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Hacia el Congreso de la Central de Trabajadores Argentinos

porLBenLMD

 

Un millar de delegados y más de un centenar de invitados al IIIer Congreso de la regional Capital de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), se pronunciaron por la necesidad de crear una nueva herramienta política para responder a la grave crisis argentina. El Congreso Nacional deberá tomar una decisión en diciembre próximo.

 

Dos mundos por entero diferentes. La Plaza Constitución de la Capital argentina, sus aledaños colmados de miseria extrema, degradación humana, decadencia agobiante. Pocas cuadras hacia el Sur, ya en el barrio de Barracas, zona legendaria de las luchas sociales desde fines del siglo XIX, una fábrica abandonada (la antigua imprenta de la editorial Losada), transfigurada para alojar a una multitud resuelta: quiere revertir el curso de catástrofe por el que está lanzado el país. El primero revela destrucción y caída. El otro, anuncia exigencias y esperanzas.

Como siempre, aun los mundos más distantes tienen mucho en común. En la desolada Plaza Constitución contrasta el color inefable de los jacarandaes ganados pese a todo por la primavera. Y entre estos hombres y mujeres reunidos para escuchar y debatir propuestas, el espectro de la fábrica inexistente, símbolo de una Argentina devastada, se hace tangible con perfiles paradojales.

Como quiera que sea, algo nuevo puja por ocupar su lugar en «La Fábrica», el inmenso galpón ahora gestionado como cooperativa por el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos, donde casi un millar de delegados acudió el pasado viernes 15 de noviembre al IIIer Congreso de la regional Capital de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Varios centenares de invitados de muy diversa filiación completaban un conjunto movido por el punto dominante que debía tratar este Congreso: la creación de una nueva fuerza política.

La ausencia de cualquier respuesta efectiva frente a la crisis en constante aceleración, la disgregación de los dos grandes partidos que dominaron el escenario político durante el siglo XX, late en el hecho aparentemente paradojal de que una organización definida como central sindical obre como punto de encuentro para congregarse como expresión política. Pero la paradoja no lo es tanto cuando se tiene en cuenta que la propia CTA, en su nacimiento una década atrás, se denominaba Congreso de Trabajadores Argentinos y perfilaba como una fuerza política nueva frente a una crisis que, ya por entonces, invalidaba a la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista(1).

Hay un retorno a aquel origen cuando el material de debate para el Congreso nacional de la CTA, que tendrá lugar en Mar del Plata los días 13 y 14 de diciembre próximo, registra «una crisis capitalista de índole global», y tras describir los efectos de esa crisis en Argentina concluye que «debemos afianzarnos en la propuesta de construir, junto con otros, el Movimiento Político-Social que exprese nuestros intereses de clase y la independencia de nuestra Patria»(2).

Hay una deliberada ambigüedad en la noción «movimiento político-social». Cabe en ella tanto como lleve quien se proponga asumirlo. Pero vale sobre todo por lo que no es. Y no es una continuidad de la política hegemónica en la CTA desde fines de 1994, cuando sus principales dirigentes fueron atrapados por una lógica que, un lustro más tarde, los puso como sostén y socios del gobierno de Fernando De la Rúa. Esa experiencia traumática marca los debates de todas las instancias preparatorias del Congreso nacional. Y produce alineamientos marcadamente diferenciados que plantean dilemas severos, sobre todo ante la enorme presión de las elecciones en medio de la crisis. Es sintomática la declaración de Víctor De Gennaro, secretario general de la CTA, al día siguiente del Congreso de la regional capital: «Para mí, Elisa Carrió, Alicia Castro, sectores de izquierda y el gobernador Néstor Kirschner son compañeros de una construcción de un país»(3). De hecho, en la propia cúpula de la CTA, la hegemonía lograda para formar parte de la Alianza se transformó en la difícil coexistencia de las orientaciones que De Gennaro se esfuerza por presentar como comunidad para la «construcción de un país».

Al margen de opiniones presumiblemente encontradas al respecto, lo cierto es que hoy, en período pre-electoral, aquellas partes se confrontan con creciente radicalidad.

Por eso cobra una significación singular el material votado por el Congreso de la CTA Capital, cuyas definiciones son más terminantes: «la capacidad de organizarse con autonomía e independencia de los factores de poder dominantes remite, necesariamente, a la construcción de un nuevo movimiento político (…) -y no un partido ni un frente- porque ese formato es el único que puede dar cuenta de la amplia diversidad de actores que pueden componerlo. En una coyuntura en la que es preciso superar la fragmentación política, la idea de movimiento remite al reconocimiento y pleno respeto por las identidades particulares legítimamente adquiridas durante la resistencia»(4).

Tras haber pasado de la necesidad de una nueva herramienta política a la fase más ardua de definirla incluso en términos organizativos, el documento precisa que «no se trata de un instrumento circunstancial, mucho menos de un mero dispositivo electoral, ni de un simple acuerdo de unidad en la acción. Hablamos de una herramienta estratégica que, tanto por sus contenidos como por las tareas que debe cumplir, rechaza cualquier atajo superestructuralista y se afirma como movimiento de liberación nacional y social».

El documento -discutido en 18 comisiones- llega incluso a esbozar criterios para dar corporeidad a la propuesta: «Los modos de creación del Movimiento pueden ser varios y hasta simultáneos. Desde ´fijar un mecanismo de encuentro de la militancia y de las representaciones de las distintas organizaciones´, pasando por ´acordar un piso mínimo de coincidencias entre las distintas fuerzas´, para luego ´evaluar la convocatoria a una consulta popular que plebiscite ese marco de coincidencias´ e, incluso, ´promover una asamblea o asambleas del movimiento popular para definir la constitución del nuevo movimiento político´. Pero lo que no puede quedar librado al azar es la decisión de impulsarlo ahora, en esta coyuntura de crisis, porque si no creamos el Movimiento en medio de la crisis no es verosímil ninguna salida propia frente a ella».

 

Punto de encuentro

Antes del Congreso en «La Fábrica» y de la aparición de estos documentos, de hecho fue constatable en todo el país la aparición de innumerables nucleamientos de todo tipo con propuestas análogas, acompañadas por personalidades de diversos ámbitos y las más dispares proveniencias, coincidentes en la necesidad de hallar un parapeto común ante los golpes despiadados de la crisis. La idea de ocupar el lugar abandonado por el PJ y la UCR, sin embargo, ya no transita por los carriles que predominaron durante la larga última década -y que llevaron del Frente Grande a la Alianza- aunque todavía no ha depurado un programa para la acción efectiva.

Un ejemplo: convocado por dirigentes de Luz y Fuerza de Córdoba, el 26 de octubre se reunió en La Falda un Plenario cuya resolución proclama: «no basta con echarlos, hace falta reemplazarlos y para ello Argentina precisa un proyecto popular. ¿Qué es un proyecto popular? Es reorganizar la economía, la utilización de los recursos económicos, naturales y técnicos disponibles, para que en nuestra sociedad cada argentino y todos los argentinos puedan tener asegurados el trabajo, la vivienda, alimentación de calidad, educación y cultura. Para ello es preciso democratizar la riqueza acumulada, con pesadas penas sobre fortunas y herencias formadas en la corrupción, igualar los salarios a la canasta familiar. Romper con la dependencia externa que desvía millones de dólares mensuales a la usura internacional, enfrentar el capital financiero que es hoy uno de los más importantes centros de acumulación de riquezas y explotación. Renacionalizar las empresas estratégicas como la energía, la comunicación y la banca. Enfrentar el monopolio de los medios de comunicación para que sean vehículo de educación popular y no de manipulación para defender intereses de los poderosos. Porque nuestro país precisa recuperar su soberanía sobre la economía, los recursos naturales y la cultura en una segunda y definitiva independencia nacional».

Además de este esbozo programático de netas definiciones (cuyos términos revelan la honda huella dejada en ese sindicato por el legendario dirigente Agustín Tosco), los obreros cordobeses afirman también la necesidad de «formar un movimiento político de base social que resuelva la dispersión» y subrayan que esa nueva herramienta debe «estar dispuesta a disputar el poder» y decidida a «la construcción de un nuevo estado democrático y participativo al servicio de los intereses populares».

En implícita coincidencia con un cuerpo conceptual que se abre paso más allá de las fronteras partidarias e ideológicas conocidas, la resolución de La Falda aclara que «el movimiento que planteamos debe ser amplio, abierto, en constante construcción, de base social, incluyente, democrático y participativo. Un encuentro abierto de convocatoria permanente cuyo lema sea ´convocar a convocar´, que respete la diversidad, las identidades y las autonomías de las organizaciones participantes, de acción política concreta, que diga lo que piensa y haga lo que dice».

Por poco más o menos, las mismas ideas se reiteran en documentos y llamamientos que llegan desde lugares tan diferentes como Chubut, Entre Ríos o Misiones. «Juntas Promotoras por una herramienta política de masas» u otras denominaciones semejantes aparecen en Zárate-Campana, corazón de la producción industrial (con predominancia de militantes provenientes de diversas vertientes de izquierda, del PJ y la UCR), pero también en las zonas más devastadas del Gran Buenos Aires, donde prevalecen jóvenes sin experiencia política y sin embargo enderezados tras la misma noción, ambigua en muchos aspectos, pero nítida y contudente en lo fundamental: además de las resoluciones relativas al ámbito nacional, el IIIer Congreso de la CTA Capital votó a favor de la construcción de «un bloque continental antimperialista».

 

¿Punto de partida?

El Congreso de la CTA Capital mostró y puso en movimiento una voluntad convergente. Aunque es prematuro dar por seguro que la voluntad se transformará en capacidad. En «La Fábrica» se dieron cita cuadros políticos de un arco amplio ideológico y político. Y desde la mesa que condujo la inauguración, miembros de la dirección de la regional expusieron conceptos poco habituales al convocar a respetar las disidencias, discutir fraternalmente, forjar una unidad plural…

No es un dato menor que los diputados del Partido Socialista Oscar González y Alfredo Bravo, sentados al lado de la diputada y dirigente sindical Alicia Castro, fueran cálidamente saludados por el Congreso, que no obstante silbó a representantes de ARI. En el IIº Congreso de la CTA Capital, en 1999, la mayoría de la dirección de la CTA se embanderaba con la Alianza y ésa fue la tónica de las deliberaciones. Ahora el punto de partida fue la edificación de una organización independiente y los miembros de dirección nacional de la CTA que ocupan cargos de diputados e integran el ARI, no estuvieron presentes.

En los talleres el debate sencillamente desechó aquello que fue la definición política de la CTA hasta el año pasado y se centró en votar a favor o en contra de una nueva fuerza política. Es significativo de los nuevos aires que corren en la política argentina el hecho de que la oposición a ese objetivo fuera asumida por un infrecuente bloque de organizaciones que se reivindican revolucionarias, encabezadas por el Partido Comunista.

Con diferente argumentación según el caso, ese bloque insistió en la necesidad de crear una central sindical clasista y condenó la idea de que el Congreso impulsara una herramienta política.

Al momento de la definición, la votación fue clara: 572 votos a favor de la resolución sobre «Estrategia y Táctica» arriba citada; 61 en contra; 6 abstenciones.

La mayoría, por cierto, está a su vez compuesta por corrientes que no necesariamente convergen cuando se pasa a discutir forma y contenidos concretos del «movimiento político-social». Por otra parte, allí se vio, sin embargo, algo más que diferentes concepciones estratégicas y lineamientos tácticos. En las críticas de la minoría, muchas cuestiones claves apuntaban al corazón de errores políticos y metodológicos graves de los últimos años, cuyas consecuencias están a la vista. La mayoría omitió referirse a ellos, confiando en su segura predominancia numérica. La minoría, por su parte, pareció no comprender no ya el cuadro de situación nacional, sino la propia realidad de los participantes del Congreso: enajenó voluntades y clausuró el camino de la reflexión, como si abdicara formalmente de la tarea de concientizar y elevar el nivel político de los trabajadores.

Por su parte, los mismos dirigentes que comenzaron el Congreso reivindicando la democracia, el respeto por las diferencias y el trato fraternal entre quienes confrontan posiciones, primero fijaron un 25% de votos en las comisiones para que posiciones minoritarias pudiesen ser expresadas y votadas en el plenario y luego, en medio de la confusión, llegaron a sostener que el Congreso debía votar una posición para llevar a la instancia nacional y no cabía suponer que se llevara también una opinión por minoría.

Tal vez el estruendo de tambores y redoblantes impidió reflexionar sobre la trascendencia, más allá de las filas de la CTA, del acto que estaba llevándose a cabo: ¿cómo construir un movimiento político de masas sin dar espacio y protagonismo a quien no reúna como mínimo un 25% de las voluntades en movimiento? ¿cómo respetar diferencias si ni siquiera ese porcentaje desmedido tiene derecho a hacerse oir en una instancia nacional? ¿cómo debatir fraternalmente si el lugar de las ideas lo ocupan instrumentos de percusión?

No es asombroso que al tomar impulso para dar el paso decisivo, el cuerpo resienta sus antiguas heridas. Resta saber si la energía -que tiene también fuentes en el pasado- combina con las exigencias de la hora.

  1. Luis Bilbao, «Oportunidad para un gran debate»; Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur; Buenos Aires, septiembre de 2002.
  2. Mesa Nacional de la CTA; Apuntes sobre nuestra estrategia. Documento para el debate Nº1. Hacia el 6º Congreso Nacional de Delegados; Bs.As., 2002.www.cta.org.ar
  3. Luis Laugé, «No basta con pedir que se vayan todos; hay que echarlos»; La Nación, Buenos Aires, 18-11-02.
  4. Documento de la CTA Capital Federal. Las citas del párrafo remiten al documento nacional.
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