Entre el 1 y el 7 de febrero Rex Tillerson, secretario de Estado (canciller) de Donald Trump visitará ciudad México, Buenos Aires, Lima, Bogotá y Kingston con el explícito propósito de boicotear y desconocer las elecciones presidenciales de Venezuela, previstas para antes del 30 de abril.
No es la primera vez que la Casa Blanca intenta una operación de pinzas para aplastar la Revolución Bolivariana. Pero jamás había llegado a este punto. Compromete en sus planes golpistas a su máxima figura diplomática y además expone ante el mundo a los mandatarios de Argentina, México, Colombia, Perú y Jamaica, involucrados en una desembozada operación intervencionista.
Esto revela un doble cambio en las relaciones de fuerza: Washington puede contar con gobiernos imposibles de ser sumados a semejante causa hasta no hace mucho; a su vez reconoce que la sucesión de fracasos, desde hace 18 años, para derrocar a Hugo Chávez primero y Nicolás Maduro después, obliga al imperio a pedir ayuda a sus súbditos. Y aquí reside el dato principal: todos ellos pueden contribuir a la tarea sucia, pero ninguno tiene los pies firmes sobre la tierra.
El caso argentino es translúcido. Mauricio Macri puede alegar, con razón, que ha ganado de manera rotunda las elecciones legislativas de octubre último. No puede ocultar sin embargo la encrucijada económica que lo pone entre la espada y la pared: o toma las medidas necesarias para sanear la economía en función de las necesidades del capital o continúa sosteniendo los desajustes estructurales de la economía argentina capitalista. Si hace lo primero, desata una dinámica social que en plazos relativamente breves aniquilará todos sus éxitos desde 2015. Si opta por posponer esas decisiones la economía se le escapa de control y, tras ella, se desploma el proyecto político del frente único burgués que lo sostiene. La intervención en Venezuela obraría como un revulsivo adicional de enorme potencia en este dilema.
Corolario simple: las urgencias de Washington van en dirección exactamente inversa a las necesidades inmediatas de las burguesías dispuestas hoy a acompañar la aventura.
Hay otra conclusión: no es sorprendente que imperialismo y socios menores actúen aunados contra una Revolución. Es remarcable, en cambio, que desde el Bravo a la Patagonia no se haya desatado ya un movimiento de rechazo masivo a la gira de Tillerson. Es una tarea que no admite postergaciones.
31 de enero 2018
@BilbaoL