Chávez en combate contra un cáncer. Mucho se ha escrito acerca de las ironías de la historia. Inimaginable la trágica ironía de un revolucionario al comando de un proceso continental abatido por una parte descontrolada de su propio organismo, en medio de la gran batalla y después de haber sorteado tantos intentos de magnicidio, tantas conspiraciones urdidas en Washington, tanta endeblez ideológica y desvío político acumulados.
Semejante desenlace hubiese sido un factor revulsivo con graves consecuencias. América Latina vive los prolegómenos de la gran batalla final por la consumación de la independencia, doscientos años después de iniciada la gesta. La ausencia de su primer comandante hubiese puesto a girar sin control la brújula política en la región. Con velocidad de vértigo y por caminos impensables, las fuerzas de la historia estarían ahora mismo desbordando todos los cauces.
No ocurrió. Y a estar por los informes médicos, no ocurrirá. Hugo Chávez se restablece. El sistema político venezolano ha mostrado una fortaleza sorprendente incluso para sus propios protagonistas. Las fuerzas conscientes pueden continuar prevaleciendo sobre la irracionalidad dictada desde fuera y encarnada en una oposición sin vigor propio. Los días de incertidumbre permitieron observar cómo se movieron, dentro y fuera de Venezuela, los factores favorables y adversos a la revolución. Cómo actuaron las clases sociales y sus representaciones políticas. Cómo se desempeñó un elenco ministerial compuesto por cuadros probados en estos duros años y nuevos militantes con apenas meses en sus cargos. Dada la centralización del poder en manos de Chávez durante todo un largo período de afirmación revolucionaria, no hubiese sido sorprendente que su limitación redundara en confusión y parálisis. En lo esencial sucedió lo contrario. El inesperado episodio reveló la existencia de un equipo dirigente articulado en todos los planos y, en lo fundamental, eficiente.
Hasta donde llega la vista, no se manifestaron pugnas intestinas por retazos de poder, en un momento proclive para la explosión de mezquindades y bajas pasiones. En suma: merced a la enfermedad del Presidente, la Revolución mostró una faz imperceptible en tiempos normales; una fortaleza estructural que por estas horas estará obligando a ajustar muchas tuercas en el mecanismo conspirativo de los estrategas del Departamento de Estado.
Respaldo masivo
Estas líneas se redactan pocas horas después de la aparición televisiva del paciente informando acerca de su enfermedad. En el tiempo que demoren hasta llegar a sus manos en forma de revista, habrán ocurrido hechos relevantes. Combinando espontaneidad e impulso del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) el pueblo venezolano colma y continuará colmando plazas y calles, teatros e iglesias de todo el país en apoyo al Presidente. Una identificación genuina y muy profunda de la masa popular con Hugo Chávez vuelve a desplegarse con potencia avasalladora. Pero no se trata sólo de pueblo alzado y resuelto. El martes 5, el esperado Bicentenario habrá sido celebrado con un desfile militar que se anuncia imponente, desde el cual el mundo podrá advertir tres datos elocuentes: el incremento en calidad y cantidad de armamento de la Fuerza Armada Bolivariana, la capacitación técnica de jóvenes cuadros militares y la estricta disciplina de sus mandos, con el Presidente en la cúspide de una estructura acerada y aceitada. Habrá ocurrido más: los días 6, 7 y 8, en coincidencia con el proceso que 200 años atrás dio lugar a la recolección de firmas para el Acta de Independencia, se mostrarán masivamente, en desfiles de celebración, fuerzas civiles de todo el espectro nacional venezolano.
Ni por un minuto habrá espacio para que la oposición contrarrevolucionaria, empeñada en apoyarse en la enfermedad de Chávez para desestabilizar el gobierno, pueda intentar adueñarse de la iniciativa política. No lo hubo en las semanas previas, durante las cuales, pese a los temores que atenazaban el pecho de las mayorías, continuó desplegándose la labor de gobierno en todos sus planos. Es posible incluso que por esos días Chávez regrese a Caracas a continuar con su recuperación.
Bicentenario y Celac
Caracas remozada, edificios históricos recuperados, cientos de miles de ciudadanos de todo el país asistiendo a las celebraciones del Bicentenario, aun en ausencia de Chávez plasmarán en los desfiles civiles y militares el eslabón de acero con el que la estrategia bolivariana pretende anudar el combate actual con la inacabada lucha por la independencia. Un hecho crucial de esa continuidad debía ocurrir el 5 y 6 de julio, en Margarita: el encuentro de 33 presidentes para fundar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Tras una reunión de Chávez con altos miembros del gobierno, el 29 de junio ese hito fue postergado, sin fecha. En el video de esa reunión, transmitido dos días después, el canciller Nicolás Maduro informa que 30 de los 32 mandatarios comprometidos habían confirmado su asistencia. El movimiento convergente que empuja a la creación de esa instancia hemisférica sin la presencia de Estados Unidos y Canadá configura una novedad geopolítica y un revés estratégico, trascendental, para el imperialismo.
Sólo faltó la confirmación de los presidentes de México y Argentina. Este último caso se explicó por la prohibición médica de trasladarse en avión para Cristina Fernández, que ese mismo día había suspendido su participación en la cumbre del Mercosur en Asunción. Como quiera que sea, el post operatorio de Chávez explicó la suspensión del gran encuentro. Se había avanzado en la aprobación de documentos e incluso en el consenso para ofrecerle la presidencia a Lula da Silva, el ex mandatario brasileño.
El espacio para la creación de la Celac radica en la misma causa que dificultará su consolidación y funcionamiento: la crisis estructural del sistema capitalista con epicentro en los países altamente desarrollados. Esa crisis desata innumerables conflictos interburgueses por el control de los mercados y la apropiación de la plusvalía global. Una misma fuerza irracional e incontrolable provoca la disputa interimperialista, el choque de las metrópolis con los países subordinados y las pugnas entre estos últimos. A su vez, del mismo modo que aquella potencia ciega empuja a los centros imperiales a luchar aunados contra posibles focos revolucionarios -como por ejemplo el detonado a comienzos de año en el Norte de África y el Medio Oriente- también conmina a conjuntos de países dependientes a formas de resistencia basadas en diferentes instancias de unidad.
Si la medición cuantitativa de las riquezas de la Celac hablan por sí mismas (ver recuadro de pág. 9), las calidades en cuanto a nivel educativo de la población, desarrollo técnico, acumulación primitiva de capital y capacidad tecnológica, hacen de este bloque un factor de peso singular para el futuro de la humanidad.
Esto dispara la obligada avidez imperialista, que a su vez produce, como contraparte, una obligada búsqueda de formas de autodefensa para sus componentes.
No obstante, en la propia fuerza centrípeta que tiende a aunar la región, gravita sin pausa un conjunto de fuerzas centrífugas, propias de las partes componentes y en más de un caso propulsadas por el imperialismo. No hace falta ir muy lejos para comprender esa dinámica contradictoria: el Mercosur, con dos décadas de existencia, se muestra una y otra vez paralizado por minucias comerciales que sin embargo obran como barreras insuperables para las burguesías en disputa por la succión de plusvalía.
La presencia de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (Alba) en ese conjunto de 33 países agrupados en varios bloque cambiantes, es la única garantía de existencia y movimiento de la Celac, dando por cierto que tanto por las presiones de Estados Unidos como por los conflictos de intereses materiales entre algunos de sus componentes, persistirán y eventualmente preponderarán las dificultades y vaivenes para su conformación y afianzamiento.
Dos episodios en la reciente cumbre del Mercosur revelan el arco de conflictos: Uruguay necesita comprar energía eléctrica a Paraguay, pero Argentina traba la autorización para que el tendido de líneas pase por su territorio (eso pesó más que el malestar de Fernández para explicar su ausencia en Asunción); Rafael Correa propuso avanzar hacia una moneda única para América Latina, llevando al conjunto de la región el ejemplo ya vigente del Sucre, la divisa común del Alba. “El Banco del Sur, un Fondo Común de Reservas y un Sistema de Pagos conformarían una nueva arquitectura financiera para la región, culminando con una moneda regional … para la optimización de la utilización del ahorro regional, para hacer a Suramérica menos vulnerable (…) más soberana y mucho más eficiente en el uso de sus recursos”, explicó el presidente ecuatoriano. Como contrapunto, el ministro de Economía de Argentina Amado Boudou argumentó a favor de monedas propias, dado que “trabajando coordinadamente y con intercambios en monedas locales (cada país mantiene) el instrumento macroeconómico de su política monetaria”.
Circunstancia difícil
El mundo marcha otra vez a un gran colapso económico-financiero. Con el dólar en caída libre, el euro amenazando cada día con desaparecer y el imperialismo lanzado a nuevas guerras, el intento de integrar América Latina y el Caribe desde la realidad capitalista está destinado al fracaso. La Celac, con el Alba en su seno, es una instancia transitoria en la que se revelarán las fortalezas y debilidades de cada país. Brasil continúa empeñado en que su gran industria tome la parte del león en un mercado regional con Estados Unidos en repliegue. Otras burguesías locales diseñan un plan de supervivencia y eventual crecimiento como subordinados de un nuevo amo. Pero tal expectativa es inviable. Sólo los países del Alba tienen una estrategia objetivamente fundada para afrontar el momento histórico. Y en ese bloque, el lugar de la Revolución Bolivariana es una clave de consistencia y cohesión.
Informes científicos y pruebas a la vista alientan la convicción de que Hugo Chávez continuará al comando. También es presumible que el imperialismo intentará explotar al máximo la coyuntura para adelantar la escalada desestabilizadora con vistas a las elecciones de 2012. Una primera línea de desestabilización es exigir que Chávez ceda su cargo y asuma el vicepresidente. La respuesta de Elías Jaua no podría ser más clara: no se equivoquen, dijo palabra más palabra menos: soy un revolucionario y soy leal a Chávez. Caso cerrado.
Mientras Cuba protege y sana al presidente venezolano, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y los demás mandatarios del Alba cierran filas con el comandante. Decenas de miles de militantes, del Río Bravo a la Patagonia, hacen lo propio. Washington y otras cancillerías del hemisferio deberían tomar nota: aquí no se rinde nadie.
1 de julio de 2011