Un año después de haber lanzado la operación de alcance mundial destinada a derrocar al gobierno constitucional de Venezuela, Washington se niega a reconocer su ominoso fracaso y embiste en un último intento contra Nicolás Maduro.
El resultado de imponer un “presidente encargado”, paso táctico hacia un cruento golpe de Estado, resume la función histórica de Estados Unidos en esta fase de la historia: capaz de destruir, impedir, degradar; incapaz de resolver a su favor una encrucijada política como lo es para la estrategia de dominación imperial el esfuerzo de transición en Venezuela.
Los casos más dramáticos de esa incapacidad han sido la invasión a Libia y el devastador intento de ocupación de Siria: si no puedo imponerme, siembro destrucción y muerte para desviar la marcha de la historia hacia el abismo del terror y la degradación humana. Washington sabe que la repetición de esa línea de acción en América Latina produciría una convulsión regional incontrolable, el consecuente debilitamiento de Estados Unidos y un cambio geopolítico trascendental en favor de China y Rusia. Por eso vacila. A la vez, la lógica interna del sistema en crisis le exige acelerar en el camino suicida.
Junto a la Casa Blanca, también el cártel de prensa hemisférico sufrió la afrenta de mostrarse impotente en la acostumbrada función de acompañar con éxito las operaciones intervencionistas ordenadas desde el Departamento de Estado.
Así las cosas, tras años de bloqueo, acoso económico y traspiés propios del gobierno Maduro en una economía de transición -con un entorno que marcha en sentido inverso- los estrategas del imperio se convencen y tratan de convencer al mundo de que ha llegado la hora de la prueba final: Maduro debe caer. Las cúpulas de la Unión Europea acompañan la intentona con un espectáculo de insólita degradación moral y política: reconocen y se muestran con el patético pelele que, contra toda evidencia, dice ser “presidente encargado”.
Estados Unidos, Unión Europea, medios de prensa y analistas de todo signo saben que no será posible acabar con el proyecto soberanista y transicional sin invadir Venezuela. Pretenden derrocar a Maduro como primer paso y amenazan con su poderío militar para sembrar terror y romper la unión cívico militar que sustenta al régimen venezolano. Tal el significado de las maniobras guerreristas iniciadas el 22 de enero en las fronteras con Venezuela, en las que Estados Unidos y Colombia ocupan la vanguardia, con Brasil, Perú y Chile como temeroso aliados. “La estrategia para derrocar a Maduro ya está en marcha y está funcionando”, declaró desde Bogotá el secretario de Estado Michael Pompeo.
Maniobras
El comando Sur de las fuerzas armadas estadounidenses informó que habrá dos operativos. El primero comenzará con el lanzamiento de 75 paracaidistas de la 82da División Aerotransportada y 40 miembros del Ejército Sur, desde un avión Hércules C-130. Participará igualmente un número no informado de fuerzas especiales de Colombia, con aviones Kfir, C-295 y C-130, además de helicópteros y unidades de transporte aeromédico. Ese contingente simulará la toma de un aeródromo y las acciones necesarias para asegurarlo. El segundo tendrá como objetivo repeler un ataque aéreo. También se usarán aviones C-17, C-130J y B-52.
“Estamos honrados de entrenar con Colombia, un amigo cercano de EEUU y socio global de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan)”, dijo el comandante Craig Faller, según el comunicado del Comando Sur. El objetivo anunciado sería “construir interoperabilidad y compartir conocimientos tácticos y estratégicos”. Aparte la proverbial falta de sutileza yanqui, el objeto de la maniobra, que durará hasta el 29 de enero, pretende resaltar la intención de un ataque a Venezuela.
Respuesta
Hace ya años que la Casa Blanca, durante el gobierno de Barack Obama, dictó un decreto que señala a Venezuela como un peligro para Estados Unidos. Desde entonces hubo innumerables situaciones en las que la invasión parecía inminente. Aun cuando en esta embestida el accionar militar continuara postergándose, la amenaza persiste, la agresión tiene sus efectos en todos los planos y muestra a las sociedades desde el Río Bravo a la Patagonia que cualquier intento de transformación social deberá enfrentar al poderío bélico del mayor imperio de la historia.
Ése es, precisamente, uno de los objetivos de esta desembozada actuación de Pompeo, quien de paso recuerda ante la prensa que participó del acto terrorista de Estado que acabó con la vida de Qassem Suleimani y otros diez militares y civiles iraníes e iraquíes. Se trata de desalentar cualquier intento actual o futuro de emancipación de la férula imperial y superación del capitalismo.
Sin embargo, la crisis intrínseca del sistema no cesará. Hoy, hasta la titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, admite que la situación económica actual es comparable al cuadro que desembocó en el colapso de 1929. Según ella, los signos a la vista “recuerdan los comienzos del siglo XX, cuando las fuerzas gemelas de la tecnología y la integración llevaron primero a la época dorada, luego a los rugientes 1920 y, finalmente, al desastre financiero”.
No hay por qué creerle a un publicista marxista cuando señala la inexorabilidad de la crisis. Pero sería prudente atender el anuncio cuando la hace la titular del FMI…
Georgieva no dijo que el motor de la crisis es el agravamiento de la baja tendencial de la tasa de ganancia, ley fundamental de la economía política, descubierta por Marx y tomada como corpus teórico por los economistas burgueses para combatirla y neutralizarla, con Keynes como mascarón de proa desde la Primera Guerra Mundial. Faltó también subrayar que, en la comparación, la situación actual es más grave, mucho más grave.
Es probable que esas tendencias eclosionen en el curso de este año. De allí la compulsión del Departamento de Estado por acabar con los procesos de transición vigentes en Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, donde ya se anotaron una victoria con el derrocamiento de Evo Morales.
Dicho de otro modo: el centro mundial capitalista y sus satélites pueden combatir y aun vencer las fuerzas de la revolución en un país, pero no pueden doblegar la lógica de su crisis intrínseca. Ésta asegura sublevaciones de masas explotadas y oprimidas en todo el mundo y particularmente desde Alaska a la Patagonia. No hay programa de saneamiento capitalista que pueda dar respuesta los habitantes del continente, a comenzar por el propio Estados Unidos.
Esto debería ser suficiente para asumir la urgencia de un bloque antimperialista continental. Como queda probado, tal fuerza no podrá erguirse a partir de gobiernos burgueses alegadamente progresistas o de base obrera y estrategia reformista. Sólo un faro socialista, un programa de acción para la transición y una férrea conducción política podrán afirmar la base para que, en las convulsiones de una crisis desatada, los explotados y oprimidos tengan un rumbo propio. Sin ellos encaminados hacia su destino, la humanidad toda está en riesgo por la dinámica irracional del sistema capitalista.
24 de enero de 2020
@BilbaoL