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Audaz paso hacia un mundo multipolar

porLBenLMD

 

La noción “árabe-latinoamericano” no existe como categoría política, pero habrá que acostumbrarse a ella: con la cumbre que reunió en mayo pasado en Brasilia a Presidentes de dos mundos tan distantes se ha recorrido una enorme distancia tras el objetivo de neutralizar la supremacía estadounidense.

 

Brasil lidera, junto con India, China y Rusia, cada uno sobre su área de influencia, proyectos encaminados en dirección de un mundo verdaderamente multipolar. El tendido de líneas de enérgica acción hacia Suramérica y el mundo por parte de la cancillería brasileña es en la actualidad la proyección estratégica más audaz y consistente del panorama internacional. Despojado de aspectos subjetivos, ese trazado y su ejecución es inseparable de la orientación internacional que Hugo Chávez le imprimió a Venezuela desde antes mismo de asumir su mandato; en más de un aspecto resulta difícil discernir qué país lleva la iniciativa. La reconstitución de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y el incremento de las relaciones económicas entre Venezuela, varios países árabes e Irán, por ejemplo, avalan la presunción de que al gobierno venezolano le cabe tanto mérito como al Palacio de Itamaraty. Como quiera que sea, la Alianza Estratégica firmada por Luiz Inácio Lula da Silva y Chávez en febrero último, además de los múltiples programas de intercambio comercial, emprendimientos infraestructurales e industriales entre ambos países, tiene como base de sustentación ese ambicioso, en muchos aspectos incongruente pero potentísimo proyecto de rediseño del mapa político mundial.

Los logros alcanzados hasta el momento tienen incluso ribetes espectaculares, como el frenazo al Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la reciente imposición a Estados Unidos de un candidato a la Secretaría General de la OEA. Pero la realización de esta cumbre árabe-latinoamericana, pese a la sordina del tratamiento mediático, presupone un jaque a los estrategas del Departamento de Estado. Junto con Venezuela y Argentina, Brasil ha movido una pieza clave en el tablero internacional.

El proyectado intercambio económico entre ambas regiones, los propósitos de aproximación cultural, los planes contra el hambre y las lacras de la miseria, que colman de buenas intenciones las 15 páginas de la Declaración de Brasilia(1), presumiblemente demorarán hasta convertirse en hechos. No obstante, la sola realización del encuentro y sus taxativas definiciones son indicativos de un cambio significativo en la relación de fuerzas internacionales en detrimento de Estados Unidos, cuyo máximo éxito fue impedir que Arabia Saudita y Egipto acudieran al encuentro. El documento firmado por los Presidentes, entre quienes estaba el de Irak, Yalal Talabani, comienza enfatizando «su adhesión a los objetivos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, en particular las prohibiciones al uso de la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales». Y en franca confrontación con la tesis de un mundo regido por una confrontación ancestral de carácter racial y religiosa(2), apoya «iniciativas recientes como la propuesta Alianza de Civilizaciones».

No menos inequívoco es el párrafo en el que los Presidentes «enfatizan la importancia de respetar la unidad, la soberanía y la independencia de Irak», para a renglón seguido expresar «su profunda preocupación con relación a las sanciones unilaterales impuestas a Siria por el gobierno de Estados Unidos» y consideran «que el llamado ‘Syria Accountability Act’ viola principios del Derecho Internacional y constituye una transgresión a los objetivos y principios de las Naciones Unidas, creando de este modo un grave precedente en las relaciones entre los Estados independientes».

Habría que retroceder muchos años para encontrar un lenguaje semejante respecto de Estados Unidos en un documento internacional, que además condena sin rodeos la inclusión de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur como territorios asociados a Europa en la Constitución Europea. Incluso al tratar el tema actualmente más caro a la Casa Blanca, la Declaración de Brasilia choca de frente con la política estadounidense al proponer «combatir el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones por medio de una cooperación internacional activa y eficaz en el ámbito de las Naciones Unidas y de las organizaciones regionales pertinentes, con base en el respeto a los objetivos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y en estricta conformidad con los principios del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos».

No obstante, el documento trastabilla cuando promueve «reformas en la estructura del sistema financiero internacional», para lo cual propone «el perfeccionamiento de instrumentos más adecuados para prevenir y administrar las crisis financieras, así como la identificación y la implementación de nuevos mecanismos capaces de garantizar la sostenibilidad de flujos financieros y garantizar un papel más destacado a los países en desarrollo en el proceso de toma de decisiones de las instituciones financieras internacionales». Pero esta candorosa incoherencia -que además coloca como objetivo máximo «prevenir y administrar las crisis»- lejos de menguar la significación estratégica de la primera cumbre árabe-latinoamericana, muestra la magnitud del dilema político planteado a países que se niegan a seguir la carrera belicista de Estados Unidos y a la vez se resisten a asumir las causas de fondo que determinan esa conducta en las autoridades de Washington. La extrema heterogeneidad tiene esas cosas.

 

Argentina, ¿sí o no al ALCA?

Es probable que, aparte Yalal Talabani, nadie como el Presidente argentino haya sufrido esas contradicciones en la cumbre árabe-latinoamericana: días antes su canciller, Rafael Bielsa, además de anunciar gravísimas diferencias con Brasil, había publicado un artículo a favor del ALCA en el diario de mayor circulación nacional(3). Altas fuentes próximas al Presidente y del propio Palacio San Martín aseguran que Kirchner no estaba al tanto de esta arremetida de su canciller. En cualquier caso, Bielsa dio prueba de que la convergencia suramericana y la dinámica Sur-Sur, onerosas ambas en extremo para Estados Unidos, no carecen de poderosas fuerzas que se le oponen incluso en el seno mismo de los gobiernos que la promueven.

El hecho es que Argentina juega circunstancialmente un papel excepcional en el reacomodamiento general de fuerzas a escala mundial, porque de su reafirmación como parte del trípode sobre el que Suramérica se asume como tal y se proyecta al mundo, depende en buena medida el vuelco en ciernes de las relaciones de fuerzas internacionales. Esta es razón suficiente para que desde Washington y otras metrópolis imperiales se ejerzan presiones desmesuradas sobre la Casa Rosada. Optar por sufrirlas en soledad o enfrentarlas mediante el fortalecimiento de los lazos con Brasil y Venezuela (ver pág. 14) es una decisión de carácter estratégico, con enormes consecuencias inmediatas y de largo plazo para la sociedad argentina.

  1. www.mre.gov.br
  2. Samuel Huntington, «El choque de las civilizaciones», Paidós, Buenos Aires, 1997.
  3. Rafael Bielsa, «Un ALCA con principios puede tener buen final», Clarín, Buenos Aires, 2-5-05.
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