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relanzamiento del grupo de los 15 en caracas

El Sur busca respuestas propias frente a la crisis mundial

PorLBenAXXI

 

Desafío: Luiz Inacio Lula da Silva y Néstor Kirchner pudieron comprobar la magnitud de la responsabilidad que les cabe cuando se vieron, junto a otros 17 países del hemisferio Sur, ante la posibilidad de relanzar un bloque alternativo mundial. Vieron además con sus propios ojos la brutal respuesta estadounidense contra el presidente Hugo Chávez por impulsar esa línea de acción. El fracaso rotundo en el intento por llevar a cabo un tercer golpe de Estado mientras se realizaba la Cumbre del G-15 y el ambicioso programa acordado por éste para el próximo año, resumen rasgos nuevos de la situación internacional. Queda a la vista, igualmente, que en el concierto de países de Asia y Africa de enorme gravitación económica, política y militar, el papel de América Latina es clave y en ese ámbito le cabe una responsabilidad decisiva a tres países cuyo curso puede decidir el rumbo del conjunto: Brasil, Venezuela y Argentina.

 

Un vuelco en las relaciones de fuerza internacionales tomó impulso en Caracas en los últimos días de febrero pasado, con el relanzamiento del Grupo de los 15.
Cuando el embajador Rubens Ricupero, veterano director de la UNCTAD (sigla inglesa por Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo) y actuando como delegado personal del secretario general de las Naciones Unidas, terminó de leer el texto enviado por Kofi Annan a la inauguración de la XII° Cumbre del Grupo de los 15, quedaba firme la conclusión de que el mentado «mundo unipolar», si acaso alguna vez existió realmente como tal, era ya cosa del pasado. Si la consumación de un nuevo centro de poder efectivo con base en el hemisferio sur del planeta es todavía un proyecto en ciernes, impulsado enérgicamene por algunos países, desestimado por otros y combatido fieramente desde el polo opuesto, la sola realización de la reunión y el tenor de los discursos y sesiones de trabajo prueba la irremediable fragmentación del mundo económico actual y la voluntad de resistencia encarnada en países de porte mayor en todos los sentidos.
Aplausos atronadores con el público de pie en el Teatro Teresa Carreño rubricaban frases de inesperado tono, dado el cargo del firmante de la carta. Con estilo sereno y sólido, sin estridencias, tan típicamente brasileño, Ricupero leyó un saludo en el que Kofi Annan señaló al presidente Hugo Chávez como digno representante contemporáneo del Libertador Simón Bolívar y vindicó a Venezuela por su actitud solidaria con Cuba en materia de abastecimiento energético.
Ensimismado, al centro de una larga mesa con otros ocho presidentes y diez altos funcionarios representantes de los diecinueve países integrantes del G-15, Chávez parecía esforzarse por aprehender la magnitud del acontecimiento en curso, potencialmente trascendental sobre todo por el contexto en que ocurría: a pocas cuadras una exigua marcha opositora se disgregaba luego de que un grupo armado se adelantara para chocar con el cordón de uniformados que cerraban el paso hacia el Teatro donde se inauguraba el cónclave presidencial; a escasos kilómetros atravesando el Caribe, tropas estadounidenses desembarcaban en Haití y los gobiernos de Washington y París colaboraban para cargar por la fuerza al presidente Jean Bertrand Aristide a un avión que, contra su voluntad y en completo secreto, lo trasladaría a la República Centroafricana; Richard Clarke, ex asesor en contraterrorismo de tres presidentes estadounidenses, incluido George W. Bush, acusaba a este último de haber desoído días antes del 11 de septiembre de 2001 el aviso de que un atentado gravísimo estaba a punto ocurrir en territorio estadounidense; y como colofón, en el Partido Demócrata se imponía John Kerry y su figura subía de hora en hora en las encuestas, amenazando la continuidad de Bush en la Casa Blanca.

 

Opciones extremas

Desde la perspectiva del Departamento de Estado estadounidense Caracas era, por esos días, el lugar menos apropiado para realizar la Cumbre de los 15. De hecho, la reunión en la que Venezuela pasaría la presidencia rotativa a Argelia, debía haberse realizado a comienzos de 2002. Los prolegómenos y el golpe de abril primero, el sabotaje petrolero y sus efectos devastadores luego, postergaron la gestión dos años. Ya era un dato elocuente que los restantes integrantes desestimaran el procedimiento de rigor en tales casos: realizar la Cumbre en otra Capital. Dado el involucramiento directo del gobierno estadounidense en los sucesivos intentos por derrocar a Chávez, ese simple gesto anunciaba una actitud predominante en los integrantes de mayor peso del grupo.
Por otra parte, Washington venía de sufrir una sucesión imposible de sonoros reveses en el terreno internacional y específicamente hemisférico: el fracaso de la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Cancún, en septiembre de 2003; los resultados de la Cumbre Iberoamericana y el paralelo Encuentro Social Alternativo en noviembre en Santa Cruz de la Sierra y la imposibilidad de hacer despegar el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ese mismo mes en Miami. Como colofón, Bush sufrió un fiasco en Monterrey, en enero último, tanto más gravoso porque ocurrió en un escenario montado por propia decisión -la reunión ordinaria tendría lugar en Buenos Aires en 2005- y bajo su estricto control. La Cumbre Extraordinaria de las Américas debía sofocar la desobediencia generalizada en un ámbito hasta no hace mucho sumiso a las órdenes de Washington. Pero terminó con una polarización entre Bush y Chávez y, salvo los casos de Colombia, Chile y Uruguay, el rechazo o la toma de distancia de los restantes países. Para colmo, luego de reclamar un referendo continental para resolver si Cuba debía o no asistir a las cumbres de las Américas, en un acto de inusual determinación política Chávez voló de Monterrey a La Habana y completó a su modo la Cumbre con Fidel Castro.
Todo había ocurrido en el lapso de tres meses. Con tales antecedentes una exitosa reunión de los 15 era más de lo que podía admitir la Casa Blanca. Por otra parte, en esos días el Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano debía anunciar si la oposición había reunido o no las firmas suficientes para convocar a un referendo revocatorio contra Chávez. Numerosos datos, entre ellos la confesión de dos altos dirigentes de la Coordinadora Democrática, fundaban la certeza de que no habría referendo. El bloque opositor que tomó el poder por 36 horas en abril de 2002 y desde entonces no ha dejado de disgregarse y perder terreno, quedaba expuesto en su impotencia.
Pero todo esto significaba el afianzamiento interno de Chávez y la convergencia de su línea de acción hacia el Sur del continente, pero también hacia países de enorme gravitación en Asia y Africa.
Pálido, nervioso, solitario y taciturno el embajador estadounidense en Caracas, Charles Shapiro, hundido en una butaca sin siquiera ubicación destacada, era la representación cabal del aislamiento del presidente Bush en el mundo y el debilitamiento de sus bases de sustentación en Venezuela.
Las apariencias, sin embargo, a menudo engañan. La oposición marchaba en esos momentos hacia el Teatro y los desplazamientos bélicos en Haití no ocurrían por acaso. Tapoco fue casual la medida tomada por Chávez el día anterior: su ministro de Defensa, el general Jorge García Carneiro, anunció por cadena de radio y televisión que para garantizar la seguridad de los altos dignatarios de los 18 países invitados y el normal desarrollo de la reunión, el gobierno había decidido montar un esquema de defensa terrestre, aérea y naval de la zona, además de ratificar que la marcha opositora no podría llegar al lugar del cónclave.
La significación de estos datos, la magnitud de lo que estaba en juego, ciertamente no fue informada al mundo por los medios de difusión internacionales. Y en Venezuela, los canales comerciales estaban exclusivamente empeñados en convocar a la marcha del 27. Pero bastaba seguir las declaraciones de altos funcionarios estadounidenses desde comienzos de enero y la campaña mediática desplegada por las grandes cadenas de difusión mundial, para comprobar la escalada injerencista del gobierno estadounidense en Venezuela y la decisión de crear un clima en el cual una grave conmoción interna, sobre todo con la presencia de tantas delegaciones extranjeras de alto nivel, justificara la intervención de «fuerzas de paz» para garantizar el «orden» y la «democracia».

 

El tercer golpe

El equipo dirigente de la Revolución Bolivariana tenía claro, desde comienzos de enero, que estaba ante un tercer intento de golpe de Estado. Y que la fecha elegida coincidiría con la reunión del Grupo de los 15. La contraescalada encabezada por Chávez, incluía su recurso mayor: la Cumbre culminaría el 28 y al día siguiente estaba convocada una concentración masiva, frontalmente anunciada como respuesta del pueblo venezolano a la injerencia estadounidense, bajo la consigna «Venezuela se respeta».
Pocos, si acaso alguno, tenían conciencia de la magnitud de lo que estaba en juego en esos días. Esa incomprensión, abonada por el papel distorsivo hasta niveles repugnantes de la prensa internacional, desdibujó igualmente el saldo de la crucial jornada que va del 27 de febrero al 2 de marzo. El resumen es simple: despliegue de la Fuerza Armada Nacional a partir del 27; culminación exitosa de la cumbre el 28; al día siguiente la concentración inabarcable (6.5 kilómetros de autopista cubiertos por una muchedumbre abigarrada) y el discurso neto de Chávez; anuncio del CNE el lunes de que 800 mil firmas presentadas por la oposición debían someterse a revalidación por presentar vicios insanables; y agotamiento al día siguiente del farsesco montaje insurreccional protagonizado en los barrios elegantes de Caracas por grupos mercenarios armados y minúsculos grupos de opositores que se apartarían rápidamente al ver el curso de los acontecimientos. En suma: Estados Unidos había lanzado desde comienzos de enero una ofensiva total contra la Revolución Bolivariana, contra la consolidación de Chávez en Venezuela y la proyección hemisférica de una línea antimperialista. Y había fracasado.

 

El G-15, Brasil y Argentina

Sería erróneo desestimar los acuerdos con los que culminó el G-15. La creación de un Banco del Sur podría significar un mazazo decisivo en el corazón desgastado y arrítmico del sistema financiero internacional; una Universidad del Sur sería la respuesta estratégica que el mundo reclama después de haber descubierto que la historia continúa y los académicos del Norte permanecen enmarañados en artificios banales a los que denominan «nuevos paradigmas»; un sistema multimediático del Sur, hecho a la altura de las necesidades y capaz de reunir los talentos desviados por la irracionalidad vendedora y falaz de los medios comerciales, sencillamente conquistaría en poco tiempo la atención de cientos y miles de millones de personas hartas de manipulación, mediocridad y decadencia enlatada; planes económicos tendientes a suturar la sangría de la deuda externa, promover el intercambio científico-tecnológico, buscar formas de intercambio complementario y de comercio Sur-Sur, permitiría ingresar a un nuevo período histórico.
Para concretar estos planes el G-15 conformó un Triunvirato con los presidentes del país que entregó la presidencia (Venezuela), el que la recibió (Argelia) y el que la tomará el año próximo (Irán). Los mandatarios representados por sus cancilleres deberán preparar a contrarreloj la realización de los planes aprobados. Luego los presidentes integrantes del Triunvirato se reunirán en Argel hacia agosto, para verificar lo hecho y dar el impulso necesario, de modo que en la cumbre del año próximo, el proyecto esté en marcha. India propuso dividir por países el tratamiento de grandes problemas, por ejemplo el Sida en Africa y el tema de los medicamentos en el mundo, para lo cual dispuso un fondo de 100 millones de dólares. Chávez aplaudió la idea, propuso a Venezuela para asumir el tema Educación y sumó 20 millones al fondo común.
Todo esto constituye un programa de acción que, llevado a la práctica, sacudiría al planeta. Pero la oposición a tales planes no está sólo en el Norte, sino dentro mismo del G-15. Los mandatarios de México y Chile no concurrieron. El presidente colombiano Álvaro Uribe, quien llegó tres horas después de instalada la reunión y estuvo apenas una horas, intervino sólo para hacer una reivindicación del neoliberalismo, propuso el ingreso de su país y Venezuela al Plan Pueblo-Panamá y dijo, probablemente traicionado por su subconsciente y confesando la raíz de tal propuesta, que se sentía allí «como un astronauta». La lista no termina allí, aunque no debe excluirse que, precisamente por la asunción de tales conductas, más de un gobierno de este sub-bloque cambie en el futuro cercano. Por el contrario, naciones como India, Indonesia e Irán, para poner a los integrantes más densamente poblados, movidos por poderosas razones objetivas y definida voluntad política tendrán sin duda un papel relevante en el curso y la suerte del relanzado G-15. El discurso de tono universalista, integrador, democrático y a la vez fuertemente antimperialista del iraní Mohammed Hatami, las intervenciones del canciller indio Sinha Yaswant, o las ponencias del zimbabweño Robert Mugabe y el jamaiquino Percival Patterson, así como la carta enviada por la presidenta de Indonesia Megawati Sukarnoputri, fueron otras tantas expresiones de alarma frente al cuadro económico internacional, el curso político de Estados Unidos y otras potencias metropolitanas y de reclamo por un efectivo centro de accionar común de los países de economías subordinadas.
Sin embargo, el rumbo que finalmente decidan adoptar Brasil y Argentina más allá de las comunes demandas comerciales, tendrá necesariamente un peso vital sobre el curso de América Latina y, por esa vía, sobre este nucleamiento del Sur que ya ha proclamado su intención de sumar más países.
Lula y Kirchner abandonaron Caracas antes del final de la Cumbre. Dejaron su firma en la Declaración final y alegaron causas incuestionables para su partida anticipada. Más aún, antes acudieron ambos al Palacio de Miraflores, donde se reunieron a solas con Chávez. Ellos mismos y sus portavoces ratificaron los ambiciosos objetivos del encuentro y adicionalmente anunciaron nuevas medidas de impulso a las relaciones energéticas entre Brasil y Venezuela, a través de Petrobras y PDVSA, las petroleras estatales de ambos paises. Pocas semanas después una comunicación telefónica entre los presidentes de Argentina y Venezuela extendió la colaboración en ese terreno a causa de la crisis energética acentuada en el país austral como palanca de presión de las empresas privatizadas sobre el gobierno de Kirchner (quedaría así como anécdota insignificante el hecho de que el presidente argentino recibiese a la cúpula golpista antes de subir al avión en Caracas). La decisión de que Venezuela y Ecuador se sumen al Mercado Común del Sur en el primer semestre de este año en una próxima reunión presidencial, así como los planes de extensión y profundización de los acuerdos a llevarse a cabo en junio próximo en San Pablo, en ocasión de la reunión de la UNCTAD, son otros tantos signos del compromiso de Brasilia y Buenos Aires con el fortalecimiento de una instancia Sur.

 

Dificultades y voluntad política

La sinceridad y profundidad de estos acuerdos no alcanza a ocultar sin embargo la existencia de dificultades objetivas considerables y de interpretaciones y conductas diferentes para superarlas. Entre las primeras sobresalen conflictos de intereses sectoriales dentro mismo de cada bloque. Para poner sólo un ejemplo: las disputas comerciales entre Brasil y Argentina contrarrestan una y otra vez los esfuerzos por darle vigencia efectiva y a menudo provocan marcados retrocesos. El director de Comercio de la Comisión Europea, Karl Falkenberg, con marcada intención señaló recientemente que el bloque «a veces, parece más una visión que una realidad». En la raíz de estas dificultades, que se proyectan y amplifican cuando la escala se extiende al hemisferio Sur y con países de la envergadura económica de India, Irán o Indonesia, está el efecto anarquizante, disgregador, conflictivo y destructivo de la ley del valor, tema teórico complejo y desdeñado, sobre el cual ponen los ojos más y más funcionarios y técnicos a medida que observan perplejos cómo sus esfuerzos integradores son de pronto neutralizados en un segundo.
El otro dilema remite a concepciones y voluntad políticas, sobre las cuales gravitan fuertemente relaciones de fuerzas internas e internacionales. Las desembozadas presiones del Fondo Monetario Internacional interviniendo directamente en las decisiones de política interna a través de la gestión de las deudas externas, así como las maniobras de la Unión Europea para sacar ventaja de los traspiés del ALCA en Suramérica, son algunos entre muchos de tales factores. En la reciente reunión entre Kirchner y Lula en Río de Janeiro, por ejemplo, ambos mandatarios aceptaron como definitiva la necesidad de superávit fiscal primario (y de un nivel mínimo del 3%), y afirmaron que el pago de la deuda externa no compromete el desarrollo económico de ambos países. En otro orden puede señalarse una reunión de trabajo en Buenos Aires de la senadora Cristina Fernández de Kirchner y un grupo de técnicos y políticos chilenos. Estos hechos son elocuentes signos de ambos factores -concepciones y presiones de enorme potencia- ejerciendo impulsos invisibles y no necesariamente queridos por los propios protagonistas, que marchan sin embargo a contramano de un G-15 capaz de crear un Banco del Sur, un centro propio de comunicación de masas a escala planetaria y un replanteo profundo del comercio, el flujo de finanzas, los planes de intercambio, integración y desarrollo.
Como quiera que sea, después de un eclipse de tres lustros durante los cuales los tres grandes centros económicos internacionales -Estados Unidos, la Unión Europea y Japón- impusieron la idea de que todo futuro imaginable comenzaba por aceptar la subordinación a sus conceptos y sus planes, aquello que antaño se denominaba Tercer Mundo reaparece con una nueva forma, nuevos componentes y, sobre todo, en un mapa político diferente al que le atribuía una tercera vía entre el imperialismo y el socialismo, por entonces identificado con la Unión Soviética. El doble fracaso de la Casa Blanca cuando lanzó al ataque a los restos descompuestos de la oposición venezolana con el objetivo explícito de impedir el éxito de la XII Cumbre del G-15, es indicativo de que el progresivo cambio en las relaciones de fuerzas internacionales está a punto de plasmar en un nuevo cuadro político planetario, en el que el saldo no deja lugar a dudas: Estados Unidos es el gran perdedor.

 

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