¿Qué evaluación hace Ud. de la decisión del Gobierno de Colombia de establecer un acuerdo con la Organización del Tratado del Atlántico Norte? ¿Es una “provocación” para la región como dijo el presidente de Bolivia, Evo Morales?
Es mucho más que una provocación. Es una línea de acción estratégica. En esta edición que acaba de salir de América XXI decimos en el título principal: “Obama pesca en el sur”. Esto fue escrito antes de la declaración de Juan Manuel Santos, pero después de la reunión en Cali para la conformación de la Alianza del Pacífico. Está claro que hay una línea de acción frontalmente contrapuesta con la idea de la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). En cambio, la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú, Chile y ahora Costa Rica) tiene todos los trazos de una continuidad del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (Alca) que se inició en 1994 y viene a romper -hay que ver si puede- la dinámica de convergencia en América Latina.
Hay un intento de rearticulación de los esquemas de libre comercio. No es seguro que esto vaya a tener éxito porque las posibilidades de un mercado común en el sentido liberal de la palabra está muy condicionada, como lo muestra hoy la Unión Europea.
¿En qué medida el nuevo acercamiento de Estados Unidos coincide con el declive del Alba y del Mercosur?
Estados Unidos evaluó que la muerte del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, abría la posibilidad de embestir contra la dinámica de convergencia que precisamente se había puesto en marcha bajo su presidencia en combinación con Brasil. Creo que Estados Unidos yerra su evaluación cuando piensa que hay un debilitamiento de la Revolución Bolivariana y, por tanto, también equivoca su evaluación cuando piensa que es posible revertir el proceso. Ahora, sin duda, Washington está intentando rearmar a sus aliados más firmes. El problema que queda abierto es cuán firmes son sus aliados más firmes y por cuánto tiempo van a durar.
¿Qué otros elementos observa usted que son parte de este nuevo esquema de poder?
En la reunión de la Alianza para el Pacífico estaba el presidente español, Mariano Rajoy, que además es presidente del Partido Popular (PP). Esta organización está intentando armar una ‘internacional parda’, como la llamamos nosotros, de corte fascista que ha tenido varias reuniones. No ha conseguido hacer pie, pero está buscando establecer un nuevo esquema político en la región. El tercer punto de apoyo de esta embestida estratégica sería entonces una internacional de carácter ultraderechista.
¿Cómo deben tratar los países de la región a esta nueva estrategia de rearticulación?
Hay dos planos. En el plano de los Gobiernos, estos tienen que superar las trabas que están frenando al Mercosur, impulsar mucho más a Unasur y perseverar en la articulación de la Celac, que es el proyecto más ambicioso. Pero hay un desafío que va mucho más allá de los gobiernos. Creo que los movimientos sociales y los partidos políticos comprometidos con los intereses de sus naciones y de sus pueblos tienen que articular sus propias fuerzas para poder actuar no solamente en función de Gobierno sino en función de movimientos de carácter antiimperialista, que empujen a las administraciones que vacilan o se suman a esta corriente reaccionaria que supone la Alianza del Pacífico.
¿Cómo juega Brasil en este contexto?
Esta línea de acción de Estados Unidos a través de la Alianza del Pacífico tiene tres objetivos muy claros. Uno es la Revolución Bolivariana y el Alba. El otro es Brasil. Estados Unidos está disputando el mercado latinoamericano, que el gigante de la región intenta hegemonizar. Y el tercer objetivo que se plantea la Alianza del Pacífico es frenar a China frente al mercado latinoamericano.
Hay, entonces, un despliegue estratégico complejo donde los actores juegan con intereses contradictorios. En el caso de Brasil, por un lado es el más afectado por esta estrategia y, por otro lado, como gran contraparte económica y política de Estados Unidos en América del Sur, negocia muchas veces en función de los intereses de sus capitales más concentrados, es decir, de la burguesía industrial paulista.
¿Cómo deben tratar los países de la región a esta nueva estrategia de rearticulación?
Hay dos planos. En el plano de los Gobiernos, estos tienen que superar las trabas que están frenando al Mercosur, impulsar mucho más a Unasur y perseverar en la articulación de la Celac, que es el proyecto más ambicioso. Pero hay un desafío que va mucho más allá de los gobiernos. Creo que los movimientos sociales y los partidos políticos comprometidos con los intereses de sus naciones y de sus pueblos tienen que articular sus propias fuerzas para poder actuar no solamente en función de Gobierno sino en función de movimientos de carácter antiimperialista, que empujen a las administraciones que vacilan o se suman a esta corriente reaccionaria que supone la Alianza del Pacífico.
¿Cómo juega Brasil en este contexto?
Esta línea de acción de Estados Unidos a través de la Alianza del Pacífico tiene tres objetivos muy claros. Uno es la Revolución Bolivariana y el Alba. El otro es Brasil. Estados Unidos está disputando el mercado latinoamericano, que el gigante de la región intenta hegemonizar. Y el tercer objetivo que se plantea la Alianza del Pacífico es frenar a China frente al mercado latinoamericano.
Hay, entonces, un despliegue estratégico complejo donde los actores juegan con intereses contradictorios. En el caso de Brasil, por un lado es el más afectado por esta estrategia y, por otro lado, como gran contraparte económica y política de Estados Unidos en América del Sur, negocia muchas veces en función de los intereses de sus capitales más concentrados, es decir, de la burguesía industrial paulista.