En Monterrey se fracturó el continente político a la altura del canal de Panamá. EE.UU. quedó aislado y enfrentado con un nuevo liderazgo regional, encabezado por los Presidentes de Brasil, Venezuela y Argentina. La reunión extraordinaria convocada por el Departamento de Estado puso en evidencia la dificultad que enfrenta el gobierno de George W. Bush para imponer el Área de Libre Comercio de las Américas, mantener a sus aliados y controlar militarmente la región. Los Presidentes latinoamericanos tienen una cargada agenda este año.
Fue un escenario insólitamente adecuado para la obra que allí se representaría, cuyo título bien podría haber sido «El fin de una era». La Cumbre de las Américas tuvo su sesión inaugural el 12 de enero, en una sala de paredes desnudas y sillas de chapa, sin mínimas comodidades para los escasos invitados y con un sistema de sonido propio de una sociedad de fomento barrial. No obstante, estaban allí los 34 Presidentes del hemisferio (todos menos Fidel Castro), con George W. Bush, Vicente Fox y Néstor Kirchner en el centro de una larga mesa.
Citada fuera de agenda por Estados Unidos, un año antes de la que deberá realizarse según el cronograma regular en Buenos Aires, la Cumbre de Monterrey fue concebida por el Departamento de Estado como palanca para recuperar la iniciativa política perdida y adelantarse a males mayores en lo que deberá ser su cuarta reunión ordinaria, el año próximo. Pero estuvo signada por los dos motores que impulsan en los últimos tiempos a la Casa Blanca: la urgencia por contrarrestar las fuerzas centrífugas del mecanismo imperialista y el pánico desmesurado a un ataque terrorista.
Esto último explica el insólito lugar escogido para una reunión de tal jerarquía: Parque Fundidora es un centro deportivo-cultural distante del centro de esta vigorosa ciudad industrial del noreste mexicano, aislado y pasible de ser rodeado con sucesivos anillos de seguridad que, mediante la labor de 5.300 uniformados e incontables agentes civiles, filtraran a algún discípulo intrépido de Al Qaeda pero, ante todo, disuadieran y mantuvieran a distancia a las movilizaciones anunciadas por partidos y organizaciones sociales mexicanas.
Las medidas de seguridad comenzaron dos semanas antes, con el control de todos los aeropuertos de México por parte de agentes especiales del FBI, lo que levantó una oleada de protestas en un país tradicionalmente celoso de su soberanía(1) . Un airado funcionario del gobierno local explicó a este enviado que para evitar vías de filtración a operaciones terroristas se habían cortado las conexiones de cloacas, electricidad, teléfono, gas y televisión por cable, reemplazándolas por instalaciones especiales bajo control de agentes estadounidenses. La prensa fue enviada a un estadio aledaño, distante 400 metros del lugar donde se reunirían los Presidentes, quienes sólo tenían derecho a concurrir con cuatro acompañantes a las sesiones de trabajo. Rechinando los dientes, corresponsales de todo el mundo debieron informar a partir de pantallas alimentadas por un único equipo de filmación bajo control de los organizadores. Luego expresarían su sorpresa cuando se les comentó que excepto el primer orador, el chileno Ricardo Lagos, los cinco restantes (Bush, Jean Chretien de Canadá, Fox y los titulares del FMI y el BID, Horst Köhler y Enrique Iglesias) fueron inaudibles para quienes estaban a pocos metros de ellos. El Presidente estadounidense leyó su discurso -extraordinariamente amenazante y despectivo, como se vería después en la versión escrita- sin énfasis alguno, a medio camino entre la displicencia y el desgano, en tono bajísimo. El ruido ambiente, la nula acústica del lugar y la pésima amplificación imposibilitaron que Bush fuese escuchado. Inquieto, Fox se colocó los auriculares, confundiendo a quienes creyeron que el ex presidente de Coca-Cola necesitaba traducción del inglés. Los expositores siguientes no hallaron apropiado hablar en un tono más alto que el monarca republicano, por lo que la ceremonia siguió como una suerte de ritual grotesco en el que nadie entendía más que frases sueltas de las personalidades designadas para inaugurar la Cumbre, cuya selección, de por sí, era ya toda una definición de los objetivos buscados.
La política como show mediático
La puesta en escena inicial, exclusivamente pensada para la televisión mundial con Bush predominando en un panel sin voces disonantes (todo sobre la plataforma conceptual del FMI), se transformó en lo inverso inmediatamente después, en la primera sesión de trabajo. El malestar predominante en la mayoría de las sociedades del hemisferio se corporizó en Monterrey en un conjunto espontáneo de países afectados por la crisis y objetivamente confrontados con los discursos de apertura. Los presidentes Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner aparecieron, acaso involuntariamente, como un frente unido contra Washington. En choque frontal con las loas de Bush y Köhler al libre comercio, Kirchner diría al día siguiente, en la clausura de la Cumbre: «Si la desigualdad gana la batalla no existe desarrollo sustentable. Sin desarrollo sustentable las crisis institucionales y las caídas de gobiernos democráticos seguirán siendo moneda corriente en nuestro continente. (…) En ningún país ningún programa puede convivir mucho tiempo con altas tasas de pobreza, desempleo e informalidad. El mundo necesita un nuevo paradigma de desarrollo inclusivo, equitativo. (…) Se trata de que se aumenten la producción, la inversión y por ende la creación de riqueza, y de ayudar a distribuir mejor la riqueza que se crea. La teoría del derrame o del goteo no ha funcionado, los organismos multilaterales deben tomar cuenta de ello. Resulta inaceptable, desde la más objetiva racionalidad, insistir con recetas que han fracasado».
Para medir el fiasco del Departamento de Estado, basta recordar que la Cumbre Extraordinaria se hizo primordialmente para realinear al gobierno argentino e impedir su aproximación al eje alternativo ya afirmado en Caracas y Brasilia. El Presidente estadounidense sólo cosechó en Monterrey animadversión y fracasos. La evaluación es unánime: «(Los 34 Presidentes) se reunieron sin una visión común para el futuro del hemisferio Occidental. (…) Las expectativas de grandes progresos eran bajas y altas las fricciones sobre propuestas importantes; (…) sólo hay posibilidades marginales para la agenda estadounidense respecto del comercio, seguridad y control de migraciones», registraba The New York Times(2) ; «Hay una tremenda carga de descontento en América Latina con Estados Unidos, dijo Arturo Valenzuela, alto funcionario del Consejo Nacional de Seguridad durante la administración Clinton»(3); «Estados Unidos, que quería ver figurar la fecha de inicio de 2005 para la conclusión de negociaciones del ALCA en la declaración final, chocó con la oposición de Brasil y Venezuela»(4); «(La cumbre se inició) bajo el signo de una división creciente entre Estados Unidos y los países latinos. (…) El presidente Bush se enfrenta a un paisaje nuevo en el hemisferio Sur, con líderes izquierdistas y con voz propia en Brasil, Argentina y Venezuela»(5); «La otra América, la Latina, se muestra poco dócil hacia Bush. En la cumbre de las Américas se ha encontrado con una resistencia a sus planes de crear una zonal continental de libre comercio para 2005 y a su intento de castigar a los países corruptos. La distancia entre ambas Américas ha crecido desde la última reunión, en 2001″(6) «Los gobiernos latinoamericanos están más distantes de Estados Unidos de lo que han estado desde hace mucho tiempo»(7).
Nuevo liderazgo regional
Con todo, hay un punto más negativo para Washington de lo que registran estos comentarios: en Monterrey no sólo apareció un amplio bloque de países opuestos por el vértice a la política expuesta por Bush. Los estrategas del Departamento de Estado no previeron que, precisamente por el creciente descontento con Estados Unidos, cobraría relieve mayor quien ocupara el lugar más definido en la oposición. Al poner el foco sobre una reunión de tal magnitud, ineludiblemente las miradas del mundo se posarían en las dos posiciones polares: el monótono discurso amenazante de Bush y la neta alternativa delineada por Chávez, convertido en centro de atención del encuentro. No bien arribado al aeropuerto de Monterrey, el Presidente venezolano trazó los ejes de su participación: «el ALCA está muerto; sueño con bañarme en el mar de Bolivia; debemos crear un Fondo Humanitario Internacional».
El propio Bush, en su intervención de apertura, agravaría el cuadro creado por esta polarización machacando sobre las supuestas virtudes del ALCA: «el año pasado, cerca del 83% de las exportaciones latinoamericanas hacia Estados Unidos, aproximadamente 176.000 millones de dólares, entraron en mi país libres de impuestos. Mi país está empeñado en el comercio libre y justo para este hemisferio a través del Área de Libre Comercio de las Américas», dijo, antes de poner en el centro del escenario a aquél a quien se le había negado el ingreso a la Cumbre: «debemos continuar al lado del bravo pueblo de Cuba, que por casi medio siglo ha sufrido tiranías y represión. Las dictaduras -continuó Bush en un susurro- no tienen lugar en las Américas. Debemos todos trabajar por una rápida y pacífica transición hacia la democracia en Cuba. Juntos lo lograremos, porque el espíritu de libertad se mantiene incluso en los más oscuros rincones de las prisiones de Castro». Al parecer ajeno al sentido provocativo de sus palabras, Bush completó el discurso comparando la situación política venezolana con las de Bolivia y Haití.
El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva había adelantado con tono cortante antes de partir hacia México que no iría allí a discutir nuevamente sobre el ALCA. Kirchner, menos renuente a incluir una mención respecto del inicio del ALCA en la Declaración de Nuevo León, en su discurso de clausura subrayaría sin embargo: «no servirá cualquier Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. Firmar un convenio no será un camino fácil ni directo a la prosperidad. El acuerdo posible será aquel que reconozca las diversidades y permita los beneficios mutuos. Un acuerdo no puede ser un camino de una sola vía, de prosperidad en una sola dirección; un acuerdo que no se haga cargo ni resuelva las fuertes asimetrías existentes no hará más que profundizar la injusticia y el quiebre de nuestras economías. Un acuerdo no puede resultar de una imposición en base a las relativas posiciones de fuerza». Por lo demás, la cancillería argentina había anunciado poco antes una visita presidencial a Cuba.
Para completar la frustración de los asesores de Bush, el presidente boliviano Carlos Mesa rompió las reglas y en una sesión de trabajo puso en discusión la salida al mar de su país, tema tabú y por supuesto fuera de agenda. Ricardo Lagos reaccionó violentamente, diciendo que su país «no tiene cuestiones pendientes con Bolivia» (ver pág. 10); Bush quedó así entre la necesidad de apoyar a su único aliado significativo en el Cono Sur o sostener al frágil gobierno boliviano, facilitando el único punto que podría darle el oxígeno necesario para completar el mandato de su antecesor y llegar a 2007.
Pero el Presidente estadounidense no sólo agudizó las contradicciones con lo que se perfila como un bloque latinoamericano contra la estrategia de Washington. Al salir de su encuentro bilateral con el anfitrión, Vicente Fox, colocó en una situación imposible a su más firme aliado, el gobierno mexicano: «el presidente Fox y yo (…) vamos a trabajar con la Organización de Estados Americanos (OEA) para asegurar la integridad del proceso de referéndum presidencial que se está llevando a cabo en Venezuela», dijo ante el gesto estupefacto de su colega. Al día siguiente Fox declararía ante Chávez y la prensa que en modo alguno se proponía intervenir en la situación interna venezolana. Y para contrarrestar el daño que en su lucha interna con el Partido Revolucionario Institucional podría provocarle el compromiso forzado por Bush, días después envió a su canciller a Caracas para considerar la posibilidad de aplicar en México el «Plan Robinson» de lucha contra el analfabetismo. Este Plan es un método cubano, aplicado en Venezuela con colaboración de maestros y maestras isleños.
De tal modo, por obra de la contumacia de Bush y sus asesores, Cuba estuvo en el centro de los principales debates. En la primera sesión de trabajo, horas después de su discurso inaugural, Bush escucharía de boca de Chávez una respuesta explícita a su ataque contra Fidel Castro, no registrado por la prensa porque, curiosamente, se interrumpió el audio de la transmisión: «los grandes avances comprobables en Venezuela en materia de salud y educación, contaron con la colaboración desinteresada del gobierno y el pueblo de Cuba y del presidente Fidel Castro». Con la mirada perdida, el Presidente más poderoso del planeta mantuvo silencio.
Los países caribeños marcaron también distancia respecto del ALCA y de la ofensiva contra Cuba. El presidente de Paraguay, Nicanor Duarte, se inclinó por su parte a favor del amplio espectro opositor; y hasta el peruano Alejandro Toledo evitó alinearse con Bush. En suma: exceptuando Colombia, Chile y Uruguay, Suramérica no se encolumnó con la Casa Blanca. El objetivo mayor del Departamento de Estado en esta Cumbre Extraordinaria 8, retomar la inciativa política, resultó malogrado. En Monterrey se fracturó el continente político a la altura del canal de Panamá; México y Canadá mantuvieron una prudente equidistancia y Estados Unidos quedó completamente aislado. La nota patética en ese nuevo mapa hemisférico la dio el presidente colombiano Álvaro Uribe, cuando pidió que su país sea integrado al Plan Puebla-Panamá, la extensión del Tratado de Libre Comercio (que incluye a Canadá, Estados Unidos y México) hacia el istmo centroamericano.
Buenos Aires en disputa
El año en curso será pródigo en encuentros de máximo nivel, pero de naturaleza muy diferente al de Monterrey. A fines de febrero, una reunión en Venezuela del Grupo de los 15 (Argentina, Brasil, Chile, Jamaica, México, Perú, Venezuela, Argelia, Egipto, Kenia, Nigeria, Senegal, Sri Lanka, Zimbabwe, India, Indonesia y Malasia) será seguida de un encuentro Chávez-Lula-Kirchner. En junio, la XI reunión de la UNCTAD, en San Pablo, servirá como catapulta para una extensión del Mercosur proyectada hacia India, África del Sur y Egipto. También hacia mediados de año deberá reunirse el Mercosur, probablemente a nivel presidencial, para definir el ingreso pleno de Venezuela y la articulación concreta de la convergencia con la Comunidad Andina de Naciones. Para septiembre está programada una cumbre de mandatarios suramericanos con sus pares de países árabes. Si los planes se cumplen éste será el año de articulación de un Parlamento del Mercosur y de pasos efectivos hacia una moneda única. Las expectativas de máxima incluyen asimismo una reunión extraordinaria de Presidentes para formalizar la creación del espacio de integración política regional.
Frenar esta dinámica, replantear el ALCA y retomar el camino de una fuerza militar interamericana para «defender la democracia» en la región, eran los objetivos del Departamento de Estado con esta Cumbre Extraordinaria, cuyo éxito hubiese permitido afrontar en mejores condiciones la reunión regular en Buenos Aires, el año próximo. Una semana antes de Monterrey, el secretario adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental del gobierno estadounidense, Roger Noriega, acusó al gobierno argentino de ser casi un émulo subversivo de Fidel Castro. «He notado que la política argentina parece haber hecho un giro hacia la izquierda. Y es desconcertante, porque Argentina es un país importante que debería estar con nosotros en la promoción de los derechos humanos y la democracia -señaló-. Cuando el canciller Bielsa (Rafael) viajó a La Habana y no se reunió con ninguno de los disidentes eso envió una muy mala señal para la política exterior argentina»9. Es difícil imaginar un grado mayor de presión abierta sobre un Presidente. Que no haya resultado es indicativo de que Washington ya no ostenta la hegemonía incontestable de otros tiempos. Kirchner acabó pronunciando un discurso contrario a lo defendido por Bush en materia económica; y una semana después de la Cumbre, tras haber suspendido un viaje a Cuba anunciado para febrero, se comunicó con Fidel Castro y le aseguró que visitará la isla este año. Inmediatamente después Noriega declaró que «Kirchner es un buen socio de Estados Unidos» y a través de los medios habituales se redobló la coacción para que Argentina cambie su voto de abstención en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas y condene a Cuba.
Momento histórico
Los reveses estadounidenses sumados en los últimos meses (septiembre en Cancún con la Organización Mundial del Comercio; una semana después en Miami, en la conferencia de cancilleres del ALCA; ahora en Monterrey), tienen como contrapartida la lenta y sinuosa gestación de un proyecto y una dirección política alternativas en América Latina. Por sobre las diferencias de todo orden entre quienes sobresalen como líderes de esta nueva etapa, hay elementos comunes que tienen como columna mayor la necesidad de poner freno a las exigencias económicas y la penetración militar estadounidense en la región. La obsesión de Washington con el gobierno cubano tiene un efecto paradojal: al recrudecer las amenazas contra este símbolo de la resistencia durante 45 años, obliga a las nuevas dirigencias a incluirlo en el diseño de un nuevo mapa geopolítico. En conferencia de prensa luego de clausurada la Cumbre, Hugo Chávez planteó la cuestión de manera directa: «¿por qué se ha excluido a Cuba de estas reuniones? Si hablamos de democracia ¿por qué no convocamos a nuestros pueblos a un referéndum para saber si quieren o no que Cuba esté aquí? En África, cuando en una oportunidad se quiso reunir desde Europa a todo el continente pero excluyendo a Zimbabwe, un grupo de países dijo: ‘si no invitan a Mugabe, no vamos nosotros’. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo los gobiernos latinoamericanos y caribeños?». El Presidente venezolano unió la acción a la palabra e, inesperadamente, voló de Monterrey a La Habana. En la madrugada del 14 Fidel Castro esperaba en el aeropuerto a Hugo Chávez y su comitiva. La prolongada reunión entre las dos figuras más odiadas por el Departamento de Estado hizo las veces de una sesión complementaria de la Cumbre de las Américas, rediseñada por un complejo conjunto de fuerzas que Washington ya no logra controlar.
- Oscar Cantón Zetina, «Otra vez Fox viola la Ley: el FBI vigila nuestros aeropuertos», El Porvenir, Monterrey 13-1-04.
- Tim Weiner y Elisabeth Bumiller, «Friction hangs over Mexico talks», International Herald Tribune, París, 13-1-04.
- Ibid.
- Marie Delcas, «Un sommet pour resserrer le liens entre les Ameriques», Le Monde, París, 13-1-04.
- «La división entre EE.UU. y América Latina marca la cumbre de Monterrey», El País, Buenos Aires, 13-1-04.
- «Desencuentro americano»; El País, Buenos Aires, 14-1-04.
- «Bush foreign failures», International Herald Tribune, París, 22-1-04.
- Ver «Bush a la carga en Monterrey», Informe-Dipló, enero de 2004.
- Alberto Armendáriz, «Denuncia EE.UU. un ‘giro a la izquierda’ de la Argentina», La Nación, Buenos Aires, 7-1-04.