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Venezuela votó otra vez por la transición al socialismo

PorLBenAXXI

 

Ratificación: el pueblo venezolano votó por segunda vez a favor del camino al socialismo. Tras 14 años de gobierno de la Revolución Bolivariana; tras la sucesión en los últimos meses de desastres naturales y otros provocados por sabotajes; pese a la campaña sin precedentes para convencer al mundo de que ganaría el candidato único de la oposición, con 8 millones 200 mil votos Hugo Chávez aventajó por 11 puntos al representante de la burguesía. Esa diferencia paralizó el propósito de denunciar fraude. El Plan República disuadió con un impecable despliegue nacional la amenaza opositora de apelar a un “Plan B”. También el Psuv y los Consejos Comunales estaban en alerta y dispuestos a defender el triunfo. El candidato de la MUD reconoció la derrota en rueda de prensa antes de la medianoche. Chávez ganó en 22 de los 24 distritos (21 Estados más Caracas). Victoria perfecta la denominó Chávez. Derrota perfecta, en medio de la crisis capitalista mundial, entendieron en Washington.

 

Venezuela seguirá transitando hacia el socialismo democrático del siglo XXI”, dijo Hugo Chávez en la noche del 7 de octubre, ante una multitud reunida en Miraflores para celebrar la victoria.

Con esa bandera, materializada ya en incontables conquistas de las masas, hizo su campaña el candidato. Y la ratificó sin demora como vencedor.

América Latina estuvo en vilo esa jornada y el período previo. Una campaña opositora teledirigida y financiada desde Washington, de dimensiones jamás vistas y con admirable capacidad de penetración, había instalado la idea de que la coalición burguesa ganaría y la Revolución Bolivariana fracasaría. La propuesta de transición al socialismo pasaría al desván de la historia.

El estupor y desencanto ante los resultados estuvo a la medida de la falsa expectativa creada. Estrategas y operadores del capital habían creído su propia fabricación y el resultado los sumió en la parálisis y la depresión. La contraofensiva que Washington vehiculiza en el último período para rehacer su situación en el hemisferio sufrió un brusco frenazo. Hubo sorpresa también en intelectuales y progresistas, convencidos por la hábil campaña psicológica de la segura derrota de la Revolución Bolivariana. Y alivio para aliados vacilantes y expectantes ganados a medias por esa abrumadora manipulación de conciencias. Para los más, para quienes no dudaron y sólo esperaban la confirmación del triunfo, fue la hora de la alegría desbordada y la satisfacción profunda.

Con inusual atención de todos los sectores a lo largo del continente, la 16ª elección realizada en Venezuela desde diciembre de 1998 culminó con la victoria de Hugo Chávez: 55,13% de los votos y 11 puntos de distancia frente a Henrique Capriles Radonski, el caricaturesco candidato prefabricado por el imperialismo. Es la 15ª contienda electoral que el programa de la Revolución gana en ese lapso. La restante, perdida por menos de un punto porcentual, fue admitida por Chávez antes incluso de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) diera cifras definitivas. Nada de esto basta a quienes continúan calificando a la revolución de dictadura y al líder como tirano.

Imperialismo no es un concepto abstracto. Mucho menos un adjetivo. Molesta su repetición, pero es obligada porque se trata de una fuerza actuante, omnipresente en el fragor de la crisis, que en el caso de la elección presidencial en Venezuela tensó todas sus capacidades para imponer un candidato. Y perdió.

Ambos factores están cargados de consecuencias trascendentales: su involucramiento y su derrota.

Concentraciones que en masividad, fervor y alegría no registran antecedentes, culminaron el 7 de octubre con el voto de 8 millones 200 mil mujeres y hombres que respaldaron por segunda vez un programa explícitamente socialista. Seis millones de copias de ese programa de transición al socialismo fueron distribuidas durante la campaña por la militancia del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), y éste discutido casa por casa en todo el territorio nacional. La sobresaliente elevación de la conciencia política de las masas –de la cual este esfuerzo militante es sólo un componente– otorga un contenido singular al voto. Y al triunfo.

Así, avalado por una limpia, masiva y contundente victoria electoral, el renacimiento del socialismo se reafirmó en Venezuela y afianzó su proyección latinoamericana y mundial. Además, esto supone oxígeno suplementario a gobiernos de la región encaminados por una “tercera vía”; y un escollo gigantesco para la contraofensiva imperialista en la región. En suma: más espacio geoestratégico para la dinámica de convergencia regional en Unasur y Celac (Unión de Naciones Suramericanas y Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) o, lo que es lo mismo, un nuevo estrechamiento del margen de acción político, diplomático y económico para Estados Unidos, precisamente en el momento en que la crisis del sistema marcha con el torpe paso devastador de una bestia gigantesca.

 

Primeras conclusiones

Llevará tiempo sopesar todas las consecuencias de este resultado electoral. Por lo pronto, sobresalen los siguientes aspectos:

votó el 80,67% del padrón. El voto no es obligatorio y ese grado de participación refleja a la vez la elevada politización del conjunto social y la polarización drástica del electorado frente al proceso de revolución pacífica;

no hubo un solo acto de violencia. El Plan República, a cargo de la Fuerza Armada por disposición constitucional desde la IV República, bajo el mando del general Wilmer Barrientos desplegó un impecable operativo gracias al cual no se registró ningún incidente;

por primera vez en 14 años, la oposición reconoció sin rodeos el resultado comunicado en horas de la noche del 7 de octubre por el Consejo Nacional Electoral. Con una diferencia de 11 puntos y a sabiendas de que el Psuv tenía todo dispuesto para aplicar el “plan Che” (forma creativa y elocuente de denominar la réplica a la amenaza de aplicar su “Plan B”, es decir, desconocer los resultados y salir a la calle), la denominada Mesa de Unidad Democrática (MUD) reconoció sin demora la victoria de Chávez y afirmó explícitamente la legitimidad de los comicios, descartando cualquier denuncia de fraude;

con ese reconocimiento quedó clausurada toda posibilidad de cuestionar desde la oposición –pero también desde Washington- la legitimidad del gobierno revolucionario según las reglas de la democracia burguesa;

a última hora la revelación de un programa económico idéntico al que está aplicando el FMI en países como Grecia y España dio lugar a fracturas y deserciones en la coalición opositora;

pese a todo, la MUD logró polarizar el sentimiento antichávez. Engrosó su base social propia con sectores descontentos de las clases medias altas, con franjas maleables de las capas más desposeídas sobre las que se actuó con dinero y promesas y, último pero no menor, con un contingente disperso y probablemente muy numeroso de funcionarios, intelectuales e incluso profesionales cercanos a la revolución que se dejaron convencer por la eficiente y abrumadora campaña según la cual “Capriles ya ganó”. En las horas previas a la elección fue dable ver el giro incluso explícito de personas insospechables, que por recónditas pulsiones dejaron aflorar su rechazo a la continuidad acelerada del proceso revolucionario, dando rienda suelta a sus temores frente a lo que preveían como segura victoria opositora. Con ese heteróclito conjunto la MUD congregó el 44,25% de los votos;

al día siguiente de la elección las figuras principales de los otrora partidos dominantes en Venezuela (Acción Democrática y Copei, socialdemocracia y socialcristianismo), tomaron distancia de Capriles como presunto jefe de la oposición. Abandonado también por su brazo más visiblemente ornado con la cruz gamada, Leopoldo López, Capriles se refugió retomando la gobernación del Estado Miranda, donde disputará el 16 de diciembre con el saliente vicepresidente Elías Jaua. Esto subraya el hecho de que la MUD no sólo corre el riesgo de fragmentarse en la campaña para gobernadores de diciembre y para alcaldes en abril, sino y sobre todo que Capriles no afirma un liderazgo sobre ese conjunto, puesto así en situación de dispersarse en el próximo período;

Capriles fue el mínimo común denominador de las clases dominantes venezolanas teleguiadas desde Washington. Las características personales del candidato revelan a primera vista cuán bajo está ese factor común y, en consecuencia, cuán escasas son las perspectivas de recomposición electoral sostenida para la burguesía;

peor aún: para ocupar el espacio que alcanzaron en términos electorales, las clases dominantes se vieron obligadas a una autonegación sin precedentes y con inevitables derivaciones: los asesores de la MUD guiaron a su candidato por un discurso de campaña prácticamente indiferenciable del de la Revolución Bolivariana. Sin límites para el cinismo, Capriles llegó a decir que mantendría las misiones y permanecería en el Alba. En un exceso propio de su horizonte intelectual y moral, llegó a decir que, comparado con Chávez, él era “marxista leninista” (sic)… porque defendía más los derechos del pueblo. Capriles ocultó su programa, travistió sus objetivos y negó con desprecio a los dirigentes y partidos que lo apoyaban, en la certeza de que hacer lo contrario le restaba votos en proporciones definitivas. La burguesía intentó camuflarse para ganar votos. Y perdió. Al candidato vencido le resultará igualmente imposible sostener o contradecir su propio discurso, por lo cual su límite electoral está sellado;

las primeras previsiones y mediciones con vistas a los comicios estaduales de diciembre indican la gravitación del resultado favorable a Chávez en las presidenciales, volcando pronósticos negativos para la revolución en Estados clave como Zulia y Bolívar. No obstante ello, también en el Gran Polo Patriótico, la coalición en torno a Chávez, se hacen sentir las fuerzas centrífugas y el Partido Comunista anunció que no acompañará al Psuv en cuatro Estados: Bolívar, Portuguesa, Mérida y Amazonas. En esa cuerda, la oposición izquierdista a la candidatura de Chávez ya no cuenta como factor electoral: el candidato Orlando Chirino obtuvo el 0,02%;

como sea, la tendencia indica nuevas victorias electorales en los Estados y la eventual recuperación de gobiernos perdidos, sea en comicios anteriores, sea por deserción de gobernadores elegidos tras la figura de Chávez. Aunque se trata de una batalla por librar, es presumible que a partir del 17 de diciembre el gobierno revolucionario central tenga mayor apoyo también en los gobiernos estaduales.

 

Justicia e injusticia electoral

En cualquier contienda electoral burguesa, en cualquier parte del mundo, el 55,13% sería reconocido como formidable y definitiva victoria. No obstante, a la vista de la obra realizada por la Revolución Socialista Bolivariana, tales guarismos pueden interpretarse como saldo electoral mezquino. Si se tiene en cuenta la labor de reivindicación social y humana del gobierno revolucionario (derechos políticos para el conjunto de la población, salud, educación, vivienda, trabajo, salario, jubilación…), cabe preguntarse por qué una franja que podría sumar el 30% de los 15.010.584 electores que concurrieron a votar –sobre un total de 18.606.798 inscriptos– respaldó al candidato y al programa que, en la hipótesis negada de acceder al gobierno, se hubiese vuelto furiosamente en contra de las conquistas socialmente cualitativas logradas por esos sectores en la última década.

Respuestas inmediatas apuntan al malestar de sectores sociales con determinados candidatos, a la ineficiencia, la corrupción, incluso el autoritarismo en las escalas más bajas del aparato estatal. De todo eso hay, con certeza. El propio Chávez machacó en su campaña, en explícito tono autocrítico, la necesidad de ser más eficientes y acabar con la corrupción, mal enquistado durante más de un siglo en el Estado y la sociedad venezolanos como resultado insoslayable de la fabulosa renta petrolera en una sociedad capitalista.

Son respuestas parciales, tangencialmente complementarias, sin embargo, que soslayan el nudo del problema: las dificultades políticas de cualquier revolución para producir el cambio cultural que supone la transición al socialismo se multiplican cuando esa transición es pacífica, mediante los mecanismos de la democracia burguesa y en el marco del Estado capitalista.

La propia práctica de las campañas electorales, en ese contexto, es una fuente de ineficiencia y también de corrupción: ¿cuántas horas, días y meses han debido dedicar los cuadros de la revolución en 14 años para ganar 15 elecciones y perder una por menos del 1%? ¿cuántas vías se abren en tales situaciones para desviar recursos hacia objetivos no ya ajenos, sino contrapuestos con las necesidades profundas de la recreación educativa, cultural y moral de las masas en una revolución?

Pocos, si acaso alguien, propondrían salir de esa encrucijada por la vía de la acción violenta. Para el Psuv es una opción descartada. Sólo la irracionalidad y la desesperación de los estrategas imperialistas, violentando la probada limpieza democrática del sistema político venezolano, una y otra vez ratificado en comicios transparentes a los ojos del mundo, podría sacar del carril actual a la Revolución Bolivariana. Chávez ha dicho y repetido que ésta es una revolución pacífica, pero no desarmada. Fue precisamente esto último, palpable en el despliegue del Plan República, en las milicias populares y la disposición del Psuv y los Consejos Comunales, sumado a la amplia distancia porcentual de Chávez frente a su rival, lo que hizo a los estrategas de Washington emitir la orden de acatamiento del resultado comunicado por el CNE. Esto y sólo esto explica el giro de Capriles y la MUD, después de haberse negado durante meses a asegurar que reconocerían la autoridad del CNE. En la emergencia, optaron por valorar el porcentaje alcanzado y apostar a dos cartas clave: minar la mayoría revolucionaria en las elecciones estaduales y municipales, arrastrar a los sectores que detectaron vacilantes hacia una política de conciliación de clases que morigere el ímpetu de la transición al socialismo.

 

Panorama después de la victoria

En sus primeras intervenciones públicas tras la jornada electoral Chávez ratificó todas sus propuestas de campaña y no dio un sólo paso no anunciado en ellas, como lo prueba su alocución ante el CNE (pág. 9).

Cuando salió del sopor de la derrota, la MUD intentó evitar su derrumbe apelando a la necesidad de que Chávez entablara el diálogo con ellos, esgrimiendo el 44% obtenido. En rueda de prensa nacional e internacional, ante esa pregunta, la respuesta del Presidente fue por demás elocuente: alzó –como es su costumbre– el pequeño librito de la Constitución y repasó milímetro a milímetro el proceso de elaboración y aprobación de ese texto programático. “Aquí está el diálogo más abarcador –dijo Chávez, palabra más o menos– de toda la historia de Venezuela”. Si había allí una brecha abierta para atenuar la velocidad en la transición al socialismo, quedó sellada.

Es que las relaciones de fuerza entre las clases al interior de Venezuela no están necesariamente dadas por los guarismos electorales. En el 55,13% de Chávez hay un bloque social macizo, aunque no falten las divergencias políticas. En la coalición opositora, además de una verdadera bolsa de gatos en la que se sacan los ojos dirigentes y aspirantes empeñados en ser tocados por la varita mágica de Washington, hay una incongruencia social esencial que, a término, significa su disgregación y desaparición en cualquier escenario democrático.

Ocurre lo contrario en el campo de la Revolución. Con más de siete millones de afiliados, el Psuv tiene ahora el difícil desafío de elevarse por sobre su probada condición de instancia electoral imbatible, abrir paso a un acelerado proceso de formación de cuadros, conformar órganos regulares  de dirección a todo nivel y dotarse de un medio propio de expresión que, distante del periodismo corriente, abra cauce para los debates teórico-políticos de la coyuntura y la estrategia, además de constituirse en el medio de orientación política cotidiana para su inmenso activo militante.

De manera que el terreno está despejado para acometer los grandes objetivos señalados por Chávez durante su campaña: en seis años acabar de manera total con la pobreza, no dejar una familia sin vivienda propia y adecuada, elevar el nivel de educación de toda la población, consolidar una infraestructura suficiente en toda la geografía nacional para garantizar que el autoabastecimiento alimenticio tenga una ajustada y eficiente distribución sin concesiones al enriquecimiento privado, continuar en la diversificación de los receptores de las exportaciones de petróleo, completar y mejorar el sistema de salud gratuito, continuar “sembrando el petróleo” mediante la producción industrial y la valorización de los productos primarios y, con estos y otros objetivos largamente explicados durante la campaña, frenar el auge de la delincuencia y la inseguridad, a la par que se continúa afirmando la defensa nacional mediante el perfeccionamiento a todos los niveles de la fuerza armada, incluido el componente de la milicia popular. Como adelanto, allí está el 5,6% de crecimiento del PIB previsto para el año en curso, en medio de la caída generalizada de la economía en el mundo y los países mayores de la región. Y otro dato elocuente: la elevadísima inflación de más del 27% en 2011 cae para el año en curso a menos del 18%.

Contra esto, Estados Unidos y sus socios locales apuestan ahora a mellar la cohesión revolucionaria conquistando algunas gobernaciones estaduales y manteniendo las que ya controlan. Si tuviesen éxito, incluso limitado, en este objetivo, el siguiente paso sería ganar más espacio en las elecciones por más de 300 Alcaldías en abril de 2013. El principio de su acción es: “no podemos cohesionar nuestros componentes y mucho menos establecer una relación duradera con las masas; pero podemos sembrar la división en estratos medios del entramado revolucionario e infligirles derrotas puntuales que permitan infiltrar y minar su poder”. En su estrategia, el siguiente paso sería dificultar la gobernabilidad y avanzar hacia un referendo revocatorio, según lo permite la Constitución Bolivariana.

Ilusiones vanas: sea cual sea el alcance en la visión estratégica de ciertos componentes del Gran Polo Patriótico, sea cual sea la inteligencia y la generosidad de cuadros y cuadros medios del Psuv, a menudo arrastrados por las luchas intestinas, hay otra fuerza definitoria. Las masas han ocupado un lugar político jamás visto en la historia latinoamericana. Las últimas concentraciones de la campaña de Chávez, que desembocarían en la invasión roja a Caracas el 5 de octubre, cuando el acto de cierre colmó las siete principales avenidas de la capital venezolana y, bajo la lluvia, produjo una indescriptible explosión humana de confianza, combatividad y alegría, revelan la definitiva instalación en el escenario político de la unidad social y política de las grandes mayorías, enarbolando la bandera roja del socialismo.

No hay fuerza interna en la cual Estados Unidos pueda apoyarse para una estrategia contrarrevolucionaria sostenida y efectiva. Por eso, el inexorable acoso imperial continuará con su centro de gravitación en los pocos aliados con que cuenta en América Latina y en su creciente dispositivo militar regional.

 

Dimensión universal de esta elección

Con la Revolución Bolivariana se produjo el Renacimiento del socialismo, en analogía con el Renacimiento que simbólicamente puso fin a la oscuridad medioeval. Para el Medioevo contemporáneo –una losa impuesta por el aparato cultural/informativo y el poderío militar del imperialismo– Venezuela es el Renacimiento de un ideal emancipatorio, forjado científicamente en la teoría y en la práctica desde mediados del siglo XIX, realizado como grandioso ensayo en 1917, corrompido desde fines de los 1920 y rescatado en la gesta bolivariana del siglo XXI.

Parece innecesario subrayar que Estados Unidos –y la Unión Europea con su socialdemocracia como mascarón de proa– necesitan aplastar ese ejemplo; porque se yergue en medio de la crisis estructural sin precedentes del sistema capitalista.

En el futuro inmediato está planteada una secuencia de ruptura de equilibrios en la ya frágil arquitectura geopolítica del imperialismo. Europa tambalea, Estados Unidos vacila y el entramado mundial se desagrega.

Mucho más que en la guerra independentista del siglo XIX la Venezuela bolivariana tiene hoy un papel regional acaso decisivo en el corto y mediano plazos. Y, por lo mismo, de enorme gravitación en la evolución de la perspectiva política mundial. Para que la victoria electoral del 7 de octubre sea perfecta, deberá confirmarse que gobiernos, partidos, dirigencias sindicales, intelectuales y destacamentos revolucionarios en América Latina, han entendido el mensaje profundo enviado por el pueblo venezolano.

 

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