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Rechazo social al espectáculo pre-electoral en Argentina

Concluyó el sábado 22 de junio la formación de listas para las elecciones nacionales. Por repugnancia o indiferencia el rechazo en todo el espectro social probó que los partidos de las clases dominantes ya no existen como tales.

Junto a la degradación y muerte de la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista y demás estructuras menores que durante el siglo XX sostuvieron la gobernabilidad del capital, han desaparecido valores básicos, imprescindibles para contener de manera sostenida al conjunto social en cualquier sistema.

Es un proceso que viene de larga data. Sólo que, como quedó a la vista en los últimos meses, ha llegado a límites imposibles de transponer sin consecuencias de largo alcance. Reinan en la política argentina la indecencia, la ignorancia, la mezquindad, la ausencia de todo horizonte que no sea el beneficio individual. Es con arreglo a esto último que se estructuran y funcionan los “frentes” y “espacios” que disputarán en las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso) del 11 de agosto, prólogo manipulador de los comicios a realizarse en octubre y noviembre.

No hubo periodista o comentarista que omitiera registrar el bochorno de cabriolas y tramoyas escenificadas por desesperados aspirantes a candidatos, con saltos de una lista a otra, armado y disolución de alianzas y fórmulas, alquiler de sellos partidarios a su vez comprados por mejor precio a última hora, todo ello sin la más mínima participación de quienes forman fila tras los nombres finalmente escogidos. Gestos de condena aparte, la prensa no extrajo conclusiones de esta exhibición obscena y evitó asociarla con la crisis del sistema al que representan sus protagonistas. Niños tapándose los ojos y convencidos de que así desaparece el cuco. Pero está allí. Como en 2001, aunque con mayor potencia demoledora.

Paradojal y desafortunadamente, cuadros políticos y sindicales que dos décadas atrás pudieron presentarse como alternativa a la debacle de las instituciones del capital, ahora están en el mismo palco con los políticos burgueses. Organizaciones que en documentos y fiestas de guardar se proclaman revolucionarias, en los hechos optaron por ganar lugares en parlamentos y legislaturas e incurrieron en conductas análogas para llenar sus listas. Otras formaciones escogieron subordinarse a “espacios” de diferentes alternativas patronales y acceder por esa vía a cargos legislativos. Con alguna excepción, fueron humillados por personajes vacíos y altaneros que desde tronos de papel les negaron la ilusión de acceder siquiera a una ínfima legislatura. No hubo respuesta de los agraviados. Parecen ajenos a todo principio, dignidad personal y sentido de la vergüenza.

Alguno de ellos alcanzará el ansiado fetiche de un puesto público. No obstante, desde ahora mismo el conjunto de neoreformistas y ultraoportunistas se ven aplastados por el desmoronamiento de las instituciones burguesas y están, como sus cofrades candidatos de otros “espacios”, en la lista del desprecio popular.

Ya el electoralismo y la lucha cuerpo a cuerpo por cargos en el Frente de Izquierda Unidad muestra signos de descomposición: fue expulsado del llamado Partido Obrero su fundador y única voz audible durante décadas. Es sólo el comienzo. La onda expansiva golpeará, a término, al frente electoralista de organizaciones que ahora se regocijan por el debilitamiento de una de ellas.

 

Consecuencias inmediatas

En paralelo, el gobierno logró frenar la caída de la economía, lanzó medidas paliativas para recuperar votantes perdidos, estabilizó el precio del dólar, puso un freno a la desbocada inflación y así restauró a medias el frente amplio burgués (Fab) que lo sostiene.

Adicionalmente, el Ejecutivo presenta como panacea de crecimiento y desarrollo la firma de un tratado de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea. Otra utopía del capital, de incierta y en todo caso muy lejana entrada en vigencia. En cualquier caso, puede obrar como efectivo anzuelo electoral y, sobre todo, ratifica el apoyo a Macri del gran capital financiero internacional, lo cual contribuye al alineamiento de franjas desconformes de la burguesía local.

Dicho de otro modo: otra vez la corrupción de los partidos tradicionales y la ausencia de una línea de acción revolucionaria en las izquierdas favoreció al gran capital, que continuará su plan de saneamiento cualquiera sea el vencedor en la carrera presidencial.

La militancia puede hacer como los periodistas: taparse los ojos e imaginar que el cuco desaparece. Puede reiterar la certeza que durante 2016 y 2017 llevó a propagar la “teoría del helicóptero” (fuga de Fernando de la Rúa en 2001). Puede confundir análisis objetivo con simpatía hacia el gobierno del Fab. Y aferrarse a la certeza de que éste será vencido en las presidenciales. Los hechos, con todo, son difíciles de desmentir: no hubo helicóptero; en 2017 Cristina Fernández (CF) salió en segundo lugar frente a un inexistente candidato oficialista a Senador; Mauricio Macri llega al final de su mandato; la ex presidente, representante del otro “espacio” burgués, temerosa de perder cedió la primera candidatura a Alberto Fernández (AF), quien para intentar ganar terreno electoral revela su condición de liberal. Por si fuese poco, el candidato del ahora llamado Frente de todos (¿?) acumula declaraciones contra lo actuado por su jefa cuando ocupó la Casa Rosada y da garantía de pago al FMI, aunque con necesaria renegociación de plazos: lo mismo que ya arregló el oficialismo con ese organismo.

 

Corrupción y campaña

Imposible hoy hacer un pronóstico electoral. El gobierno y sobre todo Macri sufrieron una marcada caída en la aceptación de la sociedad. Las encuestas no son creíbles, aunque un promedio del enjambre de nuevas y antiguas consultoras podría indicar que la caída en la estimación del oficialismo ha comenzado a revertir: ahora el conjunto parasitario de medidores de opinión converge en la idea de un “empate técnico”. El elenco del desde hace un mes llamado Juntos por el cambio (ex Cambiemos) guarda muchas cartas en la manga. Sólo algunas serán mostradas antes de las Paso del 11 de agosto, cuando la campaña oficialista espera perder por un margen de 3 a 7 puntos porcentuales, distancia que, siempre según ellos, sería recuperada antes del 27 de octubre.

Al otro lado del callejón, el Frente de todos (nótese que antes se llamaba Frente para la victoria), remeda al oficialismo y afirma que ganará en primera vuelta.

Mientras tanto, cada sector del sindicalismo está empeñado en morder su parte de candidaturas en algunas de las tres fórmulas explícitas del capital. Si acaso la CGT vuelve a decretar un paro general, será como los anteriores un mero recurso electoral y válvula de escape para la presión social.

 

Voto Protesta

Aunque esté claramente volcado a la continuidad de Macri, el Fab duda respecto del resultado comicial. La argucia del “empate técnico” de las encuestadoras refleja esa incertidumbre. Empujada por disidencias internas la burguesía alentó a CF para tener todo bajo su manto electoral. Esto se combinó con los coletazos del saneamiento económico y político (el caso de los “cuadernos de la corrupción” y la proliferación de “colaboradores arrepentidos” sembró el terror en filas empresarias). El resultado es que el candidato principal del Fab no tiene la victoria asegurada.

Desde diferentes ángulos se reconoce la ruptura entre cúpulas pseudo dirigentes y el conjunto social. Hay una fatiga moral perceptible en la ciudadanía, que atraviesa líneas de clase y cala hondo en las juventudes. A la luz de la experiencia de 2001, gerentes y filósofos del capital comprenden que a mediano plazo la verdadera amenaza a sus planes proviene de ese rechazo que, sin opción electoral, podría enfilarse hacia la abstención, el voto en blanco y, en primer lugar, lo que en 2001 se impuso como “Voto Protesta”.

Hay diferentes fuentes para el descontento. Por supuesto prima la penuria económica, la inseguridad, la ausencia de perspectivas acentuada por falta absoluta de propuestas comprensibles y creíbles de los candidatos principales. Una franja todavía imposible de medir ya ha comprendido que el saneamiento capitalista propuesto por Macri y los suyos (ahora acompañados por sectores del peronismo) implica, incluso en la negada hipótesis de que pudiera realizarse hasta sus últimas instancias, un costo inmenso para la clase obrera y las clases medias bajas.

En otro orden, la corrupción asquea a las mayorías. Quienes pretenden destronar a Macri se empeñan en negar lo obvio respecto de CF y su elenco, consideran a los encarcelados por corrupción como presos políticos y han difundido la idea de que la conducta delictiva del gobierno anterior no influye en el voto popular. Las evidencias de robos por cifras siderales son abrumadoras y, hasta que lo golpeó a él mismo, el Fab se encargó de mostrarlas ad nauseam.

Los acusados se defienden con argumentos de manipulación judicial y contradenuncias de que en el actual gobierno, a comenzar por Macri, hay notorios corruptos. Esto no redunda en mayor credibilidad para el llamado kirchnerismo, hoy por completo desdibujado y bajo fuego de sus propios aliados en el Frente de todos. Pero consigue hundir en el mismo fangal al oficialismo.

El patético desempeño presidencial en materia de comunicación con la sociedad, sumado al alud de pruebas contra CF y funcionarios del gobierno anterior, más el desencanto de buena parte de los adherentes juveniles ante el llamado de CF a votar por AF, son otros tantos ingredientes de un clima análogo (para nada idéntico) al que vivió Argentina en los meses previos a los estertores de la Alianza, 18 años atrás.

El neoreformismo-infantoizquierdista apuesta a que ese formidable descontento desagüe en sus listas y le permita superar el 3% de los votos. Es dudoso, aunque no imposible. En ningún caso, sin embargo, se producirá un cambio cualitativo en la conducta electoral de la clase obrera y en las relaciones sociales de fuerza. Con expulsiones, insultos y condenas -que su prensa trata de ocultar, en la mejor tradición stalinista- también hay desazón y rechazo en la franja más consciente de sus adherentes y votantes. En cualquier hipótesis, es seguro que la abstención habitual del 20/30% aumentará significativamente. Habrá sin duda un porcentaje elevado de votos en Blanco y anulados. A diferencia de 2001 hoy resulta más arduo articular fuerzas militantes a escala nacional para promover el Voto Protesta. La evolución de los hechos, sobre todo después del 11 de agosto, puede cambiar el panorama.

En cualquier caso, las tres fórmulas puestas en juego por la burguesía (Macri, Fernández y Roberto Lavagna, tan diferenciados por su condición de clase y sus programas como tres gotas de agua) obtendrán más del 90% de los votos válidos. La moderna política ha impuesto una manipuladora forma de medir la votación, al calcular porcentajes excluyendo abstención, votos blancos y anulados. La totalidad de quienes hablan de inclusión social participan de este fraude. Lo contrario mostraría la proporción de la población que los vota. Aun así, la relación de fuerzas entre el capital y la clase trabajadora, las juventudes y las clases medias bajas, es en extremo negativa para estos últimos. Eso no cambiará en los próximos comicios sea quien sea el ganador, dada la inexistencia de una clase obrera consciente y organizada y la irreversible escualidez del neoreformismo-infantoizquierdista.

Hay millones ansiosos y dispuestos a frenar la decadencia, proyectar una estrategia de cambio raigal y enfrentar la ofensiva reaccionaria encabezada por Estados Unidos y la Unión Europea en toda América Latina. Frente a esa masa de mujeres y hombres se plantea la perspectiva de una enérgica campaña nacional por abstención, voto en Blanco o Voto Protesta masivos. Única posibilidad objetiva de dar un paso adelante y prepararse para el inexorable colapso social y político, visible en un horizonte no tan lejano como suponen quienes ostentan, felices, una candidatura expectante.

2 de julio de 2019

@BilbaoL

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