Es mucho más que una anécdota jocosa, aunque nadie debería privarse de reír y gozar con ella. El ridículo protagonizado una vez más por quienes interpretaron la enfermedad de Fidel Castro como punto de partida para la rebelión del pueblo cubano y el derrumbe de la Revolución, es un indicativo de la incapacidad de teóricos, políticos y panegiristas del imperialismo para comprender el momento histórico que atraviesa el planeta.
La inconmensurable confusión que produjo en todos los terrenos el desenlace de la Revolución Rusa, por cierto dañó malamente a las fuerzas revolucionarias. Pero ahora está revelándose otro aspecto de aquel desgraciado accidente histórico, iniciado en los años ’30 y concluido en 1991: las nuevas relaciones de fuerzas mundiales predominantes con la caída de la URSS, hicieron que la lógica inmanente del mecanismo imperialista promoviera nulidades a los máximos niveles del pensamiento académico, la política, los aparatos culturales y el periodismo.
Todo se degradó a ritmo acelerado. En las universidades la economía se desentendió absolutamente de la política. Ese proceso, que en el siglo XIX llevó a la mayoría de los economistas de la ciencia a la apologética, ahora los arrastró de la apología al absurdo, al punto que por estos días creen realizar una hazaña quienes redescubren las ideas de Keynes. Simultáneamente la teoría política, desprendida de la economía, se transformó en prestidigitación; y el ejercicio del poder fue confiado a equilibristas, cuando no a bufones. La moral, incluso la que corresponde a la ideología del capital, fue en todos los casos puesta en manos de ladrones, estafadores y asesinos.
Un lunar de la historia tapó el sol de los tiempos. Los intelectuales del capital confundieron eclipse con noche y noche con oscuridad eterna. Se instalaron en un universo de ficción y adecuaron todo a aquello que imaginaron real e infinito. Es comprensible entonces que un instante después, cuando el eclipse acabó, estén enceguecidos e incapaces de reaccionar sino con ideas dictadas por la inercia.
Prueba de fuego
Confundir la salud de Fidel Castro con la Revolución cubana fue uno de los desatinos al uso. Hasta pocas semanas atrás no había periodista o analista inteligente que no preguntara o reflexionara sobre el futuro de la isla después de la muerte de Fidel. Pues bien, ahora que las circunstancias dieron lugar a una suerte de ensayo general, los teóricos de la “transición”, los periodistas que ilustraron la noticia de la transmisión de mando con fotos de la comunidad cubana de Miami y los políticos jugados a la perspectiva de debacle y contrarrevolución victoriosa, no consiguen asimilar el significado de lo ocurrido: no hubo insurrecciones anticastristas, no hubo conmoción en las cúpulas, y por el contrario las masas cubanas salieron a la calle a defender la Revolución. Más aún: el Partido Comunista de Cuba se mostró en los hechos como el instrumento apropiado para la defensa y continuidad de la Revolución, lo cual se convierte en una reivindicación difícilmente rebatible de la noción misma de Partido. Un saldo adicional fue la evidencia del respaldo mundial con que cuenta la Revolución Cubana.
Faltaba algo, sin embargo, para que la perplejidad diera lugar a la desesperación. Y ocurrió: Fidel recuperó el equilibrio de sus 80 años y los 118 países que durante su convalecencia se dieron cita en La Habana para la XIV Conferencia Cumbre del Noal, lo eligieron presidente de ese bloque ahora acrecido, renovado y pronto a ocupar el lugar de protagonista mayor en el escenario mundial.
Bloque antimperialista
Entre las muchas conclusiones a que da lugar la Declaración final del Noal (está en esta edición, porque nadie debería dejar de conocerla), la dominante revela el cambio de relaciones de fuerzas entre el imperialismo estadounidense y los países semicoloniales. Desde luego, la extrema heterogeneidad de los 118 componentes del Noal limitan su capacidad de acción efectiva. Pero discursos, debates y resoluciones en la XIV Conferencia confirman que este bloque será en la práctica, a partir de ahora, la concreción de un frente antimperialista de alcance global.
Que Fidel Castro sea el Presidente de este nuevo Noal no es un detalle. Estados Unidos ultima sus planes de invasión a Irán y avanza en las provocaciones destinadas a tomar represalias contra una Suramérica que escapa de sus manos (México es el último e imprevisto desastre de la estrategia del Departamento de Estado). En una instancia en que el mundo entero, a la luz de lo ocurrido en Líbano un mes atrás, comprende la gravedad de lo que puede ocurrir si no se detiene la demencia bélica de la Casa Blanca, por unanimidad el Tercer Mundo puso su voz en la palabra de Fidel. Es decir, en la voz de la Revolución Cubana, pero también de la Revolución Bolivariana, que apenas días después se haría escuchar con una contundencia que asombró al mundo en el recinto de las Naciones Unidas. En el discurso de Hugo Chávez ante la Asamblea General quedaron trazados los parámetros de la nueva situación internacional. A derecha e izquierda, ya no queda lugar para confusiones.