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Sin ellos

PorLBenAXXI
«Consenso sin Washington” es mucho más que una frase feliz del canciller venezolano Nicolás Maduro para sintetizar lo ocurrido en la Cumbre de las Américas. Es la descripción de un vuelco histórico: Estados Unidos y Canadá quedaron en Cartagena frente a frente con el conjunto latinoamericano-caribeño.

Algo decisivo se quebró para siempre en esa reunión. Aunque hay antecedentes, cuyo resumen muestra la lógica interna del acontecimiento.

El hecho decisivo había ocurrido tres años antes, cuando los gobiernos del Alba llegaron a la cumbre de Puerto España con la  Declaración de Cumaná, una proclama estratégica sin precedentes, con el socialismo del siglo XXI como horizonte.

Antes, en Mar del Plata en 2005, se había roto la hegemonía imperial, cuando quedó sepultado el Alca. Pero los nombres visibles de esa derrota neta del imperialismo (los 5 mosqueteros, los llamó Hugo Chávez –cuatro miembros del Mercosur y el propio presidente venezolano) no tenían programa ni estrategia comunes, como quedaría a la vista en los años posteriores.

Entre la cumbre en Argentina y la de Trinidad y Tobago la fuerza subterránea que acorraló a George W. Bush tuvo su plasmación programática y estratégica: el Alba se constituyó como alternativa regional.

Al evaluar el impacto de alcance mundial de la Declaración de Cumaná frente a los mandatarios del hemisferio decía América XXI: “Partió aguas y comenzó a gestar una nueva relación de fuerzas a escala mundial. Los presidentes del Alba rechazaron el borrador preparado por Estados Unidos e hicieron oír una voz nueva, fresca y potente”. Aquel balance llevaba a una conclusión tajante: “Ha fracasado la primera fase de la contraofensiva estratégica estadounidense en el hemisferio. Todo el despliegue que llevó a una victoria de la Casa Blanca en la reunión del G-20 el 2 de abril (de 2009) en Londres, donde 19 mandatarios se alinearon sin chistar con la voluntad imperial, se estrelló en la Vª cumbre de las Américas”. Tres años después, aquella esbozada nueva correlación de fuerzas globales tomó cuerpo en Cartagena.

A la luz de esta progresión histórica puede decirse que entre el 9 y el 15 de abril, con el debate de cancilleres primero y la cumbre como colofón, sufrió un severo traspié una segunda fase contraofensiva de Washington, combinada ésta con la Unión Europea y apuntada a sanear los cimientos del mecanismo capitalista.

El revés tendrá presumiblemente como resultado la muerte de esta herramienta de dominación creada por William Clinton en 1994 y denominada cumbre de las Américas. Obama condicionó la inclusión de Cuba en este organismo a los cambios que Washington exige en la isla desde hace medio siglo. Es decir, la rendición de la Revolución. El Alba adelantó que sin Cuba no participará en el programado encuentro de Panamá en 2015. Con menos relieve, Brasil y Argentina hicieron el mismo compromiso. No cabe considerar la posibilidad de que Cuba se arrodille. Y es poco probable que Obama o su eventual sucesor esté dispuesto en tres años a retractarse de semejante condición.

En cuanto a Malvinas, es claro que en el actual cuadro hemisférico el compromiso latinoamericano con la descolonización no puede dar marcha atrás, así como tampoco Estados Unidos puede romper su alianza con Inglaterra. No parece exagerado, por tanto, afirmar que la cumbre de las Américas irá a hacerle compañía a otra víctima de la potente fuerza subterránea que surca el continente: la Cumbre Iberoamericana, a lo que sólo resta extenderle el certificado de defunción.

Inédito es entonces el espacio con el que cuenta la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), para afirmar un nuevo cuadro institucional hemisférico.

Ahora bien: la propia dimensión de lo que está en juego garantiza respuestas duras de parte de la Casa Blanca. La aludida contraofensiva global estratégica del capital en crisis, aun debilitada por el revés en Cartagena, tuvo allí mismo un nuevo hito en su proyección.

No es por acaso que el presidente ecuatoriano Rafael Correa denunció días después una conspiración golpista en su país, anidada en cenáculos militares ya retirados del servicio activo. Está a la vista la escalada desestabilizadora contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia. Y supera todo lo visto la campaña mediática para convencer al mundo de que Venezuela se desmorona por la enfermedad de Chávez (ver pág. 14). Como resultado de sus propios éxitos, América Latina afronta una riesgosa coyuntura.

 

Al sur del Río Bravo

En este punto, cabe sopesar la consistencia de este “Consenso sin Washington”. Ya ha sido subrayada la paradoja de que al mismo tiempo que se manifiesta una fuerza de convergencia alimentada por una voluntad todavía sin forma a escala continental, opera una potencia inversa, que tiende a replantear la fragmentación de la nación latinoamericana. Los ejemplos huelgan: el Mercosur empantanado; Argentina y Brasil se encuentran en el G-20 y se distancian en cada paso de su intercambio económico; Paraguay y Uruguay reclaman contra sus vecinos mientras en Montevideo se ensalza la perspectiva de un TLC con Estados Unidos…

Es que la crisis capitalista, con la inevitable consecuencia de achicamiento del mercado y agudización de la competencia, enfrenta a las fracciones burguesas.

El formidable logro en Cartagena deviene de una estrategia acaso sin pulimento ni expresión sostenida y visible, pero no por ello menos potente: el Alba obrando como artífice de un frente único antimperialista, como factor de unión por sobre agudas diferencias que libradas a su lógica irracional podrían neutralizar las conquistas de la última década y desintegrar la región.

Los estrategas del Departamento de Estado trabajan sobre eso. Nadie debería confundirse porque la secretaria Hillary Clinton haya ido a bailar y tomar cerveza la noche anterior a la culminación de la cumbre.

El sábado 14 hubo en Cartagena encuentros de algunos mandatarios con empresarios y la OEA contribuyó con una prefabricada reunión de ONGs. En ambos casos, y presumiblemente como decisión tomada por Washington antes de la realización de la cumbre para contrapesar el seguro fracaso que les aguardaba, se trata de líneas de acción que toman otros caminos para sortear el obstáculo levantado en la vía principal.

El domingo 15, masticando todavía el fracaso en la cumbre, Obama y Juan Manuel Santos no sólo participaron en una ceremonia de entrega de tierras (“foto-op” se llama en la jerga periodística este tipo de actividades exclusivamente apuntadas a embellecer la imagen de los protagonistas), sino que reflotaron el programa militar del imperialismo diseñado y aplicado por la administración de Clinton para extenderlo a toda América Central: “Acordamos con el presidente Obama ayudar a los países centroamericanos para luchar contra el narcotráfico. Nuestra larga experiencia en el Plan Colombia debemos compartirla con los países hermanos que hoy enfrentan ese problema”, declaró luego el presidente colombiano. Y no estaba solo con Obama: “Se trata de una responsabilidad compartida que se denomina Estrategia de Seguridad de Centroamérica”, dice un documento de los presidentes del Sica (Sistema de Integración Centroamericana). “Es necesario profundizar un análisis y un diagnóstico útil para combatir de manera más eficaz todas las dimensiones de este fenómeno (narcotráfico)”, remarcó el presidente mexicano Felipe Calderón, quien horas después condenaría al gobierno argentino por expropiar el 51% de la compañía petrolífera privatizada en los 1990. El imperialismo no se rinde. Y sabe que puede contar con más de un mandatario de la región.

 

Reto estratégico

No hace falta inteligencia sobresaliente para observar y condenar esa extrema heterogeneidad entre los componentes de la Celac. Inteligencia, lucidez y coraje hacen falta para sostener esa instancia de complejísima pluralidad en un momento histórico dramático, con el imperialismo a la carga y a partir del Alba.

No es tarea para hablistas. Es un reto estratégico que se apoya ahora en los gobiernos componentes del Alba y requiere con celeridad el respaldo de fuerzas políticas y sociales en toda la región. Porque ya se puede afirmar que está abierta la posibilidad de marchar sin ellos, sin los representantes orgánicos del gran capital transnacional con sede en el Norte. Pero se debe agregar que esa marcha será igualmente, por decisión irreversible de los centros del imperialismo, contra ellos.

En todos los órdenes. Para comenzar, en el plano económico. Las concepciones que imaginan el desarrollo a partir de “inversiones extranjeras” están sencillamente condenadas. La crisis estructural del mundo desarrollado hace más y más voraz y agresivo al capital. No hay modo de conciliar con él.

Ya lo han asumido los componentes del Brics, (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) que anunciaron el 25 de abril su decisión de crear a partir de 2013 un Banco con capitales de los países que integran el bloque. Es la línea de acción del Alba; la prédica de Venezuela para crear el Banco del Sur, tan demorado y siempre postergado.

También está planteado el desafío en los ámbitos político, diplomático e incluso militar. Porque en definitiva la ultima ratio del capital es la violencia. Es preciso amarrarles las manos a los guerreristas, que no contentos con las siete bases emplazadas en Colombia continúan sembrando la región con centros de operaciones militares.

Alba, Unasur, Celac, es una escala virtuosa capaz de contrarrestar la demencial dinámica destructiva del capital. En la Revolución Bolivariana de Venezuela está la base material, la catapulta de esa poderosa fuerza que abatió las murallas imperiales en Mar del Plata, Puerto España y Cartagena. Pero su desafío mayor está en sostener el frente antimperialista continental a la vez que avanza en pos del socialismo del siglo XXI y alienta a las fuerzas capaces de multiplicar ese ejemplo en América Latina.

 

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