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Argentina: ¿disolución o recomposición?

porLBenLMD

 

Coincidente con la gravísima aceleración de la crisis económica y la amenaza de un colapso político, el arresto de Carlos Menem aparece como el símbolo del ocaso de dirigentes e instituciones, sin que a la vista aparezcan los recambios capaces de conquistar la voluntad ciudadana y afirmar un proyecto de país.

 

Toda una época de la política argentina quedó atrás en la mañana del 7 de junio, cuando con paso vacilante y gesto de presa acorralada el ex presidente Carlos Menem salió del despacho del juez que acababa de dictarle prisión. Cuarenta días después, el anuncio de un nuevo ajuste, la pulverización de la Alianza, el debilitamiento extremo del gobierno y el estado anímico de la ciudadanía reafirman en otro plano que el país ha cerrado un ciclo histórico. Pero ¿qué hay por delante? No se perciben signos inequívocos de lo que comienza. Sólo confusión, desmembramiento y parálisis de la totalidad de los partidos, como si la honda depresión económica invadiera el espíritu de gobernantes y opositores.

El país celebró la detención de Menem. Hubo un instante de alegría en las calles de Buenos Aires, desde hace tiempo capital de la hosquedad y la tristeza. Sonaron bocinas de automovilistas sonrientes y sin diferencia social se multiplicaron las expresiones de enfático respaldo a la posibilidad de que «vayan todos a la cárcel». Apenas unas 400 personas con ostensible ausencia de fervor daban vivas a Menem frente al tribunal, apremiados a gritar y golpear tambores por un puñado de individuos para cuya función la lengua de los argentinos encontró una palabra exacta en su neutra descripción: «punteros»(1).

Pero la noticia no abrió paso al optimismo; tuvo el efecto de un relámpago: mostró por un instante que hay signos de vida bajo el manto de oscuridad. Tras el destello volvió a imponerse una realidad perceptible en el rostro del ciudadano anónimo, aunque no faltan datos más rotundos: reaparición del accionar de grupos parapoliciales como el que recientemente secuestró y torturó a una hija de Hebe de Bonafini, presidenta de las Madres de Plaza de Mayo; insólita embestida de la iglesia católica, que pretende retroceder más de un siglo para reimplantar la enseñanza religiosa en las escuelas; despidos masivos en todas las áreas; rebaja de salarios a quienes con temor aceptan cada día mayores exigencias para conservar el empleo…

Con todo, hay algo nuevo, revulsivo y trascendental en el hecho de que el hombre que ganó dos elecciones presidenciales y durante diez años encarnó un poder inatacable -puesto que provenía del voto popular y del maciso respaldo de los más poderosos grupos económicos locales y extranjeros- haya quedado solo, acusado de ser el presunto jefe de una asociación ilícita que durante su mandato contrabandeó armas a Croacia y Ecuador por 100 millones de dólares, en flagrante violación del embargo decretado por las Naciones Unidas a la ex Yugoslavia y del protocolo de Río, del cual Argentina era uno de los garantes, en el caso del conflicto entre Perú y Ecuador. «Algo así como un Al Capone con banda presidencial y bastón de mando» disparó sin piedad ni memoria el más antiguo diario del país(2). Las figuras más relevantes del Partido Justicialista, formalmente presidido por Menem, le dieron ostensiblemente la espalda, al igual que las cúpulas sindicales. Y Peter Romero, secretario para América Latina del Departamento de Estado estadounidense, no fue menos elocuente cuando dos días antes de que se dictara la prisión dijo públicamente: «no creo que (la detención de Menem) afecte a la democracia argentina»(3).

De hecho no hubo el menor signo de inestabilidad, aunque los acontecimientos en curso, sea cual sea su desenlace en el terreno judicial, equivalen a un terremoto político: en el camino a prisión Menem fue precedido por el ex jefe del ejército, general Martín Balza, el ex ministro de Defensa Erman González (quien también ocupó las carteras de Economía y de Trabajo) y Emir Yoma, cuñado y testaferro de Menem. Hay otros dos ex ministros, el de Relaciones Exteriores Guido Di Tella y el de Defensa, Oscar Camilión, procesados por la misma causa; y una larga lista de nombres distinguidos aguarda su turno en los expedientes del fiscal. Detrás, una docena de suicidios más que dudosos y oportunos accidentes fatales -entre los cuales la nunca aclarada muerte del propio hijo del ex Presidente al caer el helicóptero que piloteaba- amplían el arco de presunciones a otros rubros delictivos -tráfico de drogas en primer lugar- y la esfera de personas e instituciones involucradas(4). Con el arresto de Menem tambalea la certeza de impunidad y cunde el pánico: «hay motivos para imaginar que muchos hombres que hoy desempeñan funciones de gobierno en el país -ya sea en el orden nacional o en el provincial- sintieron que un escalofrío les recorría la espalda (…) en la intimidad (se formuló) esta audaz hipótesis: lo que se está produciendo en la Argentina es una suerte de golpe de Estado (…) ¿Un golpe de Estado? Sí, una suerte de mani pulite a la criolla»(5).

 

«¿Qui prodest?»

La identificación del mani pulite italiano con un golpe de Estado, en sí mismo reveladora, tiene para el caso argentino al menos un punto de apoyo: no son los partidos -mucho menos la ciudadanía- quienes pusieron en movimiento esta operación punitiva. Nadie supone que se trate de la decisión solitaria del juez Jorge Urso, peronista y designado por el propio Menem, él mismo sospechado de enriquecimiento ilícito y ejercicio ilegal de sus funciones. Domingo Cavallo, uno de los ministros que firmara los decretos de exportación de armas que luego se revelarían falsos, no parece el más interesado en activar esa bomba de explosión retardada. Los principales dirigentes del peronismo, por grande que sea la necesidad de arrojar el lastre electoral que supone Menem, difícilmente colaborarían a colgar esta filosa espada sobre sus propias cabezas. Y quienes han seguido de cerca la gestión de De la Rúa en sus dieciocho meses de gobierno dudan que sea él quien dio el impulso inicial a este torbellino de enorme potencia destructiva.

«Qui prodest», la pregunta clásica en estos casos, no encuentra un sujeto único: circunscripta al círculo del ex presidente la operación podría dejar un enorme saldo ganancioso al gobierno. Pero el riesgo es demasiado alto. Sea como sea, está a la vista una operación tendiente a montarse sobre la ola e intentar capitalizar el extendido y muy profundo rechazo de la sociedad civil a las corruptas dirigencias políticas. Acompañado por al menos una gota de oxígeno para la economía, el mani pulite bajo control permitiría establecer una hegemonía hoy inexistente, que haga posible el ejercicio de gobierno, el control de la gravísima crisis social y la toma de decisiones perentorias en el terreno internacional, específicamente la que resuelva si el país rompe o no su alianza estratégica con Brasil y se encamina, como pretende Estados Unidos, hacia una integración al Area de Libre Comercio de las Américas en detrimento del Mercosur.

Nada de eso será posible sin antes neutralizar la fuerza centrífuga que deshace partidos y equipos de gobierno a velocidad descontrolada. Resolver la fractura de las clases dominantes es el prerrequisito para impedir que la crisis derive en colapso político. Y eso es lo que está en curso por estos días. Sin cuidado por las formas, a la misma hora en que Menem era detenido el presidente Fernando de la Rúa se reunía con quien fuera su rival peronista en las elecciones de 1999, Eduardo Duhalde, para hacerle en secreto una oferta que el ahora principal dirigente del Partido Justicialista aceptó: formar un gobierno de «unidad nacional» para afrontar la triple amenaza de la depresión económica, el debilitamiento extremo del gobierno central y el riesgo de colapso ante la segura derrota del oficialismo en los comicios del 14 de octubre próximo. El artífice de esta operación es el ministro de Economía Domingo Cavallo, el mismo que una década atrás produjo la ilusión de un país estable y próspero bajo la conducción de Menem.

 

Descomposición política

Es dudoso que esta operación de «unión nacional» tenga éxito. Pero sobre todo es incierto el signo que podría llegar a tener. El país viene de una experiencia que ha sumido a las mayorías en el pesimismo y el individualismo extremos. Franz Biberkopf, prototipo del hombre aniquilado por la crisis social en la Alemania prefascista de la novela «Berlin Alexanderplatz», camina por las calles de Buenos Aires. Fue gestado menos por la calamidad económica que por la ausencia reiterada de respuesta política con horizonte. La secuencia y el ritmo son brutales: tras la dictadura militar la voluntad ciudadana dio la espalda al peronismo que había votado en 1973, puso su expectativa en la Unión Cívica Radical (UCR) y en 1983 llevó a la presidencia a Raúl Alfonsín. Hubo una fugaz primavera, pero la herencia era demasiado pesada y nula la capacidad del partido gobernante. La cadena de frustración y desengaño culminaría con una hiperinflación que junto con los ingresos de los asalariados y las clases medias licuó la esperanza de un país que vivió con alegría y compromiso el fin de la dictadura. Sólo en ese estado de decepción era imaginable el triunfo de un elenco encabezado por un personaje de opereta al que ahora se califica como Al Capone con bastón de mando. Luego de otros dos picos hiperinlfacionarios que completaron la obra de devastación económica y moral de las mayorías, vinieron Cavallo y la estabilidad. El despertar llegó cuatro años después bajo la forma de recesión y aceleración a cielo abierto de la corrupción. Ocurrió entonces que una minúscula coalición de izquierda, denominada Frente del Sur y personificada en un cineasta de militancia peronista, Fernando Solanas, fue avistada como la ansiada «alternativa» frente al bipartidismo tradicional. Se aceleraron los tiempos y el Frente del Sur convergió con desprendimientos peronistas y dio nacimiento al Frente Grande. Solanas retornó al cine y su lugar lo ocuparon Carlos Alvarez y Graciela Fernández Meijide. Luego el Frente Grande se fusionó con una fracción del PJ y se transformó en Frente País Solidario (Frepaso), el cual con José Bordón como candidato presidencial rozó la victoria electoral en 1995. Acto seguido Bordón renunció a la coalición y volvió al PJ. Alvarez recuperó el mando y la señora Fernández Meijide -madre de un adolescente desaparecido bajo la dictadura- se elevó al sitial de símbolo de lucha contra contra la corrupción. Apenas dos años más tarde, en un giro insólito para sus adherentes, el Frepaso se unió a la UCR y marchó a las elecciones de 1999 con Fernando de la Rúa, ala derecha de la UCR, y Carlos Alvarez del Frepaso, como candidatos a presidente y vice. Puesta ante la opción del mal menor, la mayoría ciudadana votó contra dos nombres suficientemente conocidos: Duhalde y Cavallo. Mientras tanto, la Alianza había asumido la política económica del gobierno que reemplazaría y, en consecuencia, al día siguiente de asumir adoptó las medidas que ésta requería: aumento de impuestos a las clases medias, rebaja de salarios, aceleración del endeudamiento. En un giro impensado de esta dinámica, a mediados de 2000 Carlos Alvarez propició el ingreso de Cavallo al gobierno y, acto seguido, renunció a la vicepresidencia, para abandonar meses después su militancia en el Frepaso. Fernández Meijide se eclipsó hasta renunciar al ministerio de Bienestar Social acosada por escándalos de corrupción y dislates políticos. Ya en el curso de 2001, a la reiteración de ajustes con inmediato efecto recesivo se sumó la renuncia de dos ministros de economía en 15 días y el colofón: la asunción del cargo por Domingo Cavallo. En esta carrera hacia el abismo el movimiento sindical se fracturó sólo para sumarse a las propuestas políticas descriptas con el obvio saldo actual: la Central General de Trabajadores (CGT) original, fiel soporte de Menem durante su gobierno, se alínea ahora con Cavallo; una fracción de ésta, denominada CGT disidente, hace ostentación opositora en connivencia con Duhalde y el gobernador de la provincia de Buenos Aires Carlos Ruckauf, quien esgrime un discurso xenófobo y tiene como panacea «meter bala» a la delincuencia que crece en espiral en su distrito; y una escuálida estructura limitada a empleados públicos (estatales y docentes), la Central de Trabajadores Argentinos, que integra la Alianza gobernante y hace paro tras paro contra ella al lado de la CGT disidente.

En este punto, la revelación del vaciamiento por parte de sus propietarios españoles de una empresa súbitamente transformada en símbolo nacional, Aerolíneas Argentinas, ha obrado como catalizador y detonante de un cambio en el espíritu colectivo, que ahora acusa a la «globalización» y el «neoliberalismo» por el desastre nacional y esboza un giro hacia expresiones nacionalistas. Ese vuelco es el que transformó a Menem en reo y a su antiguo ministro de Economía en último madero al que se aferra el sistema político.

 

Desestabilización

Madero frágil, por cierto. Tras el canje de deuda y el conjunto de medidas económicas anunciadas por Cavallo, lo que estaba planificado como respiro para el sector externo y reactivación de la economía, se reveló en pocas semanas como un nuevo empantanamiento. Una de las medidas adoptadas por Cavallo parece ser la causa del voto negativo que los centros financieros internacionales y locales emiten diariamente contra los intentos del ministro: el llamado «factor de empalme», una devaluación efectiva del peso disfrazada con el adelanto de la doble convertibilidad contra el texto de la ley que prescribe su punto de partida en el hipotético momento en que el euro se cotice en paridad con el dólar.

Con el «factor empalme» se puso fin a diez años de convertibilidad del peso en paridad 1 por 1 con el dólar. Ya es una proeza que al aflojar el cinturón de acero que durante una década sostuvo artificialmente el precio de la moneda nacional, ésta no se haya disparado fuera de control. Pero hay consenso general en que el 8% de devaluación limitada al sector externo es a la vez insuficiente en porcentaje e imposible de circunscribir a exportaciones e importaciones. Las voces más mesuradas, dentro y fuera del país, consideran que la moneda debiera depreciarse como mínimo un 30%. Otros cálculos multiplican ese porcentaje en tres, cuatro y más veces.

Un sector del establishment y sus economistas ultraortodoxos acentúan hoy su voluntad de dar lugar a una devaluación que permita bajar salarios y precios relativos y congelar el nuevo cuadro resultante mediante una simultánea dolarización. Cavallo reconoce la imposibilidad de mantener la sobrevaluación del peso, pero hasta el momento se ha mostrado contrario a la dolarización (pese a que no hace mucho tiempo, como asesor del ex presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram, la propuso para aquel país) y se muestra empeñado en una recomposición del poder político en torno a su plan de reactivación.

El grado de confrontación entre ambos bandos ha llegado a límites extremos: Cavallo acusó a los economistas del CEMA (centro al que pertenece el ex ministro de Economía Roque Fernández) de «infames traidores a la Patria»; y éstos replicaron calificando al ministro de «oxidado y obsoleto».

En medio de una ola de rumores que llegó al punto de obligar a De la Rúa a desmentir la renuncia de su ministro de Economía, los capitales reiniciaron un nervioso movimiento de retirada y, en pocos días, obligaron a Cavallo a anunciar un ajuste objetivamente confrontado con todas las expresiones públicas del ministro respecto de la necesidad de reactivar la economía.

Al cierre de esta nota, mediodía del 12-7-01, el índice Merval de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires caía un 13%, mientras los centros financieros aumentaron el «riesgo país» hasta hacerlo llegar a 1500 puntos. Es la fuga del peso al dólar y de éste hacia fuera del circuito. El malestar social amenaza con estallidos. Los empleados estatales enfrentan el anuncio de reducción salarial con una huelga por tiempo indeterminado. Los piqueteros se proponen rechazar la disminución de los planes trabajar en 35 mil puestos con cortes generalizados de calles y rutas y el bloqueo a la Capital Federal. La diputada Elisa Carrió sostuvo que «estamos en el final» y pidió serenidad dado que un rechazo violento al ajuste sería «funcional a la reconducción del régimen por métodos fascistas». Los gobernadores de Córdoba y Santa Fe, José De la Sota y Carlos Reuteman se negaron a opinar sobre las nuevas medidas: son el ala del Partido Justicialista que con o sin Cavallo y De la Rúa se proponen usufructuar la crisis. La inestabilidad económica toma como nunca carácter de inestabilidad política.

Menem arrestado simboliza el fin de una época. De la Rúa paralizado encarna el fracaso de la Alianza para configurar los rasgos de la que se inicia. Cavallo acorralado patentiza la imposibilidad de dar continuidad a la política económica aplicada durante la última década sin el recurso de la fuerza en escala tal que excede el marco del régimen constitucional. Raúl Alfonsín y las hilachas de la Alianza que lo siguen emitieron un comunicado que lo ubica contra el plan anunciado y propone «construir de inmediato consensos con otras fuerzas políticas a fin de elaborar un conjunto de propuestas que, basadas en la equidad distributiva, den respuesta a esta crisis financiera, económica y social». La propia formulación en medio del cataclismo evidencia la distancia entre el requerimiento de la realidad y la vitalidad de las antiguas dirigencias. La crisis se precipita. El futuro está abierto y a la espera de una respuesta que demora en hacerse escuchar.

  1. Asalariado de un partido para cumplir funciones de contacto y articulación con la población ante elecciones u otras exigencias del accionar político.
  2. Bartolomé de Vedia, «El espejo Menem», La Nación, Buenos Aires, 10-6-01.
  3. María O´Donnell, «Si Menem va preso la democracia no se verá afectada»; La Nación, Buenos Aires 6-6-01.
  4. Una explosión de una fábrica de armas en la localidad de Río Tercero (Córdoba), el 3 de noviembre de 1995, produjo 7 muertes y 300 heridos, ha sido conectada por el fiscal Carlos Stornelli con la venta ilegal de armas: con este atentado se habría tratado de destruir pruebas.
  5. Bartolomé de Vedia, Ibíd.
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