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Sem Terra: un movimiento original en América Latina

porLBenLMD

 

Decenas de miles de personas, llegadas desde todo el inmenso territorio, se concentraron a mediados de agosto ante la sede del gobierno, en Brasilia. Los Sem Terra se instalaban frente a la sede del poder. El desenlace inmediato de esta prueba de fuerzas es menos relevante que la lógica puesta en movimiento por esos millones de campesinos desamparados, pero con una idea precisa de sus derechos y lugar en el mundo.

 

Eligieron identificarse por lo que no tienen. Decisión chocante en tiempos de fetichismo consumista. Hallaron un nombre con fuerza de sentencia bíblica: Sem Terra (Sin Tierra). Y acaso sin proponérselo, en representación de cinco millones de familias desamparadas, sacudieron sin excepción a los partidos políticos de Brasil, al punto de ponerlos ante la exigencia de una drástica reformulación.

Hasta allí, bastante más de lo que la teoría política usual asigna como papel histórico a los campesinos. Pero los rasgos distintivos de los Sem Terra van más allá. En la conmovedora gesta de este movimiento que con extraña originalidad combina rasgos del más atrasado tinte feudal con signos de una modernidad ajena a su propio entorno, nada admira más que su capacidad para combinar las tres consignas que rigen su accionar («ocupar, resistir, producir» ), con el propósito de librar y vencer la batalla contra el analfabetismo y la falta de instrucción en sus bases: «Luchar sólo por la Tierra (ellos la escriben así, con mayúscula) no sirve. La lucha por la Reforma Agraria implica la conquista de todos los derechos sociales y la ciudadanía plena. La educación es uno de esos derechos» , afirman en sus proclamas (1).

 

Una historia vertiginosa

El Movimiento de los Sin Tierra (MST) se constituyó formalmente en enero de 1984, aunque la ocupación de fazendas (haciendas) había cobrado impulso ya en 1978, en coincidencia con una gran huelga metalúrgica que en San Pablo hería de muerte a la dictadura, inervaba un multifacético movimiento social y daba nacimiento, a partir del año siguiente, al hoy poderoso Partido de los Trabajadores (PT).

Acorde con rasgos singulares de la idiosincracia brasileña, en la gestación y consolidación del MST participaron diversas corrientes de izquierda. Entre ellas destacaban los sacerdotes integrantes de la Pastoral da Terra, brazo campesino de la radicalizada iglesia católica.

La demanda que aglutinó y movilizó centenas de miles de familias era por demás simple: reforma agraria. Estados Unidos había hecho la suya dos siglos antes. Y no hay quien deje de asociar este dato con la posterior grandeza económica de aquel país. En su programa, el MST propone que no existan propiedades de más de 750 hectáreas, «partiendo del supuesto de que ninguna familia que viva de la agricultura, incluso en forma capitalista, necesita un área mayor para progresar» (2). La ley estadounidense estableció en su momento un máximo de 400 hectáreas. De modo que los Sem Terra no podían ser calificados como subversivos. Por lo demás, la realidad agraria brasileña exime de toda argumentación: 600 millones de hectáreas en manos de grandes propietarios privados; 180 millones oficialmente clasificadas como latifundios; 44 % de las tierras permanecen ociosas. Ni las voces más conservadoras pusieron en duda la justeza del reclamo aunque, claro, los terratenientes agrupados en la Unión Ruralista de Brasil armaron ejércitos privados, que se cobrarían cientos de vidas para impedir ocupaciones o desalojar luego a las familias.

El presidente Fernando Henrique Cardoso explica que «el problema no se reduce a la cuestión cierta de una estructura fundiaria inicua. Refleja hoy igualmente la liberación de mano de obra, resultante de la profunda transformación del sistema productivo en el campo. Lo que ocurrió en Europa en el siglo pasado, se repitió en Brasil en la segunda mitad del siglo XX (…) la cuestión agraria no es únicamente económica. Es sobre todo social y moral» (3).

Pero parece ser que esta angustia ética se relativiza cuando se accede al Palacio del Planalto, sede del gobierno. Sucesivos mandatarios encargaron al INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria) la aceleración del reparto de tierras. El primer presidente civil luego de la dictadura, José Sarney, prometió entregar tierras a 1.400.000 familias. Cuando cumplió su mandato eran poco más de 100 mil las que habían recibido una parcela. El funambulesco Fernando Collor de Mello, que lo sucedió, prometió asentar medio millón de familias durante su campaña electoral. Cuando renunció, acosado por denuncias de corrupción, el reparto de tierras era igual a cero. El vicepresidente que lo reemplazó, Itamar Franco, redujo la promesa a 100 mil familias. Pero apenas satisfizo a 20 mil. En cuanto a Cardoso -desde siempre comprometido intelectualmente con la reforma agraria- en 1994, antes de asumir su primer mandato, se comprometió a entregar tierras a 280 mil familias en sus primeros cuatro años de gobierno. Tampoco este menguado objetivo fue alcanzado.

Fue por esa brecha inabarcable entre promesas oficiales y realidad que irrumpieron los Sem Terra.

 

Amplio arco social

Una particularidad sobresaliente del MST es que constituye en sí mismo un frente social de considerable amplitud. En efecto, integran este movimiento desde pequeños propietarios hasta asalariados rurales. Una somera clasificación muestra el espectro. El aparcero (parceiro); trabaja con su familia, alquila tierra y produce con sus propias herramientas; a menudo aporta también semilla, abono, etc. La particularidad es que paga al propietario con el producto de su cosecha. Un porcentaje habitual es el 30%, aunque existen los más variados acuerdos. Cuando el contrato establece la distribución por mitades, el campesino es llamado mediero.

Otra variante es el arrendatario: como el parceiro, trabaja con su familia y sus herramientas, pero paga precio fijo al terrateniente. Existen arrendatarios de grandes extensiones, que no son considerados sem terra. Pero es habitual hallar en la primera categoría a quienes utilizan temporariamente mano de obra asalariada.

El posseiro (ocupante) es aquel que se asienta en un terreno con su familia y lo trabaja como si fuera propio, pero no posee título de propiedad. Esta modalidad se observa sobre todo en el Nordeste, en la región conocida como «frontera agrícola» ; las tierras ocupadas suelen ser del Estado.

«Pequeño agricultor» se denomina a quien, por regla general, posee menos de cinco hectáreas de campo y trabaja con su familia. El producto obtenido es obviamente insuficiente para la subsistencia, por lo cual esta categoría -al igual que las de ocupantes, arrendatarios y aparceros- suele combinarse con aquella que, en cualquier caso es cuantitativamente dominante en este conglomerado social: la de los asalariados rurales.

Completan este universo una inclasificable cantidad de sem terra que expulsados por la miseria emigran a las grandes ciudades y erran a la búsqueda de trabajos temporarios, viven de la limosna, la prostitución o la delincuencia e integran otro movimiento social en ciernes, conocido como los «sin techo» . Esta derivación explica en buena medida las disputas cuando se trata de cuantificar a los sin tierra. No obstante, puede afirmarse que suman alrededor de 5 millones de familias.

Contrasta con esta amplitud la alta homogeneidad del movimiento. Existen sólo dos organizaciones representativas: la Confederación Nacional de los Trabajadores en la Agricultura (CONTAG) y el MST; pero este último es, a gran distancia, la fuerza de mayor vigor y envergadura, con base en 23 Estados, aunque su fuerza se halla preponderantemente en el Sur y el Nordeste (4).

El artículo 184 de la Constitución de Brasil sostiene: «Compete a la Unión expropiar por interés social, con el objetivo de la reforma agraria, el inmueble que no esté cumpliendo su función social» . Con tal respaldo las direcciones del MST tienen argumentos legales poderosos para su accionar. Por eso no pueden sorprender derivaciones como lo ocurrido recientemente en Belem, Estado de Pará, donde un solo contratista tiene siete millones de hectáreas, una extensión mayor que Suiza. Unas 800 familias ocuparon la Hacienda Cabaceira. El gobernador Almir Gabriel ordenó el desalojo, para lo cual dispuso un batallón de 500 hombres abastecidos de armas químicas, perros y equipamiento de guerra.

Un grupo de dirigentes y campesinos se instaló frente a la sede del gobierno estadual y emitió la siguiente declaración: «Nosotros, del MST, venimos en nombre de cualquier conciencia moral, a pedir a la sociedad un repudio a este estado de cosas (…) prometemos que resistiremos. Si se llega a la violencia de los desalojos, juramos por nuestra dignidad de brasileños, herederos de los esclavos y de su lucha por la libertad, que reocuparemos las haciendas. Que haremos marchas, actos públicos. Que seguiremos a Belem, que nos transformaremos en 10, 100, millares, y prometemos un levantamiento de los pobres del campo para poder denunciar la tiranía de aquellos que no respetan a nuestro pueblo» (5).

Existen cientos de casos como éste, en los que se plantean constantemente situaciones límites. Según cifras oficiales, en 1996 ya había en Brasil 145.712 familias trabajando en 1564 «asentamientos» que ocupan 4.870.172 hectáreas (6). Esta realidad, combinada con la composición, contenido programático y modalidades operativas del MST, han planteado la duda acerca de si éste no es, en realidad, un partido político.

De hecho, el distanciamiento del MST con el PT -que hasta ahora lo contuvo en términos políticos- sumado al hecho de que numerosas tendencias internas de este partido rechazan la línea oficial -que califican de conciliacionista o reformista- parece anunciar un realineamiento de fuerzas que, eventualmente, podría redefinir formalmente a los Sem Terra, quienes persisten en reconocerse como «movimiento social» , pero no niegan su carácter político ni ocultan sus propósitos en ese terreno. Las palabras, se sabe, jamás alcanzan a develar la realidad de un fenómeno social. Ya lo decía Goethe: «gris es la teoría, amigo mío; y verde por siempre el árbol de la vida».

 

  1. «O MST e a Educação» ; documento oficial, Brasilia, 1998.
  2. Documentos del Primer Congreso del MST, 1990.
  3. Reforma Agraria, compromiso de todos. Introducción de Fernando Henrique Cardoso; 1997.
  4. F. S. A. Görgen; Esbozo histórico del MST.
  5. Declaración de Dirección Estadual del MST, 22-7-99. Belem/Pará/Brasil.
  6. INCRA, Brasilia, 1996.

 

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