos son el empeoramiento de la crisis en todos los órdenes y la probada ineficacia de los instrumentos institucionales actuales para afrontarla.

Sea cual fuere la decisión de los sectores acosados del gran capital local, al definir una opción estratégica frente a la crisis provocarán a su vez con carácter de necesidad el realineamiento de la clase obrera.

Esto presupone un desafío singular para quienes pretendemos edificar un partido de masas del proletariado y el pueblo y abrir paso a una estrategia anticapitalista.

Puesto que ha sido justamente la fuerza desestabilizadora proveniente del exterior la que desató la crisis, conviene comenzar por asimilar esos hechos y tenerlos en cuenta como base para el análisis de la coyuntura en Argentina y su probable evolución.

Desde hace meses la prensa comercial reitera los datos de una situación económica insostenible, que exige cambios de envergadura y sin demora. La brecha ya señalada de la suma de déficits, sólo puede cubrirse con mayor endeudamiento y recepción de capitales especulativos. Pero la crisis financiera internacional hace imposible lo que era extremadamente difícil antes de que ésta se desatara.

Lejos de contar con un flujo creciente de capitales -incluso limitándose a aquellos exclusivamente especulativos- la coyuntura financiera mundial hace prever, en la mejor de la hipótesis, un corte abrupto en ese flujo; y en la hipótesis más probable, una masiva fuga de los capitales que hoy especulan en la bolsa local.

Sin llegar a ese extremo, sin embargo, está claro que el gobierno no contará con recursos para financiar el desbalance externo e interno.

La respuesta del FMI fue inequívoca: aumentar aquellos impuestos de segura cobranza (en primer lugar la generalización del IVA, como quiere Machinea), y el aumento de los combustibles, particularmente el gas oil, vía indirecta además para frenar el giro económico; disminuir las importaciones por los medios que sean necesario (es decir, sin ningún prejuicio neoliberal que impida levantar barreras aduaneras); disminuir directa e indirectamente los salarios; acelerar la venta de lo que queda, principalmente los Bancos Nación y Provincia de Buenos Aires.

Por su contenido recesivo y acelerador de la centralización de capitales -naturalmente en beneficio del capital financiero internacional, en detrimento del local- y por la particular coyuntura política en que se lo plantea, este paquete de medidas ahondó las fracturas interburguesas.

El fin de una fase en la economía mundial y local, prefigurado por la crisis de los tigres asiáticos y el empantanamiento de la convertibilidad, acaba de hecho con el esquema político que descansó sobre el arbitraje estadounidense. Pero, a su vez, éste resultó en su momento de un previo agravamiento de la crisis y la inexistencia de partidos políticos burgueses suficientemente fuertes como para ejercer por sí ese papel.

Replanteado el dilema una década más tarde, el único dato nuevo es la existencia del Frepaso, el cual sumado a la UCR y en busca de «la pata peronista», no es otra cosa que la versión desdibujada del fallido Tercer Movimiento Nacional anhelado inútilmente por Alfonsín antes de que lo devorara la ciénaga.

Conviene detenerse en la observación de ese dato nuevo, por su carácter altamente contradictorio y las consecuencias tácticas y estratégicas que conlleva.

El Frepaso resultó de la cooptación del conjunto opositor integrado por las capas medias, el grueso de la juventud y ciertos sectores de la clase trabajadora (sindicatos de servicios y exiguos contingentes del movimiento obrero industrial), por parte de una variante burguesa apenas maquillada. En ese sentido, la aparición del Frepaso y su crecimiento electoral (basado en una descarada campaña de los medios de difusión masiva del capital), fue una derrota política sin atenuantes de la clase obrera y de la vanguardia comprometida con una perspectiva clasista independiente.

Con todo y pese al desmesurado precio social que obreros y capas medias debieron pagar por esta derrota política, las concesiones formales, funcionales y programáticas que tal empresa exigió a sus beneficiarios redundaron en una fragilidad extrema de la criatura. Si los votos no sirven para garantizar un respaldo de masas a un proyecto estratégico, no sirven para nada, excepto para confundir a la ciudadanía en general y a la clase obrera en particular y en consecuencia demorar los desenlaces posibles. De allí que, a la hora de plantearse la asunción del gobierno, los referentes del nuevo aparato arrojaran por la borda a sus asesores económicos y se aferraran a uno con carnet radical. Pero tampoco un afiliado radical es del todo confiable. Y entonces el Frepaso tendió un puente para que cruce el segundo de Cavallo, es decir, el propio ex ministro como asesor en la sombra.

No se debería suponer que palabras tales como asesor, referente, o, la perla conceptual a la que se apeló para aludir a la intención de ampliar la Alianza: la pata peronista, son una mera degradación del idioma. Muy por el contrario, constituyen la expresión lingüística necesaria de la degradación ideológico-política extrema que encarnan el Frepaso, la UCR y su equívoca Alianza: a cambio de cuadros pensantes con envergadura de conductores políticos, estas estructuras tienen referentes, inútiles para toda función que no sea poner la cara y recitar frases hechas ante los medios de difusión. Allí donde hacen falta ideas, análisis y proyectos, los referentes necesitan asesores supuestamente sabios y asépticos. En consonancia con este envilecimiento de la razón y el accionar político, según los propios referentes, el proyecto opositor para marchar necesita una pata… del cuerpo al que supuestamente se opone.

¿Hace falta una imagen más clara para concluir que la Alianza es un extraño animal (los humanos cargan piernas) que aún no ha desarrollado las extremidades y, en consecuencia, no puede andar por sí mismo?

¡Pero no sólo hay problemas con las extremidades! Más penoso aún, e ilustrativo, es que este extraño engendro al que le faltan patas, debe ocultar la cabeza: de los cinco integrantes de su cúpula, los referentes (De la Rúa y Castagnola) hicieron los máximos esfuerzos por ocultar y mantener callado casualmente al único dirigente político de envergadura en todo el espectro burgués, Raúl Alfonsín, y al único cuadro con ideas propias y capacidad para exponerlas y defenderlas, Rodolfo Terragno.

Tamaña deformidad corresponde sin embargo con exactitud al fenómeno que corporiza: el desplazamiento de facciones burguesas que huyen de la voracidad imperialista, pero lo hacen tratando de disimular ante sus superiores, de aventajar a sus circunstanciales socios, de engañar a aquellos de quienes dependen para tener existencia ante el amo y, para completar el cuadro, sin saber exactamente adónde ir.

Esta es la burguesía argentina. Un cuerpo flácido, sin pies ni cabeza. ¿Puede extrañar que reapareciera la idea de que en la tarea de representar al engendro nadie aventaja al actual titular del Ejecutivo? Basta partir de estas razones para medir la magnitud de la derrota que significó el funambulesco renunciamiento para el sector del capital que había optado por ese recurso. (Y para suponer que ésa no es una historia acabada).

Consumada la metamorfosis del Frepaso, transmutado en UCR mediante la Alianza, como contraparte necesaria de la ausencia de una estrategia de desarrollo (la cual hace ineludible confrontar con el imperialismo) se cierne sobre ésta la imposibilidad de encolumnar de manera estable y sostenida al conglomerado policlasista que la catapultó como primera fuerza electoral. Esto es lo que alimenta la confrontación interna, que la prensa comercial presenta como meras disputas por alcanzar la primera candidatura. Tales escarceos se explican parcialmente por pugnas entre camarillas que defienden a dentelladas futuros cargos electivos. Sobre todo, estas reyertas son necesarias para entretener, confundir y contener a los sectores sociales que ante el fin de las ilusiones cifradas en el plan de convertibilidad volcaron sus expectativas votando a la Alianza y pocos meses después, con mayor o menor claridad y definición, perciben que no obtendrán respuesta a sus reclamos y transmiten su descontento.

Desde este ángulo la continuidad de la Alianza y su arribo como tal a la elección presidencial de 1999 está en dependencia de la capacidad de amplios contingentes de clases medias, el grueso de la juventud y franjas del movimiento obrero para expresar políticamente sus demandas propias.

Es improbable que en tan corto plazo ocurra algo semejante: las clases medias son incapaces por definición de crear algo diferente al Frente del Sur y sus sucesores; los jóvenes, atravesados por diferencias de clase insalvables a partir de ellos mismos, tampoco pueden proponer un programa y una organización alternativos; y la clase obrera, fragmentada y desmovilizada como nunca antes en su historia, no está en condiciones de remontar esta situación en torno a una campaña electoral y en tan breve lapso.

Imposible prever si la ausencia de tal desafío garantiza la unidad de la Alianza. Porque existe una amenaza desde otro flanco: las facciones de la burguesía que desde el PJ -o a través de él- reproducen el mismo movimiento que diera lugar a la Alianza.

En este sentido, la ansiedad por hallar «la pata peronista» podría muy bien estar anunciando una nueva metamorfosis, para la cual no necesariamente están dispuestas todas las fracciones del capital representadas en la UCR.

Por sobre cualquier especulación, sin embargo, se impone la realidad objetiva: estos movimientos bruscos de reacomodamiento y realineamiento no se producen en torno a una propuesta programática, sino a causa de y acelerados por la ausencia de una perspectiva estratégica, un programa de acción, un canal organizativo y dirigentes capaces de poner en pie el Tercer Movimiento Nacional.

En ese sentido, la Carta del Bauen -una mezcla de desarrollismo tímido (Ferrer), con neoliberalismo tardío (Machinea)- es un programa revulsivo… para la propia Alianza. Ese carácter se hace ostensible en el hecho de que sea Alfonsín quien condujo la puesta en escena, ante el más que visible descontento por parte de los precandidatos presidenciales.

No se trata, por cierto, de una disputa personal. Aunque con las contradicciones y debilidades señaladas, la Carta plasma una línea de acción con dos diferencias significativas respecto de la política aplicada en la actualidad: el intento de un sector del capital de aprovechar la aguda confrontación interimperialista, volcar todos los esfuerzos a la consolidación del Mercosur (entendido en este caso como frente único de sectores análogos de las burguesías de la región) y sobre esa base recuperar hasta donde sea posible la capacidad de decisión enajenada absolutamente por el conjunto de la burguesía en 1989/90.

Importa subrayar que en aquella oportunidad fue el conjunto, para percibir que ahora no hay líneas claras en el realineamiento. Así, se hacen inteligibles hechos aparentemente inexplicables como, por ejemplo, que luego de haberle pedido públicamente a Alfonsín que se calle la boca, Castagnola fuerza una sonrisa mientras el ex presidente, con evidente y legítima satisfacción, la mantiene a un costado en la presentación de la Carta; y que pocas horas después, Alfonsín sonría nuevamente con una copa en alto, pero esta vez al lado del titular del ejecutivo… todo esto mientras el gobernador de Buenos Aires Eduardo Duhalde proclama que el modelo está muerto y urge encontrar un reemplazo.

Se equivoca quien piense que el espectáculo estriba simplemente en la plasticidad moral y política de sus protagonistas. La causa de fondo es un reacomodamiento que no encuentra cauce firme por las razones expuestas. Esto abre interrogantes sobre durabilidad y consistencia del bloque burgués plasmado en la Alianza (o de cualquier otro que pudiera sucederlo), pero sobre todo afirma dos certezas: 1) si ocurriera la improbable consolidación de una coalición representativa de un realineamiento burgués, se asentaría exclusivamente en el propósito de disputar con el imperialismo el reparto de la plusvalía total, con el supuesto inconmovible de que ese objetivo exige aumentar la extracción de plusvalía absoluta y relativa; 2) en la hipótesis de que se consolide una coalición política representativa del realineamiento burgués, Alianza o como se llame, con tal o cual referente como candidato, la fuerza aglutinante del Frepaso está agotada. (Eventualmente podrá ganar elecciones, pero incluso esto es incierto, tanto por el combate menor con el candidato de la UCR, como por la posibilidad de promover un poderoso bloque de oposición programática que se exprese electoralmente contra las dos variantes burguesas).

Desde el punto de vista de la posición política de la clase obrera, se vuelve así al comienzo de los 90, cuando el viraje del gobierno peronista recién votado abrió la posibilidad de un realineamiento social y político del proletariado y el conjunto del pueblo trabajador, que significara la ruptura con la noción policlasista impuesta por el peronismo desde mediados de los 40 y la constitución de una fuerza política de masas con un programa independiente y clasista.

Tal analogía, sin embargo, no significa identidad. Y las diferencias son las que definen la coyuntura histórica y las tareas que deberán afrontar los luchadores sociales en general y los revolucionarios marxistas en particular.

 

Mal menor, oportunismo e izquierdismo

Cuadros, militantes y activistas, dirigentes sindicales e intelectuales, afrontan por tanto una instancia crucial.

Frente a ella, gravitan tres tendencias ideológico-políticas que deben ser combatidas y derrotadas: la opción por el mal menor; el pragmatismo dispuesto a sumergirse en supuestas oportunidades coyunturales; y el sectarismo ultraizquierdista, calificado por Marx como «esencialmente reaccionario» y condenado en la teoría y la práctica por los genuinos revolucionarios a lo largo de la historia.

No cabe aquí abundar en este debate. Baste decir que es preciso un extraordinario esfuerzo de voluntad para remontar las dificultades de todo orden que afronta la militancia revolucionaria marxista, para llevar a los luchadores sociales un mensaje preciso e intransigente: no reiterar las opciones por el mal menor que arrastraron a personas de avanzada a plantearse hoy la opción entre Castagnola o De la Rúa; no ceder ante el falso brillo de oportunidades pasajeras que, en todo caso, sólo pueden beneficiar a algún individuo, quien así se colocará ineludiblemente en manos del enemigo de clase; no transar, sea cual sea el costo aparente en lo inmediato, con quienes en lugar de análisis científico y determinación revolucionaria recurren al alarido, las definiciones grandilocuentes sin fundamento, el individualismo propio de pequeños burgueses que han perdido su lugar en la vieja sociedad y quieren recuperarlo en cualquier circunstancia.

A cambio, es preciso afrontar la coyuntura con un programa antimperialista y anticapitalista; con una propuesta de organización de masas; con una conducta de firmeza y sencillez sólo concebible a partir de grandes objetivos, fundamentos científicos y la voluntad templada para luchar por un gobierno de los trabajadores capaz de abolir el capitalismo y dar paso al futuro.

 

Buenos Aires, 19 de agosto de 1998

 

 

Notas

1.- Para defenderse de una acusación del presidente, según la cual Graciela Fernández Meijide habría cobrado salarios como docente con identidades diferentes, ésta se vio obligada a aclarar ante las cámaras de televisión que, en realidad, su nombre es Rosa Graciela Castagnola de Fernández Meijide. Al comienzo de su carrera política, pocos años atrás, sus asesores de imagen encontraron que presentarla como Doña Rosa Castagnola no ayudaría a ganar adeptos en el electorado de alta clase media porteña ni respetabilidad en los centros de poder, razón por la cual, pese a su marcado carácter autoritario, adoptó los apellidos de su esposo. El hecho carecería de toda importancia si no fuese porque, incidentalmente, indica hasta qué punto esta nueva dirigencia gestada de la noche a la mañana para reemplazar a los exhaustos partidos de la burguesía está dispuesta a conceder, en todos los planos, para ser aceptada por los poderosos y caer simpática al electorado al que se dirige. Ése es, en definitiva, el significado de la elección de Llach como economista de cabecera. Ver al respecto Alianza a la caza de empresarios, artículo de Martín Latorraca en El Espejo Nº 48.

2.- El episodio fue expuesto por el periodista José Natanson en Página/12 del 12 de agosto. El mismo artículo reproduce declaraciones de Enrique Martínez -presentado allí como economista del Frepaso- en las cuales refiriéndose a la Carta señala: «Cuando se dice que la Argentina crecerá a un 6% anual, se está poniendo una variable macroeconómica, como el crecimiento, por encima del resto de las cuestiones. Yo creo que se debería haber comenzado por analizar la manera de reintegrar el tejido social y la situación de los sectores marginados. Esta es la condición necesaria para avanzar con el resto de los problemas. Hay que comenzar por la economía real para luego pasar a la macro. No al revés». Sea lo que sea que se piense sobre esto de «comenzar por la economía real para luego pasar a la macro», lo importante es la rotunda condena de Martínez a lo que constituye el corazón de la propuesta económica de la Carta: crecer a un 6% anual durante un eventual gobierno de la Alianza. Esto no tendría la menor relevancia, excepto por un detalle: Martínez es uno de los 21 integrantes que elaboraron la Carta.

3.- Página/12, miércoles 27 de mayo de 1998; nota firmada por el periodista Maximiliano Montenegro.

4.- Clarín, jueves 13 de agosto, nota firmada por el periodista Marcelo Helfgot. Los párrafos en negrita están en el texto original.

(*).- Ya redactadas estas páginas, en un show televisivo presentado como debate entre Castagnola y De la Rúa, la Sra. dijo: «en la búsqueda de consenso si le toca gobernar `la Alianza no será un límite para mí´». Clarín, 17 de agosto, columna firmada por Tabaré Areas. De modo que hay algo a la derecha de Ulloa, Natale o Leopoldo Bravo que escapa todavía a las expectativas de la candidata.

5.- Clarín, 11 de agosto de 1998, entrevista realizada por Daniel Fernández Canedo.

6.- Permítasenos una digresión: algo raro debe estar pasando en el país. Hasta poco tiempo atrás, el Sr. Pérez era un recoleto ultracatólico, de cuya vida personal nadie sabía o, por lo menos, escribía nada. O casi nadie: porque periodistas malévolos lo han acusado reiteradamente de ser un mero testaferro del Vaticano. Otros, con datos más palpables, le endilgan pertenencia al Opus Dei, haber introducido en Argentina al grupo Comunión y Liberación (una rama eclesial de la CIA), para el cual incurrió en el único negocio que, hasta donde se sabe, le ha salido mal: la compra del semanario Esquiú. La imponente reproducción de la virgen que domina el ingreso a la torre de sus oficinas en Maipú y Avenida de Mayo, contribuyó sin duda a esta imagen de hombre pío y recatado, víctima de la habitual malevolencia. Entre los ataques recibidos, sin embargo, jamás fue acusado de ser esa clase de personas frívolas que se esfuerzan por mostrarse y mueren por una Ferrari, aunque no sea de colección. Sin incurrir en suspicacias, cabe preguntarse el por qué de tan abrupto cambio de conducta en este individuo al cual otros malévolos periodistas han acusado de financiar a los carapintadas y darle apoyo moral, material y celestial al detenido ex coronel místico Mohamed Seineldin (quien pese a las resonancias de su nombre es devoto de la virgen del Rosario, patrona de la operación Malvinas) y recientemente presidió en ausencia un Congreso nazi, realizado en el muy tradicional colegio católico La Salle, ubicado frente al que fuera el edificio de la AMIA.

7.- Memoria del Brigadier General Pedro Ferré. Coni; 1921; pág. 55.

8.- JB Alberdi, Escritos Póstumos; T. VI.

9.- Esteban Echeverría; Dogma Socialista; Editorial Claridad.

10.- Cita tomada de Industria y concentración económica, Eduardo Jorge, Hyspamérica; 1986, pág. 8.

11.- Los Secretos del Desarrollo; Eduardo Conesa; Planeta, 1994, pág. 98.

12.- Ib. pág. 178.

13.- La convertibilidad: ¿el peronismo en crisis?; Eduardo Curia; Corregidor; 1997; pág. 197).

14.- Otro siglo, otra Argentina; Juan Llach; Ariel; 1997; pág. 284.

15.- Crisis y Reforma en América Latina -del desconsuelo a la esperanza; Sebastián Edwards; Emecé; marzo de 1997; pág. 171.

16.- «Nadie escribe una oración completa sin denunciarse», afirmaba Thomas Mann. Es curioso el uso en este punto de la palabra fatal, que en castellano significa irremediable, ineluctable, aunque por extensión adquiere también el significado de malo, nefasto. Sin recurrir al psicoanálisis, está a la vista que para los autores de la Carta, el nefasto endeudamiento es una desgracia irremediable.

17.- Aldo Ferrer; El capitalismo argentino; Fondo de Cultura Económica; pág. 85-86. Cabe subrayar, como dato ilustrativo, que el título del capítulo de donde se extrae esta cita es La crisis económica y la reconstrucción democrática (1976-1989). Para el ex ministro de Levingston, en el período 1976-1989 hubo una crisis económica y una reconstrucción democrática; y si bien queda claro en su texto que rechaza la política económica de Martínez de Hoz, resulta igualmente evidente que incluye a la dictadura en la tarea de «reconstrucción democrática». No habría que tomar a la ligera el significado de ese título. El lúcido autor del mejor compendio de economía argentina tres décadas atrás, en la página 28 de El capitalismo argentino escribe que «la expansión alemana bajo el II Reich culminó en una imprudente política de expansión que superó los límites realistas establecidos inicialmente por Bismarck, hasta culminar en la Primera Guerra Mundial, la derrota y, posteriormente, el ascenso del nazismo, la barbarie y, otra vez, la guerra y la derrota» (cursiva de LB).

18.- La cifra es aproximada (es imposible seguir el ritmo de endeudamiento diario del gobierno, que oculta la información) y suma deuda pública y privada, por razones que -excepto para propagandistas del capital, es innecesario explicar. Pero a propósito de montos del endeudamiento, sería interesante ver el espectáculo de un debate respecto de la deuda externa en un gobierno de la Alianza, con Castagnola en algún alto cargo y Llach asesorándola. En el libro citado, el segundo de Cavallo revela con tono teórico un descubrimiento sin precedentes en la historia de la economía: «la deuda pública bruta, bien medida, bajó un 3,9% entre 1989 y 1995»; «la deuda pública neta bajó un 14,2% entre 1989 y 1995» (el autor evalúa la deuda pública total de 1995 en 93 mil millones de dólares); (Op. cit. Pág. 181). Está claro: la culpa la tiene Alfonsín. La gestión Cavallo-Llach no duplicó el endeudamiento, sino que lo redujo en proporciones extraordinarias. El Sr. Llach tiene título universitario y posgrados estadounidenses. Y Castagnola es la aliada de Alfonsín…

19.- Ib. pág. 133

20.- «Yo nací sensata» explicó Castagnola recientemente a la prensa para afirmar que sus posiciones no tienen nada que ver con adecuaciones a las exigencias del establishment y para mostrar que no sólo sabe mucho de economía sino que además tiene un profundo pensamiento filosófico.

21.- Cursiva nuestra. Antes de que cierta izquierda cambiara el concepto de revolución por el de utopía -para hacerlo más aceptable a su audiencia natural- no era necesario aclarar que éstas son por definición inalcanzables. De modo que no está claro si la oración incluye uno más de los muchos absurdos lógicos que contiene la Carta, o es una concesión lingüística al flanco aliancista proveniente de aquella izquierda.

22.- El ocultamiento no se limita a eludir el tema en la Carta. Llega al absurdo de ocultar la Carta misma. Al respecto, es ilustrativo leer la crónica de Eduardo Sampietro, un periodista que con la Carta en su portafolios recorrió innumerables sedes de la UCR y el Frepaso pidiendo un ejemplar, que le fue negado hasta que, para culminar su experimento, reveló que era periodista y… que tenía la Carta en sus manos. (El Espejo N° 51; 19 de agosto, primera plana). En la tercera línea del documento puede no obstante leerse: «Esperamos que éste sea el punto de partida de un amplio debate nacional».

23.- Luis Bilbao; Argentina fin de siglo: El abismo y el horizonte; pág. 205; Ed. Búsqueda; 1994.

24.- Nos referimos muy particularmente a activistas y dirigentes sindicales (y también a algunas agrupaciones estudiantiles) que con más o menos conciencia de la dinámica que seguían acompañaron este proceso desde las filas de lo que fuera el Congreso de los Trabajadores Argentinos. En las páginas de Crítica se siguió paso a paso ese proceso que, de la propuesta fundación de crear una fuerza política independiente de los trabajadores, tras un debate ideológico, político y organizativo que ganaron los aparatos sindicales respaldados por el Vaticano y la socialdemocracia, llevó a la proclamación de una pseudocentral cuyos principales dirigentes están directa y públicamente comprometidos con la Alianza, incluso ocupando cargos institucionales o aspirando a ellos.

 

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