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El PT podría ganar la segunda vuelta

Una semana después del resultado que en Brasil dio la victoria a un funambulesco fascista, los sondeos de opinión aseguran que la distancia de casi 17 puntos obtenida frente al candidato del Partido dos Trabalhadores (PT) se mantiene para la segunda vuelta, el 28 de octubre.

No son encuestas trucadas. Reflejan a su modo el clima social brasileño dominante por estos días. No obstante, es objetivamente posible que el segundo turno invierta estos pronósticos y lleve otra vez al PT al Palacio del Planalto.

Importa menos, pero importa, la aritmética electoral. Al 29.28% de votos obtenidos por el candidato señalado por Lula, Fernando Haddad, se puede en teoría sumar la mayor parte del 12,47% obtenido por el socialdemócrata Ciro Gomes. También un retazo del 4,77% obtenido por el candidato de Fernando Henrique Cardoso y su Partidos Socialdemócrata Brasileño (PSDB). Más la casi totalidad de los escasísimos votos obtenidos por tendencias a la izquierda de estas formaciones. Ese universo suma potencialmente más del 15% de los votos emitidos el 7 de octubre. Tampoco es desdeñable la posibilidad cierta de revertir buena parte de la abstención que alcanzó el 20,3%: casi 30 millones de ciudadanos no votaron, los mayores registros de ausentismo se dieron en las barriadas proletarias de San Pablo. Con todo, nada de esto es lo que realmente puede dar vuelta el resultado.

La posibilidad de frenar la marcha de Jair Bolsonaro, candidato del gran capital, de los mandos del Ejército y de las iglesias evangélicas, reside en la recuperación de decenas de millones de voluntades que creyeron en la propuesta socialista del PT desde los 1980 y luego, tras la frustración de tres gobiernos petistas abiertamente comprometidos con el capitalismo, viraron en redondo.

Es verdad que las clases medias antes votantes del PT fueron la vanguardia del giro hacia la propuesta fascista y que esos sectores no serán fácilmente conquistables en lo inmediato. Pero sobre esas capas puede tener efecto una explicación objetiva y detallada de por qué Bolsonaro no podrá gobernar, así como prefigurar la magnitud del desastre con el que su fracaso amenaza a Brasil.

Sin embargo, el apoyo a un personaje que se precia de ser racista (en un país con abrumadora mayoría de población negra, mulata e indígena), represor, misógino patológico y, sobre todo, un perfecto ignorante de los grandes problemas de Brasil y de cómo resolverlos, está basado en el volcánico desplazamiento electoral de hombres y mujeres pobres y más que pobres, explotados y oprimidos, del campo y las ciudades. Ellos no tuvieron la respuesta que esperaban del PT. Por eso respondieron de este modo

 

De cara ante la realidad

Ante todo cabe subrayar la solidaridad con la militancia petista, de los sin tierra y de otra cantidad de organizaciones de la izquierda brasileña, cargados de dudas y azorados por el vuelco de la situación. En su momento –ya antes incluso de que Luiz Inácio da Silva ganase las presidenciales en 2002- advertí sobre el rumbo de Lula y la mayoría de la dirección del PT, apresado en la letal tenaza internacional de organizaciones socialdemócratas y socialcristianas. Me honra haber sido promotor de la primera hora del PT y no reniego por haber entregado durante años mis mejores esfuerzos a la construcción de este partido, profundamente renovador en sus albores y extraordinario en todo sentido, conducido por obreros y estudiantes, que en su programa fundacional proponía abolir el capitalismo y construir una sociedad socialista. Me congratulo igualmente por haber señalado en su momento la suma de desviaciones que al cabo produjeron dos hechos más trascendentales que el ascenso de Bolsonaro: la nula reacción de las masas frente al golpe que destituyó a Dilma Rousseff y la total ausencia de respuesta proletaria cuando encarcelaron a Lula.

Dicho sea entre paréntesis: no avalo las conductas de ambos como presidentes, ni la del PT en el gobierno. Pero no acepto la justicia de la burguesía para juzgarlos. La corrupción –indiscutible- no puede juzgarla la clase más corrupta del hemisferio ni su Estado represor y pútrido hasta la médula. El hecho es que las masas rechazaron estas conductas. Y a ellas sí hay que darles respuesta.

Ahora, ante una campaña electoral, se puede optar por hacer acuerdos tras bambalinas con los mismos reformistas que empujaron al PT hacia alianzas absurdas y contrarias a su historia y su programa, o buscar de manera franca la recuperación de un plan de acción que responda a la crisis capitalista brasileña –muy profunda, a término inmanejable para cualquiera y en particular para Bolsonaro- desde la perspectiva de obreros y campesinos y de las grandes masas oprimidas por el capital.

No será fácil. Pero es posible. El propio Lula, desde la cárcel, declaró días atrás a dos periodistas que “en el fondo, en el fondo, es preciso hacer un tipo de enfrentamiento más directo, más determinado”. Así les habló a Fernando Morais y Mino Carta, antiguos amigos del líder obrero. En la adversidad, las mejores condiciones de este hombre excepcional, atrapado por el sistema, reaparecen en algo esencial: es preciso un enfrentamiento directo, más decidido, contra el aparato que sostiene al títere bravucón.

Si los cuadros del PT se inflaman con ese llamado, convocan a las masas, explican a las estructuras reformistas los riesgos inminentes que ellas mismas corren y llaman a todas las fuerzas revolucionarias para hacer un gran frente único antimperialista y anticapitalista, las posibilidades de victoria electoral son ciertas. Pero incluso en caso de derrota comicial, no habría derrota política. Ésa es la cuestión principal a dos semanas de la segunda vuelta.

 

¿Frente antifascista?

He allí un dilema teórico y político de la mayor magnitud: ¿a qué tipo de frente debe llamar el PT? ¿Antifascista? ¿O antimperialista y anticapitalista? ¿Es la ocasión de actuar a la defensiva o de lanzar una dura ofensiva?

Es comprensible la respuesta inmediata ante el hecho disruptivo de que un individuo como Bolsonaro pueda ganar la presidencia de Brasil. Pero en ese llamado automático resuena el antiguo concepto de “Frente Popular” a la manera como lo concibió la IIIª Internacional bajo conducción stalinista: subordinación de las fuerzas proletarias a las burguesías supuestamente democráticas. En Argentina hay un trágico ejemplo de ese desvío esencial que hoy asoma en ciertos análisis, cuyas mejores intenciones están fuera de discusión. En 1945 se aliaron el PC, el PS, la UCR y los conservadores, bajo el manto del embajador estadounidense, para enfrentar a Juan Perón. El desenlace es conocido.

Es la diferencia entre ponerse a la defensiva antes de librar la batalla o asumir un ofensiva estratégica y llamar a las masas de toda América Latina al combate por una transición socialista. Si el PT se subordinara otra vez al PMDB, al PSDB, al PDT (todos arrasados en las elecciones) y a los sectores del gran capital alarmados por la eventual deriva de un gobierno ultraderechista, no sólo no ganaría la segunda vuelta. Peor aún, dejaría sin rumbo a las masas obreras y campesinas del país de mayor envergadura en la región.

Justamente, en el plano regional, un “frente antifascista” podría convocar hasta a la mayoría de los políticos de Cambiemos, la coalición que sostiene a Mauricio Macri (recuérdese que la UCR está afiliada a la socialdemocracia internacional, al igual que la CGT). Al margen ese extremo, es poco estimulante poner a las masas latinoamericanas entre bolsos y Bolsonaros. Esa no puede en ningún caso ser la opción.

12 de octubre de 2018

@BilbaoL

 

 

 

 

 

 

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