A mediados del año pasado el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, vistó Asunción y Lima. Viaje inusual para un cargo de su jerarquía. Con el gesto altanero que lo caracteriza -alentado además por las sonrisas aprobadoras que lo rodeaban- advirtió que Cuba y Venezuela estaban desestabilizando a Bolivia, Perú y Ecuador.
No todo era mentira y tergiversación en aquella advertencia. Algún asesor le había acercado un dato cierto a Rumsfeld: desde el punto de vista imperialista, Bolivia, Perú y Ecuador, ingresaban a un área de “desestabilización”. O para decirlo en otras palabras: era previsible que los tres países salieran de la órbita de Washington.
Seis meses después, la mitad de la profecía se ha cumplido. Bolivia giró 180°; Perú ya anuncia si no la certeza de una victoria antimperialista, sí el inexorable derrumbe del régimen actual; y Ecuador asegura que retomará de una u otra manera el camino truncado por la inconducta de su último presidente electo.
En el período transcurrido, sin embargo, ocurrió mucho más: en Mar del Plata el arrogante jefe del imperio sufrió una humillación sin precedentes. Todavía no se han medido las consecuencias del saldo en la Cumbre de las Américas.
No se ha medido ni proyectado la significación del centro gravitacional alternativo constituido por la Cumbre de los Pueblos y su colofón, el acto con más de 40 mil personas en el que Hugo Chávez describió los términos de la batalla en curso y concluyó que la alternativa histórica planteada es “socialismo o barbarie”. Y tampoco el acontecimiento paralelo, inesperado para muchos y en primer lugar para George W. Bush, cuando ante la embestida imperial para imponer el Alca en la reunión de 34 presidentes, emergió un bloque integrado por Brasil, Paraguay, Uruguay, Argentina y Venezuela, representado en el cónclave por los presidentes Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez, que le dirían sencillamente No al emperador desnudo.
¡Qué falta de energía, de reflejos -y de coraje- en las fuerzas políticas de la región que desde entonces siquiera se han propuesto asumir el desafío y darle carnadura y vida propia desde los pueblos a semejante desplante frente al imperialismo! ¿Cómo condenar a éste o aquél gobierno vacilante si no se pone el pecho en la primera línea de este combate histórico?
Como quiera que sea -y en las páginas de esta edición están las pruebas- Washington trastabilla más aún que algunos de los gobernantes que, tras el desplante de Mar del Plata, sienten que el piso quema bajo sus pies y ensayan gestos de reconciliación.
Luego de la fallida Cumbre vino la incorporación de Venezuela al Mercosur. Y Estados Unidos pudo medir cómo aquella sistemática pérdida de terreno en Suramérica adoptó forma institucional.
La naturaleza dispar del bloque en gestación se manifesta en uno y cien signos. Pero ninguno llega, hasta el momento, a negar la dinámica de convergencia. Allí está, por ejemplo, el pago de las deudas con el FMI por parte de Brasil y Argentina. Para quienes desde hace un cuarto de siglo denuncian el ilegítimo e ilegal endeudamiento externo como un instrumento de saqueo y sumisión (Lula estuvo en la vanguardia de esa batalla aún inconclusa), pagar de una vez y sumados 25 mil millones de dólares es un acto injustificable: ¿cuánto podría hacerse con esa riqueza invertida en trabajo, educación, salud, en un territorio con 200 millones de personas en extrema pobreza y exclusión?
Ésa es, dicen en Brasilia y Buenos Aires, la manera que han hallado ambos gobiernos para quitarse el dogal del FMI. Bien, entonces ahora viene el resto: redireccionar drásticamente el sistema financiero de cada país, crear un fondo común suramericano, retirar hasta el último centavo de los bancos y centros financieros del Norte, avanzar hacia una moneda única regional, fortalecer un centro político que rompa la inercia de la Comunidad Suramericana de Naciones…
Estas decisiones urgen. El imperialismo trastabilla, pero no cae y sigue ejerciendo su poder con inteligencia y brutalidad. He allí, entre mil datos, el resultado de la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Hong Kong, en diciembre pasado.
La OMC es la mesa de negociaciones donde los tres centros imperialistas de la economía mundial disputan, negocian y compensan su cada día más aguda batalla campal por los mercados. Y donde las burguesías subordinadas buscan intersticios para respirar. En Hong Kong, con la promesa de terminar con los subsidios al agro en el año 2013, Estados Unidos, la Unión Europea y Japón arrancaron mucho más que concesiones para liberalizar el intercambio mundial de servicios, obviamente en detrimento de los países subdesarrollados. Lo que en realidad obtuvieron fue un desplazamiento de países como Brasil e India del bloque que en el último período, con la formación del G-20, había puesto a la OMC al borde del estallido y la extinción.
El verdadero sentido de ese desplazamiento es que atenta contra la consolidación de un área autónoma en Suramérica. Washington lo sabe y ataca también por ese flanco con anzuelos para burguesías ambiciosas. Pero no es a los gobiernos -ni a sus cancilleres- a quien cabe la advertencia. La gran empresa de la unidad americana no tendrá destino si no es asumida por las víctimas del mecanismo triturador hoy dominante.