Un paso insuficientemente medido por los estrategas del Departamento de Estado reveló aquello que no se ve en la superficie política del continente.
Es incuestionable la inversión de la tendencia convergente que dominó la primera década del siglo XXI. Está fuera de duda la regresión en varios países, particularmente en Brasil y Argentina, los dos mayores de la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur). Pero en la Casa Blanca –y no sólo allí– el árbol impidió ver el bosque. El curso de gobiernos y clases dominantes, otra vez hacia la balcanización, ocultó la marcha de millones en sentido contrario.
Con la executive order de Barack Obama América Latina se vio obligada a pensar lo impensable: una invasión yanqui a su territorio. Caracas y las capitales del Alba reaccionaron como cuadra a conducciones políticas conscientes de que una revolución sólo puede enfrentar al imperialismo hasta las últimas instancias, o sucumbir. Mostraron, una vez más, que la rendición no está entre sus opciones. Nicolás Maduro no demoró 10 horas en plantarse ante su pueblo y el mundo para exponer una estrategia de resistencia, que apelaría en caso necesario a la guerra de todo el pueblo.
Puso a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en alerta de combate y ordenó inmediatos ejercicios de defensa para los cuales convocó a toda Venezuela. Su palabra coronó un día en el que el estado anímico de la nación sufrió una drástica transformación. La totalidad del alto mando militar, el Psuv, los sindicatos, las comunas y restantes organismos de masas, se encolumnaron en defensa de la soberanía y la independencia nacionales, tras la bandera de Revolución Socialista Bolivariana.
Cuando Maduro concluyó su discurso Venezuela no era la misma de 24 horas antes. Los agobios de la guerra económica, la fatiga por largos años de lucha y la permanencia de rémoras de un ordenamiento social superado pero aún perviviente –ineficiencia, desidia, corrupción– se esfumaron ante la evidencia de la agresión inminente y el llamado de Maduro. Hugo Chávez estaba presente esa noche en la conducta de la Dirección Revolucionaria Político Militar y en el sentimiento íntimo de cada ciudadano.
Tempo, factor clave de la acción política
No sólo la determinación de la respuesta, sino la rapidez con que llegó, cayeron como rayo en las restantes capitales. Allí donde hasta horas antes se resignaba la perspectiva de la unión por disputas comerciales y captación de plusvalía; allí donde incluso ya se asumía el realineamiento hemisférico a través de la Alianza del Pacífico, se vio la necesidad de reconsiderar la táctica.
A través de sus principales medios de prensa, en la mañana del martes 10 las expresiones más duras del gran capital en cada país mostraron que habían interpretado el mensaje. En aparente contradicción con su furiosa prédica antivenezolana hasta el día anterior, los más augustos órganos de la propaganda burguesa tomaron distancia de la decisión de Obama. Alguno incluso se atrevió a criticarla. En línea con la orden implícita en esos medios, durante los días posteriores se produjo un reacomodamiento general, explicitado en la noche del sábado 14 en Quito. En la sede de Unasur 12 cancilleres del organismo rechazaban por unanimidad la posición de Obama y le exigían derogar el decreto. Doce días después los 33 países de la Celac firmaron un comunicado similar.
Durante la dura jornada en Quito, Delcy Rodríguez presentó la posición de su gobierno. La firmeza de la canciller estaba en consonancia con otra, de naturaleza diferente: en Venezuela la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) realizaba ejercicios y maniobras militares en todo el territorio nacional, con la participación masiva de hombres y mujeres de toda edad y condición.
Otra realidad
Dos fenómenos singulares en la historia latinoamericana se tradujeron en la Declaración de Unasur: la existencia misma de este organismo sin precedentes y una nueva conciencia de masas en cada país, acaso difusa, confusa, inorgánica y sin dirección, pero no por ello menos gravitante.
Esto se despliega además en un nuevo cuadro de situación, determinado por una crisis económica detonada en 2008 en los países centrales pero ya vigente en países que, con mucha premura y poco buen tino, dejaron de llamarse “Tercer Mundo” para soñar con la condición de “emergentes”.
Otro factor nuevo, de inusual peso en la coyuntura desatada por el decreto de Obama, lo marcó la irrupción de los gobiernos de China y Rusia. Por razones diferentes pero confluyentes, Beijing y Moscú se sumaron, del lado de Venezuela y de América Latina, a la crucial prueba de fuerza. La gira regional del canciller ruso Serguéi Lavrov todavía produce escalofríos en políticos de todas latitudes.
En cada capital de Suramérica dominó la certeza de que una guerra de todo el pueblo en Venezuela se expandiría como mancha de aceite a la región. Vieron, con certeza de pesadilla, que los actuales regímenes de democracia capitalista serían incapaces de sostenerse y reaparecería con inédita potencia la perspectiva de respuestas radicalmente revolucionarias.
La degradación de la democracia burguesa en algunos países no encuentra todavía respuestas adecuadas. Pero hay casos en que la nueva tendencia se muestra con nitidez. Basta ver el informe de Paraguay (pág. 20). En este país, tras el derrocamiento con fachada institucional de Fernando Lugo y la realización de elecciones amañadas, la deriva antipopular del nuevo gobierno ha provocado un drástico cambio en el panorama, como puede verse en la recomposición de las fuerzas sociales ya expresándose en el terreno político con inusitado vigor y con propuestas de inequívoca significación: “Que renuncie Cartes y toda su línea sucesoria, y que se instale una Junta Patriótica que pueda transformar profundamente la situación económica, social y política de nuestro país” declara un dirigente campesino ante una potente movilización de masas convocada por un multitudinario frente de organizaciones sociales y partidarias.
Entiéndase bien: “que se instale una Junta Patriótica” avalada por un amplísimo arco de organizaciones sociales para enfrentar a un gobierno puesto y dirigido por el imperialismo, para colmo ahora con intervención de Israel.
Es un lenguaje nuevo, que en la nueva situación mundial y regional prolonga la voluntad revolucionaria puesta de manifiesto mediante rigurosa vía institucional en casos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Esa radicalización ya existe. En condiciones de agresión imperialista tendería a generalizarse. Nadie supone que las masas convencidas por reformas positivas en Brasil, Argentina, Uruguay, Perú o Chile se adecuarán mansamente a soluciones capitalistas salvajes para la crisis que ya golpea en cada puerta. Tanto menos si el recambio para retornar a la sujeción a Washington se desenvolviera al compás de una invasión a Venezuela. Si eso ocurriera, no hay duda de que en su apoyo acudirían los países del Alba. Pero también decenas de millares de hombres y mujeres dispuestos a tomar las armas para defender la Revolución Socialista Bolivariana.
Entre la espada y la pared, los jefes imperialistas y sus socios del Sur llegaron así a una nueva instancia de confrontación involuntaria, precisamente cuando creían estar en el momento de suturar las heridas del período anterior.
De aquí en adelante
Sería ingenuo suponer que el imperialismo desechará su estrategia de invasión militar a Venezuela. Allí están, por caso, las maniobras del Comando Sur en Puerto Rico y, menos visible, el aumento de presupuesto para las tropas de la Otan en Malvinas. Esto último nada tiene que ver con una amenaza de recuperación de las islas para la soberanía argentina. Es lamentable que en réplica a Gran Bretaña el ministro de Defensa Agustín Rossi no asociara el fortalecimiento de una base de la Otan en el Sur del continente con la tenaza militar tendida por Estados Unidos contra Venezuela, los países del Alba y los pueblos de la región.
Es impensable una conducta consecuente con la Declaración de la Mitad del Mundo por parte de varios gobiernos que la firmaron. La permanente voluntad de frente único antimperialista nada tiene que ver con la falta de caracterizaciones precisas respecto de tales aliados eventuales.
Panamá será el escenario de esa gran batalla. Obama de un lado y varios mandatarios de otro harán impensables contorsiones para evitar el filo de la espada sin retroceder más hacia la pared. Pero nada allí será concluyente. Habrá que seguir con detalle la conducta de cada uno y, con encomio o condena, exponerla ante la opinión pública latinoamericana y mundial.
La amenaza de invasión seguirá latente. Es preciso prepararse en cada lugar del hemisferio para evitarla y, si esto al cabo no fuera posible, enfrentarla con decisión de victoria. La primera tarea es obtener millones de firmas para la Carta de Maduro al pueblo estadounidense. Se trata de llegar a Panamá con pruebas irrefutables de la voluntad latinoamericana. Mientras tanto, Washington y sus temerosos socios del Sur buscarán que el precio de la paz sea el abandono de la Revolución. Maduro, Raúl Castro, Evo Morales, Daniel Ortega, han sido terminantes al respecto.
Pero desde más de una cancillería se insistirá, pública o soterradamente, en la necesidad de rendición. Ante lo que esa pugna pondrá en tensión en los próximos meses será necesario desestimar la liviandad hablista del infantoizquierdismo, con la misma firmeza que se enfrente la tendencia a la claudicación de franjas reformistas siempre dispuestas a la conciliación.
En medio del agravamiento de la crisis capitalista en los centros imperiales –y ahora también en los resumergidos– los países del Alba, con Venezuela a la vanguardia, juegan un papel potencialmente decisivo para el futuro inmediato. Eso equivale a decir que la acción no ya de cada gobierno, sino de cada organización, de cada hombre o mujer, cuenta para el resultado.
@BilbaoL
Desde Caracas y Buenos Aires
25 de marzo de 2015