Las relaciones argentinas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) llegaron a un non plus ultra. La altanería de los funcionarios internacionales, sin embargo, no refleja solidez sino debilidad e ignorancia de las relaciones de fuerza objetivas que se están creando a partir de la extensión y ahondamiento de la crisis. Para Argentina, como para toda América Latina y el Tercer Mundo, la continuidad de la sujeción a los dictados del FMI es incomparablemente más onerosa que los desafíos planteados por un proyecto independiente.
Decisiones cruciales aguardan ante la mirada impotente del gobierno argentino. Los vencimientos de la deuda externa suman hasta marzo –fecha supuesta de las elecciones– la mitad de los 9.400 millones de dólares que aún conserva el Banco Central después de haber perdido 9.000 millones en lo que va del año. Si las autoridades deciden cumplir con esos pagos apelando a las reservas, al momento de transpaso del poder –un imprevisible mayo de 2003– no habrá un dólar en el Tesoro. Antes, se habrá empantanado el comercio exterior, el dólar se habrá disparado y los precios habrán quedado fuera de control, en una combinación devastadora de hiperdepresión con hiperinflación. Por otra parte, la hipótesis de no pagar supondría un conjunto de medidas que el actual elenco gobernante difícilmente podría adoptar, comenzando por el control de cambios y del comercio exterior. En suma: en el cuadro actual, Argentina no puede continuar pagando, ni puede dejar de pagar. Por tanto, la transición que recorre el país no es hacia otro gobierno, sino hacia otra definición de su lugar frente al mundo, lo cual supone otra manera, por completo diferente, de entenderse a sí mismo.
Un movimiento inercial dicta mientras tanto los pasos de los actores políticos. Ajenos a la encrucijada histórica que exige definiciones nuevas y tajantes, el gobierno finge que ejerce el poder y las oposiciones actúan como si fueran tales. El ministro de Economía viaja a la reunión anual del FMI, los múltiples candidatos oficialistas gastan fortunas en la campaña con la mira puesta en una forma esquinada de la Ley de Lemas, el radicalismo busca un candidato y el resto se disgrega ganado por la perplejidad, al descubrir que las propuestas electorales y las maniobras clásicas para obtener espacios en las instituciones se volatilizan antes de cobrar forma. Ha llegado el fin de época, y nadie parece capacitado para reaccionar. El espectáculo de cada anochecer en las calles de Buenos Aires, cuando un ejército espectral de marginalizados sale a hurgar basura para saciar el hambre, es la representación plástica de una realidad que no cabe en el molde conocido, en la Argentina que fue.
Etiología del colapso
El nudo de la crisis económica argentina está fuera de Argentina. Dentro está el nudo político que hizo posible la hecatombe. Pero todo el curso de la economía local es resultante directa de una crisis con origen en los países altamente desarrollados, obligados a contrarrestar una ley de hierro de la economía capitalista: la caída de la tasa de ganancia.
La disminución de la tasa de beneficio –que no necesariamente supone reducción de los volúmenes absolutos– puede ser neutralizada mediante recursos bien conocidos por los economistas: forzar la baja de los precios de las materias primas y de la fuerza de trabajo; desplazar capitales hacia áreas ajenas a la producción de bienes necesarios, temporariamente más rentables. Por ejemplo la producción y tráfico de drogas prohibidas(1), la inversión en la industria bélica, o las altas tasas de interés para préstamos internacionales.
Para los tres gigantes capitalistas de la economía mundial –Estados Unidos, la Unión Europea y Japón– el flagelo no comienza ahora. Hacia fines de los años ’70 la situación acuciaba en ése y otros terrenos, y Estados Unidos tomó la delantera de una ofensiva global. Un ejercicio altamente ilustrativo (que ayuda a explicar por qué el grueso de la población rechaza en bloque a los partidos y dirigencias políticas) consiste en seguir paso a paso cómo se alinearon las fuerzas políticas argentinas a medida que esa ofensiva se desplegaba, hasta lograr una contundente victoria, consumada a fines de los ’80.
El hecho es que la deuda misma, esa suma desorbitada que hoy provoca una confrontación ineludible, no deviene de una necesidad local, sino del imperativo, para las economías más poderosas del mundo, de ubicar excedentes dinerarios de manera rentable. Pero además de imponer el endeudamiento, utilizando como instrumento a la dictadura militar, la necesidad –que como dice el refrán tiene cara de hereje– exigió la aplicación de los restantes recursos: invasión del narcotráfico, reducción extrema del salario, disminución forzada del precio de las materias primas y las más diversas formas del saqueo legal e ilegal. Para esto fue necesario apelar a gobernantes con la estatura moral para introducir esa nueva mercancía altamente rentable, las drogas prohibidas, y partidos políticos, sindicatos y otras instituciones dispuestos a recorrer el camino que el endeudamiento sideral trazaba: renegociar plazos y obtener nuevos préstamos a cambio de privatizar las riquezas básicas de la nación.
Un inconveniente de estas soluciones es que duran poco. Y así como los bombardeos estadounidenses apuntados a las bases terroristas de Ben Laden en Afganistán suelen caer sobre familias que festejan un casamiento, también hay collateral damage provocado por los misiles económicos lanzados desde los portafolios de pulcros funcionarios del FMI, el Banco Mundial (BM) y otros tentáculos.
Uno de los daños colaterales de la baja de salario a escala masiva es la caída correspondiente de la demanda. De modo que la multiplicación formidable de la capacidad de producir cada vez más mercancías, a cada momento más baratas, choca con la creciente ausencia de personas en capacidad de comprarlas. Y eso no ocurre sólo ni principalmente en Argentina, donde la desocupación rompe marcas y dos terceras partes de la población consume menos de lo imprescindible. Véase si no: “En casi todas las principales áreas metropolitanas la tasa de oficinas desocupadas todavía está subiendo después de 18 meses y ha alcanzado el 25% en Dallas y el 18% en San Francisco”(2). Para explicar por qué la economía estadounidense no logra retomar un curso de crecimiento, el mismo texto alude a la caída de los precios, indica que los economistas califican este fenómeno como sobreproducción y agrega: “Sobreproducción no es sino demasiada oferta a la caza de muy poca demanda. Y esto puede hallarse por estos días en una amplia franja: agricultura, autos, computación –hardware y software–, servicios financieros, acero y telecomunicaciones, para mencionar unos pocos. En casi todos los casos, esto es acompañado por estancamiento o caída de precios”.
Con un ángulo más general y mayor alarma, una voz insospechable advierte: “existe el riesgo de que antes del fin del 2003, las tres más grandes economías del mundo rico –Estados Unidos, Japón y Alemania– puedan tener tasas negativas de inflación”(3), es decir, deflación, o caída de precios. Los efectos no están en el futuro, sino en un presente de continua aceleración: “Al fin una nueva industria en crecimiento en Estados Unidos: la quiebra de corporaciones. (…Esta ‘nueva industria’) podrá facturar este año por un monto de 6 mil millones de dólares”, dice The Economist para enseguida registrar una serie de empresas estadounidenses de gran porte en bancarrota y señalar que el recurso de la quiebra “puede ser en sí mismo causa del problema de sobreproducción en las industrias del acero y aerolíneas”(4).
El papel del FMI
Una melodía reiterada insiste en que América Latina –y especialmente Argentina– carece de todo interés económico para Estados Unidos. Las cifras sin embargo dicen lo contrario. “América Latina pagó en los últimos 20 años 1,4 billones (1.400.000.000.000) de dólares (…) lo que representa casi cinco veces su deuda original, pero aún debe alrededor de tres veces más”(5).
Pero “todo el llamado Tercer Mundo, junto a los países de Europa del Este, abonó más de 4 billones en el mismo período. Esto significa que hubo una transferencia de recursos equivalente a más de seis veces la deuda original”(6). El cálculo es simple: sin el FMI, Argentina, América Latina y todo el Tercer Mundo podrían haber realizado la acumulación de capital necesaria para plantearse un crecimiento a la escala demandada por las necesidades de sus pueblos.
Con todo, ésa es apenas la punta del témpano. La riqueza succionada mediante intereses y amortizaciones de la deuda externa es una parte menor del saqueo. El caso argentino es, aquí también, paradigmático. En 1989, cuando la ofensiva global lanzada por Estados Unidos y sus aliados coronaba su triunfo, la deuda externa fue en Argentina una palanca clave para dar el zarpazo final. Y el Partido Justicialista, el instrumento eficiente para esa operación histórica.
Trece años después y completada la parábola del “neoliberalismo”, la deuda vuelve, casi cuadruplicada, a plantear una opción trascendental pero en un cuadro diferenciado: pese a la enorme succión de riquezas arrancadas del mundo subdesarrollado y dependiente, los países centrales vuelven a sufrir en sus economías el impacto letal de la sobreproducción, la caída de la tasa de ganancia, las quiebras en cadena y la agudización de la competencia por ocupar mercados y apoderarse de materias primas esenciales, específicamente el petróleo. Si éste es el saldo para los victimarios, qué podrá decirse de las víctimas. Argentina es un compendio: el colapso de su economía va acompañado por la virtual desaparición de todas las instituciones del sistema y la continuidad en cualquier hipótesis plantea recursos drásticos, que necesariamente cortarán el flujo de riqueza hacia las metrópolis imperiales y, con mucha probabilidad, tenderán a revertir el sentido de la distribución al interior del país.
Viraje global
Es justamente la magnitud y radicalidad de las medidas requeridas para dar incluso un primer paso lo que paraliza a gobierno y oposición. No sirven ya los planes económicos de recambio indoloro. Lo admite, desde su óptica, el propio presidente del FMI, Horst Köhler: “es preciso ser claros: el camino hacia el crecimiento no pasa por el populismo; es un camino doloroso”(7).
Altos funcionarios de países e instituciones acreedoras, hasta ayer panegiristas de las políticas implementadas a ultranza durante la última década, transpusieron todas las barreras de la prudencia y lanzaron sobre el país un alud de calificaciones infamantes. Se explica su ira: descubrieron lo que durante años no podían admitir, que también para ellos terminó una época y de aquí en más, no cobrarán. Será, en efecto, un camino doloroso. Sólo que a partir de ahora sufrirán también las economías del Norte. Así como a fines de los ’80 el Partido Justicialista volvía de ultratumba rescatado por la victoria global estadounidense y sobre la base de adoptar sin objeciones las directivas de Washington (luego la misma fórmula serviría para el surgimiento del Frepaso y la breve recuperación de la Unión Cívica Radical), ahora su desmoronamiento expresa también el sentido en que marcha el primer país del mundo. El brusco giro global, naturalmente, se siente con mayor violencia en los últimos vagones del tren, pero es el curso de la política mundial lo que está cambiando de rumbo. ¿Es preciso insistir en que ese cambio se produce en detrimento del jefe imperial? La apelación a la guerra, más allá de toda argumentación racional, en completo aislamiento internacional y enfrentando a cinco de los componentes del G8, es por demás indicativa (ver pág. 20).
Ahora bien: ¿cuál podría ser la razón para continuar subordinándose a los dictados del FMI? En la desembocadura de tales orientaciones está para Argentina la dolarización, el ingreso incondicional al Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la constitución de una fuerza militar conjunta bajo mando de Washington y, previsiblemente, la fragmentación territorial, conjunto de medidas que potenciaría y cristalizaría por todo un período histórico la actual configuración social del país, con 19 millones de habitantes por debajo de la línea de pobreza y 9 millones de indigentes.
La decisión contraria llevaría a consolidar las relaciones en todos los terrenos con Brasil y extenderlas al resto de Sudamérica y el Caribe, en una dinámica cuyo horizonte replantearía el antiguo proyecto de los libertadores del siglo XIX, pero con las inmensas posibilidades objetivamente planteadas por el desarrollo actual de la ciencia y la técnica: una confederación con moneda única y proyectos conjuntos para superar el atraso y la pobreza. Que esta perspectiva sea entendida por los economistas delestablishment como “darle la espalda al mundo”(8) es indicativo, apenas, de que en momentos de grandes definiciones, hay quienes confunden hasta el lugar donde tienen el corazón. O tal vez no.
- La invasión de la droga ocurrió en los países adelantados mucho antes que en el resto del mundo. Precisamente por estar prohibida, la droga no es sino una mercancía más, que se diferencia de zapatos, heladeras o autos por una única razón: la altísima tasa de ganancia que rinde (entre otras razones porque no paga impuestos). El desplazamiento de capitales excedentes hacia ese rubro es inexorable y ajeno desde luego a toda consideración moral (como lo es, por ejemplo, el trabajo infantil o la organización de tours sexuales a Thailandia). A través de paraísos fiscales, bancos off shore o emprendimientos de apariencia insólita, masas siderales de dinero confluyen con el flujo legal, a menudo sin que sus propietarios –los aportantes a ciertos fondos de pensión, por caso– tengan conciencia del camino que han recorrido.
- Steven Pearlstein, “A bounty of supply in America is paid for with lost jobs”, International Herald Tribune, París, 26-8-02.
- “Dial D for deflation”, The Economist, Londres, 14-9-02
- “Bankruptcy in America: The firms that can’t stop falling”, The Economist, Londres, 7-9-02
- Néstor Restivo, “América Latina ya pagó casi cinco veces la deuda externa original”, Clarín, Buenos Aires, 16-9-02.
- Ibíd.
- Babette Stern, “Les Argentins ne s’en sortiront pas sans douleur”, Le Monde, París, 23-1-02.
- Laura Ferrarese, “Cómo sería vivir sin el Fondo”, La Nación, Buenos Aires, 22-9-02.