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Suramérica tercia en la guerra comercial

porLBenLMD

 

Fuera de libreto, un actor saltó con ímpetu de protagonista a un escenario donde nadie logra imponerse como Director: el de la cada vez menos larvada guerra comercial planetaria entre Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. A mediados de diciembre pasado, en Montevideo, convergieron dos bloques regionales que dan nueva entidad económica y política a Suramérica, con Brasil al comando. El vuelco de Argentina en favor de esta perspectiva es un paso acaso decisivo para la conformación de un nuevo factor de poder internacional en el conturbado inicio de 2004. Se esboza un mercado común Sur-Sur.

 

Cuando el 12 de diciembre pasado Luiz Inácio Lula da Silva clausuró la reunión del Grupo de los 20 (G-20) en Brasilia, quedó a la vista que un prolongado y sinuoso movimiento del eje sobre el que se desplaza el hemisferio había calzado en un nuevo cuadrante geopolítico: «Creo que podemos ser más osados y pensar en lanzar un área de libre comercio entre países del G-20, abierta a otros países en desarrollo», dijo el Presidente brasileño. Y agregó: «muchos de nuestros países ya están comprometidos individual y colectivamente en procesos de este tipo en América del Sur, África y Asia. ¿Por qué entonces no intentar llevar esa lógica a sus consecuencias naturales y tratar de hacer una gran área de libre comercio de países del Sur?»(1).

Aunque imprevista en ese momento, la propuesta de Lula (quien en el último año y medio expuso diferentes posiciones públicas frente al Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA, propuesta por Estados Unidos), no es una frase más en un discurso, sino el eslabón de una cadena de medidas desplegadas desde hace años por la política exterior brasileña. Ahora, sin embargo, aquella línea de consecuente accionar adquiere otra dinámica y un carácter diferente. Presumiblemente impulsada por la magnitud de las urgencias internas e internacionales que acosan al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), la estrategia de Itamaraty toma forma de escalada: tres días después, en Montevideo, la reunión de presidentes del Mercosur, tras incorporar a Perú como Estado asociado (la misma categoría que ya tienen Chile y Bolivia), aprobó una convergencia con la Comunidad Andina de Naciones (CAN), integrada por Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú.

La significación de este acuerdo no podría exagerarse: a partir de que los textos aprobados sean protocolizados, se habrá formado una zona de libre comercio en toda América del Sur. A un milímetro de romper la tradicional circunspección de la diplomacia brasileña, el canciller Celso Amorim interpretó el acuerdo Mercosur-CAN como «un hecho verdaderamente histórico (…) que cambia la geografía económica de la región». No hay exageración en esa frase. Faltaría subrayar qué significado tiene, para una economía mundial signada por la guerra comercial entre los tres centros del capitalismo mundial, la aparición de otro, que desde Suramérica se proyecta hacia el resto del Sur planetario.

 

 Nuevo factor geoestratégico

Como entidad geopolítica, América del Sur es una noción reciente. Por regla general ha sido desconocida o desestimada para la interpretación del curso de los acontecimientos en la región y su proyección exterior. Durante años fue un tópico habitual afirmar que este rincón del globo carecía de valor económico y estratégico para el mundo altamente desarrollado, específicamente para Estados Unidos. Hasta no hace mucho podía escucharse, desde tribunas y cátedras supuestamente progresistas, que Washington no estaba interesado en el ALCA, que éste era en cambio una necesidad para los países del Sur, por lo cual, para no malquistarse con la Casa Blanca y perder la oportunidad, era necesario sobrecumplir los requerimientos de las autoridades estadounidenses en materia de liberalismo económico y sujeción a las pautas del Fondo Monetario Internacional (FMI).

La historia desmiente, claro, ese supuesto desinterés de Estados Unidos por América Latina. Mucho más lo harían los acontecimientos que, sin respiro, se suceden desde la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 y su convergencia con el entonces presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, caracterizada en aquel momento como punto de partida de «un brutal giro de los ejes geopolíticos del hemisferio (que) pone en cuestión el significado estratégico del Mercosur para proyectar una nueva línea, con apoyo en Brasilia y Caracas» (2).

De entonces a ahora la Casa Blanca apeló a todos los recursos imaginables (Plan Colombia, dolarización, promoción de golpes de Estado en Venezuela, instalación de bases militares y maniobras conjuntas, injerencia en cada país por medios financieros y diplomáticos) para evitar que la dinámica centrípeta que con apoyo en aquel eje gravitaba sobre la región, se consumara dando lugar a un nuevo bloque internacional. El más sólido punto de apoyo de Washington en la primera mitad del quinquenio fue Argentina. Pero ya en diciembre de 2001 caía en Buenos Aires el último gobierno-bastión y, atravesada por múltiples fuerzas, la clave del extremo sur fue alejándose en zigzag de la línea trazada por el Departamento de Estado. Es por eso que el discurso de Néstor Kirchner en la reunión presidencial del Mercosur cobra particular relieve: «Desde Montevideo convoco a todos los pueblos de América Latina, más allá del Mercosur, a integrarnos los países de América del Sur y construir un pensamiento interbloque regional, para hablar con la Unión Europea y con la potencia unipolar desde una posición de dignidad. Y esperamos construir una integración con un marco de fortalecimiento de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y el combate a la exclusión social, y no bajar los brazos ante los más poderosos» (3).

De su parte, Lula resaltaba en su saludo presencias para muchos inesperadas en el cónclave: Pascal Lamy, comisario de Comercio de la Unión Europea, Fernando Piedade Dias dos Santos, primer ministro de Angola e… Igor Ivanov, ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa. Para completar la dimensión global propuesta ahora para el Mercosur, Lula aludió a su propuesta de crear a partir del G-20 un área de libre comercio, «que puede ser la extensión natural de los entendimientos en curso con India y África del Sur, a los cuales quiere asociarse Egipto». El mandatario brasileño propuso «reflexionar sobre esas ideas y tomar decisiones en la XI reunión de la UNCTAD, que se realizará en junio en San Pablo». Pero fue más allá: «También podremos profundizar esa discusión en la Cumbre que reunirá presidentes de América del Sur y de los países árabes en Brasil», en septiembre próximo. Para aventar dudas, Lula subrayó que «ya instruí a mi ministro de Relaciones Exteriores para que inicie de inmediato las conversaciones con los cancilleres de los demás países involucrados, y espero que podamos tener una reunión preparatoria de altos funcionarios hacia finales de enero, posiblemente en Ginebra»(4).

 

 Institucionalización de la nueva entidad 

La tupida urdimbre de intereses en conflicto continúa trabando las negociaciones dentro del Mercosur y de éste con el resto de Suramérica. Un dato no menor es que algunos de los principales funcionarios de la cancillería argentina involucrados en la tarea actúan sin disimulo movidos por la férrea determinación contraria de Washington. No obstante, los planes son ambiciosos y perentorios: de aquí hasta 2006, crear un Parlamento del Mercosur, completar la unión aduanera, avanzar en las bases para un mercado común e iniciar una nueva agenda de integración en las áreas de la producción y el desarrollo tecnológico, según resumió Lula con el asentimiento de Kirchner. A esto se suma el propósito de dar paso a una moneda única, objetivo que va más allá de aceitar el comercio intrasuramericano. La creación de una Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur pareciera indicar que existe la voluntad de superar la inercia burocrática y avanzar efectivamente hacia esos objetivos. Mientras tanto, la designación del ex presidente argentino Eduardo Duhalde como titular de esa Comisión -y su viaje a cinco países árabes acompañando a Lula en una incursión particularmente irritante para Estados Unidos- avala las conjeturas que, en contradicción con la difusión de supuestos enfrentamientos entre el ex y el actual Presidente argentinos, indican una línea de continuidad esencial en cuestiones de política internacional.

Como quiera que sea, Kirchner asumió en Montevideo la presidencia pro tempore del Mercosur y Duhalde, con encomiástico aval de Lula, tomó las riendas de un organismo ejecutivo, que deberá articular la institucionalización de esta instancia. Un punto oscuro todavía es el ámbito preciso de esta nueva entidad en su forma institucional. El Mercosur está integrado por cuatro países (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), más tres Estados asociados (Chile, Bolivia y Perú); los dos últimos forman parte de la CAN; Venezuela reiteró su propuesta de sumarse también al Mercosur con ese status. Las dificultades políticas para alcanzar una institucionalidad supranacional más allá de los cuatro miembros originales son obvias. Sin embargo, también resulta evidente que sin el concurso pleno de Venezuela, el área es vulnerable a la fuerza que, como una cuña poderosa martillada desde el Norte, se opone punto por punto a todos los objetivos señalados en Montevideo. El hecho mismo de que en la capital uruguaya no estuviera presente Chávez tuvo diferentes interpretaciones. Fuentes confiables de la Casa Rosada indicaron que partió de Argentina, contra la opinión brasileña, la negativa a cursar la invitación al Presidente venezolano.

 

 Incógnitas y certezas

Por sobre los escollos previsibles, es un hecho que el bloque Mercosur-CAN ha dado lugar a una nueva instancia geoeconómica. Sobre esta base ampliada de sustentación Brasil proyecta un área de libre comercio en el ámbito del G-20. Itamaraty prepara la anunciada reunión de presidentes de América Latina y el mundo árabe en Brasil; Lula explicitó la inclusión de países africanos no árabes en el mismo proyecto. Y la presencia del comisario de Comercio de la Unión Europea en Montevideo, así como la del canciller ruso(5), indican una articulación objetiva, donde el gran ausente es Estados Unidos. Mientras se desarrollaba esta reunión en Montevideo, al otro lado del Atlántico, en Roma, tenía lugar una reunión de la CAN con la Unión Europea.

En la coyuntura política internacional, definida por la rivalidad comercial entre los tres principales centros de producción de mercancías del mundo capitalista, un área de libre comercio en el ámbito del G-20 vale ante todo por lo que no es. Y no es el ALCA. Antes bien, es exactamente lo inverso al objetivo por el cual se esfuerzan sucesivos gobiernos estadounidenses desde 1994. Dicho de otro modo: la proyección geoeconómica de la reunión de Montevideo es un choque frontal con la política de Washington en la región y más allá del hemisferio. Pero es imposible separar la economía de la política: desde el 1 de enero Brasil integra el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como miembro no permanente. Lula invitó a Kirchner en Montevideo a designar un alto funcionario para compartir la banca en el organismo internacional. La decisión, calificada como «histórica» en la cancillería argentina, potencia la preocupación estadounidense: «Allí se lo podría ver (a Brasil) votando contra Estados Unidos respecto de Irak. Si así fuera, habría que tener cuidado para evitar una ruptura en la frágil relación brasileño-estadounidense. Si eso sucediera, en América comenzarían a aparecer dos campos rivales, regañando uno contra otro», alerta el máximo portavoz del capital financiero internacional(6). Pero el reloj analítico del decano de la prensa mundial atrasa: hace ya por lo menos cuatro años que en América se han delimitado dos campos rivales. Y no sólo en la disputa económica y la lucha política. Recientemente el ministro de la Casa Civil del gobierno brasileño, José Dirceu, en su exposición ante el Cuarto Foro Iberoamericano, realizado en Campos de Jordao, convocó a los gobiernos suramericanos a «la integración militar de la región». Dirceu planteó el problema colombiano en términos dramáticos, alegando que si los gobiernos suramericanos no intervienen, aquel país «será ocupado por Estados Unidos»; continuó su razonamiento el ministro explicando que la eventual ocupación de Colombia «significa que estarán ocupando el Amazonas», y que si esto ocurre, Estados Unidos «no saldrá más de allí»(7). No era una reunión de subversivos comunistas: entre los presentes estaban el ex ministro de Economía argentino Domingo Cavallo, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, el empresario mexicano Carlos Slim y el ex presidente español Felipe González. Estaba también el empresario Gustavo Cisneros, a quien Dirceu le recomendó no insistir en el intento de derrocar a Chávez. Haciéndole eco al ministro de Lula, Arthur Virgilio, un alto dirigente del Partido Socialdemócrata de Brasil (PDSB, dirigido por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso), sostuvo la necesidad de que Brasil se desarrolle como potencia militar: «tenemos que defendernos de quien sea que no quiera la bandera de Brasil en el Amazonas»(8).

Como se ve, no se trata de una amenaza socialista al predominio estadounidense. La evidente distancia de cualquier proyecto revolucionario anticapitalista por parte del fenómeno expresado en Montevideo con la afirmación del Mercosur, su convergencia con la CAN y la proyección hacia lo que bien podría denominarse una reedición cualitativamente superior de lo que fuera en los años ’60 y ’70 el Movimiento de los No Alineados (NOAL), no hace menos gravosa su dinámica para Estados Unidos. Sobre todo porque, puede conjeturarse, quienes piensan y actúan en la arena política internacional habrán sacado conclusiones respecto de las causas y consecuencias de que aquella poderosa fuerza, conocida también como Tercer Mundo, se desintegrara sin pena ni gloria para dar paso al neoliberalismo que hoy se trata de reemplazar.

  1. «Lula propuso un área de libre comercio entre países del G-20», La Nación, Buenos Aires, 12-12-03.
  2. L. Bilbao, «La revolución pacífica del comandante Hugo Chávez», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 1999.
  3. Hernán Mena Cifuentes, «CAN-Mercosur, hacia la inclusión socioeconómica latinoamericana», Venpres, Caracas, 20-12-03.
  4. Página Internacional, Boletim da Secretaria de Relações Internacionais do Partido dos Trabalhadores, San Pablo, 19-12-03.
  5. Inmediatamente antes se conocía una declaración del presidente Vladimir Putin favoreciendo «un mecanismo de consultas políticas y colaboración entre Rusia y el Mercosur», Agencia Nova Nacional, Buenos Aires, 18-12-03.
  6. «Between rivalry and co-operation», The Economist, Londres, 29-12-03.
  7. Eleonora Gosman, «Brasil quiere una integración militar de América del Sur», Clarín, Buenos Aires, 11-11-03.
  8. Ibíd.
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