De la mano del terrorismo la guerra ha entrado en Europa. Amenaza extenderse. Periodistas, analistas, políticos, incluso el Papa, hablan de una “tercera guerra mundial”. Cual si la mera mención lograra impedir la marcha hacia el cataclismo. Su accionar va por el camino inverso.
Por boca de su presidente Francia se declara en guerra. El Parlamento lo acompaña. Todos involucrados. François Hollande gira en redondo y pide ayuda a Rusia para combatir a aquellos que hasta ayer prohijó. Barack Obama vuelve también sobre sus pasos y completa la rendición estratégica de Estados Unidos en Medio Oriente para sumarse a la ofensiva que inició y encabeza Moscú.
Con inabarcable hipocresía, esta vez gestada en enajenada inconsciencia, los poderes establecidos –y sus portavoces oficiales y oficiosos- lloran las víctimas de París y callan lo ocurrido en los últimos 5 años en Siria: 250 mil muertos, 2 millones de expulsados por la guerra alentada, financiada, armada y silenciada ante el mundo por ellos.
Ellos provocaron la irracionalidad que ahora golpea con indecible crueldad, no obstante menor a la que ellos mostraron en la empresa insensata de destruir Siria con la excusa de derrocar a su presidente. La misma que ostentaron al despedazar Libia, Irak, Afganistán, creando el fenómeno que ahora les responde de este modo.
Esa irracionalidad que hoy asombra al mundo es provocada los estertores del capitalismo. Y puede destruir la civilización que conocemos.
Quedan en sordina, pero con riesgo potencial infinitamente mayor, los choques entre Washington y Beijing en el Mar de China meridional y entre la Otan y la nueva coalición dirigida por Rusia en el Este europeo con eje en Ucrania.
En América Latina se multiplican las agresiones estadounidenses en Venezuela, mientras voces que debieran sonar firmes se dejan ganar por el pánico -y lo difunden- anunciando una supuesta victoria estratégica de la derecha en América Latina, el retorno triunfante del imperialismo y el fin de la marcha revolucionaria reiniciada con el siglo, cuando en realidad están creándose las condiciones para todo lo contrario.
Es que el poder establecido y sus innumerables tentáculos en todo el planeta se niega a admitir lo obvio: el socialdemócrata Hollande, el premio Nobel de la Paz Obama, se comportan con mayor irracionalidad, violencia y brutalidad que el inhumano jefe de Daesh (Estado Islámico).
Ellos se niegan también a admitir que la Historia está en un punto de quiebre definitivo. Que dejar la guerra contra el terrorismo en manos de los terroristas es más que un desvío intelectual.
Que nada puede sostenerse sobre los cimientos corroídos del sistema dominante. Que el monstruo del terrorismo es vástago contrahecho de una Revolución que no llega; hijo de la imposibilidad de dar respuesta positiva al colapso del sistema agotado. Que la Revolución no es ilusión, empeño idealista o delirio, sino necesidad inexorable. Y urgente.
17 de noviembre de 2015