El pasado miércoles 18, EE.UU. consiguió una vez más que la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas condenase a Cuba, por una exigua mayoría de 22 votos a favor, 20 en contra, 10 abstenciones y uno «ausente» . Pero el análisis del voto demuestra las dificultades de la gran potencia para imponer su cínica política.
En la Comisión de Derechos Humanos de la ONU quedó en evidencia que, en términos políticos, Estados Unidos está cada día más aislado y debilitado. Los hechos no dejan lugar a dudas: el miércoles 18, para condenar a Cuba, la gran potencia obtuvo 22 votos a favor, 20 en contra, 10 abstenciones y un voto ausente. Si el pequeño país triplemente sitiado (porque es una isla, porque se derrumbó la Unión Soviética y porque desde hace 42 años es víctima de un bloqueo económico y una guerra informativa) pierde frente a Estados Unidos por dos votos, los argumentos huelgan.
Sin embargo la realidad es más gravosa aún para Washington, a poco que se observen dos factores ocultos en la mera proporción numérica: cómo se llegó a ese resultado y qué países y realidades internas hay detrás de cada número.
Lo primero es, si se quiere, anecdótico, pero por demás significativo: hasta el último minuto tres países (Guatemala, Camerún y Madagascar) tenían decidido abstenerse y otros dos (Kenia y Congo) votar en contra. Estados Unidos perdía y ante ese riesgo redobló las presiones y llegó a plantear incluso la postergación de la votación. El esfuerzo de los funcionarios estadounidenses -no sólo retórico, se puede conjeturar- logró que Guatemala, Camerún y Madagascar pasaran de la abstención al voto favorable a la moción y Kenia virase del voto negativo a la abstención. El representante de un quinto país, Congo, se retiró subrepticiamente antes del pronunciamiento(1). ¿Es preciso abundar sobre semejantes procedimientos, sus causas de fondo y la significación internacional de los países cuya voluntad se torció?
No obstante, la relevancia mayor respecto del contenido de la votación estriba en los países que votaron en contra y se abstuvieron. China, Rusia e India (tres potencias atómicas, que suman más de 2.500 millones de habitantes), enfrentaron a Washington. En América Latina, Brasil, México, Colombia y Perú se abstuvieron y Venezuela votó en contra. Súmese número de habitantes, producto bruto interno y relevancia política regional y el resultado aventa cualquier duda: Estados Unidos perdió rotundamente en su intento de aislar a Cuba en la región y desprestigiarla ante el mundo. Deben estar retumbando en los oídos de Condoleeza Rice, arquitecta de la política exterior estadounidense, las palabras del embajador alterno de Venezuela en Ginebra, Víctor Rodríguez: «Consideramos muy grave la medida unilateral del embargo de Estados Unidos. Eso sí es una violación masiva de derechos humanos».
Hasta el más pequeño país del planeta merece consideración y respeto. Ello no significa desconocer el peso real de cada uno en el conturbado mundo de hoy. Y si Washington celebra con Guatemala y Camerún contra China, India, Rusia, Brasil, Venezuela y México, ahí están las proporciones de su victoria.
Desde luego cuenta aquí el voto de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, España y Gran Bretaña, que se alinearon con Estados Unidos. Pero también en este punto los hechos superan la apariencia. Aparte la hipocresía inhabilitante de quienes como España, Francia o Alemania se abalanzan para realizar negocios en Cuba, debe considerarse el hecho de que la Unión Europea trató de introducir en la condena a Cuba una alusión crítica al bloqueo estadounidense. Pero aquí la Casa Blanca fue inflexible y sus competidores occidentales y cristianos, que apenas un mes atrás anunciaban en Estocolmo su decisión de «asumir el liderazgo de la economía mundial»(2), admitieron la doble humillación de la negativa estadounidense a cualquier mención al bloqueo y el voto por una condena que, en la práctica, no respaldan.
¿Cómo votó Argentina?
Una consideración adicional respecto del contenido real de la votación contra Cuba queda expuesta en el voto del gobierno argentino. Al igual que para cualquiera de los países mencionados (desde Guatemala a Francia), una cosa es la posición del gobierno y otra muy diferente la de la población. Pero en el caso argentino la contradicción es escandalosa: la inmensa mayoría de los integrantes de la Alianza gobernante, e incluso de los propios cuadros ejecutivos y legislativos, está contra la posición oficial. El jefe de gobierno de Buenos Aires y ahora principal líder del Frepaso, Aníbal Ibarra, condenó en durísimos términos el voto contra Cuba, y arrastró a la conducción formal de su partido a emitir un pronunciamiento crítico. Federico Storani, hasta un mes atrás ministro de Interior, fue más contundente aún que el Frepaso en su rechazo al alineamiento del gobierno de su partido con Estados Unidos. Y es conocida la posición del presidente de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, que ya desde el año pasado enfrentó sin circunloquios la postura oficial. Ultimo pero de primera importancia: cualquier encuesta (casera o científicamente estructurada), revela que, si se trata de tomar posición entre George Bush y Fidel Castro, es abrumadora la mayoría ciudadana que se alínea con Cuba(3).
¿Qué hay entonces detrás de la apariencia de firmeza del canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, cotidianamente vejado por el ministro de Economía Domingo Cavallo, que sólo para menesteres como éste le permite presentarse como jefe de la diplomacia argentina?
La respuesta es transparente: bajo el voto del gobierno de Argentina hay un inmenso vacío. Y -siempre aludiendo a fuerza política- es sólo eso lo que hay debajo de Estados Unidos. Basta considerar que cuando la misma intencionalidad de Washington se traslada de La Habana a Pekín, la forzada y exigua mayoría se transforma en lisa y llana minoría: la moción de Washington para condenar a China obtuvo 23 votos en contra, 17 a favor, 12 abstenciones, 1 ausente.
En esta oportunidad el canciller Giavarini, quien declaró haber decidido su voto «por amor al pueblo de Cuba» , mostró que pese a su misa diaria es inconsecuente en amores: se abstuvo de condenar al gobierno chino. La razón es obvia: Estados Unidos presenta la moción porque necesita mostrar coherencia en su política exterior. Pero no tiene la misma necesidad en ambos casos y no ejerce presión para que sus seguidores (Fidel Castro los denominó semanas atrás con mayor crudeza) lo acompañen en el voto.
Derechos y humanos
Resta todavía entrar al mérito de la cuestión: ¿se violan los derechos humanos en Cuba? ¿Puede el gobierno argentino salir ganancioso en una comparación con el gobierno cubano en esta materia?
Sólo el planteo de la pregunta parece una ofensa a la inteligencia: un país que no tiene un solo desocupado, donde no hay un solo niño en la calle, un solo anciano abandonado, no hay analfabetismo y la educación es absolutamente gratuita a todos los niveles, la atención sanitaria es universal, gratuita y de altísimo nivel, la mortalidad infantil es menor que la de Estados Unidos y pareja a la de Suecia; un país donde la delincuencia es ínfima y sin violencia, donde la policía anda sin armas y las armas las tienen a su disposición los obreros en sus fábricas, los estudiantes en sus universidades o en sus barrios… ¿puede ser condenado por los titulares del Ejecutivo argentino?
«No hay libertad de prensa en Cuba» , se afirma. ¿Puede reivindicarse tal derecho esencial cuando se vuelcan cientos de millones anuales para alimentar una oposición prefabricada y manipulada desde el Departamento de Estado? ¿Y que son las miles de horas diarias de transmisión radial desde Miami enderezadas a la isla caribeña, llamando sin cesar -y con los resultados a la vista- a sublevarse contra Fidel Castro?
«No hay democracia política en Cuba» , se agrega. ¿La hay en Argentina? ¿Quién está gobernando? ¿Las personas elegidas en comicios donde los candidatos gastaron cientos de millones en asesores de imagen y publicidad del estilo utilizado para vender gaseosas? ¿Es con el espíritu y la voluntad de los electores que votaron por la Alianza que se ejerce hoy el poder político?
Antes de tener la altura moral y política para discutir la situación interna de Cuba, el gobierno de Argentina debe responder a estas preguntas. Luego será posible entrar a la segunda fase y debatir qué es necesario perfeccionar en aquel país, cómo y quién puede hacerlo. Hasta ese momento, sobre los hombros de las y los ciudadanos dignos de este país pesará el cargo lanzado contra el gobierno por el embajador cubano en Buenos Aires, Alejandro González Galiano: «Se ha consumado la nueva traición contra el pueblo de Cuba».
Es saludable que ante la justa acusación, aunque esté dirigida contra las autoridades y no contra la ciudadanía, suba la sangre al rostro y se conmuevan las fibras más íntimas allí donde no cuentan siquiera los alineamientos ideológicos y las posturas políticas, sino razones más primarias, que hacen a la integridad de las personas y el espíritu colectivo de una nación. Pero no lo sería perder la medida de la realidad objetiva y evitar las múltiples conclusiones -todas de enorme trascendencia histórica- a que da lugar la comprobación del creciente debilitamiento político de Estados Unidos.
- «El Gobierno volvió a votar contra Cuba y junto a Estados Unidos» , Clarín, Buenos Aires, 19-4-01
- Luis Bilbao, «Estados Unidos y la Unión Europea confrontan en Sudamérica» , Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, Buenos Aires, abril de 2001.
- Carlos Gabetta, «Diplomacia de la sumisión» , Le Monde diplomatique edición Cono Sur, mayo 2000.