Pasó casi inadvertido. El abrupto adelanto en el retiro de tropas estadounidenses de Irak fue reportado por cronistas y analistas como una información más del diario acontecer internacional. La múltiple significación del repliegue en derrota del ejército más poderoso del mundo no ha merecido despliegue informativo; ni reflexión. Mucho menos debate. Con tantos y tan calificados medios de comunicación a que ha dado lugar la posibilidad de tener una página en internet, esa omisión debería ser un llamado de atención acerca del lugar que ocupa el ejercicio de la palabra escrita.
El hecho es que, en el mismo momento en que prepara un ataque contra Irán, la Casa Blanca se vio obligada a retirar sus tropas de Irak. Y a quedarse. El imperialismo fue derrotado por la implacable combinación de resistencia iraquí, imposibilidad económica de sostener aquella guerra y repudio doméstico e internacional. Y fue victorioso en aquello que constituyó el objetivo político principal de la invasión: devastar, dividir, degradar.
Huir y permanecer; alcanzar el objetivo y ser derrotado. Esta doble y paradojal contradicción encierra claves que es urgente despejar. Un texto publicado por el ministerio de Defensa de Argentina, titulado En torno a la asimetría, cita al teniente coronel estadounidense Ralph Peters, columnista del diario ultraderechista The New York Post: “la estrategia asimétrica de los talibanes no consiste en derrotarnos militarmente, sino en hacer Afganistán ingobernable. Pero ¿qué sucede si nuestra estrategia, en vez de buscar transformar el país en un Estado modelo, está al servicio de hacerlo ingobernable para los talibanes? Nuestras chances de éxito se desvanecerán, mientras nuestros costos se incrementarán”. Por estrecha e interesada que sea, la intuición de Peters es correcta: el imperialismo sólo puede destruir. Ya no vencer. Y todo a un alto costo económico que, para seguir con las paradojas, los centros del capitalismo mundial necesitan y a la vez no pueden sostener porque lleva, a velocidad de vértigo, hacia el descontrol total del sistema.
En otros tiempos, teóricos y propagandistas del capital hubieran reparado en un aspecto diferente de la situación: además de destruir sin posibilidad de vencer, hoy el capitalismo no tiene la menor perspectiva de mejorar la condición humana. Esto significa que no ofrece futuro. El capitalismo tardío ya no puede sobrevivir sino sobre la base del engaño y la violencia.
Adónde van
Tiempo atrás, durante un encuentro ocasional de algunas horas mientras un avión de línea sobrevolaba Centroamérica, tuve oportunidad de discutir con un alto funcionario chino una incógnita estratégica crucial: ¿estaría o no dispuesto un gobierno estadounidense (aún no había sido elegido Barack Obama) a iniciar un escenario de guerra más, dado el empantanamiento militar en Iraq y Afganistán y los insostenibles costos económicos de estas incursiones? Irán y América Latina eran las hipótesis.
Ha pasado el tiempo desde aquel intercambio. A la sazón la convicción predominante descartaba una nueva aventura bélica de Washington. Y mi interlocutor la compartía, con muy sólidos argumentos.
Aunque no de manera explícita, aquella certeza generalizada en dirigencias políticas y analistas de valía, ha cambiado. Acaso han contribuido los esfuerzos de Fidel Castro por alertar sobre la dinámica dominante en el mundo. En todo caso, es una fuerza objetiva la que torció eso que en inglés denominan “conventional wisdom”, para aludir a una creencia generalizada, la más de las veces dictada por una mirada estrecha de la realidad.
Como sea, el hecho es que ahora un tercer escenario de guerra está más cerca de los temores e hipótesis de trabajo, al menos en aquellos cuadros políticos e intelectuales que observan con algún cuidado la marcha del mundo. Hoy están en la agenda diaria la amenaza de ataque a Irán por Estados Unidos y/o Israel, así como la acumulación de potencia de fuego en el área del Caribe y la guerra evitada in extremis entre Colombia y Venezuela.
Esto ocurre cuando el cuadro militar del imperialismo es considerablemente más grave y su situación económica está directamente fuera de control. No obstante, se asume que es mayor el riesgo de otras guerras y su eventual proyección mundial. Uno de los muchos corolarios de esta paradoja afirma una conclusión con tanta fuerza lógica como peso político: el imperialismo capitalista no va a la guerra porque tiene margen económico y militar para sostenerla, sino porque una fuerza incontrolable se lo exige.
Por una línea paralela a este replanteo, no siempre consciente, avanza otra argumentación con tendencia a convertirse en creencia generalizada: la posibilidad de un crack, un precipitado derrumbe del sistema imperialista mundial. Hasta no hace mucho, este tema asomó en debates dominados por la confusión creada a partir de una supuesta asunción no mecanicista de la teoría marxista. Como legítima reacción a la burda teoría de la historia impuesta por la degradación stalinista, según la cual el socialismo devendría lineal e inexorablemente de límites y deformaciones del sistema capitalista, se pasó a defender la idea de que mientras no haya fuerza suficiente para vencer al capitalismo, éste sobrevivirá. Y al decir esto, conscientemente o no se asume que se habla de una continuidad lineal del sistema de producción y las relaciones sociales hoy predominantes.
Error sobre error: el capitalismo se derrumba como resultado de su lógica interna. “Los yanquis están en jaque mate, por más inteligentes que sean”, dijo Fidel para consternación de muchos que no se atreven a desafiar semejante afirmación. La respuesta socialista, si está y llega a tiempo, permite que ese cataclismo dé lugar a un ordenamiento superior y, para usar una expresión conocida, abre paso a un sistema que permitirá dar vuelta la página de la prehistoria humana. Si no hubiere respuesta socialista -es decir, masas conscientes y organizadas con una estrategia de revolución- el capitalismo se derrumba de todos modos. Y nada en el mundo haría que las relaciones sociales, políticas y económicas actuales se mantengan. Por eso Rosa Luxemburgo lanzó su célebre advertencia: socialismo o barbarie.
Coyuntura y estrategia
Engaño y violencia. Tras varios meses durante los cuales se impuso la torpe mentira de que la crisis mundial capitalista detonada en 2008 había sido remontada, el colapso europeo prologó la reaparición de la recesión en la Unión Europea, de donde se propaga a los cuatro vientos. Este segundo semestre de 2010 pone la recesión a la vista de todos. Y cada día la caída del dólar en la tapa de los diarios. Los centros del capital internacional se mueven con gesto de pánico para evitar, otra vez y con los mismos métodos utilizados un año y medio atrás, que la recesión derive en depresión. Mientras tanto, avanzan por el camino de la guerra.
Que en este cuadro haya dirigentes políticos con propuestas de desarrollismo capitalista y mejoras dentro del sistema puede explicarse por incompetencia o complicidad. En cualquier caso, es injustificable. No cabe discutir si los domina la pequeña ambición o la inmensa ignorancia. El punto es que la estrategia de reforma dentro del sistema es inviable. No se trata de una opinión: la desocupación crece en flecha en todo el mundo desarrollado; la pobreza se expande en el Norte y se realimenta fuera de todo control en el Sur. Sólo en los países del Alba esa tendencia brutal es contrarrestada, con éxito desigual, por la estrategia de unión e integración no capitalista.
Si una década atrás sonaba excéntrico, hoy es un tópico cotidiano afirmar que América Latina ocupa la vanguardia política en el panorama mundial, por el hecho de que aquí se gestan respuestas estratégicas a la crisis global. Pero esa misma condición la ubica en el ojo de la tormenta planetaria, en cuyo centro está Venezuela. Por eso Estados Unidos despliega un descomunal aparato bélico en el Caribe y América Central.
No es sólo que Venezuela tenga las mayores reservas de petróleo del mundo, precisamente cuando la tasa de ganancia acosa al capital y exige energía barata so pena de muerte. Es sobre todo que tiene la única bandera para afrontar esta coyuntura histórica: la propuesta socialista. Pero Venezuela y el Alba no son fuerza suficiente para detener al imperialismo en caída y reencauzar al mundo. Es preciso acudir desde toda América Latina a potenciar la propuesta de socialismo del siglo XXI. Hacerla mayoritaria y vigente en cada país de la región. Y llegar a las entrañas del monstruo, donde millones de seres humanos ya son víctimas de la crisis, azotados por la desocupación, la superexplotación, el fascismo y la dinámica de guerra. Ir a Estados Unidos para llevar el mensaje del Alba, no para sumarse a la condena a Irán.
Estas opciones trascendentales están produciendo realineamientos bruscos de gobiernos y partidos en América Latina. Sin demora es necesario asumir que tamañas decisiones no pueden quedar en manos de partidos y dirigencias del mismo sistema que agoniza.