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Argentina en el punto de inflexión

porLBenLMD

 

El arresto del ex presidente coincide significativamente con el anuncio de lo que podría ser el tiro de gracia para Aerolíneas Argentinas. Certezas e incertidumbres ante el fin de una época.

 

Como símbolo de lo ocurrido en Argentina en la última década, junto con la noticia de la detención del ex presidente Carlos Menem, en la mañana del jueves 7 de junio se conocía la decisión del ente liquidador de empresas del Estado Español, SEPI, de suspender siete de los últimos ocho destinos internacionales que le restaban a Aerolíneas Argentinas.

La acusación contra Menem es escueta: presunto jefe de la asociación ilícita que años atrás vendió armas a Ecuador y Croacia. No menos rotunda es la causa alegada por los propietarios de AA: imposibilidad de pagar el combustible de las aeronaves.

Llegado a semejante extremo, es obvia la voluntad de la SEPI de acabar con Aerolíneas Argentinas y obvia la responsabilidad que le cabe al gobierno argentino ahora para evitar la quiebra y desaparición de esta empresa. En cuanto al arresto de Menem, con prescindencia del desenlace inmediato o de mediano plazo (diligentes justicialistas ya han comenzado a hablar de un indulto presidencial), no debería minimizarse la significación de la detención del ex presidente. Tanto más cuanto el día anterior había sido detenido el ex jefe del ejército, general Martín Balza, precedido a su vez por otros dos nombres prominentes del gobierno anterior: el ex ministro Erman González y el ex cuñado de Menem, Emir Yoma.

Si la causa puede ser interpretada como imposible reducción de la tragedia nacional a un puñado de individuos hoy en la picota, no cabe duda en cambio que el hecho traduce en términos procesales un vuelco espectacular en la política argentina: el día anterior a la detención de Menem el número dos en el Partido Justicialista, el ex gobernador de Buenos Aires Eduardo Duhalde, almorzó con el presidente Fernando de la Rúa luego de haber declarado: «si Menem va preso, no pasa nada». Con curiosa simultaneidad, se difundía la afirmación del secretario para América Latina del Departamento de Estado estadounidense, Peter Romero: «no creo que (la detención de Menem) afecte a la democracia argentina»(1).

Duhalde fue vicepresidente y ahijado político de Menem, cuyo gobierno tuvo como rasgo sobresaliente el «alineamiento automático» con la voluntad estadounidense, política descripta por el el canciller Guido Di Tella con una malhadada expresión de triste memoria.

No menos significativo es el vuelco -perceptible a simple vista- de la opinión ciudadana. Mientras en las calles de Buenos Aires sonaban bocinas festejando la decisión del juez y se repetían voces de aprobación y satisfacción desde todos los ángulos sociales, sólo unos pocos centenares de personas -llevadas con malas artes a la puertas del Tribunal por sectores marginales del aparato del PJ- fueron a solidarizarse con el ex mandatario en desgracia. Para completar el clima farsesco, la escuálida movilización fue denominada «marcha de la dignidad menemista». Ningún dirigente de peso en el peronismo, con excepción de los senadores Eduardo Menem y Eduardo Bauzá, se hizo presente en esa estridente muestra de flaqueza y aislamiento. Las únicas voces de rechazo airado a la detención de Menem fueron las de personajes funambulescos como el empresario Armando Gostanián o el ex funcionario Jorge Asís. La CGT encabezada por hombres que siguieron paso a paso las disposiciones del gobierno peronista durante diez crudelísimos años para los trabajadores, no sólo estuvo ausente en la solidaridad con el antiguo jefe, sino que horas antes mantuvo una cordial reunión con De la Rúa, para discutir una vagarosa «refundación de la República».

Los hechos no dejan lugar a duda: el hombre bajo cuya presidencia se produjo a la vez la más desmesurada enajenación del patrimonio nacional y el más violento desplazamiento de la riqueza en detrimento de los asalariados y las clases medias que registra la historia nacional, ha quedado solo. Esto es tanto más significativo si se tiene en cuenta que Menem cumplió esta función con el respaldo también convergente de millones de votos y de los más concentrados grupos económicos.

 

¿Fin de una época?

Por confuso y contradictorio que aparezca en la superficie, algo trascendental se expresa a través de estos acontecimientos. Si acaso nadie lo sabe a ciencia cierta, lo intuye hasta el más desavisado ciudadano. Bajo las conductas erráticas y a menudo ridículas de figuras de relieve, tras insólitos alineamientos partidarios, se esboza una recomposición de fuerzas sociales y políticas que, sin estrategias claras ni roles definidos, atraviesa e involucra a todas las instituciones tradicionales del país. Nadie duda que este episodio prefigura el fin de una época. Nadie tiene certezas respecto de los rasgos fundamentales de la etapa histórica que comienza.

En la turbulenta coyuntura dominada ahora por la prisión de Menem continúan gravitando no obstante factores tales como la reciente refinanciación de deudas, promesas de reactivación, huelgas con diferente signo y contenido pero en todo caso distantes de la voluntad y la participación de los asalariados, confusos preparativos electorales… y con fuerza singular el impacto social de las revelaciones respecto del caso Aerolíneas Argentinas, transformado de súbito en prueba avasallante de los resultados de una política impuesta desde 1989 y aún vigente. Lejos de poner de relieve los rasgos de una nueva etapa, este conjunto caracteriza una transición de signo indefinido, cuya resolución dependerá del curso que adopte la complejísima situación actual. La misma dualidad manifiesta en el régimen político vigente (Domigo Cavallo ministro del gobierno de la Alianza, en uso de poderes especiales cedidos por el Congreso) se proyecta hacia el futuro: ¿cuáles serán los carriles y quiénes los hombres y partidos que darán cauce a lo que vendrá? ¿será Cavallo con los restos del PJ (Ruckauf en primer lugar, y acaso franjas del radicalismo) el motor de la recomposición en marcha? ¿puede tal coalición plasmar como alternativa de gobierno en el marco del régimen actual? ¿o habrá en cambio un realineamiento de partidos y figuras en continuidad con las bases que dieron lugar a la Alianza en 1998?

En cualquier hipótesis, el arresto de Menem, es apenas un escalón en el empinado futuro inmediato que el país. Fundada en argumentos evidentes e irrebatibles, la acusación contra el ex presidente deja sin embargo la impresión de ocultar más de lo que revela: basta recordar que la viciada venta de AA fue obra del gobierno encabezado por Menem, comparar la magnitud del daño múltiple que implica el vaciamiento de la aerolínea de bandera con los provocados por la enjenación de YPF o ENTel (sólo dos entre innumerables ejemplos), o por el sideral endeudamiento de los últimos diez años, para concluir que por muy justificada que sea la acusación contra el ex presidente y aun admitiendo que el proceso culmine en la condena efectiva, la justicia es todavía una asignatura pendiente en Argentina. Y que la salida del pantano requerirá mucho más que la labor del poder judicial.

  1. María O´Donnell, «Si Menem va preso la democracia no se verá afectada»; La Nación, Buenos Aires 6-6-01.
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