Avanzada: 48 horas después de confirmado su triunfo electoral, Hugo Chávez emprendió una gira que en cinco días lo llevó a Brasilia, Buenos Aires, Montevideo y Cochabamba. En esta última ciudad tuvo lugar la Cumbre Suramericana, que culminaría con un acto de masas convocado por Evo Morales, del que participaron los presidentes de Venezuela y Nicaragua. El Director de América XXI compartió como invitado especial ese raudo viaje por el Cono Sur. Y ofrece aquí informes y reflexiones acerca de un momento excepcional en el vertiginoso devenir de las transformaciones en curso en América Latina, acentuado ahora por la decisión de Chávez, anunciada el 15 de diciembre de disolver el Movimiento Vª República y edificar el Partido Socialista Unido de Venezuela.
Dos decisiones trascendentales había adoptado Hugo Chávez antes de que se confirmase su rotunda victoria en las urnas: una gira por el Cono Sur que debía culminar en la Cumbre Suramericana en Cochabamba, y la construcción de un partido único de la revolución.
En medio de la algarabía del triunfo del 3 de diciembre y tras su discurso bajo la lluvia, el reelecto Presidente saludó uno por uno a quienes lo acompañaban en el convulsionado interior del Palacio de Miraflores. Todavía vibraba la presencia de miles de hombres y mujeres vivando la victoria y respondiendo con inabarcable energía a la consigna con que el orador comenzó su discurso: ¡Viva la Revolución Socialista! La exultación lo dominaba todo y la epifanía de la lluvia torrencial contribuía con la emoción del momento. Pero sin sustraerse a ese estado colectivo, Chávez estaba instalado ya en sus pasos posteriores. En el fugaz intercambio de un saludo y una evaluación de la nueva coyuntura, el hombre que acababa de dar al mundo una impar lección de democracia y revolución, mientras cientos de personas pujaban por abrazarlo y felicitarlo, respondió con reflexiones propias de otras circunstancias y otro lugar. Como en una campana de vacío, se abrían espacio entre la alegría y los vítores la noción de Historia, la medición exacta del momento táctico y el conjunto de tareas planteadas.
Al mediodía del miércoles 6 un avión con el Presidente y su comitiva despegaba rumbo a Brasilia, para un encuentro con Luiz Inácio Lula da Silva. El día antes, en una conferencia de prensa para medios nacionales e internacionales, ya Chávez había ratificado su línea de acción estratégica en política interna y externa. Como inequívoco símbolo del conjunto de factores que recortan una nueva situación, dos flamantes aviones Sukhoi, llegados el día anterior desde Moscú, escoltaron a la nave presidencial hasta la frontera de Venezuela con Brasil.
Incidentalmente, poco antes el general Hal Hornburg, titular del Comando de Combate Aéreo de la Fuerza Aérea estadounidense, había afirmado que los aviones caza multifunciones Sukhoi, de fabricación rusa, superaban largamente a los F-15C/D Eagle en 90% de los simulacros de combate aéreo. Hornburg afirmó que Estados Unidos ya no aventaja en ese terreno al resto del mundo.
Tampoco en otras áreas, como queda en evidencia a la luz de la gira del presidente venezolano por el Cono Sur. Chávez cenó con Lula y al mediodía siguiente partió rumbo a Buenos Aires, donde por la noche fue recibido en la residencia presidencial de Olivos por Néstor Kirchner. Partió luego rumbo a Montevideo, en el tiempo exacto para compartir un almuerzo con Tabaré Vázquez y llegar al atardecer del mismo viernes a Cochabamba, donde ya arribaban los presidentes de los países integrantes de la gestante Comunidad Suramericana de Naciones.
El avión presidencial venezolano, un Airbus de última generación convenientemente acondicionado para su función, hierve de actividad. Ministros y altos funcionarios se turnan para asistir a reuniones en el camarote del Presidente. La victoria electoral parece lejana. No hay tiempo para celebraciones. Pocos conocen lo discutido en cada escala. Y esos pocos se mantienen herméticos: es una diplomacia en tiempos de revolución la que practica Chávez. Personal, franca, firme y flexible, siempre referida a los pueblos involucrados y con una particular atención a la prensa, que casi invariablemente le es adversa, pero debe doblegarse ante hechos y argumentos que el Presidente expone en detalle e incansable.
A los columnistas del statu quo no les queda sino respirar por la herida. “Hasta la oposición le reconoció al líder venezolano su inobjetable victoria”, admite un portavoz en el diario de Argentina La Nación. Y para resarcirse inventa sin límite moral o profesional alguno: “es probable que el presidente argentino le haya repetido que pierde el tiempo y el sentido cuando se enfrasca en peleas bíblicas con Washington ¿De qué socialismo estás hablando? lo interrogó Kirchner. Chávez garabateó entonces una imprecisa definición. Me parece que deberías cambiar la definición, le aconsejó el argentino”. Un periodista que escribe “es probable que…” y luego pone frases textuales en boca de un presidente, revela su estado de desesperación. Es la impotencia ante la desinformación y la zozobra que les produce a las clases dominantes de la región el saldo incuestionable de esta diplomacia revolucionaria: Venezuela reafirma y acentúa su perspectiva socialista, y a la vez mantiene y fortalece la urdimbre suramericana que avanza hacia la unidad regional y elude las múltiples trampas que llevan al aislamiento.
Las “cumbres”
Por infundada soberbia, las reuniones de presidentes comenzaron llamándose cumbres. Y por pereza continúan con el mismo nombre. El hecho es que se anunciaron dos cumbres en Cochabamba, entre el 6 y 9 de diciembre. Una, de los pueblos; la otra, de presidentes. Ambas en teoría apuntadas a la unidad y la integración suramericana. Homogénea y resuelta tras esos objetivos la primera (ver págs. 36 y 37), fracturada y confusa la segunda.
En la reunión de presidentes (a la que no asistieron los mandatarios de Argentina, Colombia, Ecuador, Guayana y Surinam), volvieron a plantearse los escollos que prácticamente paralizaron esta instancia unificadora desde su lanzamiento en Cusco, dos años atrás (ver recuadro).
Hubo sin embargo en Cochabamba una tercera “cumbre”. Ocurrió en las últimas horas del sábado en el Hotel donde se alojaba Chávez. Allí acudieron –con vestimenta y modos propios de militantes que asisten a una reunión más– Evo Morales y Daniel Ortega. Entre otros temas relevantes, allí se trató acerca de la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), con la incorporación de Nicaragua y la multiplicación de programas de intercambio solidario (salud y educación en primer lugar), ahora con la participación de cuatro países y la perspectiva de que el quinto, Ecuador, se incorpore en breve.
Partido Socialista Unido de Venezuela
Como contraparte inescindible de ese internacionalismo militante, Chávez regresó de la gira y se abocó sin pausa a la afirmación de otro puntal para el proyecto bolivariano, adelantado durante la campaña: la creación de un partido que unifique las fuerzas revolucionarias.
Esta decisión fue recibida con diferente grado de aceptación en las 24 organizaciones que apoyaron la candidatura de Chávez. La Revolución Bolivariana ha ingresado en una fase cualitativamente superior y el período por venir requiere instrumentos de mayor eficacia.
En la militancia venezolana sin partido, sobre todo en la juventud, existe y se explicita el temor de que la nueva organización no sea sino una fusión de las actuales, a las que les atribuyen ineficiencia, formas no democráticas de actuación y parcelamiento del poder en beneficio de grupos o individuos. Una de las innumerables críticas a tales estructuras alude al propio resultado electoral: pese a la inédita contundencia de la victoria, se asegura, el resultado está por debajo de lo objetivamente esperable.
Este reproche tiene, en efecto, fundamentos reales. Aunque el respaldo de masas expresado en las elecciones no tiene precedentes y hace temblar de envidia a gobernantes de todas las latitudes, hay una distancia considerable entre la labor social realizada por la Revolución y su traducción en votos, explicable sólo por la insuficiencia de las organizaciones que debían darle a esa política un contenido revolucionario que permitiera avanzar en conciencia, organización y participación.
Aún justificadas y por tanto exigentes de drásticas respuestas, en tales críticas existe también un cierto grado de incomprensión de la marcha real del proceso de transformación social en curso en Venezuela. Un rasgo sobresaliente de la realidad venezolana en los últimos años es la omisión política de la clase obrera como tal. Si los trabajadores en su mayoría están involucrados en la Revolución, no lo están con sus propias organizaciones y actuando como clase. Es un hecho que UNT, la central sindical que reemplazó a la sigla vacía y corrupta del pasado, no logra real unidad en ningún terreno (programático, ideológico, organizativo). Es probablemente allí donde con mayor agudeza se observa la falencia de organizaciones y cuadros. Esta debilidad ha dado lugar incluso a la irrupción de teorías que minimizan el papel de la clase trabajadora en la revolución.
El hecho es que aún los más honestos y lúcidos cuadros, las organizaciones más eficaces y comprometidas con la revolución, resultan impotentes como fuerza gravitante sobre el conjunto social si quienes venden su fuerza de trabajo –desde el obrero industrial hasta el profesional asalariado, desde el ayudante de albañil hasta el más sofisticado técnico de la industria petrolera, es decir, el proletariado moderno– no toman conciencia de su lugar en la sociedad, asumen la lucha contra el capitalismo y toman la revolución en sus propias manos.
Pero esa distancia entre la aceleración de la Revolución Bolivariana y la clase trabajadora no es una singularidad venezolana, sino la expresión local de un momento histórico determinado por causas que se remontan a la degeneración de la Revolución Rusa. Es esto mismo lo que hace más dificultosa y dramáticamente urgente la edificación de un partido único de la Revolución. Porque esa omisión del proletariado, que no se resolverá en lo inmediato, es utilizada por el capital local y el imperialismo para minar, confundir, corromper y finalmente fragmentar a las fuerzas revolucionarias para vencerlas luego.
Chávez fue explícito en puntos fundamentales al lanzar el proyecto que provisionalmente denominó Partido Socialista Unido de Venezuela. En primer lugar, y superando un debate que todavía no logran zanjar teóricos y políticos en el resto del continente, rechazó la idea de un frente: “Necesitamos un partido, no una sopa de letras con lo cual estaríamos cayéndonos a mentiras y engañando al pueblo”, dijo. En segundo lugar, sostuvo la necesidad de la democrática participación de las bases en la selección y elección de dirigentes a todos los niveles. “Debemos acabar con la práctica de la designación a dedo… incluso del mío”, subrayó el Presidente. Y aclaró: “aquí no puede haber ladrones, corruptos, irresponsables ni borrachos”. Miles de militantes hicieron temblar con su ovación el Teatro Teresa Carreño.
La base inmediata para el futuro partido está en los Consejos Comunales, los Comités de Agua, el Frente Francisco Miranda, y otros organismos de participación de masas, en los últimos meses articulados, para la campaña electoral, en lo que dio en llamarse “batallones, escuadras, pelotones y patrulleros”, suman unos cuatro millones de hombres y mujeres. Chávez adelantó que “el partido tiene que trascender lo electoral. Deberemos llamarlos batallones socialistas, pelotones socialistas, escuadras socialistas, se trata de dar la batalla de las ideas, ya no es la batalla electoral. Debemos estudiar y leer mucho, discutir mucho, hacer reuniones”. Y para no dejar dudas, anunció que “los partidos que quieran, manténganse. Pero saldrían del gobierno. Conmigo quiero que gobierne un partido”.
Venezuela no será la misma a partir de estas definiciones ya transformadas en acción. Y la onda expansiva de este paso gigantesco sacudirá a todo el hemisferio.