Después de varias semanas de amenazas verbales y movimiento de naves y tropas a las cercanías de Venezuela, horas atrás medios afines al gobierno de Donald Trump anunciaron un inminente ataque contra objetivos militares. Poco después el histriónico presidente estadounidense negó haber tomado esa decisión, que fuentes informadas anunciaron para el 4 o 5 de noviembre. Esas mismas voces alertan que, como es obvio, un eventual ataque se extendería a Colombia, Nicaragua y Cuba.
Rusia y China han declarado su oposición a la invasión estadounidense aunque esto, por diferentes razones, no supone que ambas potencias -que superan largamente a Estados Unidos en términos militares- se dispongan a entrar en una guerra nuclear, para frenar a Washington.
Así las cosas, el hemisferio está ante la decisión arbitraria de un pequeño grupo de promotores de la violencia planetaria desde la Casa Blanca, encabezado por un presidente de visible inestabilidad psicológica y respaldado por un puñado de propietarios de fortunas obscenas, cifradas en cientos de miles de millones de dólares.
Sin Chávez
Durante mucho tiempo esta columna ha guardado silencio sobre Venezuela. La razón es simple. Acompañé la Revolución Bolivariana desde el primer momento. Porque Hugo Chávez encabezó una transición socialista, entendida por él como única manera de defender la independencia, la soberanía, el bienestar de las mayorías. Chávez murió en marzo de 2013. La situación del país era extremadamente complicada. Washington alimentó al sector fascista de la oposición y financió el terrorismo para enfrentar la Revolución. Acompañada por la inmensa mayoría del pueblo, la Revolución resistió. Uno a uno los títeres manipulados por el Departamento de Estado fueron cayendo. Mientras tanto la situación económica empeoraba. En ese marco el rumbo fue corregido, primero hacia el aliento a una “burguesía nacional”, supuestamente opuesta al capital imperialista, después hacia respuestas económica desesperadas, que en lugar de romper lazos con el capital, descargó la crisis sobre las masas populares.
Espectador impotente de esta deriva, el autor de estas líneas mantuvo su rechazo a los profesores de revoluciones capaces de condenar a distancia. Y defendió sus posiciones ante quienes habían acompañado a Chávez. Un militante no condena a camaradas que en su opinión marchan en el sentido equivocado si no está en medio de la batalla, tanto menos si en su propio país no puede impedir la sucesión de gobiernos directamente atados al poder imperial o empeñados en alentar el fortalecimiento de la meneada “burguesía nacional” hasta llevar a la parálisis y el colapso de la clase obrera y el pueblo.
Ahora respetar a tantos revolucionarios genuinos implica ponerse al lado de quienes defienden el país y la Revolución frente a la amenaza yanqui. De repetir la convicción de que enfrentar al imperialismo exige acelerar en la transición socialista, expropiar al gran capital local y entregar el poder a los trabajadores no únicamente en la producción y la banca sino en todos los niveles del sistema político. No es necesario creer las declaraciones de la Casa Blanca, según las cuales desde Caracas se intentó una negociación a cambio de petróleo, para afirmar que Washington no cederá mediante conversaciones amables y concesivas. Es socialismo o barbarie. Nadie debería encandilarse con posiciones intermedias.
Batalla continental
Miles de manifestaciones mostraron días atrás la oposición a Trump arraigada en millones en la sociedad estadounidense. Con ellos hay que buscar lazos y entendimientos. Y hacerlo desde una instancia latinoamericano-caribeña. Si la amenaza directa hoy es contra Venezuela, Colombia, Nicaragua y Cuba, es claro que todo el continente está amenazado. Argentina es la prueba cabal de adónde lleva la “tercera posición”. Un frente continental tiene la capacidad potencial de dar vuelta como un guante el panorama político en el Sur del hemisferio si levanta banderas que el sistema capitalista niega a cientos de millones. Sólo así se puede frenar la ofensiva imperialista. Washington ha perdido su primacía mundial. El dólar se aproxima a un cataclismo. Perdió la guerra contra Rusia en Ucrania y no puede restablecer la hegemonía que con Israel como catapulta tuvo en Medio Oriente. Ahora busca conflicto en Asia Central, pero sabe que sólo puede provocar dificultades, nunca imponerse.
América al Sur del Río Bravo es el último recurso para posponer la inexorable catástrofe del imperio. Replegarse al patio trasero y dominar el hemisferio como parapeto final en su inevitable caída. La condición para el éxito de la estrategia imperial es la ausencia de una voz firme y clara convocando a la Revolución Socialista del Siglo XXI. Hay fuerzas para convertir en estruendo el grito antimperialista. Tras esa bandera formaremos un ejército de milicianos desde el Bravo a Tierra del Fuego. Los revolucionarios de todos y cada uno de los países tienen la palabra.
31 de octubre de 2025
@BilbaoL