Observada desde Brasilia, la crisis argentina plantea severos interrogantes. Algunos atañen a que ésta termine apartando a ambos países de una estrategia común. Otros devienen de una certeza que enciende luces de alarma en el Palacio del Planalto: de no resolverse a corto plazo el descontrol económico en Argentina, éste provocará la ruptura del equilibrio político. Lo que colocaría a Brasil ante la perspectiva de una polarización abrupta que ensombrecería no ya los sueños de gran potencia, sino la propia gobernabilidad.
Desde que en agosto del año pasado se convocó en Brasilia a todos los presidentes sudamericanos, se multiplicaron las evidencias de que el presidente Fernando Henrique Cardoso encarna una estrategia apuntada a dar vuelta a favor de su país -y específicamente de la gran burguesía industrial, comercial y financiera- la coyuntura crítica que azota a América Latina y ante la cual Estados Unidos, lejos de poder actuar como salvador, se ve compelido a obrar como factor de agravamiento extremo. El propósito del sector hoy hegemónico de la burguesía brasileña consiste en usufructuar la coyuntura mundial para ocupar, a contramano de los planes de Washington, un lugar preponderante en el escenario internacional, como cabeza de un poderoso bloque económico y geopolítico sudamericano.
Dentro de ciertos límites, esta osada estrategia es viable. Pero requiere de un acuerdo de largo plazo con una Argentina estable. Pese a su ventaja objetiva cuando se mide en territorio, población y producción (8,5 millones de kilómetros cuadrados; 170 millones de habitantes; más de 1 billón de dólares de PBI), Brasil no podría reubicarse con saldo positivo en el volátil sistema de fuerzas planetario sin el concurso de su vecino. Mucho menos si éste, arrastrado por la estrategia estadounidense, acaba por romper con el Mercosur, agrava su crisis y transforma su decadencia en descontrol y disgregación (ver pág. 3).
Indefinición argentina
Por el momento el curso de los hechos choca de frente con los planes brasileños. Pero nada hay definido y es precisamente esta batalla la que está librándose entre ambos gobiernos y al interior de cada uno de ellos. La conducta errática del gobierno argentino desde la asunción del ministro de Economía Domingo Cavallo está volcada hacia una ostensible política contraria al Mercosur. En Brasil, en cambio, la ruptura de la alianza gobernante y la estrepitosa caída del senador Antonio Carlos Magalhaes -un señor feudal perteneciente al aparato político ultraconservador que sostuvo, con el respaldo de Estados Unidos, la dictadura militar gobernante entre 1964 y 1984- parece haber definido las relaciones de fuerzas a favor del presidente Cardoso y el bloque social representado por su Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB).
Aunque no es novedoso que un empantanamiento de la economía deflagre conflictos entre naciones vecinas, podía esperarse otro curso para las relaciones entre ambos países en esta fase de la historia mundial. La naturaleza y magnitud de la crisis económica que desde fuera y dentro de su espacio propio acosa a ambas naciones, obra como fuerza objetiva para que Buenos Aires y Brasilia se aferren a una estrategia común. Sin embargo, el comportamiento de los componentes de la Alianza gobernante en Argentina ha contrarrestado esa fuerza, en particular desde el ingreso de Cavallo al gabinete. El hecho es que en los últimos tiempos la relación entre los dos socios mayores del Mercosur se tensó más allá de lo que sus protagonistas se muestran en condiciones de manejar. Las agresiones de Cavallo (un mes atrás dijo ante los parlamentarios brasileños que el Mercosur era una payasada; recientemente volvió a la carga acusando a Brasil de «robar al vecino» con la devaluación de su moneda), complicaron al extremo la política de Itamaraty, empeñada en evitar un choque frontal. Ese papel ha quedado a cargo de la prensa, que califica al ministro argentino con inusual dureza. En un editorial que desde el título define el tono del enfrentamiento «Cavallo, como su nombre indica», el habitualmente circunspecto O Estado de São Paulo advierte: «El gobierno brasileño no puede permanecer impasible frente a una ofensiva que, más que traducir sentimientos antibrasileños, está poniendo en cuestión la propia existencia del Mercosur y comprometiendo la eficacia del bloque como instrumento de negociación en relación con Estados Unidos y la Unión Europea, en un momento crucial para el futuro de las relaciones con el mundo desarrollado»(1).
El diario paulista define la coyuntura como un «momento crucial» y subraya la necesidad de asumir los hechos tal como son: «si el presidente De la Rúa no consigue contener a su ministro de Economía, exigiéndole que se abstenga de atacar a Brasil y el Mercosur con referencias cada vez más groseras, para no decir estúpidas, tanto peor»; y adelanta la perspectiva de obvias represalias: «El presidente Fernando de la Rúa debe ser llevado a comprender que es gracias al Mercosur que Argentina viene obteniendo superávits comerciales con Brasil, y que tales superávits son vitales para el equilibrio de las cuentas externas de Argentina. Brasil compra grandes volúmenes de trigo y petróleo a Argentina -y no a otros países- porque tiene el interés estratégico de preservar un mínimo de estabilidad en el Mercosur. Torpedeando el Mercosur, ese interés desaparecerá y, con él, se desvanecerán las razones que llevan a Brasil a mantener la balanza comercial desequilibrada a favor de Argentina».
Nadie duda que a través de los editoriales de este diario se expresa habitualmente la opinión oficial de la cancillería brasileña. Por eso han de tomarse estos conceptos con la gravedad que sugiere la conclusión del editorial: «Brasil está colaborando con Argentina para que salga de la crisis lo más rápidamente posible. No pide gratitud, porque hace lo que determina su interés nacional. Pero es hora de exigir, además de respeto, lealtad».
El dilema consiste en que el gobierno argentino no logra definir sus lealtades. La opción estratégica se explicita ahora como Área de Libre Comercio de las Américas o Mercosur. Henry Kissinger, quien como secretario de Estado sostuvo hace tres décadas que «América Latina irá hacia donde vaya Brasil», admite ahora que «el principal oponente del progreso rápido hacia el ALCA ha sido Brasil»(2).
Asumida la obvia deducción, Kissinger demuele el recurso bajo el cual han encubierto unos su oposición al ALCA, otros su oposición al Mercosur y otros su indecisión: que el Mercosur es un mero recurso para negociar en mejores términos con Estados Unidos la creación del ALCA: «Es difícil ver cómo el Mercosur podría fusionarse en un acuerdo más amplio con el Tratado de Libre Comercio (Estados Unidos, Canadá y México) para promover el crecimiento general en todo el hemisferio. Más bien, es probable que afirme la identidad latinoamericana como separada y, si fuera necesario, opuesta a la de EE.UU. y el TLC». El artífice de los golpes de Estado en el Cono Sur (a causa de uno de los cuales, el de Chile, acaba de ser citado a declarar por un juez francés), concluye que «Al emerger Brasil como uno de los principales países económicos y politicos del siglo XXI, se ha concentrado en hacer más lento el ALCA para solidificar el Mercosur; en comprometer a Argentina, Paraguay y Uruguay con su concepción del futuro de América Latina y en obligar a EE.UU. a hacer frente con un bloque regional más que con la voluntad de países individuales». El razonamiento -no por tardíamente expuesto menos ajustado a la realidad- continúa hasta su desenlace lógico: «Europa brilla con seducción» frente al Mercosur y, «si tales tendencias se siguen hasta su conclusión, el Mercosur se orientaría hacia Europa y en rivalidad institucional con el TLC y Estados Unidos. Esto sería, además de un revés económico para EE.UU., un duro cuestionamiento a la posición histórica de EE.UU. en el hemisferio».
Negro sobre blanco: la continuidad de la línea estratégica trazada por Brasilia presupone a la vez un revés económico y una derrota política para Estados Unidos. Tal como lo expone O Estado de São Paulo, Brasil está encaminado en este sentido porque así «lo determina su interés nacional». El punto es entonces: ¿cuál es y qué determina el interés nacional de Argentina?
Poderío real y potencial
La combinación de atraso y desarrollo gigantescos alimenta en intelectuales y políticos brasileños una composición de lugar igualmente singular, en la que se sustenta una suerte de ideología de gran potencia, permeada al conjunto social e incluso a pensadores y políticos de izquierda. «Somos la nueva Roma. Una Roma tardía y tropical», sostuvo una figura relevante del pensamiento brasileño(3). A diferencia de Argentina, donde el nacionalismo carece de sustento objetivo y subsiste sólo en reductos elitistas propensos a la grandeza utópica que desagua una y otra vez en sujeción a la voluntad de Washington, en Brasil arraiga y pone otros parámetros: «Nuestro destino común es unificarnos con todos los latinoamericanos por nuestra oposición común al mismo antagonista, que es la América anglosajona, para fundar, tal como ocurre con la comunidad europea, la Nación Latinoamericana soñada por Bolívar. Hoy somos 500 millones, mañana seremos mil millones. Es decir, un contingente humano con magnitud suficiente para encarnar la latinidad frente a los bloques chino, eslavo, árabe y neobritánicos en la humanidad futura»(4).
Sin vuelo teórico ni propósitos de reivindicación latinista, aguijoneada por el cuadro coyuntural internacional y con arreglo exclusivo al «interés nacional», ésa es la línea de acción que se impone hoy en Brasil. Más allá del anecdotario, el proceso y la exoneración de Magalhaes, que replantea la alianza política mediante la cual Cardoso obtuvo y ejerció el poder, refleja una recomposición de fuerzas determinada por esta definición estratégica y, presumiblemente, por los esfuerzos estadounidenses para evitarla mediante sus aliados históricos. Pero hay algo más, acaso decisivo: la previsión respecto de los efectos políticos que a corto plazo podrían saltar al centro del escenario si nadie lo ocupa con energía suficiente.
En este punto se plantea una paradoja más: Cardoso, que obtuvo el respaldo de las clases dominantes para evitar en 1994 la victoria del Partido dos Trabalhadores (PT), abandona ahora a sus aliados de la derecha liberal y vuelve a enfrentar el riesgo del impetuoso crecimiento electoral verificado por el PT en el último año, que plantea la posibilidad de una victoria de este partido en las presidenciales del año próximo. Sólo que ahora lo hace enarbolando una propuesta que, sin distanciarse de la defensa del sistema capitalista, se aparta de las nociones económicas predominantes bajo el marbete de «neoliberalismo» y, asumiendo que ha culminado una etapa histórica, se opone frontalmente a las intenciones económicas y geopolíticas de Washington.
Mientras tanto, el PT, que en 1994 aprobó en su 8º Encuentro (Congreso) Nacional un programa electoral socialista e impuso a su ala izquierda como conducción partidaria, fue adecuando paso a paso su propuesta al clima ideológico entonces predominante, desplazó a su izquierda, dejó la conducción en manos de su ala derecha, personificada por José Genoino (no obstante su pasado, la figura más conservadora, que en 1994 defendía la incorporación de cuadros del PT al gobierno del cual Cardoso era ministro de Economía) y en el último año, a la vez que ganaba terreno electoral, se negó a sacar las conclusiones programáticas y políticas que impone el viraje de Cardoso, de modo tal que ahora su adversario «neoliberal» lo jaquea por izquierda, con respaldo del sector empresarial cuyo apoyo busca igualmente la actual conducción del PT.
Como quiera que sea, el PT constituye una instancia de unidad social y política de decenas de millones de obreros, campesinos y jóvenes, que por sí misma representa una amenaza para el control político en tiempos de crisis. Ya es un hecho que el agravamiento de las condiciones sociales redundó en un crecimiento notable: «La ola roja se confirmó (…) Vencimos en seis capitales. Fuimos reelegidos en Porto Alegre y Belem, reconquistamos San Pablo y Goiania y conquistamos dos capitales del Nordeste, Recife y Aracajú. Conquistamos también importantes ciudades-polo como Campinas, Pelotas, Vitoria da Conquista, Imperatriz, Governador Valadares, Maringá y Criciuma; y fuimos reelegidos en Caxias do Sul y Santo André. Pasamos de 105 prefecturas en 1996 a 187 en 2000, un crecimiento del 78%. De los 5.500 municipios de Brasil el PT administra el 3%. Sin embargo ellas representan casi 25 millones de habitantes, lo que significa que gobernamos para el 15% de la población brasileña. De las 62 ciudades con más de 200 mil electores, el PT fue elegido en 17 (…) La explosión electoral del PT se expresó también en las ciudades donde no ganamos. Salimos en segundo lugar con altas votaciones en Salvador, Teresina, Natal y Osasco (…) Nuestra bancada de concejales creció un 38%, pasando de aproximadamente 1.800 en 1996 a 2.485 en estas elecciones»(5).
Si de una parte esta amplísima inserción en el aparato del Estado succiona al PT hacia políticas de conciliación e integración al sistema, en condiciones de agravamiento del cuadro económico esa base social, acicateada por una izquierda que mantiene su gravitación fuera y dentro del partido, podría transformarse en alternativa de poder real con reivindicaciones anticapitalistas. Hay que sumar el poder efectivo del muy extendido y más radicalizado Movimiento de los Sin Tierra (MST), para concluir que el establishment brasileño tiene buenas razones para precaverse respecto de los riesgos políticos que afronta en el próximo período. Incluso descartando la viabilidad de una revolución, este panorama presupone un desafío mayor para el poder político brasileño, que no deviene de la voluntad de un partido sino del desarrollo necesario del actual cuadro económico y social. En un lúcido ensayo, lo expone así el reconocido intelectual brasileño Helio Jaguaribe: «(Si Brasil) mantiene su actual subdesarrollo y pierde el margen de autonomía del cual todavía dispone, sufrirá (…) terribles procesos disruptivos, que podrían resultar en la fragmentación de su unidad nacional». En consecuencia, con esa previsión este autor plantea la relación con Argentina y concluye: «Argentina y Brasil disponen de exiguos plazos para asegurar para sí la condición de naciones desarrolladas y autónomas». Trasladando esa visión a la coyuntura agrega Jaguaribe: «Los países del Mercosur y, en forma general, de América del Sur, sólo cuentan con un par de años para reunir las condiciones que les permitan rechazar formalmente su adhesión al ALCA»(6).
Nada más elocuente que la crisis energética que irrumpió en Brasil a mediados de mayo y trastocó todos los planes y perspectivas económicas oficiales, para constatar la dimensión de los peligros planteados por el subdesarrollo y la dependencia financiera.
Incluso altos jefes militares, desde un ángulo por completo diferente y refiriéndose a los nuevos desafíos internacionales en relación con la Amazonia, un tema crucial para los estrategas brasileños, arriban a una conclusión idéntica: «Ya sabemos que Estados Unidos siempre tuvo gran atracción para intervenir en países extranjeros; es su política. Así (por ser la única superpotencia), ellos están prácticamente con las manos libres para conducir u orientar intervenciones. Y están con la luz amarilla en relación al agua potable, esto es, sufrirán escasez en el año 2025″(7).
Por si faltaran hipótesis de conflicto, el pasado lunes 28 el gobierno brasileño envió al ejército para sofocar una rebelión policial en Palmas, capital del Estado de Tocantins. Los policías-militares demandan aumento salarial, pero su condición de fuerza armada y el hecho de que la misma necesidad acucia a toda la policía militar del Norte brasileño, confiere un carácter de singular gravedad al conflicto.
Interdependencia múltiple
Aliados o enemigos, Brasil y Argentina han mostrado a lo largo de la historia una significativa combinación de sus desigualdades. En la actualidad, el entrelazamiento de sus marcadas diferencias es mayor que nunca. Y su dependencia mutua cualitativamente superior a la que dio lugar, dos décadas atrás, al abandono de la estrategia de «fronteras móviles» de Brasil y la presunción argentina de una guerra en toda la línea con su vecino mayor. Si el comercio intra Mercosur es ya un componente vital de la economía de ambos países, es mayor aún la proyección política del impacto que implicaría para el futuro de cada uno la asociación o el distanciamiento.
Hasta cierto punto Brasil puede responder a un eventual giro negativo de Argentina mediante otras alianzas internacionales, como por ejemplo el eje Brasilia-Caracas vigente desde la asunción de Hugo Chávez en Venezuela (que este mes de junio, en Asunción, formalizará su ingreso al Mercosur) y sobre el cual se apoyaron dos hechos políticos trascendentes: la reunión de Presidentes sudamericanos el año pasado -y el consecuente freno al Plan Colombia- y el «no ha lugar» al intento estadounidense de adelantar la vigencia de ALCA. En su estrategia de no alineamiento con Estados Unidos, Brasil también tiene líneas tendidas hacia otros países de grandes dimensiones geográficas y elevado número de habitantes: Rusia, China, India e Indonesia.
Los problemas sociales del Brasil no serán resueltos en el corto plazo en ninguna hipótesis, pero es evidente que un debilitamiento del Mercosur, defección argentina mediante, comprometería las posibilidades de gobernabilidad y las aspiraciones de potencia regional(8).
Con relativa prescindencia de quién venza en las presidenciales del año próximo, es previsible que Brasil acentúe de aquí en más el curso de la estrategia exigida por sus «intereses nacionales», es decir, el interés objetivo de un gran capital amenazado por la obligada voracidad estadounidense. Esta certeza redobla la necesidad de Estados Unidos de lograr el respaldo de Argentina para contrarrestar tal tendencia. La opción del gobierno argentino, puede deducirse, implica mucho más que una táctica frente al Mercosur.
- «Cavallo, como o nome indica», O Estado de São Paulo, San Pablo, 23-5-01.
- Henry Kissinger, «EE.UU. y Brasil: las potencias sean unidas», Clarín, Buenos Aires, 21-5-01.
- Darcy Ribeiro, «O povo brasileiro», Companhia das letras, San Pablo, 1995.
- Ibíd.
- Heloisa Helena y Beto Bastos, Em Tempo, San Pablo, noviembre-diciembre de 2000.
- Aldo Ferrer y Helio Jaguaribe, Argentina y Brasil en la globalización. ¿Mercosur o ALCA?, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, abril de 2001.
- General Luiz Gonzaga Schroeder Lessa, Conferencia en el Club Militar de Río de Janeiro, 13-10-1999. Tomado de «A visão militar sobre as «novas ameaças no cenario da Amazônia brasileira».
- L. Bilbao, «Brasil tentado por una opción sudamericana», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2000.