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reseña

Fascismo y comunismo

porLBenLMD

 

De François Furet y Ernst Nolte

Editorial: Fondo de Cultura Económica
Cantidad de páginas: 140
Lugar de publicación: Buenos Aires
Fecha de publicación: Enero de 1999

 

Cabe ponerse en guardia si dos personas cultas se enzarzan en un debate absurdo. Tanto más si apelan a argumentos de ostensible liviandad. Es el caso del intercambio entre el historiador francés François Furet y su colega alemán Ernst Nolte, recogido en forma de libro .

Se trata de nueve cartas cruzadas a lo largo de 1996 y publicadas en 1998 en la revista francesa Commentaire, donde, en apariencia, se debate respecto del tema ¿tiene o no el antijudaísmo nazi un núcleo racional?, Nolte dice que sí (y para ello ha escrito Der faschismus im seiner Epoche, una obra en 3 volúmenes); Furet lo niega, pero está de acuerdo con todo lo sustancial del andamiaje sobre el cual su admirado colega arriba a tal conclusión. Nolte es discípulo de Heidegger y considera perfectamente justificable la adhesión de su maestro al nazismo. Expone así su propia contribución: «el núcleo racional del antijudaísmo nazi consiste en la realidad fáctica del gran papel representado por cierta cantidad de personalidades de origen judío -y manifiestamente en virtud de las tradiciones universalistas y mesiánicas propias del judaísmo histórico- en el seno del movimiento comunista y socialista».

El autor se apresura a aclarar que «por cierto, el nazismo no fue solamente una reacción contra el bolchevismo sino una reacción excesiva, y por regla general, el exceso en aquello que al comienzo es justificado conduce a lo injustificable». Furet responde, encantado, que tal explicación «reduce, sin suprimirlo, el espacio de nuestro desacuerdo». El lector que llegue hasta la última página de este curioso debate, sentirá cierta perplejidad a la hora de definir cuál es ese espacio. Impacta la noción expuesta por Nolte para sostener que no es antisemita: «¿no se cae de maduro que un historiador cuya investigación tiene por objeto el antisemitismo no debe ser antisemita, del mismo modo que no debe ser revolucionario el que se ocupa de las revoluciones americana, inglesa o francesa?».

Si se puede escribir -y publicar, y traducir, y difundir a amplia escala- semejante criterio de verdad, más que malestar en la cultura puede admitirse que, en efecto, algo se cae por madurez en exceso.

Furet no se inmuta. Está ocupado en justificar su pecado de juventud: «A través de la idea comunista, un joven francés de mi generación, que había crecido en la guerra sin haberla hecho, podía nutrir la ilusión de coronar su sentido democrático al tiempo que trabajaba para un renacimiento nacional. Ése fue mi caso».

No se hallará una línea respecto del cuadro socioeconómico sobre el cual prosperó el movimiento nazi. Nada referido a la economía mundial de entonces. Ni acerca del papel de los grandes grupos empresarios alemanes. El centro, claro, son los judíos.

Con todo, hay un núcleo racional en este intercambio epistolar: en su común conservadurismo ultramontano Nolte y Furet registran una convergencia entre el pensamiento académico neonazi y un ala de la intelectualidad europea de vagaroso progresismo humanista. La actitud frente a la guerra contra Yugoslavia atestiguaría luego esa aproximación. En ese sentido, el anacrónico recurso de igualar comunismo y fascismo recupera actualidad y habla a las claras sobre quienes lo esgrimen.

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