Menos de la mitad de los ciudadanos concurrió a votar en las primarias del domingo 27 de junio. Con un caudal inferior al esperado, la coalición de izquierda obtuvo el primer lugar, 42,8%, frente al 38,6% del Partido Nacional, donde se impuso Jorge Larrañaga. Se anuncia así una dura disputa para las presidenciales. Tupamaros alcanzó el 32% de las adhesiones al interior del Frente Amplio y el Partido Socialista superó los pronósticos, con un 20%.
Apenas se toma contacto con Montevideo, choca el contraste entre la magnitud de la opción en juego en las elecciones de octubre próximo y la apatía de una ciudadanía destacada en la región por su elevada cultura política. Ese clima social resulta tanto más paradójico si se tiene en cuenta que el país es víctima de un derrumbe económico sin precedentes y que, según todas las encuestas, es altamente probable que en los comicios presidenciales se imponga una coalición formada en torno del tradicional bloque de izquierdas denominado Frente Amplio (FA).
Podrían ser esas mismas razones, sin embargo, las que alimentan aquella sorprendente combinación de desidia y pasividad que al menos en la superficie prevalece en el conjunto social: la brutal contracción económica (Gargano, pág. 15) obra en determinadas condiciones como freno para todos aquellos que tienen siquiera un escuálido salario que perder y, al entrelazarse con la representación política que podría encarnar un cambio, a la vez permite y provoca en ésta la acentuación de sus rasgos conservadores. Este resultado a su vez quita todo entusiasmo y vigor a quienes, tanto por apoyar como por contraponerse a proposiciones más revolucionarias, encienden las pasiones de la sociedad. Desaparece o se achata así el debate ideológico y político. Un ejemplo basta: en 48 horas un precandidato del Partido Blanco, Luis Alberto Lacalle, y el candidato frenteamplista Tabaré Vázquez, propusieron a Enrique Iglesias como futuro ministro de Economía. La anécdota es más contundente si se tiene en cuenta que Iglesias es el actual presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.
Como quiera que sea, Uruguay transita el último tramo hacia el 31 de octubre, fecha de las elecciones, en medio de una calma triste, una resignación apenas desmentida por la esperanza de la mitad de la población, convertida en convicción: los partidos tradicionales, Blanco y Colorado, gobernantes desde siempre, serán desplazados esta vez por la coalición Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría (EP-FA-NM).
No ceder el poder
Resignación no es sin embargo la palabra que describe a todo el país ni resume la coyuntura política. Las dirigencias tradicionales no descansan. Conscientes de ello, tampoco lo hacen los cuadros de las incontables tendencias que componen el EP-FA-NM. Y tanto menos quienes desde las metrópolis del mundo desarrollado comprenden el papel que podría cumplir un gobierno progresista en el actual cuadro suramericano.
Ya estas páginas han aludido en otras oportunidades (Artículos publicados, pág. 14) al papel estratégico asignado en su momento por el imperialismo inglés a la «Banda Oriental». Tanto más que dos siglos atrás, Uruguay contradice ahora las magnitudes geográfica y económica del país con la posibilidad de obrar, según lo ubique quien gobierne, como «Estado tapón» o como factor integrador de una región atravesada en este período histórico por un complejísimo juego de fuerzas. En esta confrontación sobresale la pugna de Estados Unidos por imponer una anexión mediante subterfugios tendientes a conformar una fuerza militar única bajo su mando, imponer su moneda como divisa común y el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), frente a una multifacética resistencia a tales planes que tiene hoy punto de apoyo (y de inestabilidad) en Brasilia, Caracas y Buenos Aires.
El peso crucial que cabe al rumbo futuro de Uruguay reside precisamente en el carácter inestable y por demás enmarañado e irresuelto de la corriente que en Suramérica encarna la oposición al agresivo curso de Washington. Y es este mismo cuadro general de heterogeneidad lindante con la confusión el que desagua en la coyuntura uruguaya y se resuelve arrastrando a la coalición opositora hacia el centro del espectro político y a los partidos tradicionales, activamente respaldados por el Departamento de Estado -sin las sutilezas de Lord Ponsomby-, a multiplicar esfuerzos y argucias para evitar que el poder cambie de manos.
Un recurso es la asimilación por doble vía: mientras Lacalle propone un ministro de Economía avistado ya por el FA, otro precandidato, Jorge Larrañaga, se aproxima al discurso de Tabaré Vázquez al punto de tornarse formalmente idéntico. Si el primer camino esmerila las aristas contestatarias del FA (Iglesias es presentado como garantía para que los centros financieros internacionales no se asusten por el triunfo de la izquierda y faciliten la renegociación de una insostenible deuda externa), el segundo compite directamente sobre el terreno discursivo del EP-FA-NM. Por lo demás, nadie, a izquierda, centro o derecha, duda de que en el tiempo restante hasta los comicios la campaña del establishment no reparará en recursos y utilizará con inescrupulosidad los medios de difusión masiva para desprestigiar al FA y a las fuerzas que lo integran con la amenaza del desborde izquierdista y el caos generalizado, apuntado a lo que verdaderamente está en disputa en términos electorales: un sector de las clases medias urbanas y, sobre todo, el «paisanaje» del interior del país, por tradición y fuerza de aparatos amarrados a los partidos Blanco y Colorado.
Sociedad y representación
La dirección del FA es consciente de los riesgos que esto implica. No se encontrará un dirigente de primera línea que asegure el triunfo en octubre, en la primera vuelta electoral. Y no es sólo la conducta obvia de quien no quiere que las bases den por cierta la victoria y retaceen esfuerzos militantes. Se trata de un temor real, confirmado por analistas de diferentes sectores. Sin las limitaciones de un dirigente político, Federico Fasano, titular de un multimedio alineado con el FA, sostiene sin rodeos que no habrá triunfo en primera vuelta, aunque asegura la victoria en el balotaje. «El FA está hoy entre el 46% y el 49% en las encuestas -dice-, pero para ganar en la primera vuelta se necesita alrededor del 53%, porque la mitad más un voto se calcula sobre los sufragios positivos.» Para el segundo turno, sin embargo, el director del diario La República descuenta una mayoría frentista, con base en la proyección de la elección anterior y en la histórica rivalidad de una franja blanca y colorada que, asegura, no votaría en ninguna hipótesis por el contrario.
Hay experimentados cuadros del FA que, si bien no propagan pesimismo, alertan sobre las dudas de que incluso en segunda instancia la victoria esté asegurada. «Por el contrario -dicen confidencialmente- el achatamiento de nuestro discurso está haciéndonos perder adhesiones e impidiéndonos conquistar otras nuevas.» Es curioso que esta opinión no provenga del extremo izquierdo del FA (donde predomina la confianza en el triunfo), sino de dirigentes tradicionales, un tanto perplejos por el curso de la evolución política nacional y su reflejo en el interior de la coalición.
Es que la transformación gestada por la prolongada crisis -situación que excede largamente a este país- impactó en las filas del FA. Hegemonizado en sus orígenes por los partidos Socialista y Comunista, tras la caída de la Unión Soviética el segundo lugar se desplazó a fuerzas consideradas de centro, como Asamblea Uruguay (AU) y Vertiente Artiguista (VA). En el último período, sin embargo, se produjo un vuelco notable de la situación interna. Los últimos sondeos son elocuentes: según la encuestadora Cifra, el Movimiento de Participación Popular (MPP) tiene el 30%, AU el 14%, la Alianza Progresista (AP) el 13%, VA el 11%, el Partido Socialista (PS) el 10%, la lista 99 (L99, corriente del senador Rafael Michellini) el 7% y luego el conjunto de las tendencias situadas a la izquierda del FA (Partido Comunista, Movimiento 26 de Marzo, Partido por la Victoria del Pueblo, etc.) suman un 4%(1).
El MPP fue en el pasado reciente un bloque de tendencias, pero desde hace tiempo expresa casi exclusivamente al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Sus principales dirigentes, José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro, fueron dirigentes guerrilleros y sufrieron largos años de cárcel en régimen de excepción, dentro de las durísimas condiciones impuestas por la dictadura en el tristemente célebre «Penal Libertad».
Las explicaciones de este vuelco en las relaciones de fuerzas internas difieren según el interlocutor. Mujica, con modos campechanos y un lenguaje directo, es señalado en la mayoría de los casos como la clave del vuelco. Se apunta con mayor o menor énfasis, según el alineamiento de cada uno, a la incapacidad del PS para rejuvenecer sus filas, al aura de antiguos luchadores y sobre todo a la credibilidad personal de Mujica («el Pepe», como lo llaman todos), un hombre que vive y viste humildemente y apela a menudo a expresiones consideradas transgresoras, supuestamente atractivas para los más jóvenes.
Todo esto tiene, sin duda, su peso en este giro que de consolidarse cambiaría la naturaleza originaria del FA. Pero el hecho es que el MPP ha logrado captar dos actores nuevos en el arco de las izquierdas en Uruguay: los que provienen de la masa de desocupados y aquellos que emigran de los partidos tradicionales en el interior del país; «el paisanaje», los llaman los uruguayos con su lenguaje siempre colorido y afable.
Resulta evidente que, tanto en las filas del FA como en la dirigencia de blancos y colorados, esta transformación aún no ha sido caracterizada. Nadie acierta a decir si se trata de un giro a la izquierda o a la derecha. Nadie está seguro de si esto garantiza una mayor gobernabilidad en un eventual gobierno del FA, o todo lo contrario.
Ambas conclusiones tienen asidero formal. El MLN Tupamaros y su célebre dirigente fallecido, Raúl Sendic, son un hito de la lucha revolucionaria en Uruguay. Pero desde hace años esta organización autocriticó su pasado (eso, entre otras cosas, contribuye a su credibilidad: ningún otro partido hizo nada semejante) y en cada toma de posición desmiente cualquier acusación que pretenda señalarla como amenaza de izquierda en el gobierno.
Recientemente Mujica desató una fugaz tormenta teórico-política cuando afirmó: «Tengo que ser un país rico como condición. Entonces tiene que funcionar el capitalismo, pero un capitalismo como la gente, para que nos podamos agarrar bien de las greñas»(2).
Desde las páginas del semanario del PS, Manuel Laguarda entró al territorio conflictivo con dos largas notas tituladas «El gobierno del EP-FA ¿será ‘socialista’ o ‘capitalista’?»(3). El antiguo dilema de los revolucionarios en todo el mundo, tan actual como siempre, quedó por un instante en el centro de atención. José Díaz, ex dirigente del PS y actual titular de la Fundación Vivian Trías, expuso su punto de vista: «‘El Pepe’ Mujica no ha dejado de ser socialista desde el punto de vista de sus ideales, ni los compañeros que han hablado en nombre del Partido Socialista han abandonado la concepción del frente policlasista, expresión de distintos sectores sociales junto con la clase trabajadora. En realidad hay una gran confluencia ideológica dentro del FA que se define por el socialismo. Naturalmente, no son todos; el FA no tiene un programa socialista y tampoco capitalista. El Frente conjuntó corrientes político ideológicas diferentes en Uruguay y su gran virtud fue unirlas a través de una lucha social que precedió la unidad política y de un programa común, nacional, popular, de carácter democrático y avanzado»(4).
Desplazamiento del FA
Cinco meses después, aquel debate no prosperó en términos teóricos y en el plano político el curso se definió por un corrimiento del conjunto de la dirección del FA (y por lo tanto de la coalición que encabeza: EP-FA-NM), hacia posiciones dominadas por la necesidad de ganar al centro del electorado y llevar garantías de gobernabilidad a una sociedad que, sin duda mayoritariamente, se las reclama: Tabaré Vázquez reanudó relaciones con el titular de AU, Danilo Astori (considerado ala liberal del FA), quien, según aguijonea la prensa del establishment, sería el único acompañante del candidato frentista en su viaje a Washington para entrevistarse con el FMI y el Banco Mundial(5). La derecha se regodea y busca ventaja electoral machacando sobre caliente: «Vázquez anunció a la central sindical PIT-CNT que, de llegar al gobierno el 1 de marzo, no aplicaría un salariazo»(6).
Un efecto colateral de esta evolución es la salida de muchos cuadros de las organizaciones de izquierda, quienes sin embargo se mantienen dentro del frente. Este corresponsal oyó las argumentaciones de algunos de ellos, en duda respecto de qué hacer en las elecciones internas. «Como la política se hace con los que quedan, y como los que quedan no se han planteado que el Frente Amplio también crezca hacia la izquierda, la izquierda ‘individuo’ se siente incómoda a la hora de las elecciones internas», apunta un comentarista(7). Los comicios primarios, no obstante, han ratificado que el EP-FA-NM se define ante todo por su capacidad para convocar a la totalidad de las izquierdas y la mayoría del electorado activo.
La incógnita de octubre
¿Carece entonces de fundamento el marcado temor de las clases dominantes y los estrategas del Washington? Difícilmente. Mientras se declara «especialista en sentido común» y reclama un capitalismo serio, Mujica contrabalancea: «El socialismo no es ninguna utopía. Fueron utópicos los caminos por donde se lo buscó. El socialismo es la forma de vida natural del hombre sobre la tierra. (…) Para mí Lenin nunca fue Dios, pero menos mal que existió» 8. Esa ambivalencia reproduce con exactitud no sólo la realidad ideológica de un Uruguay ya diferente al conocido, sino la que se extiende más y más en Suramérica. Y aquí, como en la región, se verifica una gran distancia entre el pensamiento teórico y la profundidad política de la izquierda, lo que lleva a la desazón o el mero cálculo electoral.
En el caso de la dirigencia del FA, el cálculo inmediato empuja a buscar nuevos votantes en sectores que temen cualquier forma de cambio y por ello toman distancia hoy de los partidos responsables del desastre económico y social uruguayo. Al dar ese paso, el FA cuenta con la fidelidad, mal que le pese, de su electorado histórico. Pero ese movimiento lo acerca a tal punto a sus adversarios, que éstos ganan espacio para volcar la voluntad de esa franja inestable y temerosa de la sociedad mediante maniobras de cualquier género.
«Calcular no es intrínsecamente analizar», recordaba Edgar Allan Poe en su célebre cuento «Los crímenes de la Rue Morgue»; incluso un ajedrecista genial «lleva a cabo lo uno sin esforzarse en lo otro». Si el desenlace en octubre les da la victoria, los hombres y mujeres de la izquierda uruguaya no podrán eludir el análisis que dé respuesta inequívoca al tema que no apela a ideologías ni a tal o cual teoría de desarrollo económico, sino a una exigencia perentoria: cómo, cuándo y mediante qué medios políticos se reparte la riqueza actualmente existente. De eso depende el lugar que ocupará Uruguay a partir del año próximo en el torbellino del Sur.
- «La interna de las internas», La Juventud, Montevideo, 16-6-04. Este diario pertenece al Movimiento 26 de Marzo, por lo cual el párrafo con el cual completa la información resulta insospechable: «Las cifras de otras empresas encuestadoras tienen un parecido más o menos similar, (…) lo que induce a pensar que puntos más o puntos menos, éstas serán las opciones finales en la interna frenteamplista».
- Alberto Grille, Víctor Carrato, «Quiero un capitalismo que funcione, con burgueses como la gente», Caras y Caretas, Montevideo, 2-1-04.
- Correo Socialista, Montevideo, marzo y abril de 2004.
- Mario H. Peralta, «Noticia: la izquierda discute su identidad», Brecha, Montevideo, 16-1-04.
- «Vázquez y Astori rompen el hielo e inician el diálogo», El Observador, Montevideo, 15-6-04.
- «La cúpula de la izquierda decidió acentuar su viraje al centro en los próximos meses», Búsqueda, Montevideo, 17/23-6-04.
- Álvaro Rico, «La izquierda ‘individuo'», Brecha, Montevideo, 11-6-04.
- Néstor Carbelo, «5 años para un mundo nuevo», Caras y Caretas, 18-6-04.