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Revolución y contrarrevolución en Venezuela

porLBenLMD

 

El pasado 10 de diciembre pasará a la historia de Venezuela. El empresariado convocó a un exitoso paro contra el gobierno del presidente Hugo Chávez. Y éste respondió acelerando la aplicación de medidas radicales y llamando a las masas, que el lunes 17, en una manifestación de más de medio millón de personas, dieron a luz un movimiento original, previsiblemente llamado a impactar en otros países de la región. La clave del enfrentamiento está en una serie de reformas de fondo aprobadas por el Congreso, que la burguesía venezolana resiste con ferocidad cada vez mayor.

 

Si alguien creyó que con la caída de la Unión Soviética la lucha de clases y el combate por el poder político habían terminado, allí está Venezuela para sacarlo del error. No se trata de una revolución socialista. Pero el grado de confrontación que conmueve a este país es igualmente irreductible. E irreversible, a estar por las posiciones intransigentes de los dos bloques en pugna. El empresariado realizó un paro el 10 de diciembre, interpretado por un semanario inglés de las altas finanzas como “El nacimiento de la contrarrevolución”(1). Y el presidente Hugo Chávez adoptó una serie de medidas que configuran una significativa radicalización de su “revolución bolivariana”.

La lucha frontal está planteada. Hacia mediados de septiembre, en coincidencia con los atentados terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono se agudizó la confrontación entre Chávez y el empresariado, que a falta de partidos representativos –Acción Democrática y Copei fueron arrasados en las seis sucesivas elecciones que Chávez ganó en dos años con mayor margen cada vez–(2), se expresa ahora a través de una corporación empresaria, Fedecámaras, y su presidente Pedro Carmona. Washington retiró a su embajadora en Caracas, Donna Hrinak, en protesta por la calificación de “terrorista” que Chávez hizo de los bombardeos sobre la población civil en Afganistán, poniendo el ingrediente que faltaba en este crescendo. Poco después arreciaron los rumores de golpe de Estado y hasta de inminente magnicidio. Desde República Dominicana, el ex presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez declaró que estaba dispuesto a volver para asumir la primera magistratura. Chávez replicó con palabras más duras. Como en un campo de batalla, las fuerzas fueron alineándose para el combate.

La distribución de la riqueza está en la base del enfrentamiento. Las 49 leyes anunciadas por Chávez el 13 de noviembre detonaron un conflicto latente desde su asunción, en enero de 1999. “En relación con la economía, hasta ahora la ‘revolución’ de Hugo Chávez fue más fuerte en la retórica que en la acción. Ya no”, señaló el semanario citado, con otro título sujestivo (“A las barricadas”), que más que describir los hechos pareció llamar a la acción, argumentando que aquellas leyes “representan un deliberado paso en dirección contraria al libre mercado y hacia la confrontación”(3).

Elocuente paradoja: lo que realizó la burguesía revolucionaria en sus albores y es condición sine qua non para desarrollar una economía, se denuncia en Venezuela como subversión y choca de frente con las clases dominantes. La piedra del escándalo es la Ley de Tierras (ver recuadro), un proyecto de reforma agraria que Estados Unidos realizó hace 200 años. Alemania y Francia también se apoyaron en esa medida elemental para su desarrollo como grandes potencias. Otro punto saliente en la controversia es la Ley de Pesca: se trata de la mera extensión de 3 a 6 millas en la prohibición de la pesca mayor. Los grandes buques pesqueros depredan la fauna marina y arrojan a la miseria a los pequeños pescadores. Una tercera medida inaceptable para el empresariado venezolano y extranjero es la Ley de Hidrocarburos, que se limita a defender la riqueza inmensa del subsuelo y a ponerles límites a las desorbitadas ganancias de las empresas petrolíferas privadas.

 

Entramado internacional

El sol cae a pico sobre la isla Margarita. Es el mediodía del 13 de diciembre; el apacible escenario dominado por un mar de inefable azul contrasta con la turbulencia manifiesta en la reunión de presidentes del Caribe, concluida el día anterior. Allí la confrontación respecto de la posición de la región ante la exigencia estadounidense de un Área de Libre Comercio de las Américas se combinó con el agudo choque interno que en Venezuela hace crujir el entramado social. Este paraíso turístico es una suerte de Aleph que durante tres días resumió el cúmulo de conflictos del Continente y la nerviosa búsqueda de un camino de salida.

Tras una prolongada reunión con Fidel Castro, el presidente Chávez invita al enviado de Le Monde diplomatique a acompañarlo hasta el aeropuerto. Rodeado por una imponente escolta (los rumores que aluden a intentos de magnicidio han sido tomados en serio), este ex militar que gobierna sobre los escombros de un sistema político corrupto vigente durante medio siglo responde sin vacilar a la cuestión central planteada por el empresariado en pie de guerra: “No habrá negociación. La ley de tierras será aplicada. La ley de pesca será aplicada. La ley de hidrocarburos será aplicada. Hay una Constitución redactada con plena participación del pueblo y refrendada en elecciones democráticas. Ése es nuestro programa. Cumpliremos con él y con nuestro compromiso. No habrá transacciones con los escuálidos” (así denomina Chávez a los líderes de Acción Democrática y Copei, los dos partidos tradicionales, hoy reducidos a la mínima expresión). La afirmación carecería de relevancia si no fuese por el marco que la contiene: tras una exitosa prueba de fuerzas, la cúpula empresarial –acompañada sin disimulo por las autoridades estadounidenses– plantea una negociación que desdibuje el proyecto de reforma agraria, o el derrocamiento de Chávez.

Ante esta declaración de guerra, el Presidente respondió aceptando el desafío. Es un hombre sereno y seguro el que habla sin testigos ante este corresponsal, mientras el automóvil atraviesa la isla. No hay desplantes ni desmesura en su descripción del conflicto. Nadie puede asegurar hoy cuál será su destino o el de la revolución que encabeza, pero es perceptible que hace una interpretación profunda de la realidad política internacional y latinoamericana; que tiene ideas claras respecto del objetivo y determinación para alcanzarlo. Yerran los intelectuales que, como Carlos Fuentes, descalifican a Chávez desde un pedestal y prescindiendo de una observación objetiva(4).

En un momento dramático como el que viven América Latina y el mundo, la simplificación del fenómeno que expresa este líder equivale a renunciar a todo propósito de redención social y empuja a un alineamiento acrítico con un sistema exhausto y con sus expresiones de decadencia extrema en todos los planos. Al margen de un juicio de valor, es un hecho fácilmente comprobable que Chávez aúna la mirada de un hombre teóricamente formado con la tenacidad de un combatiente. De ahí la perpleja inquietud de ciertos intelectuales ante esta rara conjunción, encarnada además en un militar. Por lo demás, el rumbo que tome esta “revolución pacífica” es una incógnita de signo indefinido y difícil resolución. Apoyada en las fuerzas armadas, en un hasta ahora inconmovible y creciente respaldo en el campesinado, amplios sectores de marginalizados y franjas potencialmente decisivas del movimiento obrero, su suerte pende por un lado –y quizá demasiado– de la voluntad de este hombre que en tres años ha acumulado más poder institucional que ninguno de sus pares en América Latina y, por otro, del curso que adopten las luchas sociales no sólo en Venezuela. En todo caso, el punto de partida de este azaroso camino está claro: “Ahora es el momento de corregir muchos errores cometidos durante estos tres años y lanzar una contraofensiva”, dice Chávez; y responde afirmativamente, con la mirada perdida y la voz contenida, cuando se le pregunta si cree que esa determinación partirá aguas y repercutirá más allá de las fronteras del país.

 

Fedecámaras y CTV

Los errores a los que alude Chávez son varios. Demoras en la redistribución del ingreso, que empañaron un crecimiento del 3,2% en 2000 y del 3,5% en 2001. Una errática política en relación con el movimiento obrero y las organizaciones sindicales que lo controlan, lo que le valió una derrota ante las antiguas cúpulas en un intento de renovación mal concebido y peor ejecutado. La conducta de altos funcionarios en exceso concesivas con el antiguo régimen y en no pocos casos sospechados de corrupción. Ausencia de una política de comunicación del gobierno y el conjunto social más allá del exitoso programa “Aló presidente”…

Difícil definir si fueron estos y otros errores, o los aciertos resumidos en el paquete de leyes cuestionadas, los que pesaron más en la ofensiva del antiguo régimen. Como quiera que sea, Venezuela no es la misma después del 10 de diciembre último. Las cámaras empresariales del agro, la industria y el comercio, acompañadas por la Central de Trabajadores (CTV), convocaron ese lunes a un paro cívico que tuvo un notable alcance. Chávez respondió ese mismo día con dos concentraciones de masas –una en Caracas, otra en Santa Inés, en el Estado Barinas– y un acto militar en conmemoración del aniversario de la Fuerza Aérea. En este último, en horas tempranas de la mañana, el Presidente subrayó que “ésta es una revolución armada”. Mientras hablaba se oía ruido de cacerolas: el barrio elegante de La Carlota se pronunciaba así en su contra. Más tarde este enviado comprobó la veracidad de una noticia insólita, por demás elocuente respecto de la disposición militante de las clases altas: el gran negocio de los días previos había sido la venta de un disco compacto con… ¡ruido de cacerolas! “Los oligarcas tienen cacerolas, el pueblo tiene aviones F-16, y misiles, y cañones”, dijo Chávez. Que el empresariado tenga sólo cacerolas y la panoplia de las fuerzas armadas esté del lado de las mayorías es algo que está por verse. Con todo, el alto mando militar aplaudió a su comandante en Jefe. Luego de eso, Chávez cambió su uniforme de gala por el de fajina con boina roja de paracaidista y llegó a la Plaza Caracas, en el centro de la Capital, donde lo esperaba una multitud de más de 40 mil campesinos.

Un abismo separa a estos hombres y mujeres humildes y sacrificados de quienes pusieron a todo volumen el disonante concierto de cacerolas. Venezuela asiste a una fractura social profunda y seguramente irreparable. Lo admite el Presidente ante este enviado. Y lo asevera el medio de prensa que oficia de baluarte de la oposición: “El disfraz demócrata cayó. Los discursos de Chávez del 10 de diciembre tumbaron las máscaras (…) (el paquete de 49 leyes) sin duda, demarca el punto sin regreso”(5).

 

¿Quién ocupa las calles?

El desafío del lunes 10 estuvo precedido por otro mayor de parte de la coalición empresario-sindical encabezada por Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras: el intento de manifestar masivamente frente al palacio de Miraflores el viernes 7. Aquí la prueba de fuerzas tuvo carácter de lucha por las calles de la Capital. Ante el reto, el oficialista Movimiento V República (MVR) superó un prolongado letargo y, acicateado por las bases organizadas en otra estructura recientemente activada, los círculos bolivarianos, convocó a una vigilia en torno a Miraflores. Decenas de millares de trabajadores, campesinos, desocupados y jóvenes se instalaron desde la noche anterior en los alrededores de Miraflores. Carmona diría después, con cuidado equilibrio e inequívoca intención, que existen grupos armados conectados a estructuras próximas al gobierno. El hecho es que la columna impulsada por Fedecámaras no llegó a sumar 1.000 personas y la marcha hacia la sede del gobierno se frustró.

La victoria chavista del viernes 7 tuvo su contrapartida el lunes siguiente, en la contundencia del paro. No hay duda de que todo un sector del empresariado –específicamente Pro Venezuela, organización de pequeños y medianos capitales que ante Chávez comprometió su prescindencia frente al llamado de Fedecámaras y luego no cumplió su compromiso– sufrió coacciones y amenazas para plegarse al paro. También es cierto que en el interior la protesta no tuvo la magnitud observada en Caracas. No obstante, la jornada mostró al gran capital flanqueado por amplios sectores de las clases medias y una franja del proletariado y en capacidad de trabar el funcionamiento del comercio, buena parte de la industria y la totalidad de los grandes establecimientos agrícologanaderos.

Este corresponsal recorrió las calles de Caracas en la mañana del lunes 10. Sólo por excepción podía hallarse un comercio abierto. Es falso que las tropas hayan ocupado la ciudad y el país. El panorama podía compararse con un feriado y había menos presencia policial que de costumbre. El transporte funcionó con normalidad. Los buhoneros (vendedores callejeros, un actor social de enorme peso en la capital venezolana), acaso previendo la escasez de transeúntes, no se desplegaron como de costumbre ocupando calles y veredas céntricas.

El clima cambiaba en las cercanías de la Plaza Caracas, adonde fluían columnas y grupos de todo género con cánticos y consignas en las que predominaba la alegría sobre la amenaza. Cuando la Plaza y sus alrededores estuvieron colmados, Chávez arengó durante una hora y cuarto. El clímax llegó cuando dijo: “Me voy a Santa Inés a firmar con esta mano zurda, con esta mano izquierda, la Ley de Tierras”. La Plaza tembló cuando Chávez levantó el puño y dijo: “A esta oligarquía le voy a dar un consejo: que saquen bien sus cuentas, que no se vayan a equivocar, no vayan a creer que nosotros, amantes de la democracia, de la paz, vamos a permitir que se embochinche el país”. Y anunció que “He mandado a comprar un alicate porque voy a empezar a apretar las tuercas. Ahora con más razón doy la orden a todo funcionario que dependa de mí, desde la Vicepresidenta a los ministros, y se lo solicito a los gobernadores y alcaldes y diputados, que pelen el ojo, porque todavía hay mucho oligarca viviendo del Estado. Le ordeno al gobierno que pele el ojo y sepamos determinar con más precisión dónde están los verdaderos enemigos de la revolución. No vamos a alimentar a los enemigos”.

Minutos después el alcalde mayor de Caracas, Alfredo Peña, ex ministro de Chávez y hoy furibundo opositor, convocaba por televisión a formar un nuevo gobierno, “dando por terminada la etapa de sectarismo chavista”. Este ex miembro del Partido Comunista que ha recorrido todo el arco político hasta llegar a su actual posición, no oculta las cartas: “Si él no quiere (formar un nuevo gobierno, con ministros de la oposición) entonces que se vaya, que se vaya a Cuba, a Libia o a Irak, adonde quiera”.

Chávez no atendió el consejo. En Santa Inés firmó la conflictiva Ley de Tierras, repitió los conceptos desgranados en sus dos anteriores discursos del día y agregó un símbolo: de un bolsillo del uniforme extrajo un alicate y lo exhibió ante una masa exultante: “Vamos a apretar las tuercas”, repitió. Y agregó con más precisión: “La historia cambió definitivamente. Vamos al contraataque contra la reacción y la oligarquía. No debe pasar un día para que se comience a aplicar la ley. Ya mañana debe amanecer aplicándose. Esta noche que nadie se acueste sin haber leído la ley”.

Al día siguiente, en un programa de televisión de gran audiencia, el presidente de Fedecámaras retrucó: “Chávez tiene un alicate. Nosotros tenemos uno más grande”, dijo y puso sobre la mesa una enorme tenaza.

 

Nuevo escenario

Hugo Chávez sabe que la “revolución bolivariana” está en un punto de tensión extrema. No oculta la gravedad de la confrontación pero en sus gestos y palabras está excluida la posibilidad de ceder. Este corresponsal pide precisiones sobre la contraofensiva anunciada. Chávez no vacila: “Ante todo la aplicación de las leyes de la Tierra, de Pesca y de Hidrocarburos. Simultáneamente acentuaremos la movilización y organización de las masas. Y haremos cumplir las leyes. Se van a ajustar las tuercas y esto vale también para el gobierno y el MVR. Van a ir presos los corruptos y no habrá más espacio para la calumnia gratuita”.

Ese mismo día apareció una información según la cual “los moderados del partido y una tendencia de los radicales no extremistas acordaron proponerle al mandatario tres medidas: que permita la discusión y eventual reforma de las leyes de la Habilitante en la Asamblea Nacional, que haga un cambio del gabinete que no implique enroques, y la concertación de un acuerdo entre todos los poderes públicos para realizar, a la brevedad, una operación contra la corrupción”(6). El artículo alude al ministro de Interior Luis Miquilena (quien además preside el Movimiento V República) y al canciller Luis Dávila, entre otros. Ante la pregunta al respecto Chávez hizo un gesto de contrariedad y sin dar nombres afirmó: “una y otra vez me han aconsejado en ese sentido desde hace tres años; ésta es una hora de definiciones. Quien no esté de acuerdo deberá apartarse”.

Si en esta contraofensiva la reforma agraria es un arma mayor, la clave parece estar en la apelación a la movilización de masas, mediante la promoción acelerada de los “círculos bolivarianos” (ver recuadro). El lunes 17, aniversario de la muerte de Simón Bolívar, medio millón de personas se congregó en Caracas para dar formalmente a luz la nueva organización. En medio de un fervor contagioso Chávez juramentó a 8.000 círculos. Se trata del alumbramiento formal de una herramienta política de masas, plural en todo sentido y con definido signo antimperialista y antioligárquico. Luego, en un discurso de tres horas, Chávez desplegó su línea de acción para el nuevo escenario. Anunció que el 2002 será “el año de la contraofensiva revolucionaria”; respecto de las leyes en disputa ratificó que “si aceptamos alguna modificación será para apretar más. A los banqueros podemos ponerle una ley más severa; igual a los terratenientes”. Pero lo más significativo de esta exposición fue el ataque explícito hacia los flancos conciliadores en sus propias filas: “No queremos camaleones, ni gente de quinta columna. Queremos verdaderos revolucionarios, que vengan a servir, no a servirse. Que demuestren eficiencia, calidad y honestidad a fuerza de todo. Un revolucionario verdadero tiene que repetir: moriré como nací: desnudo; como Bolívar y como Cristo”. Anunció también que el 10 de enero próximo se hará un acto público en el que se establecerá el Comando Político de la Revolución, una instancia que modificará y ampliará los actuales órganos de dirección partidaria y de hecho dará un nuevo curso al MVR, concebido como partido de cuadros frente al MBR-200, la herramienta de unidad social y política a gran escala.

Chávez hizo explícita la naturaleza de la confrontación interna: “A aquellos que se acobardaron les pasaremos por encima, aun respetando afectos, amistades. En esta lucha he perdido amigos. Hace un año perdí a uno –Francisco Arias Cárdenas. Dije: entre un millón de amigos y un principio, me quedo con los principios. Hoy lo reitero. Los revolucionarios tenemos que ser flexibles, abrir diálogos, pero si estamos convencidos de que tenemos la razón, no debatimos. Uno podrá ceder en cosas, nunca en principios de justicia, igualdad, equidad; eso sería traicionar al pueblo”. Y concluyó con la reafirmación de una orientación estratégica: “La oligarquía se había acostumbrado a tener presidentes títeres de sus intereses. Ahora, no. Hay un Presidente que lucha por el pueblo, por eso me odian y han descargado todas las infamias posibles a través de los medios. Aquí está prohibido fallar, prohibida la derrota. Pido a Dios su ayuda. Se prohíbe morir, se prohíbe fallar; el único camino es la victoria bolivariana”.

 

Los conceptos de Chávez

¿Hay riesgo de golpe o autogolpe de Estado en Venezuela? No hay hechos que avalen tal temor. Pero sin duda ambos flancos avanzan en rumbo de colisión. Fedecámaras y la CTV han anunciado ya otra huelga, que se llevaría a cabo entre el 24 de enero y el 4 de febrero. Horas después de delinear los ejes de la contraofensiva Chávez agregó otras medidas en su programa radial del domingo 16: “podemos nacionalizar cualquier banco que no observe la ley (…) cualquier presidente de un banco, nacional o internacional que no la observe, podrá ir preso”.

No son excesos verbales. Es la aplicación consecuente de un plan largamente elaborado. Quienes desestiman las condiciones políticas de Chávez, debieran observar el sentido de sus pasos. Ocho años atrás, luego de cumplir su condena por el levantamiento armado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992, el hoy presidente viajó por primera vez a Cuba. En la Universidad de La Habana y frente a Fidel Castro, un Chávez que por entonces rechazaba la participación en elecciones dijo en un párrafo de su largo discurso: “En la cárcel recibíamos muchos documentos de cómo el pueblo cubano se fue organizando después del triunfo de la Revolución, y estamos empeñados en organizar en Venezuela un inmenso movimiento social: el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200; y más allá, estamos convocando para este próximo año (1995) a la creación del Frente Nacional Bolivariano y estamos llamando a los estudiantes, a los campesinos, a los aborígenes, a los militares (…) a los intelectuales, a los obreros, a los pescadores, a los soñadores, a todos, a conformar un gran frente social que enfrente el reto de la transformación de Venezuela”(7). Hubo de transcurrir casi una década y un inesperado giro táctico que llevó a aquel teniente coronel contestatario al cargo de presidente. Pero el pasado lunes 17 plasmó el propósito de un movimiento de masas enfilado hacia una transformación profunda de su país.

Es ahora el hombre de Estado, confrontado con un complejísimo entramado de fuerzas internas y externas opuestas a su estrategia, quien responde a este enviado cuando desde el automóvil presidencial se avizora el aeropuerto y grupos de personas saludan desde las banquinas: “En esta cumbre de las 28 naciones del Gran Caribe se vio claramente cuán fuerte y extendida es la oposición al ALCA. Nosotros estamos contra el ALCA. Hemos propuesto a cambio un ALBA: Alternativa Bolivariana de las Américas”, dice sonriendo.

Al compás del realineamiento de fuerzas internas, el cónclave en Margarita puso de manifiesto el mismo fenómeno a escala regional: México no asistió; Panamá propuso su territorio como sede del ALCA; Colombia mantuvo su posición formalmente ambigua aunque en los hechos definida a favor de la voluntad estadounidense; y el conjunto de los restantes mandatarios caribeños –incluidas las colonias o virtuales protectorados de Francia e Inglaterra– para sorpresa de muchos, cerró filas con la negativa al área de libre comercio continental. En su discurso ante los jefes de Estado y de gobierno, Chávez hizo hincapié en el hecho de estar en Margarita, Estado de Nueva Esparta, así llamada por la heroica resistencia de los pueblos aborígenes a los intentos de ocupación extranjera.

Chávez ha articulado una estrategia integral contra la sujeción a Estados Unidos y contra las respuestas espasmódicas del antiguo régimen. Uno de quienes reconoce como maestro, Simón Rodríguez, a su vez maestro de Simón Bolívar, sostuvo en su colorida prosa que “La terquedad pertenece al capricho. La firmeza es propia de la razón”(8). No sería prueba de inteligencia confundir aquélla con ésta en la conducta de Chávez. Sea cual sea el curso que tome la “revolución bolivariana”, está fuera de duda que obrará como un sismo andino sobre América Latina y tendrá –ya tiene– repercusión en todo el mundo.

  1. “Birth of the counter-revolution”, The Economist, Londres, 15-12-01.
  2. Luis Bilbao, “La revolución pacífica”, Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur, noviembre 1999.
  3. “To the barricades”, The Economist, Londres, 24-11-01.
  4. Carlos Fuentes, “Un vuelo reflexivo sobre las Américas”, La Nación, Buenos Aires, 16-12-01.
  5. “Se cayeron las máscaras”, Editorial de El Universal, Caracas, 11-12-01.
  6. Taynem Hernández, “Emeverristas plantean salidas a la crisis”, El Universal, Caracas, 13-12-01.
  7. Hugo Chávez, “Un soldado, un latinoamericano entregado de lleno y para siempre a la causa de la revolución”, Crítica de Nuestro Tiempo, N° 11, Buenos Aires, julio de 1995.
  8. 8 Simón Rodríguez, Obras Completas del Maestro de Bolívar, Tomo I, Presidencia de la República, Caracas, abril de 1999.
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