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Tristeza, vergüenza, indignación

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En su reaparición pública tras 40 días de convalecencia, Cristina Fernández empleó un tono amable y distendido para dirigirse a la ciudadanía por cadena nacional a través de un breve video.

En la única alusión política de su breve mensaje, expresó afecto por Hugo Chávez a través de un cachorrito. Regalo de Adán Chávez en cumplimiento de un compromiso de su hermano fallecido.

Toda una definición tácita de simpatía con el líder de la Revolución Bolivariana y, se entiende, con su ideario.

Pero una suma de errores en ese tramo del video, más una contradicción flagrante minutos después, dieron al mensaje un contenido inverso al buscado.

Cuando explicó el origen del cachorrito y su raza, la Presidente aludió a la historia del perro que acompañó a Simón Bolívar. Contó que aquél murió en la batalla de Carabobo y explicó, para quienes no conocen o no recuerdan nuestra historia, que Carabobo fue “la última batalla en la emancipación del continente”. Y abundó: “cuando estuve en Ecuador estuve cerca del campo de batalla”.

Fernández confundió Carabobo con Ayacucho. Ayacucho, comandada por Sucre, fue la última en la emancipación del continente; Carabobo la última batalla en la emancipación de Venezuela.

Pero también erró el lugar: como se comprenderá, Carabobo no está en Ecuador, sino en Venezuela. Un Estado lleva ese nombre y el Campo de Batalla es una preciada reliquia histórica para todo venezolano de bien.

Hay más: ni Carabobo ni Ayacucho ocurrieron en Ecuador. La gloriosa batalla de Ayacucho se libró en Perú. Soldados argentinos pelearon, murieron y vencieron allí.

Tantos errores en tan pocas palabras asombra. Pero se corta el aliento al ver que la Presidente de nuestro país llama Simón a una mascota, como forma de homenajear al Libertador. Es de suponer cómo hubiera reaccionado Chávez ante este gesto.

El cuarto punto en cuestión ocurrió poco después, cuando el portavoz de la Presidente anunció la designación de Jorge Capitanich, actual gobernador de Chaco, como jefe de gabinete.

Muy lejos de la Revolución Bolivariana, Capitanich fue secretario de Finanzas de Carlos Menem y durante la presidencia de Eduardo Duhalde ocupó el cargo al que ahora regresa. En su ruptura con Duhalde, Fernández lo llamó “El Padrino”. Es pública y notoria la amistosa proximidad con la embajada estadounidense en Buenos Aires del ahijado Capitanich, quien pocos meses atrás fue denunciado por instalar una base militar para inteligencia y manejo de aviones drones en Resistencia, la capital de su provincia. Su argumentación para desmentir la denuncia confirmó con elocuencia sus lazos con el Departamento de Estado. Capitanich es además el hombre de la iglesia, el que sirvió para que el episcopado armara el gran acuerdo de 2002. Es el jefe de gabinete de Francisco.

Carabobo no puede ser confundida con Ayacucho por quien ocupa la primera magistratura del país. Y es todavía más grave que se utilice la imagen de Hugo Chávez para ocultar la orientación del gobierno en esta nueva etapa.

Para subrayar: ningún diario, ningún comentarista estrella, reparó hasta el momento en estas barbaridades.

Invade la tristeza al comprobar hasta qué punto ignoran nuestra historia quienes ocupan los más altos cargos. Avergüenza asistir al desparpajo con que desde allí se exhibe esa ignorancia. Indigna la manipulación del hondo sentimiento que anida en nuestro pueblo por Hugo Chávez, para encubrir el rumbo que se imprime a la política nacional e internacional argentina mediante un agente del imperio en quien se delega el poder.

Sobreponerse a la tristeza, vergüenza e indignación que producen estas conductas, requiere reafirmar la decisión revolucionaria de luchar para torcer el rumbo por el cual una burguesía corrupta e incapaz hasta el ridículo ha enfilado los destinos de Argentina.

19 de noviembre de 2013

11hs.

 

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