Límite: bajo la apariencia de una campaña electoral, con mayoritario protagonismo juvenil, Venezuela vive una batalla decisiva en la transición al socialismo. Ante la certeza de una nueva victoria de Hugo Chávez, la oposición niega al Consejo Electoral y abre la posibilidad de desconocer los resultados del 7 de octubre. La explosión en una refinería puso en primer plano la existencia de dos proyectos: restaurar el capitalismo agónico o abolirlo. Ante el siniestro la oposición mostró al mundo su carácter inhumano y antinacional, intentando vanamente utilizar la tragedia para obtener votos. Especialistas aseguran que el desastre de Amuay no fue accidental. Pero el Gobierno llamó a esperar los resultados de la investigación técnica, centrando todos los esfuerzos en socorrer a las víctimas y restablecer el funcionamiento de la planta. Está en juego la continuidad de una transición pacífica o la imposición de una política de violencia y destrucción, únicos recursos de la reacción teledirigida desde Washington.
No duraría mucho el error. En la madrugada del último sábado de agosto una explosión seguida de incendios estremeció al país y mostró el verdadero alcance de las elecciones del próximo 7 de octubre. Ocurrió en Amuay, península de Paraguaná, la refinería más grande del mundo.
El siniestro produjo la muerte de 42 personas, 132 heridos, destrucción de 1.218 viviendas, más un número de comercios e instalaciones. En un escenario dantesco, tanques con cientos de miles de barriles de combustibles refinados ardieron durante tres días. La mayoría de los muertos son miembros de la Guardia Nacional Bolivariana y sus familiares, instalados en la cercanía del complejo hidrocarburífero.
Pese a que las autoridades del gobierno y Pdvsa se abocaron exclusivamente a sofocar el incendio y socorrer a las víctimas, un presagio cayó como viento helado sobre millones de personas comprometidas con la Revolución Bolivariana: aquello no podía sino ser un atentado; el primer paso en una escalada contrarrevolucionaria ante la evidencia confirmada por todas las encuestas: Hugo Chávez sería reelegido por amplia mayoría, de no mediar “un evento catastrófico”.
Esa expresión tan extraña y sugerente se había impuesto tiempo atrás en los comentarios políticos. Aludía, podía suponerse, a la eventual muerte o inhabilitación del candidato favorito.
Chávez ingresó en la campaña a comienzos de julio, con energía y lucidez impensables en alguien condenado a la inmediata desa-parición física. Sus partidarios y simpatizantes respiraron con alivio. El sector que había imaginado el fin de sus pesadillas por obra de un cáncer fatal ingresó en una fase de depresión colectiva. Las encuestas inmediatamente detectaron la frustración, con la caída de confianza en Henrique Capriles Radons-ki, representante del desacorde arco opositor, unificado por presión de la embajada estadounidense en Caracas. Aquella expresión ominosa volvió a oírse en boca de un oficial del Departamento de Estado tras reunirse en la embajada con consultores locales que le llevaron el fruto de sus sondeos de opinión. El enviado de Washington se mostró convencido: sólo un “evento catastrófico” podía evitar una contundente victoria de Chávez. La conclusión, a medio camino entre reflexión analítica y amenazante advertencia, quedó en el olvido. Hasta que llegó la infausta noticia.
“No descartamos ninguna hipótesis”, diría Chávez cuando a pocas horas del siniestro desembarcó en el terreno de la inesperada batalla, donde el ministro de Energía y presidente de Pdvsa Rafael Ramírez ya había desplegado el plan de contingencia para socorrer víctimas, acordonar el fuego, hacer control de daños y extinguir las llamas que se extendieron a tres depósitos de combustibles.
Los resultados de la investigación del siniestro difícilmente se conocerán antes del 7 de octubre. Partidarios del gobierno revolucionario, disciplinados, tragarán arena para callar su convicción de que la guerra sucia comenzó. Tonantes opositores redoblarán condenas por ineficiencia, apelando a la tragedia como surtidor de votos vacilantes, sin pudor por el dolor colectivo de este pueblo sensible y emotivo. Voces aisladas, autorizadas técnica y políticamente, a un milímetro de romper el llamado oficial a esperar las pericias, esgrimirán datos consistentes para descartar la hipótesis del accidente. Pocos, en ese entramado, medirán la magnitud del riesgo político planteado por el siniestro: la interrupción del proceso preelectoral si, por comprobación inmediata de los hechos o por convicción de millones, la certeza de un atentado trasladara la confrontación electoral al terreno de la justicia o el choque político. Con escasa sutileza más de un propagandista opositor sugirió, mostrando la intención oculta, que Chávez reaccionaría postergando las elecciones.
Sorpresa y admiración provoca una vez más esta revolución que avanza a fuerza de creciente conciencia de masas y sucesivas batallas electorales: fina percepción de la coyuntura en la cima del poder, elevada politización madura de las mayorías. Sobresale en este cuadro la autoridad del Presidente. Si hiciera falta, el episodio viene a dar sustento a la buena teoría respecto del papel del individuo en determinados momentos históricos. Y da por tierra con fáciles condenas de liderazgo excesivo, ajenas al arduo camino de la conciencia, la organización y la armonización de una fuerza de masas con efectiva dirección revolucionaria en medio de una escalada, sin pausa ni piedad, de un poderosísimo enemigo.
“Campaña admirable”
Conviene regresar al escenario preelectoral previo al “evento catastrófico” en Amuay. Como cuando en mayo de 1813 Simón Bolívar partió de Cúcuta y en tres meses arrolló a las tropas imperiales, esta disputa tiene nada en común con presidenciales en otras latitudes y mucho de épico, en la medida en que su desenlace está llamado a afirmar un liderazgo continental y un cambio de proporciones históricas.
En ese sentido, cabe hacer una analogía con aquella contraofensiva independentista registrada por la historia como “campaña admirable”. Puede que no todos sus protagonistas lo vean y entiendan así. El electoralismo contamina y se alimenta del economicismo aún prevaleciente en núcleos teóricamente llamados a ser el amarre más sólido de la revolución. Pero hay clara conciencia y férrea determinación no sólo en Chávez, sino en un equipo dirigente que en diferentes planos afirma un verdadero Estado Mayor político-militar, dispuesto a afrontar un desafío inmenso: la sinuosa e intrincada transición al socialismo fronteras adentro, la por momentos impensable armonía de un conjunto latinoamericano dominado por la mezquindad y la miopía propias de concepciones e intereses burgueses, los coletazos brutales de la crisis mundial, todo en medio del de-sesperado contraataque imperialista.
Un ingrediente adicional fue la enfermedad de Chávez. Y su recuperación. Toda consideración científica quedó relegada cuando a partir de julio el mandatario volvió a la lid, en su doble carácter de Presidente en ejercicio y candidato a la reelección, con su energía habitual. Patéticos bocazas, difusores de despachos de la CIA presentados como información segura por los grandes medios de todo el hemisferio, debieron llamarse a silencio. Y allí quedaron, frente a frente, dos proyectos históricos: inviable restauración de un capitalismo agónico; potente llamado a la transición socialista.
Por una vez a Chávez no lo acompañó la fortuna: tiene enfrente un candidato que no contribuye a la gloria de la formidable confrontación. Capriles Radonski inició su vida política en Tradición Familia y Propiedad, secta lunática de origen argentino y raigambre vaticana, que en los años 1970 pregonaba su mensaje en esquinas elegantes de Buenos Aires con vestimentas medievales, estandartes de las Cruzadas y rostros cavernosos. Sus pasos posteriores fueron menos memorables: acompañó al golpismo vernáculo y practicó el fascismo escuálido de la clase a la que pertenece, frente al sistemático avance de la Revolución Bolivariana. Carece de toda y cualquier formación, no logra hilvanar un discurso y su mayor talento consiste en llevar adelante una campaña con media docena de frases hechas y ninguna idea.
Con todo, es el candidato designado por Washington. Y captará el voto del porcentaje social opuesto o vacilante frente a la Revolución.
Inútil reproducir los sondeos coincidentes de diferentes empresas encuestadoras: todas señalan una diferencia de entre 14 y 28 puntos porcentuales a favor de Chávez, y atribuyen entre 25 y 38% a Capriles.
Sobre este diagnóstico, la dirección revolucionaria se propuso tres objetivos: ensanchar la adhesión juvenil; recuperar el mayor espacio posible en las clases medias; consolidar el apoyo del “voto duro”, fincado en la clase trabajadora y los sectores más despojados de la sociedad.
Esto último es ya una certeza: todos los sondeos registran un mínimo de 40% de “voto duro chavista” (y atribuyen con idéntica unanimidad un 20% al candidato opositor). Duro y activo: contra las presunciones de quien esto escribe, no parece haber cansancio en las masas, a la luz de formidables movilizaciones para recibir al candidato como las ocurridas en Vargas, Táchira, Carabobo, Bolívar, donde el fervor popular sobrepasa expresiones similares en años anteriores y trasunta rasgos nuevos, diferentes por encarnar niveles superiores de conciencia política y mayor compromiso en la adhesión al líder.
Chávez pone especial énfasis en religar su liderazgo en la clase obrera. En una asamblea con trabajadores siderúrgicos en el Estado Bolívar, en la cual se levantaron voces de reclamo político y económico, el Presidente entabló un debate franco con la masa, admitiendo las demandas políticas y fustigando el economicismo. Quienes califican a Chávez como populista deberían ver el video de ese memorable intercambio, en el cual el mandatario admitió la corrección de los planteos más radicales y explicó, con tono didáctico no exento de dureza, que la clase obrera debe asumir su lugar en la conducción política estratégica de la transición al socialismo, en lugar de limitarse a reclamar exclusivamente beneficios económicos inmediatos y sectoriales.
Tono y contenido de la campaña de Chávez están resumidos en un discurso en San Félix, también un centro de alta densidad proletaria. Ante una multitud enfervorizada explicó así la necesidad de votar por su candidatura:
“Quiero darles un saludo a todos los trabajadores y trabajadoras de las empresas básicas de Guayana. Que tienen problema las empresas básicas… Claro que tienen problemas, pero les vuelvo a repetir la pregunta: ¿Será la burguesía la que va a venir a resolver el problema de las empresas básicas?
No. No. Ellos vendrían a agravar los problemas y acabar con las empresas básicas.
¿Quieren un ejemplo? Sidor. Lo primero que hizo la Revolución fue mandar a parar el proceso de privatización. Estaban regalando las empresas básicas, que tanto costaron. Las empresas básicas de Guayana, hay que decirlo también, iniciaron su construcción en los tiempos del gobierno del general Pérez Jiménez. Ahora, ¿cuál fue el modelo que ahí se instaló? El modelo capitalista de Estado, explotando a los trabajadores y luego produciendo productos semielaborados para alimentar sobre todo al capitalismo mundial. De aquí se llevaron casi todo el hierro del mejor tenor, se llevaron el aluminio, el acero, la materia prima y dejaron a Guayana en la pobreza, a los trabajadores los explotaron y después llegó, para remate, la década de 1990, el neoliberalismo como ñapa y empezaron a privatizar las empresas de Guayana. Sidor por ejemplo, nuestra siderúrgica que hoy se llama Alfredo Maneiro, llegó a tener hasta 15 mil trabajadores y trabajadoras, ¡15 mil! Ustedes saben cuando yo llegué, cuántos trabajadores quedaban en Sidor: 4 mil. Los despidieron a la mayoría, los confundieron a muchos con la llamada cajita feliz y los echaron a la calle, para luego tercerizarlos, explotarlos, seguirlos explotando y empobreciendo. Nosotros primero detuvimos la privatización. Si no hubiera llegado Chávez tengan ustedes la seguridad que todas esas empresas estarían privatizadas y hubieran echado a la calle a la gran mayoría. Nosotros paramos eso y ustedes saben que por más dificultades que tengamos en las empresas de Guayana y en la economía nacional, nosotros jamás despediremos ni un solo trabajador de las empresas de Guayana; y lo hemos demostrado”.
¿Populismo? ¿Demagogia? Definiciones teóricas de alcance histórico, como la denuncia del capitalismo de Estado; trazado de una estrategia con la clase obrera en el centro; llamado a la conciencia y la organización para una revolución, no para un aumento de salarios.
Ensanchar la base social de la Revolución
Al mismo tiempo, la campaña está enderezada a ganar o reconquistar sectores hasta ahora adversos o en el último período distanciados de la Revolución. Esa batalla tiene dos ejes: las juventudes y las clases medias. Basta ver el paisaje de cualquiera de las multitudinarias actividades de campaña para confirmar que el primer objetivo ha sido alcanzado: la presencia juvenil es mayoritaria. Su estridente compromiso de un lado y el tipo de discurso del candidato por el otro, transforman por completo contenido y forma de un habitual proceso preelectoral en cualquier lugar del mundo, donde por regla general se elude en ese período toda definición conflictiva y se manipula la conciencia con vaciedades y falsedades.
A su vez, el notable viraje en el curso de la economía, acompañado de un conjunto de medidas concretas, parece calar en sectores hasta ahora reticentes de la clase media. Téngase en cuenta que en el primer semestre el PIB creció el 5,4% y se espera que alcance incluso algunas décimas más hasta fin de año –a contramano de lo que ocurre en la región y el mundo– con el adicional de que un flagelo de los últimos años, la inflación, comienza a revertir: de más del 27% en 2011, la primera mitad de 2012 indica una caída en la proyección anual a menos del 20%.
Toda la panoplia económico-social de la Revolución se ha desplegado en esta batalla. El control de precios aceitó su efectividad con base en la consolidación de grandes centros estatales de abastecimiento de alimentos y bienes durables, modernos, eficientes y atractivos, que acorralan a la especulación, el desabastecimiento y el agio.
En esta ofensiva destaca la Misión Vivienda Venezuela. Hasta comienzos de agosto se habían concluido 231.886 viviendas, destinadas principalmente a los afectados por inundaciones y deslaves de fines de 2010. Hasta diciembre se prevé “una explosión de entregas” de departamentos y casas a damnificados. Y la Misión prevé acabar por completo con el déficit habitacional de 3 millones de viviendas para 2019. El programa Mi casa bien equipada hace que la entrega de cada vivienda incluya todos los enseres de la casa (cocina, calentador, heladera, lavarropas, etc) y hasta un detalle por demás elocuente: un “kit cultural”, compuesto por una biblioteca básica, un cuadro original de autor, tapices, discos y otras expresiones de la cultura popular.
Un segmento especial del plan está destinado a quienes tengan ingresos superiores a cuatro y menor a dieciséis salarios mínimos, es decir las capas medias.
Hay espacio para señalar esta política como demagogia electoralista tradicional, a condición de soslayar el conjunto de transformaciones efectivas en curso, desoír lineamientos estratégicos como el arriba citado, cerrar los ojos ante el proceso de educación y organización de masas que han convertido a Venezuela en el país más politizado del planeta. El hecho es que, guiada por la Constitución Bolivariana –un verdadero programa de transición– esta transformación marcha con plena vigencia de las garantías individuales, sin presos de conciencia, ni restricciones de prensa, ni forma alguna de violencia institucional contra la oposición. La continuidad de un proceso tan singular requiere de un ensanchamiento de la base social que deje a la burguesía y el imperialismo sin base objetiva para romper la institucionalidad con apoyo en un sector social significativo. No se trata de ganar la elección, entonces, sino de hacerlo por una diferencia abrumadora que impida detonar una guerra civil con Estados Unidos tras bambalinas. Los lazos de Capriles –y su alter ego explícitamente fascista, Leopoldo López– con el ex presidente Álvaro Uribe, la revelación de éste de que “le faltó tiempo” para atacar militarmente a Venezuela, eximen de mayor argumentación para mostrar ese riesgo latente.
El programa de la oposición
Imposible extraer planes e ideas de las intervenciones del candidato opositor o de los documentos públicos de la denominada Mesa de Unidad Democrática. No obstante, a la redacción de América XXI llegó un programa elaborado por el equipo de Capriles, titulado “Primeras ideas de acciones económicas a tomar por el Gobierno de la unidad nacional 2013”. Leyendo esas páginas de prosa indigerible –presumiblemente una apresurada traducción del inglés– se entiende por qué el candidato calla o divaga. El texto afirma, por ejemplo, que “los compromisos sociales” del gobierno actual “hacen que estos ingresos no sean suficientes para cubrir todos los gastos, haciendo inviables aquellos programas que no generen bienes y servicios (caso de las misiones) aunado la naturaleza populista con que el gobierno ha tratado estos programas”.
Por esto y otras razones análogas, será preciso “dar pasos concretos para disminuir, en el mediano y largo plazo la carga de bienes y servicios que ha asumido el actual gobierno”. Entre otras ideas para afrontar ela dificultad, el equipo opositor prevé “la instrumentación de la transferencia de servicios y recursos en el marco de las competencias concurrentes, especialmente las áreas de salud, seguridad pública, deportes, turismo, vivienda y desarrollo económico, con especial atención a áreas donde la iniciativa privada es más eficiente en la asignación de recursos y desmontaje progresivo de las medidas del sistema de regulación estatal para avanzar hacia una economía moderna”. Se propone además “Una audaz política de ingresos nacionales, a través de un nuevo esquema petrolero y minero, desprovisto del ideologizante nacionalismo que se le ha impuesto al actual modelo económico financiero”.
Innecesario más detalles (el texto completo puede hallarse en www.americaxxi.com.ve). Estos pocos párrafos confirman la aseveración de que el plan opositor es una contrarrevolución frontalmente enderezada contra 9 de cada 10 venezolanos y, por lo mismo, inaplicable sin una guerra civil victoriosa para el imperialismo.
Apariencia y realidad
Y aquí reaparece el siniestro en la refinería de Amuay. Dando por cierta la hipótesis de un accidente, una pérdida de gas no detectada a tiempo, si algo revela el episodio es la extraordinaria capacidad, la sorprendente celeridad y eficiencia del Estado, de Pdvsa y del conjunto social para dar respuesta a la emergencia.
Si acaso algún analista del Pentágono se propuso medir la capacidad de la Revolución Bolivariana frente a una agresión externa, ahora ya no tiene lugar a duda: valiente entrega de bomberos, generosa disposición de los obreros petroleros, compromiso sin demora del cuerpo gerencial de la nueva Pdvsa, inmediata reacción de las autoridades del gobierno central, solidaridad a escala nacional, disposición de trabajadores de todos los gremios para reparar daños civiles, capacidad de la empresa afectada para dar continuidad al abastecimiento nacional y las exportaciones, rapidez para reiniciar la marcha de la refinería en su totalidad, reacción abroquelada de las Fuerzas Armadas son otros tantos factores indicativos de un poderío que excede al gobierno y va más allá de una campaña electoral.
Frustrada en una primera fase la intención de volcar a su favor el “evento catastrófico” en Amuay, la oposición recrudece su campaña contra el Consejo Nacional Electoral. Ya se sabe que resolvieron dar sus propios resultados en la tarde del 7 de octubre, antes de los cómputos oficiales. Si les queda margen, con el respaldo de la prensa venal hemisférica intentarán desconocer la derrota. Aunque por una u otra vía, su suerte está echada.
31 de agosto de 2012, 13:00 hs.