Hay diferentes maneras de leer la elección presidencial del 27 de octubre. Desde una perspectiva de clase el saldo es inequívoco: 95 de cada 100 electores votaron por representantes orgánicos del sistema capitalista (Alberto Fernández 48,10; Mauricio Macri 40,37; Roberto Lavagna 6,16). Dos aerolitos perdidos en el espacio captaron no obstante el voto de tres ciudadanos más de cada 100 (Juan Gómez 1,71; José Espert 1,47).
El mecanismo electoral no contempla votos en blanco o anulados para obtener porcentajes. De todos modos, sobre un total de 26.595.460 votos emitidos (80,8% del padrón total), sólo hubo un 1,5% de sufragios en blanco y 0,87% nulos (diferentes formas de voto Protesta).
Dicho sin rodeos: ante la crisis más grave de la historia nacional, 98 de cada 100 ciudadanos optaron por soluciones capitalistas. Imposible disimular la derrota ideológico-política de la única fórmula alegadamente antisistema, que perdió la mitad de los votos alcanzados en las presidenciales de 2015 y recibió el 2,1%. Otros 2 votos de cada 100 fueron excluidos por el tramposo método de conteo. Se lo admita o no, un revés de tal magnitud atañe igualmente a todo el activo anticapitalista y antimperialista del país.
Para transformar estos resultados en una “victoria popular” es preciso negar la perspectiva de clase, como lo han hecho las izquierdas sumadas al elocuentemente denominado “frente de todos”. Argucias aparte, la clase trabajadora, las juventudes y el conjunto del pueblo, habremos de pagar esta victoria de la burguesía local e internacional, en esta oportunidad bajo el rótulo de un gobierno peronista.
Este es el resultado de un prolongado reflujo de la clase obrera y las juventudes, combinado con la defección sin precedentes del reformismo tradicional y el parlamentarismo infantoizquierdista. La clave, en última instancia, remite a la impotencia de la militancia revolucionaria, determinada a su vez por el repliegue histórico del proletariado a escala mundial.
Replanteo del frente amplio burgués
Con la ciudadanía como masa de maniobra en la pugna electoral interempresaria, Macri pagó su intento de consumar el plan de saneamiento capitalista. Alcanzado a medias, insuficiente para la sustentabilidad del sistema, le costó a Cambiemos el rechazo rotundo en sectores de la clase obrera, buena parte de las juventudes, las clases medias bajas y la masa de desocupados y excluidos. Como se verá, eso no completa el balance. Aun así, Fernández fue el inesperado beneficiario del traspié político del frente amplio burgués (Fab), que torció el rumbo a mitad de camino y ahora, aunque victorioso, cabalga sobre dos monturas frente a la tormenta económica.
A Fernández le cabe una de dos opciones: afrontar el abismo económico del capitalismo local mediante una revolución social, o continuar con la labor iniciada por su contrincante, arbitrando entre el sector burgués que reclama proteccionismo y el otro que exige librecambio. Esperanzados sinceros y consumados sinvergüenzas sostienen la primera posibilidad. El presidente electo, con el respaldo explícito de la Unión Industrial Argentina (UIA), durante su campaña se confesó liberal y aunque sin precisiones, prometió afrontar la crisis desde la defensa del sistema capitalista. De hecho, no presentó un programa económico.
Es significativo cómo llegó Fernández a la candidatura y la victoria. Frente al debilitamiento vertiginoso de Macri desde mediados de 2018, un ala del Fab se propuso crear otro instrumento electoral con los mismos objetivos, esta vez basado en gobernadores y otras figuras del peronismo tradicional. Un detalle resultaría decisivo para el resultado final: acosado por procesos judiciales fuera de control, el empresario de mayor envergadura local creó su propio candidato y rompió toda posibilidad de plan conjunto. Como reflejo nítido de la debilidad de las clases dominantes, eso chocó incluso con el plan de articular el llamado Consenso Federalsobre la base de los gobernadores.
Sin firmeza en los mandantes, los encargados perdieron el rumbo y el proyecto se frustró. Una mayoría de gobernadores y ejecutivos sindicales tomaron entonces por otro camino: exigir un paso atrás a Cristina Fernández. La ex Presidente optó por garantizar su situación judicial por esa vía y entregó la candidatura presidencial a Alberto Fernández. Así se unificó electoralmente el Partido Justicialista (PJ), arrastró fracciones disidentes del peronismo y restos diversos de la izquierda reformista. Es el bloque vencedor en los comicios del 27.
Ahora bien: fueron límites objetivosdel sistema en crisis los que pusieron barreras infranqueables a Macri. Esos mismos límites acosan desde ya a Fernández, en condiciones agravadas. Como su antecesor, éste contará a su favor con el respaldo del Fab y los ejecutivos sindicales, más la hasta ahora pasiva desorientación de la masa trabajadora. Para contar con el sostén del Fab el futuro presidente deberá dar continuidad a la labor de Macri. Si lo hace, la pasividad de los trabajadores se transformará gradualmente en lo contrario, obligando al componente sindical del Fab a tomar sus recaudos.
Antes de esto, sin embargo, pesará el hecho de que Fernández no contará con crédito exterior ni interno a menos que acepte sin condiciones ni dilaciones las exigencias del FMI. De modo que el déficit fiscal -recrudecido con las medidas adoptadas por Macri tras las Primarias- será un incentivo para la inflación. Eso no esperará al traspaso del mando, el 10 de diciembre. Ya se ha desatado una carrera de remarcación de precios, mientras la mesa de transición integrada por dos ministros de Macri y cuatro representantes de Fernández ponen fin a la astringencia financiera y reinician la política de afrontar pagos con emisión de dinero. La amenaza de hiperinflación está latente.
Sin dejar de mostrar los colmillos, el FMI se ve dispuesto a refinanciar la deuda por vencer en 2020: 55 mil millones de dólares, sumando obligaciones con ese organismo y fondos privados, en dólares y pesos. El viernes 1 Fernández recibió un llamado de Donald Trump, apenas horas después de que en una universidad hiciera una sesuda crítica a Bugs Bunny: “Felicitaciones por la gran victoria” dijo el mascarón de proa de la reacción mundial, según hizo trascender a la prensa el equipo del presidente electo. “Usted va a hacer un trabajo fantástico. Espero poder conocerlo inmediatamente”, agregó, antes de entrar en materia: “He instruido al FMI para trabajar con usted. No dude en llamarme”. (Entonces… ¿el FMI recibe instrucciones de la Casa Blanca?).
Habrá que ver cómo se traduce esta presión extrema en las próximas semanas. Venezuela seguramente estuvo en el saludo, aunque esto no trascendió. Hay quienes, por el contrario, cifran expectativas en la ayuda de China y Rusia. El cuadro internacional, sin embargo, deja un estrecho margen a esa perspectiva. La pinza socialdemócrata-socialcristiana se manifiesta esta vez en el grupo de Puebla, intento del centrismo recalcitrante favorecido por el desgajamiento del grupo de Lima. No por nada un visitante destacado en las celebraciones de Fernández fue el ex presidente español José Rodríguez Zapatero, quien sigue los pasos de su desprestigiado antecesor, también del Psoe, Felipe González.
Mientras tanto, la fractura del Fab se manifiesta ya dentro del Frente de todos. Una parte de la gran burguesía local se ha manifestado públicamente a favor de Fernández. El resto, presiona y espera definiciones.
Números de un nuevo panorama político
Durante el mes previo a los comicios ocurrió un fenómeno singular: el Frente de todos se retrajo, confió en los resultados de las Primarias, postergó sus insalvables contradicciones mediante la pasividad y abandonó el recurso de movilizaciones y actos de masa. Cambiemos hizo lo contrario. En 30 actos a lo largo del país, coronados con una concentración de más de medio millón de personas para el cierre de campaña, en el centro de la Capital Federal, Cambiemos dio vuelta el clima político reinante (ver Antes de las elecciones).
Esto redundó en resultados para muchos inesperados: Macri remontó 7 puntos y Fernández cayó dos el 27 de octubre, en relación con las Primarias (de hecho una mera encuesta) del 11 de agosto, cuando la fórmula del Frente de todos aventajó por 15 puntos a la de Cambiemos. Ahora Macri obtuvo 2.400.000 votos más y Fernández sólo 200.000, con un aumento de casi el 6% en la concurrencia de votantes.
Más significativo que los meros porcentajes, es la distribución de los votos. Fernández obtuvo prácticamente la totalidad de la diferencia que le dio la victoria en un sector del conurbano bonaerense donde se concentra la pobreza y la exclusión. Macri Ganó en todos los centros urbanos e industriales. Su fórmula aventajó a Fernández en las provincias de Mendoza (50,02 a 37,83), Santa Fe (43,50 a 42,64), Entre Ríos (44,49 a 44,32) y Capital Federal (52,38 a 35,63), línea transveral al centro del país, coronada con un resultado excepcional en Córdoba, centro industrial y estudiantil con bien ganados laureles en las luchas sociales durante el siglo XX: 61,3 a 29,27.
En la provincia de Buenos Aires, Fernández ganó por 52,13 contra 35,93 de Macri. Como se ha señalado, el Frente de todos se impuso a gran distancia en La Matanza y Florencio Varela. Pero es altamente signficativo que Cambiemos ganara en la capital, La Plata, y con las excepciones ya señaladas, en las ciudades más pobladas: Mar del Plata, Bahía Blanca, Tandil, Junín, Rojas, Pergamino y otras.
Esta fractura geográfica y social tendrá consecuencias de todo orden para el futuro nacional. Una fórmula identificada con tradiciones del llamado “conservadurismo popular” se impuso en la franja central del país, desde los Andes al Río de la Plata. En esa zona están las mayores riquezas y el enclave de exclusión y pobreza extrema del conurbano bonaerense.
Es por demás significativo que los resultados señalados se hayan dado en un contexto de aguda recesión y elevadísima inflación. En el clima creado por 10 años de estanflación (6 de Cristina Fernández y otros 4 de Macri) y varias décadas de decadencia y degradación en todos los órdenes, más de 10 millones de personas desecharon retornar al peronismo como solución para la catástrofe que vive el país y optaron por otro discurso vacío, igualmente manipulador y mentiroso, probadamente incapaz no ya de resolver, sino siquiera de acometer la solución de los problemas que están demoliendo a la nación.
Sólo la parálisis del proletariado, de alcance mundial e histórico, combinada con la deformante esclerosis del pensamiento político dominante hoy en todo el mundo, explica que el empuje arrollador de la crisis no abriera espacio para una propuesta racional, genuina, ajena y contrapuesta a la irrespirable corrupción del sistema institucional en todas sus expresiones.
Es una evidencia que trabajadores y jóvenes son en esta etapa refractarios a la idea de transformación anticapitalista y a la teoría científica del devenir social. Sólo una parte de ese rechazo puede ser explicado por las características intelectuales y las conductas de quienes representan institucionalmente al ideario socialista. El meollo radica en otro lado: el pensamiento y la acción emancipadora no están a la altura de las exigencias que la crisis del sistema capitalista mundial les pone delante. Es un hiato en la historia, comparable sólo a la oscuridad de la baja Edad Media. Se abrió la oportunidad de un “Renacimiento del socialismo” en la Venezuela de Chávez (1). Pero el subdesarrollo, las fuerzas combinadas de la contrarrevolución mundial y la señalada insuficiencia de la teoría revolucionaria, se combinaron para poner un freno que aún no se ha soltado.
La sombra de 2001
En apariencia, con el resultado electoral Argentina ha vuelto al bipartidismo. En la realidad no. Cambiemos es ahora más heterogéneo que en su nacimiento. Tiene la primera minoría en Diputados y poder de veto en el Senado. En la provincia de Buenos Aires prácticamente controla el Congreso. Como resultado del 40% obtenido por Macri, ese lugar de la oposición puede obrar como fuerza centrípeta. Pero hay un conflicto de múltiples raíces entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el Pro de Macri. A su vez, cada una de estas fuerzas está fragmentada y la dinámica de cada componente y del conjunto llamado, por ahora, Juntos por el Cambio, tiende a la disgregación. El punto de unión fue la estrategia de saneamiento económico, el salvataje del capitalismo, la quimera de un retorno a la Argentina del desarrollo, la modernidad y la estabilidad, sin base ideológica común y sin otro programa que el de resolver con criterio empresarial las urgencias económicas y políticas y, en el transcurso, crear un nuevo partido de gobierno con marbete republicano. Es pueril desconocer lo alcanzado en estos cuatro años en materia económica desde el punto de vista del capital. Sólo pueden calificar este período como fracaso de Macri quienes ignoran el funcionamiento del sistema y rehúyen la lucha de clases, inventando el conflicto de por o contra el “neoliberalismo”. Menos serio es pensar que del actual Cambiemos puede nacer un partido burgués con principios republicanos, programa de desarrollo, ideología “conservadora popular”, con capacidad para remontar la crisis y afirmar un país equitativo en crecimiento. No obstante, Cambiemos puede durar y convertirse en alternativa, en la misma medida en que no aparezca una opción real.
Otra cosa es el Frente de todos. Surgió, como queda dicho, del fracaso de un “Consenso Federal” con base en restos inconexos del PJ y fracciones sindicales, todos en desesperado remolino porque la apuesta de convivencia con Macri amenazaba llevarlos al desastre y todos mortalmente enfrentados con Cristina Fernández y su grupo.
La misma rigidez política que analistas superficiales le endilgan a Macri como causa de su derrota electoral la tuvo a comienzos de año Roberto Lavagna frente a los señores feudales del PJ. Y por las mismas razones: es imposible crear una fuerza política consistente y con futuro a partir de dos decenas de camarillas corruptas, ensimismada cada una en la defensa de intereses propios, a menudo entrelazados con mafias de todo tipo, incluido el narcotráfico. Los promotores de Lavagna exigían otra cosa. La intransigencia (debería decirse consecuencia, inteligencia) provocó el estallido. Y de allí, con la condición de un paso atrás de Cristina Fernández, nació un proyecto electoral definido por su propio nombre: frente de todos. De esta alquimia surgió Alberto Fernández, hasta poco antes pública y duramente enfrentado con su ahora vicepresidente.
Las irreconciliables diferencias de este panperonismo de ocasión se vieron durante la campaña, pero estallaron la noche de la victoria. Tras la admisión de Macri del resultado electoral, en un acto y un discurso sorprendente por su seriedad, precisión e inusual hondura conceptual, en el cual felicitó a Fernández y lo invitó a desayunar en la Casa Rosada al día siguiente, en otro escenario todosdemostró que ni siquiera es un frente. La vicepresidente electa y el vencedor en la provincia de Buenos Aires dieron un espectáculo con discursos tan vacíos como agresivos, exageraron el histrionismo conocido mientras Alberto Fernádez observaba descompuesto un adelanto de lo que puede ser su gobierno. Antes de eso, se había prohibido subir al escenario a los gobernadores presentes, en una muestra también de cómo se entienden y manejan las relaciones de fuerzas internas.
Al día siguiente Fernández se reunió con Macri y, si bien no informaron lo convenido, está claro que acordaron un plan conjunto para la transición, doblemente difícil por la amenaza de descontrol económico y el extremadamente prolongado período hasta la transmisión del mando. Hecho esto, en contradicción flagrante con las exigencias de la vicepresidente y el gobernador electos en la noche anterior, 24 horas después Fernández reunió en Tucumán a todos los gobernadores -los mismos impedidos por Cristina Fernández de subir al estrado- con motivo de la asunción del segundo mandato del gobernador de aquella provincia. Allí estaba, además, la mayoría de los ejecutivos sindicales, intendentes y la vicegobernadora electa de Buenos Aires. Una foto tenebrosa. La anécdota es necesaria porque ambos escenarios son la radiografía de la dramática flaqueza, el explosiva mejunje que asumirá el próximo gobierno. Para colmo, en su discurso Fernández repitió que al país lo gobernará “1 Presidente, 24 Gobernadores”.
Inimaginable una fórmula más absurda, en un país presidencialista en crisis, y a la vez más beligerante: ¿nada para la vicepresidente? Sumado a esto la designación de los negociadores para la transición por parte de Fernández, donde hay dos nombres odiados por la vicepresidente, se bosqueja un cuadro de serios conflictos desde ahora mismo.
Es previsible que ninguna ruptura ocurrirá de inmediato. Es seguro, en cambio, que todosno evolucionará hacia la construcción de una fuerza política coherente y unificada en medio del maremoto que afronta el país en los próximos años. Se prefigura en el posible futuro gabinete un desplazamiento de operadores sionistas dominantes en el gobierno de Macri en favor de figuras directamente asociadas al Vaticano. Lejos de llevar estabilidad a Fernández, esto augura la multiplicación de los conflictos causados por la intervención directa del Papa en la política nacional.
En suma: el frente amplio burgués (incluye, recuérdese, a las empresas sindicales), no tiene ni tendrá partido en este período histórico. La fuerza que trabó los pies de Macri e impidió no sólo su reelección sino la consumación de su tarea, que además del saneamiento implicaba la construcción de un partido capaz de gobernar establemente a Argentina, será más poderosa de aquí en más y encontrará enfrente un gobierno más débil. Habrá fugas de un bloque a otro y aparecerán nuevas siglas. Pero en los hechos la burguesía no habrá superado ni en la economía ni en su capacidad política, el devastador resultado del colapso de 2001.
Desafío inminente
Hasta el momento Fernández no ha podido pronunciar una palabra de un programa económico. Allí la disputa entre facciones es más dura, porque no responde simplemente a divisiones políticas, sino a sectores del poder económico, nacional e internacional, abiertamente involucrados. El vacío implícito en las pugnas internas lo llenan operadores del gran capital. Argentina paraíso de agentes socialdemócratas y enviados especiales del Vaticano.
Fernández repite que su llave maestra es un pacto social por seis meses. Un acuerdo patronal-sindical para congelar precios y salarios y prohibir despidos. UIA y CGT responden positivamente. La Asociación Empresaria Argentina, calla. Cada empresario, mientras tanto, se lanza a subir precios antes de diciembre, para que el “pacto” no los pille descolocados. También adelantan despidos. Con la misma lógica algunos sindicatos buscan obtener aumentos salariales antes del congelamiento. Macri y Fernández actuarán de consuno para impedir la carrera hacia el descontrol. Está por verse hasta qué punto lo conseguirán. Ambos exorcizan el fantasma de la hiperinflación, aunque en las filas del futuro gobierno hay quienes propugnan una debacle económica que derive en cesación de pagos y un largo período de gracia para que las nuevas autoridades pongan en marcha la recuperación económica.
En cualquier caso, las penurias de la población se multiplicarán. Es previsible que proliferen demandas económicas. Los ejecutivos sindicales, según el momento y el bloque que integren, promoverán/acompañarán esas demandas. El activo sindical y político no puede sino estar al lado de jóvenes, trabajadores, desocupados, que eventualmente se movilicen contra los efectos devastadores de la crisis capitalista.
El punto es si la acción reivindicativa de aquel 98% de electores que favorecieron soluciones empresarias a la crisis del sistema, puede o no ser canalizada por quienes recibieron los votos. Evitarlo es el principal compromiso de quienes asumen el enorme desafío en este momento dramático de la historia argentina.
1.- Luis Bilbao, Venezuela en Revolución: Renacimiento del socialismo. Capital Intelectual, Buenos Aires 2008, ISBN: 978-987-614-134-5
2 de noviembre de 2019
@BilbaoL