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Washington y la fractura global

porLBenLMD

 

Para contrapesar la pérdida de autoridad ideológica y política y reactivar por esa vía su economía, Estados Unidos destina cifras siderales al gasto militar. Con un incremento de 48 mil millones de dólares, el presupuesto de Defensa este año será de 379 mil millones. Sólo el incremento equivale a una vez y media el total del gasto del ejército francés, el más costoso de la Unión Europea. El Pentágono gasta el 40% del total mundial y diez veces la suma utilizada en el rubro por Rusia y China. En Colombia, intensifica su intervención militar en América Latina.

 

Durante dos décadas que semejaron un siglo, Estados Unidos mantuvo en el mundo una indisputada iniciativa en los terrenos ideológico y político, respaldada por un auge económico que parecía inagotable. Esa fase histórica ha terminado.

Contestado ideológica y políticamente por una poderosa –aunque en extremo confusa– corriente mundial apoyada en las juventudes y desbordada hacia todos los ángulos, inmerso en una recesión simultánea de los tres grandes centros de la economía mundial y en el fragor de la lucha por los mercados, Estados Unidos apela a la ultima ratio: su abrumadora superioridad militar. Los movimientos de reacomodamiento a la nueva situación hacen crujir al planeta. A ciertos países la perplejidad los paraliza. Argentina es el caso más notorio, acompañada desde cuadrantes diferentes por México y Canadá. En cambio, en Europa, Japón, Rusia, China, se observan bruscos desplazamientos diplomáticos, todos en detrimento de la autoridad y el control políticos de Washington en el escenario mundial. De allí la imperativa necesidad de recurrir al potencial bélico como principal argumento de su política interior, regional e internacional.

En su discurso del 29 de enero sobre el estado de la Unión (informe anual del Presidente estadounidense al Congreso), George W. Bush resumió las líneas trazadas por los estrategas del Departamento de Estado: “(…) nuestra nación está en guerra, nuestra economía está en recesión y el mundo civilizado encara peligros sin precedentes (…) nuestra guerra al terrorismo apenas si comienza (…) todavía hay campamentos (terroristas) en por lo menos una docena de países (…) algunos gobiernos serán tímidos frente al terrorismo. Que no se engañen: si no actúan, Estados Unidos lo hará (…) desplegaremos defensas antimisiles efectivas para proteger de ataques repentinos a Estados Unidos y a nuestros aliados (…) No esperaré por los acontecimientos (…) la historia ha llamado a Estados Unidos y a nuestros aliados a la acción (…) mi presupuesto incluye el aumento más grande en gastos de defensa en dos décadas (…) hemos sido llamados a desempeñar un papel único en los eventos de la humanidad”.

Cada una de estas aseveraciones fue aplaudida de pie por la totalidad de los legisladores en el Capitolio. Y los aplausos fueron aún más estridentes cuando el orador, siguiendo el texto, dio su golpe de efecto y señaló un “eje del mal” trazado por Corea del Norte, Irán e Irak, en torno al cual giran “miles de homicidas peligrosos, adiestrados en los métodos del asesinato, a menudo apoyados por regímenes al margen de la ley, desparramados ahora por todo el mundo como bombas de tiempo, preparadas para estallar sin previo aviso”.

La reacción no demoró. Apenas dos semanas más tarde se inauguraba en Estambul un foro denominado “Civilización y armonía: la dimensión política”, organizado por la Unión Europea (incluidos los países candidatos a incorporarse) y la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), de la que participaron 75 delegaciones nacionales –entre ellas Irán e Irak– con la presencia de más de 60 ministros de Relaciones Exteriores. Turquía, el anfitrión, es un país musulmán-europeo, nexo geográfico de Oriente y Occidente, pieza fundamental para el esquema militar planetario de la Casa Blanca. Pero EE.UU. no estaba allí. Un observador tradujo el sentimiento predominante en Estambul: “El miedo y el desasosiego que genera ahora Washington entre sus aliados es un fenómeno nuevo que lanza graves sombras sobre la seguridad global”(1), y trazó el saldo: “Washington está hoy un poco más solo que ayer”(2).

 

Fractura atlántica

En la UE el discurso de Bush puso en la agenda el tema eludido y postergado una y otra vez: el verdadero papel de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la creación, o no, de un sistema militar propio. El 24-4-1999, por imposición estadounidense, la OTAN cambió drásticamente el contenido de su carta orgánica y sus estatutos y pasó de ser una alianza defensiva con jurisdicción sobre el área que le da el nombre, a constituirse en un dispositivo militar ofensivo con jurisdicción planetaria. Parece innecesario insistir sobre quién comandaría ese flamante ejército mundial. Pero aunque los integrantes europeos firmaron, el cambio jamás fue digerido. Cuando luego de los atentados del 11 de septiembre Washington emprendió su campaña punitiva contra Afganistán, quedó a las claras que la nueva OTAN no era efectiva. Ahora, la tensión llega al límite y se multiplican los signos de preocupación y distanciamiento.

El 3 de febrero pasado se llevó a cabo en Munich la Conferencia Internacional para la Seguridad. Rusia utilizó esa tribuna para cortejar a Europa y contrarrestar la campaña según la cual había afirmado una alianza militar de largo plazo con Estados Unidos: “Tenemos nuestra propia lista de Estados que representan una amenaza (…) No tenemos una sola prueba de que Irán esté implicado (en el terrorismo)”, dijo Serguei Ivanov, ministro de Defensa. Y agregó: “Puede que pocas personas en Occidente aprecien el hecho de que nosotros tengamos relaciones con Irak e Irán. Por nuestra parte, nosotros no apreciamos que vuestros aliados, en los Estados del Golfo y en Arabia Saudita, sostengan el terrorismo”(3). Así, en pocos días la decisión estadounidense de aumentar su gasto militar y embarcarse en una guerra que cruzaría lado a lado el continente asiático, produjo un vuelco de Europa hacia el mundo islámico y de reaproximación a Rusia.

De hecho, la OTAN afronta una severa crisis: “Las estructuras militares de ambos lados del Atlántico serán tan dispares que europeos y estadounidenses no podrán, aunque quieran, actuar juntos. La angustia era perceptible en Munich en la cumbre de defensa y seguridad”(4). Algo pareció quebrarse cuando Hubert Vedrine, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, declaró pocos días después: “Hoy estamos amenazados por un nuevo simplismo, que reduce todos los problemas en el mundo a la lucha contra el terrorismo”(5). Su par alemán, Joschka Fischer, no obstante el empeño puesto como aliado de Washington durante la guerra contra Yugoslavia, esta vez alertó: “es preciso distinguir entre aliados y satélites”. Con ese cuadro a la vista, un ex ministro de Cultura de Alemania, Michael Naumann, adelantó que las elecciones en Francia y Alemania (mayo y septiembre, respectivamente) provocarán “realineamientos que podrían alejar a Europa de Estados Unidos”. Naumann sugiere que “Washington debería volver a la alguna vez fuerte sociedad atlántica”, y advierte, incisivo: “Una alianza fragmentada en Europa es mucho más difícil de reparar que un oleoducto”(6).

En Japón el distanciamiento respecto de Estados Unidos tiene características diferentes y, si cabe, de mayores consecuencias (ver págs. 24 a 26); y en cuanto a China, es evidente ya desde hace tiempo su realineamiento con vistas a neutralizar el despliegue estratégico estadounidense en la región. El diario oficialista Renmin Ribao acusó a Estados Unidos de usar la acción militar en Afganistán “para medir la posibilidad de expandir su presencia en Asia Central”(7). Es más que eso: la Casa Blanca ha desplegado ya una operación abanico tendiente a tomar control de otros cinco países de la región: Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Kazajstán y Turkmenistán. Los acuerdos militares de Pekín con Moscú revelan por dónde buscan respuesta las autoridades chinas.

 

Un “Comando de América”

La Casa Blanca afronta también, en perspectiva, problemas internos. Al margen de las derivaciones directas de la recesión y el desempleo, ya apareció un movimiento antiguerra en el interior de EE.UU.: International ANSWER (Act Now to Stop War & End Racism), compuesta por más de medio millar de organizaciones y personalidades prominentes, prepara una marcha a Washington el próximo 27 de abril(8). Una radicalización en estos términos plantearía, si se verifica, cambios de imprevisible impacto internacional.

Pero acaso en ninguna otra área puede observarse con tanta nitidez el eclipse ideológico y político de Estados Unidos como en América Latina. Con el derrumbe del modelo argentino se complicó aun más el propósito estadounidense de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ya trabado por la oposición explícita de Brasil y Venezuela y la reticencia silenciosa de otros países. “La posibilidad de arribar a un acuerdo para conformar un área de libre comercio en América Latina en el corto plazo, parece alejarse cada vez más”, admite un editorial del New York Times; “dependerá del poder del presidente Bush para generar consenso y de la cooperación de Brasil, la principal economía de América del Sur”(9).

A cambio de esa capacidad, Bush esgrime otros instrumentos. Una cadena de acuerdos y medidas apunta a los objetivos del ALCA por otros medios. El Pentágono articula un plan de defensa continental terrestre, aéreo y marítimo con las fuerzas armadas de México y Canadá, al que se denomina provisionalmente “Comando de América”(10). El Plan Puebla-Panamá proyecta ese dispositivo sobre toda América Central. Y el Plan Colombia lo despliega hacia el extremo sur(11).

Con la finalización de las negociaciones de paz en Colombia el pasado 20 de febrero comienza una guerra formal en territorio latinoamericano. Estados Unidos está en ella con armas, hombres y dinero. La tenaza de Washington sobre el continente, simbolizada por la dolarización y el Plan Colombia, ya aprieta sobre la presa. Obtendrá todo lo que se puede lograr con la fuerza. Incluso la multiplicación de los enemigos.

  1. Hermann Tertsch, “La actitud beligerante de EE.UU. despierta el recelo de sus aliados”, El País, Madrid, 17-2-02.
  2. H. Tertsch, “Europa y los países islámicos combaten la amenaza del choque de civilizaciones”, El País, Madrid, 13-2-02.
  3. Marie-Pierre Subtil, “Moscou récuse vivement la dénonciatión par Washington des pays de l’axe du mal”; Le Monde, París, 5-2-02.
  4. Hermann Tertsch, “El final del atlantismo”, El País, Madrid, 5-2-02.
  5. Suzanne Daley, “France Upbraids US as ‘Simplistic’”, International Herald Tribune, París, 7-2-02.
  6. Michael Naumann, “Europe doesn’t want war in Iraq”. International Herald Tribune, París, 19-2-02.
  7. B. Elleman y S. Paine, “Now American bases to the West, too”, International Herald Tribune, París, 19-2-02.
  8. www.internationalanswer.org
  9. The New York Times, “Dificultades de la integración”, La Nación, Buenos Aires, 20-2-02.
  10. Carlos Fazio, “El Comando de América sería un proyecto de defensa aéreo, terrestre y marítimo”, La Jornada, México D.F., 4-2-22.
  11. Stella Calloni, “Las guerras de baja intensidad”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, septiembre de 2001.
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