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Zozobras de un mundo pluripolar

 

 

Un celebrado poeta inglés proponía buscar “el orden superior de una vasta convulsión”. No es ése el horizonte visible a partir del fin de la hegemonía estadounidense: abundan signos de reconfiguración de un mapa geopolítico pluripolar, pero el realineamiento de fuerzas mundiales no muestra nada parecido a un sistema de equilibrio internacional; sólo exhibe los estremecimientos del cambio.
Una de esas señales es el acuerdo entre los presidentes de China y Rusia anunciado el pasado 21 de mayo: más que trato comercial implica un enorme desplazamiento de fuerzas.
Washington estaba alerta. Entre otros movimientos en diferentes puntos del globo, desde el Congreso estadounidense trascendía la intención de aplicar sanciones a Venezuela, mientras Evo Morales denunciaba en Argel el propósito de la Casa Blanca de provocar conflicto interno para luego intervenir con fuerzas internacionales: tras 100 días de ofensiva guerrerista, continúa sin pausa la escalada contra la Revolución Bolivariana.
El fenómeno de pluripolaridad se comporta como si se tratase de la teoría sobre la formación de los planetas: el gas se condensa y forma partículas de polvo; luego éstas se reúnen y dan lugar a cuerpos de dimensiones mayores. Hasta conformar un nuevo astro. Todo a elevadísimas temperaturas.
En la gaseosa realidad política mundial, hoy cada polo, constituido o en gestación, se ve compelido a acumular masa y ganar poder de gravitación; o debilitarse al riesgo de desaparecer como tal. Ésa es la clave de lectura de los movimientos que convulsionan el escenario visible –aunque no necesariamente comprensible– al leer las noticias de cada día.
Vladimir Putin y Xi Jinping firmaron en Shanghai un contrato a 30 años y por el equivalente a 400 mil millones de dólares, por el cual desde inicios de 2018 Rusia proveerá a China 38 mil millones de metros cúbicos de gas, a un precio no especificado. Para el intercambio se construirá un gasoducto desde Siberia. Cada país lo hará en su territorio. Rusia invertirá el equivalente a 55 mil millones de dólares. La compañía china Cnpc pagará por anticipado importaciones por un valor de 25 mil millones. Ambos presidentes se reunieron en siete oportunidades desde que Jinping asumió su cargo, en marzo del año pasado. Esta última cita podría entenderse como salto cualitativo en la acumulación de partículas.
Más hechos avalan esa presunción: en simultáneo con el encuentro entre ambos jefes de Estado tuvo lugar una Conferencia Asiática de Naciones, donde Jinping propuso una nueva estructura de cooperación y seguridad, que incluya a Rusia e Irán. Además, también entre el 21 y el 26 de mayo buques de guerra de la flota rusa del Pacífico arribaron a China y participaron en ejercicios navales conjuntos denominados “Cooperación Marítima 2014”, maniobras militares sin precedentes entre las dos mayores potencias de Asia.
Poco antes se anunció el proyecto chino de construir un tren bala para unir Beijing y Washington en poco más de dos días, pasando por Rusia y Canadá, a través de un túnel bajo el estrecho de Bering. La traza de este proyectado ferrocarril equivale a un tratado de política contemporánea: China, Rusia, continente americano: basta repasar la nota de tapa de esta edición para entrever el significado de semejante obra.
Apenas horas después desde Moscú se hizo un anuncio igualmente revelador: Rusia promueve una moneda común para su área de influencia en Europa oriental, al tiempo que se desprende de bonos del Tesoro estadounidense: entre octubre de 2013 y marzo de 2014 pasó de 149.900 millones de dólares a 100.400 millones. La divisa estadounidense sigue siendo, por ahora, unidad de cuenta; pero deja aceleradamente de ser recurso de atesoramiento y medio de cambio.

 

Polo latinoamericano
Si con el golpe de marzo en Ucrania Estados Unidos buscó –sin éxito– el doble efecto de impedir la consolidación del polo oriental en el centro Este de Europa y, a la vez, fortalecer el suyo propio en torno a la Otan, con la sostenida ofensiva contra la Revolución Bolivariana el Departamento de Estado apunta a un nudo potencialmente más difícil de desatar: la conformación de otro centro de poder subregional, pero en este caso determinado por una fuerte impronta anticapitalista. Venezuela es desde hace una década el centro de esa dinámica.
Gravitante polo potencial de poder mundial y reservorio de materias primas, América Latina puede ser medida, acaso en primer lugar, como fuente de apropiación de plusvalía para un capital ávido en su declinación, es decir, en medio de la caída de la tasa de ganancia. Tradicionalmente la pugna por esa riqueza se dio entre los capitales imperialistas de Estados Unidos y Europa por un lado, y las burguesías
locales por otro. Precisamente el ahogo de la crisis agudizó esa pugna y, con la audaz intervención estratégica de Hugo Chávez, dio lugar a un vertiginoso reordenamiento que en pocos años vería el nacimiento de Unasur y Celac (Unión de Naciones Suramericanas; Comunidad de Estados Latinoamericano-Caribeños), mientras se extinguían instancias tales como la Cumbre de las Américas y la Cumbre Iberoamericana, caía el Alca y se esfumaba la OEA.
Ese torbellino podía muy bien encuadrar en la pugna interburguesa. Pero la proclamación del propósito socialista de la Revolución Bolivariana y el posterior fortalecimiento del Alba cambiaron el contenido del conflicto, que a su vez alcanzó un nuevo carácter con los efectos del colapso detonado en 2007/2008, a duras penas contenido desde entonces, mas no resuelto. Aquel quiebre de la economía mundial acentuó la necesidad de nuevos polos económicos en condiciones de salir de la tormenta cósmica del dólar. Rusia, China, Irán y un conjunto de otros países de diferente envergadura comprendieron el papel de una América Latina desprendida de Estados Unidos en la configuración de un nuevo mapa, con ellos como centros de poder. Y también, claro, vislumbraron esa masa de plusvalía en disputa.
Como sea, la consolidación de un polo latinoamericano-caribeño, en sintonía con China, Rusia y otros países orientales, era y continúa siendo una amenaza mayor para el ya desplazado poder imperialista estadounidense.
Era igualmente esperable un movimiento de aproximación de las economías latinoamericanas más involucradas en el proceso de convergencia regional con aquel polo en proceso de condensación. Otra vez, la vanguardia la tomó Venezuela. Luego, de manera errática, Brasil ensayó pasos en esa dirección. Tarde y con menos nitidez, Argentina hizo lo propio.
Acaso fue subestimada la capacidad de reacción de la Casa Blanca, que tras el fracaso del Alca lanzó una contraofensiva en toda la línea. Una de las palancas parecía trivial: un plan de producción de granos a gran escala para destinarlo a biocombustibles. Cambiar alimentos por gasolina pareció el epítome de la demencia capitalista. Y no pocos lo denunciaron de esa manera. Pero el veneno ya estaba instilado en las venas esclerosadas de la burguesía regional. Era sólo cuestión de tiempo que llegara al corazón: felices por las migajas, partidos y gobiernos procapitalistas acabaron embarcándose en una pugna por el reparto de la renta con los intereses imperiales.
El colapso financiero de 2008 ofreció otra herramienta: el capital subordinado sufrió un ataque de pánico. Estados Unidos reestructuró el G-20 y lo puso al servicio del salvataje del sistema. México, Brasil y Argentina optaron por ese camino.
Aunque la poderosa inercia daría todavía como resultado la creación de la Celac, la cuña ya estaba puesta. Ésta tomaría luego la forma de Alianza del Pacífico: Estados Unidos logró sustraer a un bloque significativo de la potencial condensación en un polo regional al Sur del Río Bravo, eventualmente decisivo para el equilibrio planetario. Con todo, los frutos obtenidos son insuficientes para el apetito de Washington, que además asume la volatilidad de la situación y teme el riesgo de un nuevo giro en las relaciones de fuerzas.

 

Clave socialista
En el centro de este delicado equilibrio de fuerzas están la Revolución Bolivariana y el Alba. Para consumar la re-balcanización de América Latina Washington necesita vencer esa fuerza. Sólo a condición de anular ese factor podría aspirar a neutralizar la doble encrucijada estratégica implícita en el desarrollo y consolidación del Alba: replanteo de la unión regional en un plano superior al recorrido durante los últimos años y… afirmación de una respuesta socialista a la debacle capitalista en curso.
Al margen la propaganda burda de columnistas sin rigor o sin principios, los centros de la economía mundial continúan en crisis: no hay recuperación real en Estados Unidos, mucho menos en la Unión Europea, que avanza hacia el abismo de la deflación. En un cuadro por completo diferente, aunque no por ello menos significativo, también Rusia y China resienten y resentirán aún más los efectos de la crisis capitalista en las metrópolis. Ni qué decir de los efectos sobre las economías subdesarrolladas y dependientes.
Sin centro hegemónico efectivo, corroído por la crisis estructural, el capital en cualquiera de sus formas avanza inexorablemente por el camino de la competencia día a día más brutal. A término, no habrá consolidación de un mundo pluripolar equilibrado y pacífico, sino desagregación creciente al compás del debilitamiento estadounidense. Y no porque faltaren altas temperaturas: las luchas sociales que afloran en los cuatro puntos cardinales las garantizan. Pero no plasmarán centros de estabilidad mundial sin una condición previa: el capital no puede sanearse sino con destrucción masiva y excluye la posibilidad de dar respuesta a las necesidades de miles de millones de seres humanos; un nuevo mundo sólo puede partir de la superación del capitalismo. Sólo una estrategia socialista puede evitar las múltiples confrontaciones latentes en el mundo de hoy.
En la medida en que Nicolás Maduro y la Dirección Político-Militar de la Revolución Bolivariana reafirman el rumbo anticapitalista y aplican –en circunstancias extremadamente críticas– las políticas necesarias para la transición, a cada instante crecen como enemigos irreductibles de la sobrevivencia imperialista. He allí la clave de la beligerancia estadounidense y de la coyuntura histórica en el hemisferio. Más aún: sólo la concepción y la práctica internacional anticapitalista pueden evitar que la pugna entre los grandes centros se circunscriba a la autodefensa de la renta propia y la posibilidad de absorber una porción de plusvalía en otras regiones, lo cual equivaldría al fracaso inexorable en la consolidación de nuevos polos de poder efectivo frente a Estados Unidos y sus aliados.
El paso gigantesco dado por Putin y Jinping demanda ahora una praxis que asuma sin rodeos la magnitud de la crisis global y el papel estratégico que le cabe al Alba y la Revolución Bolivariana de Venezuela.

 

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