Bajo fuego: acosado por denuncias de corrupción, distanciado de sus bases y frente a una rebelión de su propio partido, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva corre el riesgo de un juicio político que lleve a su destitución. De baluarte moral en representación de los trabajadores, el PT en el gobierno pasó a ser punta de lanza de un programa de saneamiento capitalista y se hundió en un abismo de corrupción. Los tiempos se acortan para adoptar un rumbo que permita superar la crisis.
“Contra lo que sugieren encuestadores y analistas, si Lula logra superar este trance y estabilizar su gobierno antes de fines de año, tiene más chance que nadie de ganar las elecciones presidenciales en octubre de 2006. Por eso en las próximas semanas recrudecerán las denuncias y maniobras, con el objetivo de unos de mellar su base electoral y para otros de precipitar su renuncia. Quedan pocos días para que Lula decida un curso de acción y neutralice o no esta operación que, sobre la base de una degeneración en todos los órdenes de la cúpula petista, combina en dosis diferentes y sin plan alguno, zarpazos de aspirantes al cargo de Presidente, desesperación de funcionarios de alto rango en todos los partidos, y aprovechamiento oportunista por parte de sectores de la burguesía aliados a la estrategia de la Casa Blanca, que movió las piezas iniciales para desencadenar esta tormenta procurando cambiar a su favor la coyuntura regional”.
Esta reflexión la hace para América XXI un fundador del Partido de los Trabajadores (PT), quien distanciado desde hace una década del equipo dirigente pide reserva de su nombre mientras vacila entre acompañar los esfuerzos de refundar el partido o lanzarse, como ya han hecho cientos de cuadros, a la organización de una nueva estructura política.
Todo comenzó cuatro meses atrás, cuando Roberto Jefferson, presidente del Partido Laborista Brasileño (PTB), denunció que el PT pagaba sobornos mensuales a diputados propios y ajenos para garantizar el control del Parlamento. Naturalmente ese dinero sucio debía provenir de fuentes ocultas y circular por canales clandestinos. El hilo de la corrupción llevó a figuras impensables y las revelaciones en cascada produjeron desde entonces la renuncia forzada de 59 altos funcionarios, entre ellas, el 17 de junio, la de José Dirceu, jefe de Gabinete ministerial, principal dirigente del PT, hombre de máxima influencia sobre Lula. Una semana antes había caído José Genoino, presidente del PT y cara visible del giro a derecha que el partido experimentó desde mediados de los `90, bajo el influjo ideológico de figuras que no han sido alcanzadas por la avalancha de denuncias.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva se mantuvo en silencio y al margen durante varias semanas, mientras expertos abogados en combinación con los funcionarios directamente involucrados diseñaron una táctica consistente en encuadrar el ilícito como “crimen electoral”, argumentando que todo había sido un inocente mecanismo de préstamos tomados por miembros del PT a título personal y transferidos al partido. Guiado por sus asesores, Lula ensayó una defensa insólita por el contenido y el lugar en que la hizo pública: de visita en París con motivo del aniversario de la Revolución Francesa, declaró en conferencia de prensa el 15 de julio: “lo que el PT hizo desde el punto de vista electoral es lo que se hace en Brasil sistemáticamente”. Pero dos días después la argucia fue invalidada por los datos llegados a la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI). El Presidente quedó expuesto y ante un riesgo inminente.
Demoraría un mes sin embargo en hacer un mea culpa ante el país. Para entonces funcionaban tres CPIs en el Congreso, cada una con causas diferentes. Pero fue el pintoresco asesor de imagen de Lula, artífice de la campaña electoral que lo mostró acicalado y vestido con trajes importados, Duda Mendonça, quien asestó el mazazo decisivo cuando el 11 de agosto declaró que había cobrado más de 10 millones de reales (unos cuatro millones 300 mil dólares) por su trabajo para la campaña de 2002 con dinero ilegal proveniente de Bancos extranjeros y a través de un paraíso fiscal en Bahamas. Mendonça agregó que el PT aún le debe 14 millones de reales. Pero faltaba algo todavía: Valdemar Costa Neto, presidente del Partido Liberal, al cual pertenece el vicepresidente de la nación, José Alencar, dijo a la prensa que el PT había comprado el apoyo de su partido y la inclusión del empresario Alencar en la fórmula por 4 millones 200 mil dólares. “El Presidente sabía lo que estábamos negociando. Lula sabía lo que Dirceu estaba haciendo. Lula fue (al lugar donde se negociaba) para dar el martillazo (…) Lula y Alencar se quedaron en la sala y fuimos para el cuarto Delubio (Soares, el Tesorero del PT), Dirceu y yo”.
Estas declaraciones inundaron el país y el mundo. Al día siguiente, el 12 de agosto, Lula habló por cadena de radio y televisión, pidió perdón y dijo: “fui traicionado”.
Estadistas y populistas: claves de una debacle
Tras la decapitación de buena parte de la dirección nacional del PT, ocupó la presidencia del partido el hasta entonces ministro Tarso Genro. Por esas ironías de la historia, dos años atrás Genro había publicado en el Jornal do Brasil un artículo titulado “Chávez y Lula”. Allí, con fecha 17 de septiembre de 2003, el autor subrayaba que “el PBI de Venezuela cayó un 15% en los últimos años” y que Chávez estaba “cercado políticamente por un requerimiento firmado por 2,7 millones de personas”. Al margen las incorrecciones –o la deliberada maledicencia- el hecho es que Genro condenaba a quienes defendían a Chávez por “enfrentar al imperialismo”, pese a que, según él, esto redundara en que “la vida de la amplia mayoría del pueblo haya empeorado y que el propio mandato del presidente esté amenazado por una Constitución Democrática que él mismo inspiró”.
Genro tenía todo muy claro: “El gran error de Chávez fue subestimar las instituciones y la sociedad formal, o sea, aquellos grupos orgánicos de la estructura social, por los cuales pasa la producción, la formación de opinión. Allí donde está el saber técnico, la vida de los partidos, los intereses de clase y de corporaciones –justos o injustos- a través de los cuales la política se realiza (…) Aquí en Brasil el presidente Lula, al contrario de lo que ocurre con el presidente Chávez, constituyó un sistema de alianzas que es la llave de la gobernabilidad y de la convivencia armónica (…) Cambio con gobernabilidad y gobernabilidad para el cambio, he allí la visión realista y, al mismo tiempo, transformadora que da sustentación al gobierno del presidente Lula”.
Todo fluye. Ya entrada la noche del 11 de agosto pasado, Hugo Chávez arribó a la Granja do Torto (la residencia presidencial en Brasilia) para solidarizarse ante el mundo con Lula. Culminaba la jornada en que Mendonça y Costa Neto lanzaron sus misiles antigobernabilidad. Genro luchaba a brazo partido con Dirceu, quien implícitamente acusado de traidor y a punto de ser condenado por corrupción, se resiste a dejar el timón del PT. Más aún: presumiblemente para negociar con las fuerzas de oposición un acuerdo que evite el juicio político y la destitución de Lula a cambio de que éste asegure que no se presentará a elecciones el año próximo, Genro declaró el 23 de agosto: “No sé si hoy Lula tendría condiciones de ser reelecto (…) si eventualmente el Presidente no quisiera disputar, el PT tiene cuadros nacionales como el senador Aloizio Mercadante o el alcalde Marcelo Deda”, completó Genro omitiendo con humildad su nombre. Luego cayó otra andanada de denuncias, ahora contra el ministro de Hacienda, Antonio Palocci, mano ejecutora del plan económico que está en la base del vaciamiento del PT y su crisis actual. En ese punto Lula reaccionó de inmediato: “si cae Palocci se termina mi gobierno”, dijo, amenazando al empresariado que busca cortarle las alas pero no pretende derrocarlo por temor a los efectos económicos y políticos de semejante desenlace.
Poco después Lula haría otra declaración pública con ribetes dramáticos: “no me suicidaré, no renunciaré, no permitiré que me saquen del gobierno”, afirmó en un intento de frenar las especulaciones.
Atonía social
La sociedad ha reaccionado con pasivo estupor ante esta inesperada catarata de revelaciones. Apenas una marcha de apoyo a Lula, promovida por la Central Unica de los Trabajadores y la Unión Nacional de Estudiantes, que reunió en Brasilia entre 20 y 30 mil personas, un número no sólo exiguo sino equivalente al que congregaron sectores de oposición de izquierda al día siguiente, en el mismo lugar. Lula y el PT no han convocado a los millones de ciudadanos que los votaron en octubre de 2002, tal vez porque hacerlo requiere un golpe de timón en el manejo de la economía y de las alianzas de clases y partidos para continuar gobernando.
¿Qué hará Lula? ¿volverá a los orígenes de su partido, a las reivindicaciones que lo catapultaron al Palacio del Planalto, o continuará buscando la gobernabilidad como la entiende el actual presidente del PT? La verdadera cuestión, sin embargo, es qué harán los cientos de miles de cuadros y activistas que forjaron el PT y lograron que un obrero llegara a la presidencia. De ellos depende que el desvío de un puñado de hombres y mujeres encandilados por el capitalismo derive o no en una derrota política y el consecuente respiro que tal decurso daría a la estrategia estadounidense para la región. El Proceso de Elección Directa que culmina el 18 de septiembre instalando una nueva dirección del PT, será una instancia a partir de la cual comenzará a develarse la incógnita.