Balance: en 1989, cuando Lula disputó por primera vez la presidencia, Estados Unidos esperó su derrota para invadir Panamá. Por estos días y con razones análogas, trabaja para que el PT pierda las elecciones del 3 de octubre. Por sobre cualquier valoración del gobierno de Luiz Inácio da Silva, la victoria de la oposición burguesa a su gobierno abriría el espacio para que los estrategas de Washington puedan continuar con sus planes guerreristas para la región. Dos períodos de gobierno petista en Brasil significaron un salto adelante en la historia de los de abajo. Sus logros sólo pueden ser desconocidos por ideólogos de la reacción. No obstante, al cabo de ocho años, aparte de no haber resuelto innumerables problemas básicos, el PT no fortaleció la estructura partidaria, no desarrolló un proceso de organización de masas con ejercicio concreto del poder, no ganó más espacio social en capas explotadas y oprimidas y, en consecuencia, no cuenta seguro siquiera el voto de la masa beneficiada por su gobierno. El saldo de Lula está en suspenso. Resta saber si la inteligencia política y la visión estratégica de la dirección petista apuntan en la dirección correcta para dar continuidad positiva. Invitado en su condición de militante político, el director de América XXI participó del Congreso del PT; lo que sigue es su despacho desde Brasilia. También se reproduce textual y completa la resolución sobre táctica electoral y política de alianzas.
Inequívocas conquistas. Inabarcables compromisos pendientes. Temores sobre la respuesta ciudadana en la elección presidencial de octubre próximo. Tales los sentimientos entrecruzados de los 1350 delegados al IVº Congreso del Partido dos Trabalhadores (PT), cuya tarea principal consistió en designar la candidatura presidencial y sancionar formalmente la decisión de concurrir a la crucial disputa en alianza con un antiguo adversario, a menudo feroz: el Partido do Movimento Democrático do Brasil (Pmdb), que ocupará el segundo lugar en la fórmula. En ese cruce de caminos el PT celebró sus 30 años de vida.
Es notoria la diferencia de este encuentro con tantos otros que, desde su fundación el 10 de febrero de 1980, fueron trazando la historia del PT. No se percibe la abrumadora presencia obrera, sindical y juvenil de entonces. Los debates entre las diversas tendencias continúan siendo duros –y como siempre cuidadosos de la unidad– pero son escasos y circunscriptos; sobre todo, tienen otro contenido. Pese a que la victoria electoral no está garantizada, los delegados no discutieron con qué programa ganar el alma de tantos millones de brasileños que sufren la desigualdad extrema de este país. En cambio, como principal cuestión ante las elecciones se debatió –muy poco, con acuerdo previo largamente hegemónico– la decisión de dar un paso histórico para el PT: una alianza electoral con el Pmdb.
En el Palacio de Convenciones de Brasilia impactaba sobre todo la falta de ardor en la militancia, el espíritu radicalmente diferente a encuentros del pasado que emanaba de esta reunión, acaso dominada por dos sentimientos a todas luces evidentes: el orgullo por las grandes conquistas alcanzadas en ocho años de gobierno y la presunción de que algo fundamental, algo que se lleva muy hondo en el corazón y la conciencia, incluso sin saber expresarlo, ya no envaraba y proyectaba las ilusiones de los delegados.
No es difícil aprehender las causas de esa diferencia. En junio de 1989, en los prolegómenos de la primera gran contienda electoral en la que Lula sería candidato, 600 delegados al 6° Encuentro votaban alborozados, con una poderosa energía ausente en este Congreso, un documento que decía: “El PT no cree en la posibilidad de una etapa de capitalismo popular (…) El binomio cambios económico-sociales radicales y democracia, es la clave para construir un bloque mayoritario capaz de llevar a Lula a la presidencia”. Hoy, la mayoría de los delegados traga con dificultad una afirmación curiosa: el próximo período será de “post-neo-liberalismo”, fórmula que, aparte su falta de sustento teórico, no parece apta para despertar grandes pasiones y esperanzas.
Ironías de la historia: el imponente lugar de sesiones lleva el nombre de Ulyses Guimaraes, el veterano líder democrático burgués que a la cabeza del MDB, principal formación política durante la dictadura y el primer período posterior, enfrentó a Lula en 1989. Era la primera vuelta de la primera elección directa de Presidente; y en aquella oportunidad el MDB obtuvo el 4% de los votos. El único Partido de la burguesía quedó vaciado por el poderosísimo influjo del PT, el cual en la segunda vuelta no alcanzó el gobierno sólo por una formidable operación de último momento urdida por el gran capital local e imperial, que inventaron un candidato de utilería y apelaron maniobras sin ahorrar bajezas para arrebatar la victoria segura de aquel partido, entonces recién nacido y con un candidato que simbolizaba la irrupción del proletariado paulista en la política brasileña. Tres décadas después, el fallecido Guimaraes, a quien todos y en primer lugar él mismo consideraban el inevitable presidente después de la dictadura, podría regodearse al ver que el PT recurre, para intentar ganar la próxima elección, a su partido renacido de las cenizas pese a inenarrables acusaciones de corrupción. Con todo, las ironías que podría lanzar Ulyses quedarían muy por detrás de las invectivas lacerantes que con certeza habría esgrimido Leonel Brizola, del Partido Democrático Trabalhista (PDT, socialdemócrata), otro líder histórico que vio destruidas sus ilusiones de ser Presidente por la entrada violenta en el escenario de un obrero metalúrgico y desde entonces, incluso obligado a apoyar al PT en varias circunstancias, lanzó los más envenenados dardos imaginables contra Lula. Ocurre que la candidata designada ahora por el PT, Dilma Rouseff, era militante del PDT, del cual se apartó recién en 1990, para integrarse al gobierno estadual del petista Olivio Dutra en Río Grande do Sul.
Conquistas de dos períodos presidenciales
Empresas consultoras de toda filiación subrayan un hecho impactante: más del 80% de la población brasileña respalda a Lula. No hubo dirigente que en su exposición omitiera ese dato, revelador sin duda del resultado político de su gestión. Tras ese recado, los oradores defensores de la tendencia mayoritaria desgranaban otros datos contundentes: 20 millones de personas salieron de la pobreza; 350 mil familias campesinas fueron asentadas; 215 mil jóvenes están cursando en escuelas técnicas que pasaron de 140 a 354, mediante la inversión de 1.100 millones de reales; la inversión en programas sociales alcanzó los 33 mil millones de reales, un aumento del 189% en relación con el período anterior; se crearon 11 millones de empleos; la inflación cayó para ubicarse en torno del 4,5%; el PBI creció a un promedio del 3,1% anual, contra el 2,1% del período anterior; la moneda se revaluó positivamente frente al dólar; las reservas en divisas pasaron de 37.800 a 236 mil millones de dólares. Y un dato que numerosos expositores, incluida Dilma en su discurso de aceptación de la candidatura, presentaron como símbolo del éxito petista: cuando asumió Lula, Brasil debía 14 mil millones de dólares al FMI; ocho años después, es el FMI quien debe 14 mil millones a Brasil. Fueron subrayados igualmente los éxitos del gobierno PT en materia de política internacional, resumido con una imagen apropiada: hasta ahora, en el mundo Brasil era sinónimo de Pelé; ahora el símbolo nacional es Lula. Otro resultado reiterado fue el de haber cambiado la realidad energética de largo plazo al hallar reservas petrolíferas por 60 mil millones de barriles. Con legítimo orgullo, los dirigentes y el propio Lula en sus dos intervenciones aludieron una y otra vez a la política de integración latinoamericana y de aproximación a África, así como al Bric (Brasil, Rusia, India y China) y al bloque de India-Sudáfrica-Brasil. Un lugar especial ocupó la reiterada reivindicación del papel de Brasil como país rector de la Minustah, la fuerza militar de intervención en Haití.
Y aquí otra vez aparece la diferencia con los congresos del PT anterior: no hubo voces que desafiaran el significado de congratularse por ser acreedores del FMI o de encabezar la fuerza militar de intervención en Haití.
Campesinos sin tierra, favelados, trabajadores con paga mínima y millones de marginalizados podrían poner en contexto la contundencia indiscutible de aquellas cifras, que incluyen la asistencia alimenticia a unos 11 millones de habitantes, lo cual significa, nada menos, que esa masa humana ha dejado de sufrir los horrores del hambre. Brasil, el país de los grandes contrastes en su geografía y en la condición social de sus 200 millones de habitantes, transfunde esas contradicciones a las venas del partido gobernante y produce en su organismo una dicotomía dolorosa, a partir de la cual entra en un ángulo sombrío la valoración del saldo final.
Apuesta por el capitalismo
“El gran desafío (…) exige pensar en transición directa al desarrollo sustentable. Dentro de esta perspectiva deben ser elaboradas las Directrices y el Plan de Gobierno del PT 2011-2014”, dice la resolución votada. Y agrega: “La alternativa practicada por el gobierno Lula de desarrollo con distribución de renta, fortalecimiento del mercado interno, inversión estatal y apoyo estatal para la formación de grandes empresas nacionales, integración en el mercado en un nuevo orden económico internacional con competitividad y la preocupación con los activos ambientales, fue fundamental y necesario para impulsar el crecimiento económico y garantizar conquistas sociales”. Y más adelante precisa la idea: “El objetivo estratégico es transformar a Brasil en un país desarrollado, con indicadores de bienestar social aproximados a la media de los países desarrollados e indicadores de sustentabilidad ambiente superiores a la media de los practicados por los países de la Ocde”.
No es necesario abundar en citas para extraer la sustancia de la resolución aprobada por el Congreso para fijar las líneas de un próximo gobierno petista: sin rodeos se asume la perspectiva del capital para afrontar la inmensa tragedia social de este país continente. Incluso un joven dirigente estudiantil que con tono enfático denunció la deserción del 70% de los estudiantes secundarios, dejó implícita su convicción de que ese flagelo se resolverá con voluntad política –que descuenta, con todo fundamento– del PT y su eventual próximo gobierno. Ensanchar la base del mercado y tonificarlo integrando a millones de excluidos, aminorar las abismales distancias en la distribución de la renta, crear grandes empresas nacionales que ganarán espacio en su ámbito natural, América Latina, son los ejes de la estrategia asumida. En los hechos, esta concepción fue asumida antes de la primera victoria de Lula.
Es la reaparición, implícita, del gran debate: reforma o revolución. No hay diferencia alguna entre las opciones de, por ejemplo, el Partido Socialdemócrata Alemán a comienzos del siglo XX, y las que ahora atraviesan al PT. Y la resolución no deja lugar a dudas: se trata de reformar el capitalismo. Por eso la crisis mundial del sistema es una cita suelta en los textos congresales. La opción busca afanosamente respaldo teórico y allí se halla la causa de otro dato sobresaliente de la realidad actual del PT: la escualidez de su producción teórica, que permite afirmaciones tales como “el mundo está ante una etapa histórica de post-neo-liberalismo”. Puede que resulte difícil entender el significado preciso de tal afirmación. En cambio, es claro lo que deja como conclusión negativa: el socialismo no es la tarea para el próximo período histórico. El vuelo teórico de tales argucias está a la altura del objetivo que se proponen. Y requiere de intelectuales a la medida, lo cual viene a explicar otra diferencia del actual PT: el vaciamiento de figuras de relieve y consistencia teórica en sus filas.
Un dato significativo, abierto a múltiples posibilidades, está dado por las características del nuevo presidente del PT, Eduardo José Dutra. Ex senador y ex presidente de Petrobras, Dutra inauguró su período con un discurso sincero, en el cual hizo una encendida defensa de la historia del PT, reivindicando incluso a las figuras transformadas en blanco de todas las injurias por la prensa burguesa. Simultáneamente, Dutra exaltó la tradición partidaria y reivindicó la opción desarrollista en alianza con el Pmdb. El nuevo presidente petista subrayó que había sido elegido por el voto directo de unos 500 mil afiliados. No es pequeña victoria, después de la crisis partidaria. No obstante, vale recordar que en 1989 el PT tenía unos 800 mil afiliados. Y que en relación con los 200 millones de habitantes de Brasil, y aun en términos absolutos, en comparación con el Partido Socialista Unido de Venezuela, que cuenta con más de siete millones de afiliados y un activo permanente de alrededor de un millón y medio de militantes, el PT ha dejado de ser el partido de mayor envergadura en el continente.
Como sea, las cartas están echadas: ésa es la estrategia asumida formalmente por el PT. Las izquierdas que de manera más o menos consciente y adecuadamente se apartaron en los últimos años de esa orientación, no lograron conformar ni en la teoría ni en la práctica una opción valedera frente a la deriva de la dirección partidaria encabezada por Lula. Las tendencias revolucionarias que aún se mantienen disciplinadamente en el partido, no pueden sino sumarse a la fuerza predominante. Hasta cierto punto, una excepción a esta regla reside en el Movimento Sem Terra. Por todo un período, mientras la realidad mundial y local no dé lugar a nuevas oleadas de protagonismo de los trabajadores, desde el gobierno o la oposición el PT regirá la marcha las luchas sociales en Brasil.
Candidata inesperada
Sin desmedro de sus ostensibles y reconocidas condiciones, Dilma no era la candidata natural del PT. Sólo el violentísimo golpe moral y político sufrido por este partido en 2005 pudo poner fuera de juego a, por lo menos, una docena de líderes fundadores de esta fuerza política excepcional. Aquella situación, de la cual se ocupó en detalle América XXI en su edición de septiembre de 2005, dio lugar a una ofensiva impiadosa del gran capital financiero e internacional, apuntada a quebrar la columna vertebral de este partido obrero.
Por sobre cualquier juicio de valor, aquellos destacados militantes tenían no sólo el derecho histórico de ocupar el privilegiado lugar, sino la oportunidad (y, en más de un sentido, la necesidad), de mantener una línea de continuidad con los postulados originarios del PT. Pero hechos de inocultable corrupción extrema, tomados como catapulta por los medios y los partidos del capital, pusieron a Lula a la defensiva y arrasaron con aquellos cuadros dirigentes. El episodio debilitó de manera brutal los cimientos sociales del PT, cargándolo con un desprestigio extendido que aún gravita ostensiblemente en la sociedad brasileña. La misma opinión pública que entroniza hoy casi sin barrera de clases la figura de Lula, denuesta al PT, lo cual constituye una pesada y peligrosa carga para la campaña electoral. En ese cuadro la decisión de Lula, sancionada por el Congreso, de escoger a Dilma Rouseff como candidata, priva a la oposición de armas potencialmente letales para la campaña, además de colocar un factor potencialmente positivo para la contienda: una mujer como candidata.
De hecho, según las encuestas Dilma tenía en diciembre un 17% de aceptación y subió al 25% en las últimas mediciones. Antes de comenzar la campaña, el candidato del Partido Social Democrata Brasileiro (Psdb), José Serra, aún no proclamado formalmente, le lleva 10 puntos de ventaja. El peso de Lula en campaña y, precisamente, el “factor mujer” como novedad electoral, sumado al respaldo objetivo de las conquistas alcanzadas en ocho años, puede darle una nueva victoria al PT en octubre. Pero esa posibilidad, está todavía lejos de ser una certeza.
La victoria del PT no sólo es del interés de las fuerzas revolucionarias de la región. Todas las formaciones de carácter democrático, conscientes de la inmensa amenaza a la paz y la institucionalidad burguesa que implica el cerrojo militar estadounidense en el hemisferio, tienen igualmente el mismo interés objetivo. La sola existencia de un gobierno petista pone una barrera al desenfreno imperialista. Aunque el Psdb representa con mayor genuinidad los intereses del gran capital industrial brasileño y, por lo mismo, no cambiaría vectores fundamentales de la política internacional brasileña, sería sin duda más vulnerable a las tremendas presiones que Estados Unidos y la Unión Europea ejercen sobre el gobierno del Planalto. Se trata de la base social objetiva de uno y otro partido. Las ambigüedades del gobierno Lula se transformarían en concesiones mayores a la voluntad geopolítica de Washington. Y esto redundaría en la apertura de la grieta que afanosamente busca el imperialismo para clavar una cuña en el corazón de América Latina.
Desde Brasilia