Entre el pasado 24 de marzo y el 2 de abril reapareció, bajo una nueva forma, la crisis profunda que azota a Argentina en las dos últimas décadas. El saldo inmediato, inestable y potencialmente reversible, devolvió la iniciativa política a las fracciones del capital desplazadas por el golpe de mano de diciembre de 2001. Desde entonces en la confrontación interburguesa hubo una tregua política, dictada por la amenaza de una situación económica explosiva y un movimiento social con derivaciones incontrolables para las clases dominantes si no se adoptaban medidas drásticas. Éstas vinieron mediante la alianza política del ex presidente Raúl Alfonsín y su fracción partidaria con el ala peronista encabezada por Eduardo Duhalde, con el respaldo de franjas del capital dependientes del mercado interno y la Unión Europea, todo bendecido por el Vaticano, que ubicó cuadros de la ultraderecha opusdeísta en puestos clave de los tres poderes(1). El grupo Clarín fue el poderoso portavoz y hasta cierto punto articulador de la operación estratégica, a la que se logró darle consenso popular.
Es esta alianza circunstancial la que se desgajó durante los idus de marzo y abrió un paréntesis que el presidente Néstor Kirchner -interrumpido además por una enfermedad quue calzó como un guante en la coyuntura política- no había resuelto hasta mediados de abril, fecha de cierre de esta nota.
En su significación profunda, la contraofensiva equivale a la explosión política del 19 y 20 de diciembre de 2001; el mismo fenómeno aunque a la inversa: un golpe de mano motorizado por las franjas del capital que en aquella oportunidad perdieron el control del Poder Ejecutivo y que ahora no intentaron recuperarlo cambiando nombres sino relaciones de fuerza. Terminó de esta manera el período de tregua. La operación de recooptación institucional ha concluido y el presidente Kirchner tiene ahora tres caminos ante sí: se somete repitiendo los pasos de Alfonsín, Menem y De la Rúa; es depuesto con la excusa y los medios que fueren; apela a la movilización de masas y a un bloque antimperialista continental. Cualquier forma híbrida entre estas tres variantes derivaría en una progresiva cesión de poder al imperialismo y sus socios y el posterior derrocamiento del gobierno (de hecho, este zarpazo teleguiado por el Departamento de Estado resulta de las ofrendas que en el plano económico hizo el gobierno ante el altar del Fondo Monetario Internacional). El desenlace no ocurrirá en tres meses, pero tampoco demorará tres años.
No cabría, por tanto, disimular la gravedad de la situación, pese a que ésta no aparece como expresión de las causas que la determinan. Todo precipitó en el breve lapso entre el 28° aniversario del último golpe de Estado militar y el 22° del desembarco en Malvinas. El 24 de marzo Kirchner produjo un hecho político de proporciones cuando presidió la ceremonia de transformación de la Escuela de Mecánica de la Armada en Museo de la Memoria contra la represión. Los discursos de dos jóvenes nacidos en ese campo de concentración y cuyos padres están desaparecidos, permitieron medir la distancia entre la reacción antidictatorial en los años 80 y la respuesta a la situación creada tras dos décadas de democracia burguesa(2).
En ese punto, la contraofensiva plasmó mediante una campaña de verdadero terrorismo mediático: la inminencia de una “emergencia energética”. Se auguró una catástrofe que cortaría el gas domiciliario, dejaría sin electricidad al país, paralizaría industria y transporte y, en consecuencia, abortaría lo que hasta pocos días antes era presentado como maravillosa recuperación económica de Argentina. La demanda de aumento de tarifas de combustibles y electricidad y el presumible temor a medidas tendientes a cambiar los criterios de liquidación de divisas para las petroleras, así como la intención (indefinida pero no por ello menos onerosa para los dueños de YPF) de crear una empresa petrolera estatal, transformaron la demanda económica en embestida política. Ésta ocurriría montada sobre un hecho de otra naturaleza que sacudió al país: el asesinato de un joven secuestrado, hijo de un empresario y alumno de una escuela de la Armada. En torno del padre de la víctima se formó una coalición amplificada por la prensa comercial. La “emergencia energética” pasó a segundo plano, se ocultó descaradamente el hecho de que el presidente de la empresa estatal petrolera venezolana, PDVSA, había firmado un acuerdo para la provisión inmediata de 700 mil toneladas de fuel oil y gas oil destinadas a reemplazar al gas en la producción de electricidad, y se centró la agitación mediática en la inseguridad. Acaso por primera vez los medios de difusión se lanzaron a ocupar el lugar dejado por partidos e instituciones del capital y convocaron con tonos histéricos a una marcha organizada por el padre del estudiante asesinado.
Un dato por demás elocuente, cargado de sugerencias: en los días siguientes se revelaría que altos jefes de las policías bonaerense y federal, responsables máximos de inteligencia y prevención antisecuestros, estaban directamente involucrados en la operación. Pero no hubo la menor conexión entre este dato y el hecho y el momento en que ocurrió y no cedió la presión de la propaganda enajenada exigiendo mayor represión contra la delincuencia común.
En ese clima el 1° de abril una movilización de más de 100 mil personas colmó la Plaza de los dos Congresos. El crimen catalizó un sentimiento genuino presente en la totalidad de la sociedad aunque en esta oportunidad se expresó especialmente en y a través de las clases medias. La concurrencia no encuadrada en aparatos y la masividad del reclamo, potenciado luego al infinito por los medios de prensa (que minuto a minuto aumentaban el número de concurrentes, hasta llegar a hablar de 300 mil), tomó envergadura política y, mediante el reclamo de mayor seguridad dejó la iniciativa en manos de la fracción del capital opuesta al gobierno de Kirchner. Argentina asistió al primer ensayo general de golpe de Estado conducido por los medios de difusión masiva. Y el dato político mayor fue que el grupo Clarín encabezó la campaña.
La crisis mundial angosta el margen de maniobra
La celeridad y el rumbo de estos acontecimientos parecen absurdos si se parte del inesperado éxito del gobierno Kirchner para reestabilizar la situación política y el extraordinario margen de maniobra con que cuenta hoy el presidente en el plano interno. Pero el aparente absurdo cobra consistencia lógica cuando se parte de la crisis mundial y específicamente de un imperialismo estadounidense jaqueado, buscando una y otra vez en el último año, sin éxito, a escala hemisférica y fronteras adentro de nuestro país, la recuperación de la hegemonía y la iniciativa políticas(3). Recuérdese ante todo que en enero próximo debe ponerse en marcha el ALCA. Y que, si no se produjera un cambio dramático, esto no sucederá.
Mientras presentaba el superávit del 3% sobre el presupuesto pactado con el FMI en septiembre pasado como un gesto de firmeza y de victoria, el pago de 3.100 millones de dólares de intereses el 9 de marzo como otro signo de fortaleza, para después esgrimir la Declaración de Copacabana como un frente Argentina-Brasil con pulso firme frente al FMI (hechos no sólo contrarios a la verdad sino enormemente gravosos para la economía nacional y el nivel de vida de las mayorías), el gobierno del presidente Kirchner resistía el alineamiento automático con Washington en materia diplomática y la adopción de medidas perentoriamente exigidas por el FMI, los monopolios transnacionales y el gran capital financiero internacional, además de actos simbólicos como la transformación de la ESMA en Museo o el retiro de retratos de los ex generales Jorge Videla y Reinaldo Bignone del Colegio Militar.
La economía es en última instancia el factor determinante de toda política. Pero como en tantos otros aspectos, el tramo entre la coyuntura y la última instancia puede ser una verdadera trampa para un análisis inmediatista y estrecho. El economicismo es una tara habitual en análisis supuestamente marxistas, sea para imaginar una situación revolucionaria o para interpretar el curso de un gobierno y comprender su dinámica. No puede haber el menor atenuante en la calificación de la concesión que los gobiernos de Argentina y Brasil hacen al capital financiero internacional, al imperialismo, cuando continúan pagando intereses, reconocen deudas fraudulentas ya pagadas y para colmo argumentan a favor de un superávit fiscal de tal o cual cuantía, que no sólo es una falsedad en sí misma sino que presupone cederle autoridad al FMI para intervenir en la determinación de políticas económicas nacionales.
Sin menguar un milímetro el carácter y sobre todo la dinámica que tales conceptos y decisiones imprimen a los gobiernos de Lula y Kirchner, sería de una ceguera imperdonable desestimar las líneas de resistencia objetiva ante la voluntad política de Estados Unidos, por parte de uno y otro gobierno, aunque los casos distan de ser idénticos. No votar contra Cuba en la comisión de derechos humanos de la ONU, no admitir explícitamente la necesidad de “llevar la democracia a Cuba” (como proclamó Bush en Monterrey), asistir a la cumbre de los 15 y por el contrario suscribir la Declaración de Caracas, no firmar ya mismo compromisos para vender los Bancos Nación y Provincia de Buenos Aires, no aumentar las tarifas en los porcentajes apuntados por las privatizadas, anunciar que tampoco este año se harán maniobras militares en territorio argentino con tropas estadounidenses… es más de lo que en términos políticos y económicos puede soportar el imperialismo. Es por eso que éste se lanza a la carga.
Es comprensible entonces que algunos de los principales exponentes del “capitalismo nacional” que el gobierno quiere revivir o inventar para luego tener dónde apoyarse (lo cual es por sí mismo toda una definición teórica y política), ya cambiaron otra vez de bando y se realinearon con Washington. Después de haber contribuido acaso de modo decisivo para crear un clima social de expectativa esperanzada en el gobierno y específicamente en el presidente, el grupo Clarín giró en redondo. Ni siquiera liberó a Página/12 como tubo de oxígeno para el gobierno. Y falta ver en detalle qué pasa con los capitales industriales propiamente dicho que ya licuaron sus deudas, recuperaron mercados y mejoraron sus términos de competitividad merced a la devaluación del 300% y el congelamiento de salarios.
De pronto, el subsecretario para asuntos hemisféricos de la Casa Blanca Otto Reich desembarcó en Buenos Aires, se reunió con el vicepresidente Daniel Scioli y simultáneamente el conjunto de la prensa comercial descubría que en las próximas semanas habría escasez dramática de gas y electricidad; la Sra. Anne Krueger advertía que sin energía el crecimiento previsto caería en por lo menos 2,5%; en el congreso del Partido Justicialista el peronismo insultaba a la esposa del presidente; y el mismo aparato policial que contribuyó de manera decisiva a los saqueos de diciembre de 2001, la bonaerense, apareció en el centro de una operación monstruosa que serviría, catapultada por los medios de prensa masivos en cadena, como instrumento utilizado para enervar a la sociedad y producir un hecho político mayúsculo: la movilización del 1° de abril.
Al día siguiente, Clarín tituló: “La gente dijo Basta”; dos días después la revista Noticias puso en tapa, trucando una foto de Kirchner: “Fin de la luna de miel”. En un suplemento especial La Nación remató el domingo: “El fin del comienzo”. Y todo el aparato abrumador de una prensa corrupta (radios, televisoras, diarios y revistas degradados a límites indecibles), se abalanzó sobre el cadáver de un adolescente para tener un instrumento de movilización cuya naturaleza y objetivos no pueden ser minimizados: la manipulación de un genuino y muy hondo sentimiento popular para articular un movimiento fascista.
No hay casualidades ni improvisación. El Departamento de Estado y la embajada estadounidense están detrás de esto. Aliados en este punto sin fisuras con la Unión Europea (como hicieron Estados Unidos y Francia para derrocar en febrero al presidente de Haití). Es el imperialismo actuando coyunturalmente al unísono sobre un punto, recuperando el apoyo directo y descarado de grupos de capital supuestamente nacional y de periodistas, políticos e intelectuales a su servicio. Es la totalidad de la gran prensa comercial. Todos reagrupándose nuevamente y otra vez con el único ejército disponible, la bonaerense, como palanca. El polo magnético nuevamente activado tiene tal poder de atracción que es de esperar que otros grandes núcleos empresarios cambien de frente. La Unión Industrial Argentina está una vez más a punto de fracturarse. Pero la ruptura no termina de consumarse: los representantes de Techint y Arcor (exponentes máximos del supuesto capitalismo nacional), están por estas horas ante la opción de presentar una lista que sería perdidosa en las elecciones internas de la UIA, o llamar a la creación de una nueva central empresaria. Y habrá que ver qué sucede con las dirigencias políticas, aunque ésta es una cuestión sólo de tiempo, no de definición final. El tiempo, en todo caso, es un factor decisivo para decidir el desenlace del enfrentamiento ya planteado.
Distorsión de la realidad
Es tal el grado de incapacidad de representación política real de la sociedad (se trate de partidos de cualquier signo o aparatos sindicales de cualquier color) que la realidad subyacente aparece distorsionada al punto de hacerse incomprensible ya no para la población, sino para la propia dirigencia política -sin excluir a las izquierdas- arrastrada como una hoja en el viento de otoño y obligada a debatir el tema de la inseguridad, de pronto impuesto como primer y principal problema del país: ¿habrá que dictar o no leyes más duras? ¿será necesario o no incrementar el número de policías en la calle y la contundencia de su accionar? ¿deben o no participar las fuerzas armadas en la represión a la delincuencia común? Deslegitimado por una sucesión excesiva de errores mayúsculos, el arco de izquierda en su expresión más amplia no podía tener -y no tuvo- respuesta ante la coyuntura.
Así, el ala del capital desplazado en 2001, recapturó el respaldo de instrumentos políticos clave que se habían desplazado en aquel entonces hacia el bando contrario, y recuperó la iniciativa política.
Mientras tanto, Kirchner viajó al extremo Sur del país para conmemorar el aniversario del desembarco en Malvinas, oportunidad en que pronunció un discurso con aristas conflictivas para la continuidad de la política sostenida hasta el momento por su gobierno:
“quería estar como presidente de la Nación aquí el 2 de abril para definir y asumir con claridad la adhesión a la conducta, a la defensa de la Soberanía Nacional, a la dignidad, a la calidad de héroes y mártires nacionales que deben ser honrados sin excusas en todo el ámbito de nuestra Patria (…) Cuando tengamos en cada momento que resolver nuestros problemas y nuestros compromisos externos, tienen que estar en claro los valores nacionales, los valores de argentinidad, los valores de los que viven en esta tierra, de los excluidos, de los que quieren volver a soñar con un país distinto (…) No nos engañemos más argentinos, las cosas que nos pasan también tienen intereses concretos, tienen que ver con la Argentina de la injusticia que quiere seguir persistiendo a costa de cualquier metodología o acción, y cuando hay argentinos que nos animamos a levantar la voz y a marcar otro rumbo esos intereses se vuelven a mover (…) Por eso es muy importante que estemos en claro. Cuando discutimos la crisis energética, somos casi el único país del mundo que no maneja su ecuación energética por aquella teoría iluminada de que el Estado iba a funcionar mejor regalando la producción y el trabajo Nacional (…) Hoy estamos sufriendo no poder manejar aquellos elementos y tenemos que dar una lucha desigual. Esos valores son los que significan también este 2 de abril (…) Por eso a todos los argentinos desde aquí, con el significado que tiene el 2 de abril, quiero decirles que no vamos a hacer otro país si no asumimos la realidad clara y concreta”.
Luego de este discurso el presidente enfermó y quedó recluido en Río Gallegos durante una semana, mientras la histeria por la inseguridad era alimentada por la prensa comercial en cadena permanente y el Congreso se reunía de apuro para votar una nueva legislación penal. El partido oficialista -respaldado por la UCR- asumió la causa, impidió el derecho de palabra a los diputados de oposición y sancionó lo demandado a gritos y bajo amenaza por una nueva coalición, que en torno del padre de un joven asesinado, recuperaba la capacidad de presentarse ante la sociedad.
Con la misma franqueza de siempre en momentos clave, el diario La Nación tomó la delantera en el diseño y preparación de un golpe de Estado que, en las condiciones dadas, no toma la forma tradicional de asonada militar, pero no por ello se contrapone menos al régimen institucional. Sus dos columnistas dominicales (por causas presumibles en constante sintonía con el Departamento de Estado), acusaron al gobierno de ser un reducto Montonero, enajenarse la simpatía de Chile y no tener respuesta para la inseguridad.
Esto no toma a nadie de sorpresa. Tal como se denunciara en estas páginas La Nación puso límite al gobierno de Kirchner, mediante un editorial publicado en primera plana, el mismo día del desistimiento de Carlos Menem a disputar la segunda vuelta. Allí, con significativo descaro, se le decía al presidente electo que aceptaba el plan de cinco puntos resumido en esa nota, o era un gobierno para dos años. Una porción significativa de oficialismo y oposición prefiere olvidar esa advertencia.
Quienes en los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 vieron la revolución en el umbral y las masas a la ofensiva estratégica y luego, a la luz de los acontecimientos, no revisaron las causas de tamaños dislates, han tomado uno de los dos caminos obligados por la lógica del absurdo: sumarse al gobierno o descubrir que el enemigo a batir en primer lugar es Kirchner puesto que, con su política de dureza discursiva y gestos progresistas es el único freno a la revolución. Estos han descubierto que Kirchner es la nueva derecha. Aquéllos, que Kirchner es la nueva izquierda.
Por nuestra parte definimos la coyuntura actual en línea de continuidad con caracterizaciones e interpretaciones realizadas en aquellos momentos, expuestas en la militancia y en los materiales citados. Nuestro punto de partida son las clases y no los individuos. Y el ámbito de análisis no parte de los avatares locales, sino de la realidad internacional y regional, expresada de modo siempre singular fronteras adentro (hay algo de patético en el viraje violento de ciertos cuadros y organizaciones que hasta hace poco más de un año no habían descubierto la Revolución Bolivariana -y en algunos casos hasta la vituperaban- y hoy trasladan la fórmula como si no hubiese particularidades decisivas entre Caracas y Buenos Aires. Conviene entonces recordar otra fórmula, la de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: “inventamos o erramos”, que no podría entenderse como desprecio por la ciencia universal acumulada, pero conmina de modo inapelable al análisis concreto de la realidad concreta).
Pero la confusión respecto de la coyuntura puede resultar más que gravosa si no se aclara a tiempo. Desde el punto de vista del capital, el próximo capítulo de esta historia no contempla el régimen democrático. Si el imperialismo consiguiera la adhesión del gobierno a sus demandas principales e impostergables, la confrontación con las masas podría tomar un curso gradual, que restrinja pero no quiebre los mecanismos de la democracia burguesa. Todo ocurriría tras la fachada del combate a la delincuencia y la seguridad ciudadana, ya montada. En caso contrario, se sucederán situaciones de ingobernabilidad que darán lugar a escenarios hoy impredecibles en sus rasgos precisos, pero inequívocos en su contenido: el reemplazo del consenso por la violencia directa como instrumento de control social y gobierno efectivo.
No se trata de prever qué hará en la coyuntura el gobierno presidido por Kirchner. Se trata de saber, con la certeza de la órbita lunar, que en un enfrentamiento entre el gran capital imperialista y sus socios de un lado, contra el capital local subordinado en Argentina (raquítico como pocos) y las capas medias del campo y la ciudad por el otro, no hay dos alternativas: sólo puede vencer el imperialismo.
Tampoco se trata de explicarle a Kirchner que para salvarse debe hacer la revolución socialista. O de proponer otro nombre para resolver así la encrucijada. Las explicaciones ofrecidas por teóricos de renombre que desde diferentes metrópolis -y también desde Buenos Aires- enseñan que en la última fase del imperialismo no hay solución sin abolición del capital son bienvenidas. Pero incluso si viene con etiqueta de Made in USA o en UE, es un acto de imperdonable irresponsabilidad dar por hecha la tarea ciclópea que la clase obrera y los revolucionarios tienen por delante como requisito para que la victoria sobre el capitalismo no sea simplemente una frase con la cual completar un artículo.
El primera paso es reconocer el cuadro de situación real. Hoy el conflicto social y político está enteramente en el campo del capital. Se ha llegado a este punto, luego de muchos recovecos dramáticos de la historia, por numerosas razones, que no excluyen la torpeza e incapacidad de autores y cuadros que se presentan como fuente de luz y energía para la revolución y en los hechos actúan como algo demasiado semejante a lo inverso. El gobierno es una de esas partes del capital en conflicto consigo mismo e incluso en su propio seno hay como mínimo cuatro fracciones de las clases dominantes y sus tentáculos. (Esta caracterización prescinde de la intencionalidad de no pocos de sus componentes y adherentes notorios). Si acaso se depurase de sus peores elementos (mafia, opus dei, gran capital dependiente en última instancia de uno u otro imperialismo), quedaría un gobierno del supuesto “capital nacional”, más o menos grande, mediano y pequeño, que en conjunto es exactamente nada frente al imperialismo.
Dicho de otro modo: con buenas o malas intenciones este gobierno no se sostendrá si no define el programa de acción capaz de congregar a las grandes mayorías contra el enemigo que ya apunta a su cabeza. Pero la tarea de los revolucionarios no consiste en decirle a los trabajadores con o sin empleo que deben apoyar -mucho menos integrarse- a este gobierno, sino que en primer lugar deben asumir los alcances de la crisis, debatir, resolver y adoptar su propio programa de acción. Es esto lo que definirá la relación con el gobierno de Néstor Kirchner. Si sus discursos son sinceros, en una política independiente de definida naturaleza antimperialista encontrará la única fuerza capaz de que no sean meras palabras. Si no lo son, la farsa quedaría expuesta de inmediato. Una organización -o un cuadro, o grupo de cuadros- revolucionaria no se comportaría con seriedad si adoptara una posición por confiar o no confiar en un individuo o grupo de individuos en la cúspide del poder, por mucho que haya argumentos y pruebas a favor o en contra. Es prueba de gran irresponsabilidad obrar según impulsos o corazonadas, para no hablar de quienes tienen como único argumento la mantención de sus aparatos.
El gran problema a resolver no consiste en juzgar las intenciones de quienes en el gobierno se proclaman defensores del pueblo y la nación, sino en que la clase obrera en Argentina no existe como clase para sí, es decir, consciente de su condición y de la naturaleza de sus enemigos. Los movimientos sociales estructurados (sindicatos, ciertas ONGs), con apenas alguna excepción están voluntaria o forzadamente integradas al aparato del Estado y económicamente dependientes de él. La mayoría de las organizaciones de desocupados o bien han sido directamente cooptadas por diferentes fracciones del gobierno -que tienen en sus manos los subsidios de los cuales éstas dependen en última instancia- o bien han tomado un camino de izquierdismo cuya insanable esterilidad está precisa y contundentemente explicada en el clásico de Lenin, “Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”.
De modo que, o bien se entiende la naturaleza contradictoria, transicional sin signo definido, de la coyuntura argentina actual, o bien se cae en los dos vicios señalados: el panegirismo pro-Kirchner o la incomprensión del doble papel que juega en esta fase su gobierno, dentro siempre del campo del sistema capitalista.
Cualquiera de estas desviaciones contribuye con la embestida de Washington y sus socios locales: enajenar una estrategia independiente para los trabajadores y el conjunto del pueblo redunda en el debilitamiento del gobierno al impedir que tome cuerpo una fuerza consistentemente comprometida con los derechos civiles y las garantías democráticas y con la defensa de los intereses de la nación frente a la voracidad imperialista. Por otro lado, peor aun que en experiencias anteriores el seguidismo a Kirchner atraerá al seno de las organizaciones que lo practiquen las fuerzas centrífugas que operan sobre el gobierno y alentará la autodisolución, la multiplicación de la confusión y las trabas para la organización de las masas. La enfermedad infantil del comunismo, por su lado, ofrece coartadas al enemigo mientras confunde y desarma a las masas (aunque acaso pudiera tener un costado positivo: mostrar como sectas minúsculas y estériles a grupos que circunstancialmente han podido aparentar otra envergadura).
Prueba de la desviación oportunista es el silencio -y en ciertos casos la defensa explícita- de cuadros y organizaciones autoproclamadas revolucionarias frente a temas tales como el Presupuesto, el pago de intereses al FMI, la continuidad de negociados siderales desde dentro mismo del gobierno, la vía libre para que privatizadas y grupos financieros continúen drenando las riquezas del país y enviándolas al Norte. Prueba del infantilismo izquierdista es el acto propio -«de izquierda»- el 24 de marzo (a su vez dividido), enfrentado al oficial en la ESMA, donde hijos de desaparecidos presentaron un programa de acción que brilló por su ausencia en la Plaza de Mayo horas después.
Fundamentos para el optimismo
Señalar los puntos débiles de la militancia revolucionaria frente a la coyuntura no presupone un balance negativo. La batalla no será fácil, pero hay bases reales para el optimismo. La ya aludida y reiterada crisis mundial del capitalismo concretada en pérdida de la iniciativa política por parte de Estados Unidos en América Latina; la estructuración todavía en ciernes, pero no por ello menos gravitante sobre la realidad de cada uno de nuestros países, de un bloque antimperialista donde las fuerzas revolucionarias concientes y consolidadas son menos que minoría, lo cual no obsta para que éste sea una dificultad potencialmente insuperable para Estados Unidos y otras metrópolis; el hecho clave de que el capital no tiene partidos con arraigo de masas capaces de aplicar no ya el programa que el imperialismo requiere hoy para sobrevivir, sino cualquier otro que pretenda mantener el statu quo, son la brecha por la cual una estrategia revolucionaria puede afirmarse, crecer y presentarse como alternativa real.
La movilización del 1° de abril reclamando seguridad mostró las bases objetivas y subjetivas para una salida fascista a la crisis, pero evidenció igualmente la muerte de los aparatos políticos de la burguesía (debieron apelar al padre de una víctima para montar su campaña) y la necesidad del imperialismo de tomar muy en cuenta los sentimientos democráticos de buena parte, acaso la mayoría, de las personas que acudieron al llamado de la “Cruzada Axel” y ahora contribuirán en todo el país con su firma a un proyecto que todavía no tiene ni puede tener conducción definida.
Se trata de comprender la necesidad de luchar por esa conducción. Es decir, de tener una política de masas. Es el fin inocultable de ese absurdo teórico y político denominado “frentismo de izquierda”, en muchos casos transformado ahora en “entrismo”. Asimismo es preciso tomar como punto de partida que, más allá de las vueltas que den, los aparatos del PJ y la UCR serán las columnas para que el caso Blumberg sea la catapulta de la reacción timoneada desde Washington.
La partición de aguas y la definición de cada uno (gobierno y organizaciones y corrientes que se proclaman revolucionarias) estarán dadas por el posicionamiento concreto ante esa avanzada reaccionaria. Sólo una miopía contumaz o deliberada impediría en esta coyuntura ensanchar el radio de acción de una perspectiva revolucionaria, que para lograrlo debe responder a la ofensiva estadounidense en Argentina, enarbolar un programa antimperialista y marchar con quienes lo asuman, a la vez que multiplica su labor educativa de las masas, organiza su fuerza en todos los planos, arma a sus cuadros y proyecta sus propios dirigentes.
NOTAS
1.- Esta caracterización está fundada y desarrollada en las tres ediciones anteriores de Crítica de Nuestro Tiempo.
2.- Ver “Esma y deuda externa”; América XXI, Buenos Aires, abril de 2004.
3.- Ver “El Sur busca respuestas propias frente a la crisis mundial”, América XXI, Buenos Aires, abril de 2004; y en esta misma edición, a continuación de esta nota, “Cumbre de las Américas en Monterrey: América Latina y el Caribe resisten a Estados Unidos”.