Otro MAS: los vencedores de las elecciones del 18 de diciembre en Bolivia tienen objetivos limitados pero claros: las riquezas naturales (petróleo y gas ante todo) serán nacionalizadas; habrá una Asamblea Constituyente que tendrá la función de rediseñar drásticamente la estructura sociopolítica del país; las multinacionales deberán someterse a los intereses del país. Evo Morales dio señales antes de asumir: el viaje a Cuba y Venezuela, rubricado por acuerdos clave para acabar con el analfabetismo, garantizar atención sanitaria a las mayorías marginalizadas y acelerar los pasos para lograr la soberanía energética en todos los planos, son otros tantos signos de determinación estratégica, como lo son los dados en Madrid, París, Johannesburgo y Pekin. En cualquier interpretación, a partir del vertiginoso proceso inciado con la asunción de un indígena al poder en Bolivia, Estados Unidos es el gran perdedor. Y el gran peligro.
“¡¡Causachun coca!! ¡¡Wañuchun yanquis!!”. Era la medianoche del 18 de diciembre. Una inesperada avalancha de votos imponía al candidato presidencial del Movimiento al Socialismo (MAS). Anonadados, desinformados por sus propias encuestas, los partidos del statu quo y la embajada estadounidense perdían reflejos y quedaban limitados a reconocer su derrota. Habían preparado un aceitado mecanismo para arrebatar una vez más el poder en el Congreso: la diferencia entre los dos principales rivales sería ínfima y una coalición de los partidos del sistema se encargaría de designar al Presidente. Obreros, campesinos, desocupados, sectores activos de las clases medias, se aprontaban para evitar el manotazo. Pero los resultados fueron de tal manera abrumadores que la maniobra legal se hizo inviable. Imposible negar lo obvio sin detonar una confrontación social de inimaginables proporciones. En Cochabamba, frente a una asamblea espontánea, Evo Morales concluía un breve discurso de la victoria con aquella consigna en quechua: “¡¡Viva la coca!! Abajo los yanquis!!”. Bolivia ingresaba así, con cuatro palabras, en otra era.
Las cifras
Contra todo pronóstico Evo Morales no sólo obtuvo la mayoría absoluta de los votos: produjo un terremoto político que desmoronó la totalidad del espectro partidario tradicional. El conteo final le dio a Morales un 53,7% contra el 28,6% de su principal contrincante, Jorge Quiroga, del Partido Podemos, una fabricación de emergencia en función de los intereses de la oligarquía local teledirigida desde Washington. Más lejos aún quedaron Unidad Nacional (UN), con el 7,8% y el histórico Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), con el 6,5%. Otros cuatro partidos perdieron la personería legal por no haber alcanzado el 3% de los votos: Movimiento Indigenista Pachakuti (MIP), Nueva Fuerza Republicana (NFR), Frente Patriótico Agropecuario de Bolivia (FREPAB), y Unión Social de los Trabajadores de Bolivia (USTB). Una formación con historia, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), eludió la pérdida de la personería jurídica mediante un recurso original: no se presentó a las elecciones. Felipe Quispe, quien desde posiciones indigenistas situó a Evo Morales como “el enemigo principal”, además de perder la personería del MIP vio frustrada su elección como diputado.
Además de la presidencia, el MAS ganó 12 de los 27 senadores, 72 de los 130 diputados y 3 de las nueve gobernaciones. Pero estos datos no dan todavía una visión ajustada de los resultados: en los Departamentos de La Paz, Oruro y Cochabamba, el MAS obtuvo 66,6%, 63% y 65% de los votos respectivamente. Y en Santa Cruz, supuesto bastión inexpugnable de la derecha el MAS alcanzó el 33%, contra el 42% de Podemos. Esto sin contar dos hechos que califican aún más tales resultados: 872.974 ciudadanos no pudieron votar por haber sido “depurados” de los padrones por la Corte Nacional Electoral; y en muchos distritos los antiguos aparatos electorales apelaron a su más conocido recurso para ganar alcaldías: el fraude.
No fue suficiente. Evo Morales, indígena, cocalero y socialista, es presidente de Bolivia.
Clave del triunfo
Tal como lo repitió la prensa en todo el mundo hubo una avalancha de votos, una victoria arrolladora, que llevó a Evo Morales al gobierno. Pero conviene no confundir el efecto con la causa. Hubo avalancha de votos porque, antes, tuvo lugar un fenómeno de naturaleza diferente: la unidad social y política de los explotados y oprimidos en Bolivia.
Una victoria electoral puede ocurrir por factores en extremo aleatorios. Por ejemplo, cuando Gonzalo Sánchez de Losada, como candidato de un exhausto MNR y pese a su tonada gringa al hablar, ganó la presidencia en 1993, apelando a los viejos pergaminos de su partido, a los que sumó el imán de un vicepresidente indígena. En 2002 recuperó el cargo, pero esta vez había un signo claro de los cambios en curso: incluso admitiendo los resultados dados oficialmente, “el Goni” obtuvo un 22,46% de los votos contra el 21% de Evo Morales. Cuando Sánchez de Losada huyó del Palacio rumbo a Miami el 17 de octubre de 2003, la inconsistencia de aquellos triunfos quedó a la vista: no es lo mismo obtener el favor en los comicios que forjar la unidad social de un pueblo y darle a ésta una expresión política.
Hay Historia remota y presente tras la consagración de Evo Morales como presidente. El MAS suma a su nombre un complemento en el que habitualmente no se repara: “Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos” (IPSP). Ocurre que IPSP fue el nombre originario de la fuerza hoy victoriosa. Había adoptado esa denominación en un momento clave: el pasaje del movimiento reivindicativo-social, con predominancia de campesinos cultivadores de coca, a la acción política. En 1995 la Confederación de Campesinos de Bolivia, en su congreso, decidió crear el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, formado sobre la base de organizaciones sindicales unidas. Antonio Peredo, hoy figura relevante del MAS, lo explica así: «Buscaban lo que llamaban ‘nuestro’ instrumento político. Constituyeron un brazo político, que intentó terciar en las elecciones. Sin embargo el IPSP no pudo cumplir con las obligaciones que imponía el código electoral. Entonces se tuvo que acudir a un partido pequeño que tenía su sigla legalizada ante la Corte Electoral para las elecciones de aquel año. En esas elecciones el instrumento político participó con el nombre de Movimiento al Socialismo. Logró elegir cuatro diputados, uno de ellos, Evo Morales. En este proceso, el MAS fue ‘recogido’ por las seis confederaciones del trópico cochabambino, organizaciones representativas de los productores de coca, quienes decidieron trabajar con mayor profundidad este instrumento”.
He aquí el origen de esta organización, hoy conocida como MAS. Resulta ilustrativo comparar su dinámica con la verificada en Argentina, donde desde bastante antes de 1995 convergían luchadores de diferentes vertientes empeñados en construir una “herramienta política” a la que jamás pudieron dar forma. Pero si en Argentina dirigentes sindicales y populares trastabillaron y cayeron una y otra vez ante la exigencia de ese paso decisivo, en Bolivia ocurrió lo contrario: “el MAS fue ‘recogido’ por las seis confederaciones del trópico cochabambino”, para reiterarlo con las palabras de Antonio Peredo. Y la miríada de luchas reivindicativas urbanas y rurales en Bolivia tomó cuerpo en el combate político, en el derrocamiento de presidentes desde 1997 y en la imposición de uno propio ahora, en diciembre de 2005.
Además de explicar la verdadera naturaleza del MAS esta “herramienta”, o “instrumento”, aparece como factor insoslayable al indagar las razones de su victoria; y, más aún, revela la huella por la cual se abre paso la lucha social en el actual contexto histórico de América Latina y el mundo: huérfanas de partidos en la concepción tradicional del término, es decir, formaciones homogéneas con programa de acción, estrategia de poder y cuadros para alcanzarlo, huérfanas igualmente de formas movimientistas de carácter nacionalista (ya entregadas sin tapujos al imperialismo), las víctimas de la crisis sistémica que multiplica la pobreza, la marginalidad y la explotación, necesitan, reclaman y eventualmente construyen una “herramienta política propia”: como ellas heterogénea ideológicamente, difusa y hasta contradictoria en términos programáticos, con cuadros seleccionados no por su formación teórica y su experiencia política, sino por el hecho simple e intransferible de ser dirigentes reales de movimientos reales. “El 80 por ciento de nuestros candidatos fueron elegidos por las organizaciones sociales. Algunos, cerca de un 40 por ciento, no pertenecían al MAS. Todo esto es un nudo de contradicciones, que hacen la riqueza y vitalidad del MAS», explica Peredo.
Sorprende que quienes ahora saludan alborozados la victoria boliviana persistan en negar lo obvio: una etapa histórica de transición requiere, sin atenuantes, instancias organizativas de transición.
Historia y lucha de clases
Pero no fue la potencia teórica de la vanguardia boliviana lo que permitió construir ese puente, sino la fuerza ancestral de la lucha de los de abajo. Hay que remontarse a fines del siglo XVIII, cuando Julián Apaza (Tupac Katari) sublevó a las comunidades aymaras en consonancia con el levantamiento quechua liderado por Tupac Amaru. En febrero de 1781 comenzó una rebelión que cercó a la ciudad de Chuquiago, actual La Paz. Durante siete meses más de 40 mil indígenas sostuvieron el cerco a la ciudadela imperialista. Tupac Katari y su esposa, Bartolina Sisa, ella también combatiente del ejército de liberación aymara, fueron capturados y asesinados: él por descuartizamiento y ella por ahorcamiento tras la tortura. La victoria española de entonces fue sólo el prólogo de su derrota final en 1825. Ya por entonces la reivindicación del ayllú, forma comunitaria de organización social indígena en toda la región, mostraba la capacidad de poner en pie de combate a bravos ejércitos de oprimidos. Es posible que la oligarquía boliviana no tuviera exacta noción de sus actos cuando en marzo de 2004 aceptó, como mero gesto concesivo, la declaración de héroe y heroína nacionales a Julián Apaza y Bartolina Sisa, otorgada por el Congreso a propuesta de un senador del MAS, .
Dos siglos después Bolivia vivió una genuina revolución contemporánea. El indio transmutado en obrero minero empuñó en 1952 su herramienta de trabajo -cartuchos de dinamita- y destruyó el andamiaje político de entonces. Empujado por esa fuerza organizada y politizada como ningún otro movimiento proletario en América Latina, el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario encabezado por Víctor Paz Estenssoro se vio arrastrado a nacionalizar las minas de estaño, reemplazar las fuerzas armadas por milicias populares e iniciar la reforma agraria. Por segunda vez las masas indígenas y populares habían logrado la unidad tras un objetivo político. Y, como inexorablemente ocurre en tales circunstancias, la sociedad sufrió un vuelco fundamental. La deriva de aquella formidable revolución es materia de otro análisis; pero en la Historia, como en el mundo físico, nada se pierde… todo se transforma.
La voluntad rebelde reaparecería en la década de 1960, cuando Ernesto Guevara intentó desde Bolivia extender la llama de la revolución a todo el Cono Sur. En ese momento histórico no ocurrió, entre otros factores, la congregación social masiva que debía producir la guerrilla. Llegó primero el imperialismo y el proceso abortó. En Bolivia todo quedó en manos de los súbditos del Departamento de Estado durante mucho tiempo. Con el amparo de Washington se sucedieron incontables golpes de Estado, operaciones represivas y sistemático desmantelamiento de las conquistas logradas por la revolución de 1952, para dar paso a la entronización política de bandas narcotraficantes, condición para que la Casa Blanca pudiese invocar el fantasma de la droga y así adueñarse del país para transformarlo en uno de los puntos de apoyo de su estrategia contrarrevolucionaria continental. En coincidencia con una exitosa contraofensiva imperialista en América Latina -y en el mundo entero- Bolivia pasó a la categoría de país inviable.
País clave en la estrategia yanqui
La voluntad rebelde reaparecía en la década de 1960, cuando Ernesto Guevara intentó desde Bolivia extender la llama de la revolución a todo el Cono Sur. En ese momento histórico no ocurrió, entre otros factores, la congregación social masiva que debía producir la guerrilla. Llegó primero el imperialismo y el proceso abortó. En Bolivia todo quedó en manos de los súbditos del Departamento de Estado durante mucho tiempo. Con el amparo de Washington se sucedieron incontables golpes de Estado, operaciones represivas y sistemático desmantelamiento de las conquistas logradas por la revolución de 1952, para dar paso a la entronización política de bandas narcotraficantes, condición para que la Casa Blanca pudiese invocar el fantasma de la droga y así adueñarse del país para transformarlo en uno de los puntos de apoyo de su estrategia contrarrevolucionaria continental. En coincidencia con una exitosa contraofensiva imperialista en América Latina -y en el mundo entero- Bolivia pasó a la categoría de país inviable.
Todo fluye, sin embargo. En el primer año del siglo XXI la fuerza subterránea desestimada y olvidada, reapareció. Quien suscribe estas páginas redactó entonces una nota para Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, titulada “Colapsa en Bolivia la estrategia de Washington”. La magnitud que se le atribuía a la irrupción de este país en un escenario regional cualitativamente diferente al cuarto de siglo anterior era nada menos que ésa: chocar de frente con Estados Unidos y poner una barrera insuperable a su plan general para la región. Decía aquel reporte: “Una sublevación de masas sacude a Bolivia desde mediados de septiembre. La Paz, Cochabamba y Santa Cruz fueron sitiadas durante semanas por columnas indígenas que bloquearon todas las vías de acceso a estas ciudades, las tres principales del país, mientras se multiplicaban las movilizaciones de estudiantes, maestros, periodistas y hasta policías en huelga. Gobierno y partidos de oposición quedaron paralizados. Las fuerzas armadas postergaron una y otra vez la orden de ataque para despejar las rutas y romper el asedio. Mientras los líderes campesinos advertían que resistirían con las armas en la mano, grupos de empresarios comenzaron a organizar una fuerza armada civil”.
Con aquella confrontación neta, afirmaba el texto, “culmina un largo período de estabilidad basada en la pasividad y la sumisión, durante el cual Bolivia pareció haber dejado definitivamente en el pasado las grandes luchas sociales que, desde la rebelión de Tupac Katari dieron lugar a la revolución obrero-campesina de 1952 y las grandes huelgas mineras (…) El antecedente inmediato de esta sublevación está en las masivas movilizaciones de abril pasado en Cochabamba, conocidas como ‘la guerra del agua’. Aquella confrontación aunó a todas las clases sociales contra el consorcio Aguas del Tunari, registrado en las islas Caimán e integrado por grandes capitales de Estados Unidos (50%), Italia y España (25%) y cuatro grupos bolivianos (…) Ahora el detonante fue el éxito alcanzdo en la erradicación de las plantaciones de coca, que hace de Bolivia un simple eslabón en la cadena del Plan Colombia. El descontento se tradujo en explosión porque los partidos y estructuras gremiales, por completo subordinadas a los centros de poder económico, carecen de toda representatividad real y son incapaces de responder a los reclamos de las mayorías. Las instituciones se mostraron vacías, las fuerzas armadas divididas”. Aquel artículo apuntaba otro factor de peso: “La fractura entre los indígenas aymaras del altiplano encabezados por Felipe Quispe y los cocaleros del trópico cochambambino conducidos por Evo Morales permitió a Banzer llegar a un acuerdo con el primero y terminar con el cerco a La Paz”.
Precisamente cuando estaba a punto de consumarse la victoria estadounidense, reapareció la fuerza subterránea y buscó recomponerse como unidad social y política. El obrero expulsado de las minas por la crisis del capitalismo es campesino y cocalero en el año 2000. Y siempre, como en 1781, es indígena. En el período posterior a la revolución de 1952 el MNR apeló en muchas oportunidades a la división objetiva entre obreros y campesinos (estos últimos beneficiados por la reforma agraria) para enfrentar la revolución mediante la fractura social. Pero en el siglo XXI es socialmente más sencillo comprender que obrero, campesino e indio tienen más en común que en discordancia. Comprender y responder a ese punto de unidad posible es la ciencia y el arte de la política.
Virtudes individuales al margen, sin embargo, la cualidad estuvo en bregar por la unidad social y política. Ése fue el acierto del MAS. Tanto cuando se negó a negociar unilateralmente con el carnicero Hugo Banzer, en septiembre de 2000, como cuando en 2004, ante una embestida encabezada por el MIP y sectores importantes de El Alto, optó por continuar la búsqueda del poder político en el marco que entendió propio de la coyuntura: las elecciones. Por eso pudo el MAS congregar a la inmensa mayoría, incluso entre aquellos luchadores que habían tomado por otro camino.
Es un tema que consumirá todavía muchas horas de reflexión y debate. Porque jamás un resultado político -menos un porcentaje electoral- tiene signo inequívoco. Pero la consumación de la unidad social y política de 6 de cada 10 bolivianos sí es un signo inequívoco. Y allí reside el futuro de Bolivia.
De aquí en MAS
Sorprende el nivel del debate político en Bolivia. La Historia toma cuerpo actual y provoca una mezcla de nostalgia y envidia en el observador extranjero. Basta comparar los comentarios en las calles de París respecto de la rebelión de los jóvenes de origen árabe (para no aludir a las reflexiones intelectuales), o las consideraciones al uso en Buenos Aires sobre el pago de la deuda con el FMI -para poner sólo dos ejemplos actuales- y el testigo queda obligado a un ejercicio de humildad. Hay alegría contenida y temores sólidamente argumentados en las calles de La Paz. ¿Qué hará Evo? ¿Cómo reaccionará Estados Unidos? Reflexiones serenas, profundas y de alguna extraña manera, sabias. Es que el indio, el obrero minero y el campesino cocalero se han fundido en una instancia político-social que hoy permite el accionar unitario y la recuperación militante de una larga historia de luchas. Ése es el papel del Movimiento al Socialismo, que no es un partido revolucionario clásico y, en rigor, no es un partido: es el instrumento político para la marcha conjunta hacia algunos objetivos precisos, todos centrados en la recuperación de la soberanía y, por ende, en la lucha antimperialista. Paradojalmente fueron estas características, que permitirían alcanzar la unidad social y política plasmada ahora en la victoria electoral, las mismas que en momentos cruciales de la lucha social dejaron al MAS sin capacidad de iniciativa, como pudo verse en varias oportunidadees en los últimos años. Esta contradicción volverá a manifestarse una y otra vez con el MAS en el gobierno. Ya se observan, en Bolivia tanto como en el extranjero, tendencias a encontrar virtudes maravillosas, permanentes e insuperables en esta forma original de organización de masas, para denostar otras en las que prevalece la homogeneidad ideológica y la capacidad de acción inmediata y efectiva ante circunstancias difíciles. Pero absolutizar y unilateralizar aquellos rasgos del MAS resultará tan dañino como negarse a ver sus virtudes. Porque ahora comienza una fase difícil de interpretar y más difícil aún de conducir: la situación revolucionaria que madura en Bolivia desde hace un lustro tenderá a resolverse. No será difícil confundir victoria electoral con revolución; así como resultará fácil creer que la victoria electoral exime de la revolución. La verdadera dificultad que afronta la dirigencia del MAS es encontrar el programa y el ritmo para aplicarlo en un tránsito sin escalas hacia la superación del capitalismo y la afirmación del socialismo del siglo XXI.
Son tareas de magnitudes oceánicas; pero no cabe el temor ni, mucho menos, el pesimismo. Entre los hombres y mujeres que ocuparán los cargos principales del gobierno hay un puñado de objetivos claros y precisos. En el terreno directamente económico, nacionalizar el petróleo y el gas; recuperar las refinerías de manos privadas extranjeras; revitalizar YPFB; impulsar la reforma agraria; replantear y relanzar el aparato productivo del país. Simultáneamente, convocar una Asamblea Constituyente y echar nuevas bases para la organización política nacional. Y en el plano social, acometer de inmediato y con el máximo de energía la alfabetización del elevado porcentaje de la población hoy excluida de la educación, a la vez que se encara un plan de atención médica masiva y gratuita en todo el territorio nacional.
Bloque antimperialista continental
Todo esto ha tomado cuerpo ya con los primeros pasos de Evo Morales antes de asumir el poder. Los viajes a Cuba y Venezuela son mucho más que un gesto, aunque como gesto valen más que cien programas. Fidel Castro y Hugo Chávez firmaron con Evo compromisos de asistencia técnico-financiera en materia de salud, educación y recuperación de la soberanía sobre las riquezas minerales de Bolivia. Con las dificultades propias de todo comienzo, a corto plazo esos planes económicos y sociales estarán a toda marcha y comenzarán a cambiar el rostro de Bolivia. Evo Morales y el MAS ganarán mayor espacio político y tendrán la oportunidad de avanzar en la organización de obreros, campesinos, estudiantes y clases medias.
Por todo un período la oligarquía local y el imperialismo estadounidense estarán a la defensiva y con poco menos que ninguna capacidad de acción política. Desde luego eso no significa pasividad de la contrarrevolución, que ya articula nacional e internacionalmente una campaña mediática apuntada a atacar la figura de Evo Morales, mostrándolo como un indio bruto, instrumento de Chávez y Fidel Castro.
En cuanto al imperialismo europeo, predominante en la materia más sensible hoy en Bolivia: los yacimientos petrolíferos y gasíferos, adelanta una posición negociadora, que presumiblemente incluirá la aceptación no beligerante de la nacionalización del petróleo, el gas y las refinerías. Las concesiones a que se verá empujado el nuevo gobierno para evitar un choque frontal con las petroleras europeas (Repsol de España y Total de Francia en primer lugar), traerá aparejados debates y conflictos dentro y fuera del gobierno. Ya los pasos dados respecto de los yacimientos mineros de El Mutún producen airadas polémicas. Pero todo indica que esa fase se cumplirá con un saldo neto a favor de la soberanía boliviana, la capacidad de absorción de riquezas que permitirá la realización de los planes sociales y la industrialización programados y el consecuente fortalecimiento del gobierno.
Mientras tanto habrá tomado cuerpo una nueva y cualitativamente superior tríada antimperialista en el escenario mundial: Cuba, Venezuela y Bolivia son a partir de 2006 la avanzada de un combate destinado a lograr, más temprano que tarde, la emancipación de América Latina.
Esta novedad modifica las relaciones de fuerzas -y no sólo a escala continental- siempre en detrimento del imperialismo en general y de Estados Unidos en particular. A su vez potenciará la convergencia suramericana sobre bases cada día más amplias de resistencia y confrontación con las multinacionales y el capital financiero internacional. La asunción en Bolivia de un gobierno basado en los obreros y campesinos es una victoria estratégica para toda América Latina. Hay buenas razones para comenzar el año con optimismo…